martes, septiembre 18, 2018

Otíñar, un pueblo con amo

Foto Agustín Muñoz. Diario de Jaén


Dentro de siete años se cumplirán doscientos de la fundación de Otíñar (los colonos y descendientes decimos Otiña), o Santa Cristina. Tal vez, con el corazón puesto en esa efeméride, se ha rodado la película documental “Otíñar, un pueblo con amo”. Tres pases en dos días, más los que se irán sucediendo, en un salón lleno -el del recién inaugurado Museo Ibero-, da idea del poder de evocación que el topónimo “Otíñar” tiene para los pocos colonos que todavía viven y los muchos descendientes que crecen sin parar.

Los documentos son fríos, pero tozudos, no tienen alma y el investigador debe contener su necesidad de otorgársela. Tampoco debe leer y transcribir esos documentos ni con la mirada actual, ni con la suya propia. Cuando el rey Fernando VII, de infausta memoria (a día de hoy y durante toda la Historia), capaz de celebrar los triunfos del francés en su propia patria arrebatada, dio en señorío unas tierras, pululaban por buena parte de Andalucía bandidos a quienes hoy daríamos otro apelativo más justo. Unos bandoleros que el propio rey había creado con su política. Por aquellos años, no lo olvidemos, el rey no sólo reinaba, era una monarquía absolutista. Y, tal vez lo más importante, fueron años en que los españoles (muchos de ellos, la mayoría) gritaban “¡Vivan las cadenas!”, o “las caenas”, posicionándose así en contra de la Constitución de 1812. Por aquellos años no existía más Justicia que aquella que el rey estuviera dispuesto a otorgar. En ese caldo de cultivo se concedió la baronía de Otíñar.


Dicen que el rey Fernando VII agradaba al pueblo español porque era castizo, de vez en cuando se acordaba de los pobres, tocaba bien la guitarra, aunque en materia de gobernación fuese un desastre, algo que al pueblo llano le importaba más bien poco. Se casó cuatro veces, la última con su sobrina carnal, hija de su hermana, veinte años más joven que él, una princesita que le sobrevivió cuarenta y cinco años y quien, en cuanto que un alabardero le ofreció un pañuelo donde recoger sus reales secreciones nasales, se aferró a él y procreó bastantes Muñoz Borbón, o Rianzares, título que concedió a su segundo marido. Juerguista el rey Fernando, se hizo amigo del primer señor de Otíñar o Santa Cristina, de quien se dice blanqueaba los dineros de un bandolero, cuyo retorno (si es que se habían ido) propició el rey Fernando con su política y los Cien mil hijos de San Luis llegados de Francia a sustituir al ejército del que el rey no se fiaba ni un pelo. Este hecho lo recoge Antero Jiménez Antonio en su novela, basada en hechos reales, “La maldición del corregidor”, que trata sobre los Botija, naturales de Torredelcampo. Parece ser que Jacinto Cañada y Rojo era amigo de este grupo de bandoleros, o proscritos, y en algún momento les facilitó cobijo en Otíñar: “Don Jacinto los ocultó todo el tiempo que pudo y mis hermanos se sintieron como en casa propia, e incluso pudieron ir varias veces a escondidas a Torredelcampo”. Parece ser que el algún momento de la historia de los Botijas, según narra Antero Jiménez, los pueblos de la Sierra Sur de Jaén estuvieron enseñoreados por ellos: “Además de los pueblos ya citados, desde la Pandera a Otíñar, desde Jabalcuz hasta los Morteros, y desde allí hasta Martos, la cismática banda del menor de los Botijas imponía su ley”.


