martes, julio 24, 2007

Las madres de Pakistán

Del asalto a la Mezquita Roja, en Pakistán, días pasados, a decir verdad me interesan pocos aspectos. Sé la importancia –incluso trascendencia- que para el mundo Occidental tiene todo lo que sucede en el musulmán integrista, pero analistas tienen san Internet y otros medios de comunicación, con más conocimientos que yo en este y en tantos otros temas.
Me interesa, y mucho, el vídeo y las fotografías de las madres pakistaníes –mujeres que llevan la shariah a rajatabla- incitando a sus hijos, jóvenes, niños algunos, fusiles y otras armas en las manos, a la yihad.
Por un lado se puede deducir de esta actitud que estas mujeres –o la mayoría de ellas- se encuentra a gusto con su situación, con el estado de cosas terribles que viven, por lo que, muy al contrario de lo que opinaba mi querida Carmen Sancho de Francisco en sus clases de Geografía Humana, no es necesario luchar por ellas. Carmen –magnífica docente, recuerdo muy bien ese día en la UNED- se empeñaba en que era necesario abrir las puertas de algunos países musulmanes –recuerdo perfectamente que se refería a Arabia Saudita- y hacer ver a las mujeres su condición de inferioridad en la que vivían. Pues parece que a muchas de ellas eso no les interesa.
Por otro lado, como madre y abuela, me ha impresionado hasta lo indecible esa actitud de las madres pakistaníes incitando a sus hijos, hasta la muerte si fuera preciso, en nombre de una religión en la que, casi seguro, no se les pide tanto, o no se les pedía tanto en sus orígenes. Sacrificar a un hijo en nombre ¿de qué o de quién?
Es terrible. Siempre he creído que si las mujeres quisiéramos no habría guerras. Que si las madres nos tumbáramos, arropándolos, encima de los cuerpos de los hijos, ningún ejército se los podría llevar hacia la muerte de ellos, o de otros, hijos también o, en el mejor de los casos, hacia la destrucción de todo lo que encuentran a su paso.
Tal vez, desde mi postura de mujer occidental no puedo entenderlo. Quizá, si lograra hablar con ellas y que me explicaran. Pero, por ahora, esas actitudes no me interesan, ni quiero comprenderlo todo.

El ruido de las ciudades y la educación para la ciudadanía

Un estudio de la OCU dice que un veinte por ciento de los ciudadanos europeos están sometidos a contaminación acústica y que veinte millones sufren graves alteraciones del sueño y pueden acabar –de hecho acaban- sufriendo enfermedades tales como pérdida de capacidad auditiva, reacciones por estrés, alteraciones del sueño, funciones mentales afectadas.
Por pequeñas que las ciudades sean, por ejemplo Soria, el ruido, sobre todo en verano, resulta insoportable, sobre todo si se vive en el primer piso de un edificio viejo, en una calle que es de doble dirección, y que se dirige hacia la zona que se ha convertido en la más habitada de la capital, alrededor del Hospital viejo, o de la carretera de Logroño.
No sólo la calle Clemente Sáenz –a la que me estoy refiriendo- sufre el acoso del estrépito y el ruido. Parece que la ciudad termina en la plaza del Rosario y Tejera, y de ahí para arriba la Policía Municipal ni se conoce las calles. Tanto es así, que un día, hará más de un año, vi a un agente y le di las gracias, pero resulta que estaba controlando el derribo de una casa vieja.
Por la zona Norte de la ciudad circulan las motos a escape libre en busca del barranco que hay Mirón abajo, detrás de la colegiata. El ruido a veces es tan ensordecedor que tiemblan los cristales, y es cierto. Los vehículos de cuatro ruedas –ahora se han sumado los quads- al no encontrar ningún paso de peatones desde el inicio de la calle de Las Casas hasta la carretera de Logroño, ni bandas sonoras, ni semáforo intermitente, alcanzan –sobre todo en la madrugada- velocidades que, como conductora experta (treinta y cinco años de permiso de conducir y muchos miles de kilómetros a la espalda), puedo calcular, a ojo, que superan los ciento veinte kilómetros.
La noche-madrugada sigue con el camión de la basura que pasa, según sea verano o invierno, entre la una y las dos de la madrugada. Se me dirá que esto es inevitable, pero recuerdo que hace ya muchos años, Segovia encontró la forma y manera de que se recogiera la basura a horas menos intempestivas y con unos vehículos silenciosos. Y se completa –la noche-madrugada- con las personas ociosas que recorren las calles a grito pelado o tocan los timbres de los porteros automáticos –yo hace tiempo que desconecté el mío- o con los portazos en los vehículos, cuyos propietarios mantienen el contacto mientras se despiden de la novia o esperan que bajen los que ha venido a recoger. Da igual la hora que sea. Por no hablar de las televisiones a todo volumen, cada vecino con una cadena distinta.
Podríamos seguir con los ruidos innecesarios durante el día, como si esos no molestaran. Y aquí nos encontramos con los jubilados gozosos que se entretienen arreglando cosas innecesarias a golpe de taladro eléctrico. O abriendo, una y otra vez, zanjas. Todo está en construcción. Este país está en construcción desde hace cuarenta años y no acabaremos nunca.
De todo esto se deduce, en primer lugar, la falta de educación ciudadana, pues todos y cada uno de nosotros somos responsables de nuestra ciudad. En realidad no debería hacer falta que policía alguna estuviera por las calles, con que cada cual se supiera comportar con educación sería suficiente.
Por eso creo necesario, imprescindible, esa asignatura que debe ser obligatoria, para la educación de la ciudadanía. La cuestión religiosa, y por tanto espiritual, debe ser cosa de cada familia primero, y de cada uno después. El ser un ciudadano educado nos atañe a todos.

