jueves, junio 29, 2017

La despoblación y las lindes



No son sólo los escritores (leer “La España vacía”, de Sergio del Molino), quienes escriben sobre la despoblación del mundo rural desde una perspectiva distinta a la manejada hasta hace pocos años. Desde luego que las causas son variadas y con mucha similitud entre unas zonas y otras, ya se trate de Soria, Teruel, Zamora, Huesca, o cualquier otro lugar de Europa. Y que el problema viene de lejos es bien cierto, comenzaría por la segunda mitad del siglo XVIII, se agudizaría en el XIX y agonizó a mediados del XX.

Aquí y ahora no es necesario ser un lince para comprender que la solución es muy difícil. Remontar en una o dos generaciones lo que durante siglos se ha logrado con empeño, no escribiré que es imposible, ya que al ser un problema creado (como todos) por el ser humano, quién sabe si los descendientes humanos van a ser capaces de encontrar alguna solución.

Sorianos que todavía emprenden, hace tiempo que se han percatado de algunos de los obstáculos con los que tropiezan cuando se ponen en el trance de crear algo, de producir. Hace dos días, en la SER, pudimos escuchar a Chema Díez, Carlos Castro y Paco Vallejo. Paco es de Ventosa de San Pedro, Barrio del municipio de San Pedro Manrique. Es hijo de la señora Marcelina, a quien conocí y de quien todavía conservo unas toallas con encaje bordado por ella. En la cocina de su casa probé la magnífica leche de vaca que sirve para elaborar la afamada mantequilla de Soria. De eso hace ya años, también hace mucho que la señora Marcelina falleció. Recuerdo que fue un día de mayo, subí con mi hermana María Luisa, y a la vuelta cayó una nevada importante que la hizo exclamar: “¡Primavera en Tierras Altas!”.



A día de hoy, Paco Vallejo (y sus socios si los hubiere), cuenta con tres explotaciones, 110 cabezas de ordeño, 120 de recrío, cultivos para forrajes y tres empleados. No es poco para un Barrio de trece habitantes censados. En un momento de la conversación, Chema Díez le pregunta qué ha pasado en Soria, y Paco responde aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió”. A continuación se dirige a Carlos Castro y le pregunta si conoce a alguien que haya querido instalarse, construir, y el vecino le ha contestado: “no tienes dinero para comprarme el terreno que te linda”.

Parece una tontería, algo dicho así como en broma, como al buen tuntún. Pero no, es una de las claves. Multipliquemos esta frase lapidaria por el número que cada cual crea oportuno y nos encontraremos con un cordón bloqueante, al que habría que añadir la creencia de que cada casa medio en ruinas es un palacete y se puede pedir por ella veinte o treinta mil euros, a los que habrá que añadir otros tantos para hacerla habitable. Únase ahora el problema de la caza deportiva (ya no existe la necesaria), que tumba a alcaldes en numerosos pueblos, y tendremos un fresco interesante. Podríamos extendernos, pero creo que se ha entendido el espíritu.

Por todo ello repetiré que me parecen inútiles los viajes a Europa, las asociaciones para atrapar fondos, las reuniones de políticos, las de empresarios, las de ambos en conjunto, y las novenas a los santos milagreros, si no se soluciona el problema de fondo, es decir, la propia idiosincrasia de quien se ha quedado a vivir y se atrinchera en sus dominios sin abrir puertas. Y eso es harto difícil.

Decía Albert Camus que la ropa blanca fina (reuniones y viajes), con demasiada frecuencia esconde la eczema.