Ubiquemos Otíñar. Jaén es una provincia marcada por las sierras de la Subbética y prebética, escarpadas y con abundantes almacenes de agua, que propician el nacimiento de varios ríos, los más importantes el Guadalquivir y el Segura. Míticas suenan a los oídos Sierra Morena, Despeñaperros, Cazorla, Segura, Mágina, Jabalcuz y la Sierra Sur, entre otras, donde se ubica Otíñar. La quinta parte del territorio de Jaén cuenta con protección: el Parque Natural de la sierra de Cazorla, Segura y Las Villas es el más extenso, y a él se le unen otros como el Parque Natural de la Sierra de Andújar, o el de Despeñaperros, y rodeando la propia capital el Periurbano de Santa Catalina. Sabido es que los antiguos pobladores se instalaban en lugares donde abundara el agua, por consiguiente la caza y, muy importante, donde pudieran protegerse de otras tribus. En Jaén no había necesidad de construir murallas, salvo en los pueblos de la campiña. Por eso abundan las pinturas rupestres y los abrigos rocosos en un territorio de íberos, el de los oretanos, cuyo significado, precisamente, es montañeses. Por la provincia de Jaén han pasado todos los pueblos, todas las civilizaciones: cartagineses, romanos, almorávides, almohades y castellanos. 

 

Otíñar es un compendio de todo lo anterior. La Sierra Sur, el río Quiebrajano, pinturas rupestres, el abrigo del Toril con inscripciones, paredes que rezuman agua como el Covarrón, dolmen, calzada romana, camino medieval, castillo protector de ese camino. Ahí, en ese espacio mágico, cerca del castillo de Otíñar, que vigilaba el paso de Jaén a Granada y protegía una aldea medieval, en unos terrenos que pasados los años se ha demostrado no le pertenecía ni al primer señor, ni al rey, allí, rodeado de nombres pensados para la poesía, de riquezas históricas, de pinturas rupestres y petroglifos, el señor edificó unas casas, parceló un terreno, y como Dios en la creación, dio a cada familia lo que pensó era conveniente para la subsistencia. Ya Carlos III lo había hecho en las Nuevas Poblaciones, hizo llegar a gentes de centro Europa. El primer señor, Cañada de apellido, no fue tan lejos. El rey le había concedido una baronía, la de Otíñar, que no se mantuvo, tal vez porque los descendientes nunca pagaron el impuesto de la media annata, indispensable para suceder en el título. En este entorno tocado por todos los dioses que el hombre sea capaz de adorar, está rodada en buena parte la película “Otíñar, un pueblo con amo”.


Existe un informe demoledor, firmado en 1831 por Juan Gabriel de Bonilla, donde acusa al primer barón de aprovecharse de los terrenos para hacer una empresa lucrativa cuando, en la esencia de la nueva población está, precisamente, el hecho de que le sea dispendiosa y procure ventajas al Estado. Y tan lucrativa, que quemó el monte para extraer madera y elaborar carbón y arrendó los pastos por un precio superior al interés del canon. Con ser todo muy curioso, además de previsible desde la óptica actual, llama especialmente la atención el que entre las condiciones para la fundación de la aldea de Otíñar estuviera la de creación de la Casa-Concejo. Si todo era privado, si existía un amo en aquellas tierras, no se entiende que se le obligue a tener Concejo. El Concejo o la Casa Consistorial era el lugar donde se reunían los concejales para solucionar los problemas del pueblo o la villa. Existían (y en algunos pueblos de Castilla todavía existen) los Concejos abiertos, donde se convocan a todos los vecinos y no sólo a los representantes. Lo de Casa-Concejo en Otiña tiene todos los visos de tratarse de una ironía, o no, ya que finalmente la Casa-Concejo debió servir de residencia a los amos, los auténticos alcaldes in pectore.

Naturalmente y nada más fundar la aldea, fue necesario habilitar un espacio para cementerio. Allí, serían enterrados los colonos, en la tierra. Creo que es la mejor forma de ser enterrado, confundidos con la tierra madre, abonándola, haciendo que de los restos mortales surja de nuevo vida. Y también fueron entregados a la tierra los señores. De los colonos no podemos encontrar ahora ni un trozo de la cruz de madera, o de hierro, que colocaran allí los deudos. Nada para el recuerdo. De los señores sí, todavía, en forma de mausoleo sencillo, unas placas con el nombre de algunos de ellos, se conservan a la izquierda de la entrada. 
 

