sábado, marzo 14, 2015

Investigado, imputado, mangante

Las cigüeñas: foto Leonor Lahoz.
Todo lo demás es insensatez.


Padecemos en España, con harta frecuencia, el sarampión de las campañas electorales. La Democracia española es lo que tiene, como todavía no nos hemos acostumbrado a ella –me refiero a su esencia verdadera- pues nos la putean los partidos mastodónticos, esos que, bien apuntalados, luchan con todas sus fuerzas para no perder las prebendas, esos de la segunda, tercera y cuarta generación en el poder. Los de la primera con la insignia falangista, los de la segunda con la camisa que venga bien al momento político, y los de la tercera (algunos ya empiezan a aterrizar), con los pantalones tejanos rotos, o la semántica adecuada, con @ y esas cosas. Como decía el presidente del Tribunal de Cuentas, son querencias de familia, de la parental, no de la mafia. ¿O sí?
Luchan enfangados con y en la propia mierda que ellos mismos han ido produciendo, lanzándola a diestro y siniestro, a fin de que nadie les robe (la política es nuestra, oiga, el poder, el mangoneo), nada de lo conseguido hasta la fecha, y desde luego para que ningún niñato, con fuerza, venga a descubrir los fondos de los armarios o a levantar las alfombras persas.
Las campañas electorales que con tanta resignación sufrimos la mayoría, ofrecen pantomimas que, ¡ojo!, si uno incursiona en ellas puede acabar con un brote psicótico. No hace falta aclarar más el tema, todos, en algún momento de los días nefastos de las campañas electorales, vemos cómo se nos cuela por algún medio las jetas de los políticos mastodónticos escupiendo por sus bocas las barbaridades más temerarias, atacando al contrario con las mentiras más falaces, sin que se les mueva la pestaña.
Hasta nuestras madres, que vivieron imaginando ser Lola Puñales, o aquella que buscaba al tatuado y rubio como la cerveza, o que deseaban ser la María de la O con la pena puesta (pero a lo casto, sólo en la intimidad más profunda) mientras miraban al gitano guapísimo de ojos verdes pegándole una asa a la lata de leche condesada, miran atónitas la televisión, o escuchan la radio, y preguntan ¿pero qué dicen? ¿Es verdad todo eso? ¡Vaya sinvergüenzas! Ellas no entienden de pandas, pandilleros, mafias o casta.
Para acabar de rizar el rizo, en el consejo de ministros –parece ser que se aburren- aprueban algo importantísimo, algo que va a remover los cimientos de nuestra pobrísima democracia, algo tan fundamental, como que aquellos que, finalmente, acaban dando en chorizos, eso sí con clase,  refinados, con tarjetas más oscuras que su reputación, como dejara escrito Gil de Biedma,  ya no van a ser tratados como imputados, sino como investigados, o sus sinónimos: indagados, inquiridos, fisgados...
Albert Camus dejó escrito en su impagable La Caída (todo es impagable en Camus), que el estilo y la ropa interior fina sirven, con frecuencia, para disimular el eczema. Los investigados, quienes, repito, acaban dando con frecuencia en chorizos (los hay también intelectuales, esos a quienes Juan Marsé tiene enfilados, esos que van arrastrándose para conseguir otro tipo de prebendas), ven ahora rebajada la tensión (o eso creen), al rebajar también, por un tiempo, la imputación por la investigación. Se han cubierto de ropa fina semántica para tapar las purulencias.