viernes, julio 06, 2007

Las Fiestas de San Juan y su pureza

Vaya por delante que cada año entramos en fiestas tres personas de mi casa, a saber, mi madre, mi hijo y yo. Antes entrábamos dos, pero desde el año que ganó el cartel más bonito –desde mi punto de vista- de toda la historia de las fiestas, mi hijo se agregó a eso de pagar. Por aquello de compensar, ya que muchos buenos sanjuaneros se molestaron y amenazaron con no entrar en fiestas, porque un personaje del cartel llevaba una camiseta donde ponía “No a la guerra”. Vivir para ver.
Este hecho de entrar en fiestas no quiere decir que me gusten ni que me dejen de gustar, sencillamente lo consideramos en casa como una muestra de buena ciudadanía. Ni voy a los toros, ni subasto, ni participo en nada, pero respetuosamente aguanto las molestias y comprendo que los sorianos vivan, quieran y disfruten sus fiestas, y colaboro.
Pero llega un momento que no se puede estar callada, sobre todo cuando algunos se empeñan en que las fiestas sean como ellos quieran y los añadidos y pegotes sean aquellos que les parezcan oportunos a unos pocos.
Acabo de leer el libro de mi buen amigo Joaquín Alcalde “De la Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres”. En él se hace un buen repaso de lo que eran y son las Fiestas de San Juan. Como es natural, con el paso de los años se han perdido unos usos y se han incorporado otros.
El Lavalenguas no existía, el desencajonamiento tampoco, el pregón nada de nada, el sábado no había corrida de toros. En cambio, los caballistas abrían, el Jueves la Saca, la comitiva por el Collado. El toro enmaromado se ha perdido, la costumbre de las bengalas también. El Domingo de Calderas hace mucho que dejó de ser Domingo de Caridad. Esto sólo por dar unos apuntes. Y qué decir del papel de la Iglesia, si son fiestas paganas nadie entiende las interminables procesiones del Lunes de Bailas.
Pero, insisto, mi respeto a las costumbres, y que cada cual celebre las fiestas como quiera. Y aquí viene el quid. Si de unos años aquí se han añadido homenajes, celebraciones y añadidos para mayor lucimiento ¿por qué no se deja que los jóvenes hagan los suyos?
Creo que a los puristas les debería preocupar que la parte de las fiestas comprendidas en los usos y costumbres –Saca, Agés, Calderas- lo poco que van quedando, se mantenga lo más pura posible. Si en medio, los jóvenes se pasean o no disfrazados, es algo accidental, algo que va con los tiempos y que no tiene la menor importancia. Tendrían que comprender que a los muchachos, los que se dejan la paga en bares, tiendas y discobares, les guste celebrar las fiestas de otra forma. Podría ser que se aburrieran con interminables desfiles, viendo cada año a las autoridades probando calderas, besando y entregando ramos de flores. Resulta que los jóvenes que se disfrazan, o se lanzan agua con pistolas de plástico, no interfieren con los puristas, que llevan camino de convertirse en fundamentalistas.
Ya les quitaron los tastarros, ya impidieron que desfilaran con las motos, ya les prohibieron los polvos de talco, todo ello, ciertamente, era molesto, excepto los tastarros, que todavía no acabo de entenderlo, pero es que demonizar también los disfraces me parece pasarse de rosca.