Jacinto Cañada cambió varias veces su testamento legando la aldea a una u otra sobrina y, en el primero, a su hermana. Era el año 1834 y la encarece a “... que proteja a aquellos infelices colonos que con el sudor de su frente están contribuyendo a su mayor prosperidad y grandeza”. Diez años después, al testar a favor de su sobrina María Juana Nieto y Cañada, repite que se proteja a los colonos y le encarga “...que a los rotureros de La Parrilla se les cumpla religiosamente sus contratos continuándolos en ellos si no dieran motivos fundados para revocarlos”.

Durante décadas vivirían los otiñeros una vida todo lo feliz que es deseable, con alegrías y duelos, sin adivinar lo que se les venía encima. Son los recuerdos que iluminan los ojos de colonos y descendientes en “Otíñar, un pueblo con amo”, mientras que, a partir de 1939, el sufrimiento toma el relevo en las miradas. Esos años son los que me transmitió mi madre, de los otros nunca habló. Durante la República, Otíñar llegó a tener 350 habitantes y escuela. Pero en aquel lugar entre riscos y agua, tan bien mostrado en la película, con tanta maestría expuesto, aquel paraíso natural, como en cualquier pueblo de España, por perdido que estuviera, la guerra se notó de forma terrible, hubo allí, como en todos los lugares, represión. Cuando se rebelaron los fascistas, el gobierno de la República acuerda la expropiación, sin indemnización, de las fincas propiedad de los rebeldes a favor de los colonos arrendatarios, que explotan la finca de forma colectiva. Fue en octubre de 1936 cuando Antonio Rueda Muñiz se encarga de cumplir la orden de Vicente Uribe, subsecretario de Agricultura. Parece ser que todo fue bien durante esos años. Los otiñeros, desde que en el primer tercio del siglo XIX se instalaron allí, tenían poco que envidiarse entre ellos. Se envidia lo que se ve y no se posee, pero en Otíñar eran todos más o menos iguales. Lo que veía uno lo veía el resto y como el agua, los riscos y la vegetación no se pueden poseer, sólo contemplar, ellos los contemplaban juntos. La colectivización debió suponer un bien añadido.


Mientras, las noticias de que Rodríguez de Cueto, capitán de la Guardia de Asalto de Jaén, el dueño entonces de Otíñar por matrimonio con María del Dulce Nombre Martínez, ferviente partidario de la sublevación, estaba en la toma de la Virgen de la Cabeza, les llegaría en forma de rumor. Tal vez ni se enteraron de que en plena guerra, en julio de 1937, don José asistía a una conferencia que dieron a Flechas y Pelayos en el palacio de Carlos V, en una Granada ya conquistada y libre del dramaturgo y poeta Federico García Lorca. Como el hecho de que el gran poeta Miguel Hernández se encontraba en Jaén, en un palacio de la calle Llana, responsable cultural del frente Sur, y también durante un tiempo en el mismo santuario que el señor.

Dicen que la alegría en casa del pobre dura muy poco. Que yo sepa, ningún latifundista, ningún rico, ningún cacique, se ha conformado cuando la suerte le ha sido adversa. También a Otíñar llegó la rebaja. Existe un informe presentado por Juan Carlos Roldán, en nombre de la Plataforma ciudadana “Por Otíñar y su entorno”, enviado a la Dirección General de Memoria Democrática de la Consejería de Cultura. Se trata de un relato de los hechos acaecidos en la aldea durante la guerra. Este informe ha sido contestado por el cronista de Jamilena, quien tiene entre sus referencias a un fraile y a un voluntario de la División Azul, además de ser familia política de quienes en la actualidad poseen parte de la finca de Otíñar.

