viernes, junio 27, 2008

Espejón, el mármol de la Corona

El martes, 23 de junio, había caído una buena tormenta por Pinares. Agua que había lavado el monte del polvo de la carretera y empapado el suelo de las hierbas aromáticas, haciendo que el perfume de ellas nos fuera acompañando. Al aspirar fuerte, el ozono se nos metía por la nariz y la boca abriendo las vías respiratorias. Hace años decíamos “huele a ozono”, no sé si el ozono baja y huele, pero sí recuerdo unos botes de plástico con un líquido dentro, verdoso, en cuya superficie se leía “Ozonopino”, y que servía como ambientador doméstico.

Iba a Espejón a contarles a los miembros de la Asociación de Jubilados algo sobre cocina soriana. Mejor sería decir que acudía para que ellos me contaran cosas de Espejón y siguieran alimentando mi necesidad de saber sobre el mundo rural. Me acompañaba mi amiga-hermana Isabel, quien se habrá inspirado para escribir algún hermoso relato.

Para llegar a Espejón hay dos caminos, el más cómodo es por San Leonardo, pasar Hontoria y tomar una carretera que conduce a Navas del Pinar y Espejón, ocho kilómetros de camino rural, curvado, pero hermoso como el mes de junio en Soria. Caballos en Navas y canteras en una pared del ancho valle, mármol real y sacro que luce en palacios, catedrales e iglesias. Mármol de Espejón, con eso basta.

Sus habitantes viven encantados en este pueblo llano, alrededor de la Iglesia, más cerca de Burgos que de Soria. Son amables, orgullosos de pertenecer al mundo más auténtico de todos, el rural. Han abierto recientemente un hotel, y cuentan con tres o cuatro bares donde poder reunirse a echar una cerveza fresquita.

Luciano Ovejero nos regaló, a Isabel y a mí, un recuerdo de Espejón que él mismo hace para colocar los lápices, con madera de pino. Saturnino Pascual nos dio una separata de la Revista de Soria para que conociéramos un poco más las tradiciones de su pueblo. El presidente de la Asociación –cuyo nombre, pese a habérmelo apuntado no recuerdo- quería pagarnos los sobadillos que compramos en la panadería. Y de eso quiero decir algo ahora, de la panadería de Espejón.

Cuando hacía con mi querido Mario San Miguel el espacio de fin de semana “A vivir Soria”, y recorríamos los pueblos, nos fijábamos, siempre, en las panaderías de aquellos en los que todavía persistían. Recomendábamos siempre, y ahora lo vuelvo a hacer aquí, que se entrara en ellas y se adquirieran todos los “elaborados”, tecnicismo éste que a Mario le hacía mucha gracia.

Pues en Espejón está viva y coleando la Panadería Fernando. Compramos lo que tenían esa tarde, españoletas y sobadillos. A cual más bueno, más tierno, más sabroso, más exquisito. Me quedo, por aquello de la sorianidad, con los sobadillos, que no llevan más ingredientes que manteca, masa de pan, harina y azúcar glass, pero tan en su punto de textura y sabor, que obligan a volver sólo para comprarlos.

sábado, junio 21, 2008

Barca (Soria) princesa de la campiña

Hace unos días me dirigía a Barca para asistir a la presentación de la revista TRAZOS. El camino de Almazán a Barca tiene para mí, desde hace unos años, especial significado. En su recorrido situé “Al otro lado del puente”, y lo vivo intensamente, pues a él dediqué muchas emociones y unas vivencias que hice mías, las que no lo eran, y creé las que supuse que les hubieran gustado vivir a los protagonistas.

Al margen de estas sensaciones tan íntimas, objetivamente, el camino hacia Barca es una belleza compuesta (más concretamente ese día en que el cielo dio un respiro) por vegetación de ribera que crece con las raíces alimentadas por las aguas del río Duero adivinado, campos de regadío y monte bajo, con todos los tonos del verde, interrumpidos por las flores de las cunetas y un campo de amapolas que crecía enfrente de la vieja estación de Barca. Y el cielo de Soria, azul y blanco, cubriendo la delicadeza de un paisaje de donde uno no querría irse.

Al entrar a la villa de Barca me dije que sus habitantes, en lugar de agricultores, se dedican al oficio de jardineros. Creo no equivocarme si digo que Barca es el pueblo mejor cuidado de la provincia. Debe ser el pundonor de sus habitantes, con Juanita Garzón al frente, el motivo que les lleva a mantener el pueblo, sus casas, sus calles, sus jardines y sus entornos, como si fuera su propia casa, presta para el visitante y para ellos mismos, limpia y presentable, acogedora. No me extrañaría que alguien me dijera que en Barca se limpia hasta el rollo jurisdiccional.

Como acostumbro, fui a dar un paseo hasta la ermita, a la que se accede por un paseo empedrado, y traté de ver, a través del ojo de la cerradura, qué sencilleces guarda su interior, sin conseguirlo. La próxima vez pediré la llave, pensé como siempre. A través del césped mullido llegué hasta el lavadero recién restaurado, una mezcla más que considerada de vetustez de la piedra de sillar de la fuente, y techumbre moderna del propio lavadero, que irá cogiendo la pátina del tiempo. Han hecho un merendero alrededor del conjunto, y pensé, una vez más, que Juanita lucha por conseguir lo que quiere y ha hecho de Barca el pueblo más limpio y mejor cuidado de todas nuestras tierras.

Cuántas consejas, canciones, picardías, redioses, penas y alegrías, habrán visto y escuchado las piedras del lavadero, y cuántas se habrá llevado el agua, junto con el jabón. Qué pueblo tan bonito, qué gente tan amable, y qué tierra esta de verde y azul.

viernes, junio 13, 2008

La huelga de camioneros

Estoy esperando con verdadera ansiedad que la Dirección General de Tráfico nos de a conocer datos de la incidencia de la huelga de camioneros, o de transportistas, que viene a ser más o menos lo mismo. Pero no esos que cada hora, en cada informativo, por todas las cadenas de televisión y emisoras de radio nos ofrecen, o machacan. Me refiero a otros datos: la comparación de los accidente en carretera, con muertos incluidos, comparando los de otros años por las mismas fechas. Todo hace pensar que, si esos datos se dan, no vendrán ni de la DGT ni del Ministerio del Interior, o del que corresponda.

No se trata de culpabilizar a los camioneros, son conductores y hay de todo. Pero sólo es necesario oír o leer las noticias, para comprobar que en la mayoría de los accidentes hay uno de ellos implicado, quien, por cierto, resulta ileso en casi todos. Ellos, y los niñatos machitos con volumen discotequero en coches tuneados. Por distintas causas.

Como el resultado es de muerte, alguien tiene la culpa de todo esto, o de parte de ello, porque si bien un accidente es eso, también es cierto que muchos pueden evitarse. Los seres humanos como tal, a nuestro libre albedrío, nos equivocamos con constancia machacona. Allá cada cual en su individualidad. Pero cuando se trata de muertes, los que tienen que poner coto y freno a ello son los cargos públicos, a quienes se les paga –y muy bien- para que actúen como diosecillos protectores y empleen los dineros en evitar estas y otras acciones –o accidentes- que cuestan la vida de miles de personas al año.

No van a dar los datos de manera oficial, porque saben que en cuestión de tráfico no han ahondado en el problema buscando la solución que ya tienen en otros países europeos, que no es, ni más ni menos, el que los vehículos pesados circulen por unas vías, y el resto por otras. Es caro, pero más caro resulta las pérdidas de vidas humanas.

Los distintos gobiernos que se han hecho cargo de este país desde que comenzara a ser industrial y rico, se han dedicado, además de a cerrar los ojos al diseño de vías sólo para camiones, a cargarse el ferrocarril, ideal para según qué transportes. Y siguen ellos empeñados en que convivamos en autopistas, autovías y carreteras, unos y otros, padeciendo, en ocasiones, verdadero terror.

Es triste que los ciudadanos no quieran darse cuenta de una puñetera vez de esto, aunque les haya tocado perder familiares en el asfalto. Las multas y retiradas de puntos y carné, están muy bien para los niñatos descerebrados, para los propietarios de todoterrenos –como el que causó la muerte de no sé cuántos ciudadanos en Andalucía hace poco-, que como saben que a ellos no se les mueve ni el flequillo, van aterrorizando a los propietarios de coches normales y menos contaminantes. Pero los vehículos pesados necesitan otras vías, o el transporte otra manera de hacerlo.