Para unos, los años de guerra, preludio de lo que vendría después, no serían más que unos tiempos de incertidumbre y dolor, aunque con la convicción de que las cosas no iban a cambiar demasiado. En Otíñar las noticias llegarían tarde, sesgadas y tal vez matizadas. Para otros, implicados en la colectivización de la tierra, que fue un mandato del gobierno legalmente constituido de la II República Española, contra el cual, aunque hubieran querido, hada hubieran podido hacer, las cosas irían por otros derroteros. Y digo que fue un mandato de la República, porque en la Gaceta de Madrid nº 282, de 8 de octubre de 1936, se publica un decreto del Ministerio de Agricultura, firmado por Vicente Uribe, a la sazón ministro donde, textualmente, se decreta en su artículo 1º: “Se acuerda la expropiación sin indemnización y a favor del Estado de las fincas rústicas, cualesquiera que sea su extensión y aprovechamiento, pertenecientes el 18 de julio de 1936 a las personas naturales o sus cónyuges y a las jurídicas que hayan intervenido de manera directa o indirecta en el movimiento insurreccional contra la república”. 
 

Y llegó la hora de la venganza. Volvieron las primicias feudales a la calle Espiga, el reclamo de la deuda contraída en los meses de la colectivización, el envío de militares para acojonar a los colonos, los fusilamientos fingidos tan queridos por los fascistas en toda España, el cambio de tierras para desvincularles de ellas, la huida lenta con los escasos avíos hacia la capital, la llegada de mano de obra de otros lugares que los otiñeros verían como el golpe final, la entrega del poder a manos de un hijo que veía en los colonos esclavos (¿conocían sus padres el carácter del hijo y lo hicieron a propósito?). Hasta el final, tanto, que las tumbas de los habitantes de Otíñar han sido profanadas y arrasadas.

Esta conmovedora película documental ha sido, dirigida por José Tudela, la encargada de dar voz a colonos y descendientes. Recreada entre los límites de la Bríncola, Carboneros, Cimbra, Cañada de las Azadillas (Cañá l'Azadilla), en el habla otiñera, el castillo, el viejo camino a Granada, los paisajes magníficos, dignos de templos naturales (como lo son en algún caso), se van interrumpiendo por las conteras de las personas que, a día de hoy, todavía no han superado la expulsión del paraíso, de una tierra que, como bien dice el antropólogo social José Luis Anta, sustenta al hombre, por lo que es imposible desvincularle de ella. Como dice el juez Garzón, “el olvido no puede ser ni impuesto ni inducido”. Hablan con lágrimas en los ojos, algunos sin poder reprimir el llanto. Recuerdan la bondad de la tierra y la maldad del amo y pasan de un instante de felicidad recordando la vida en las vegas, en los pobres hogares, pero suyos, a un largo y amargo recuerdo, tanto como el camino que desde Otíñar va a Jaén, muchos a vivir a la Alcantarilla, porque desde ahí ven los montes otiñeros. Hablan del señorito que mataba las gallinas, del suicidio de Matías y la negativa a descolgarlo del olivo, del empujón en la sierra que le costó cuatro dedos a uno de ellos. Juan Roldán cuenta cómo con sus propias herramientas le destrozaron los árboles frutales: “Que se lleven la tierra de arriba, la de abajo será siempre mía”. 

 

En el epílogo, la esperanza. Las instituciones jiennenses, con el Ayuntamiento al frente, por unanimidad, aprueban la defensa y recuperación de la parte pública del poblado, especialmente de los caminos. Las lágrimas de Juan y Juan Carlos Roldán, al final del pleno, fundidos en un abrazo, lo dicen todo. Pero a día de hoy, los propietarios siguen controlando el acceso a los caminos.

Será por ser descendiente de esa tierra por lo que “Otíñar, un pueblo con amo”, me ha parecido una de las mejores películas documental que he visto en mi vida. Para mí la mejor, desde luego. He reconocido en todos y cada uno de los que recordaban, a todos y cada uno de los muchos asistentes a los pases, los rasgos de mi familia. Les he abrazado como abrazaría a mis abuelos, como abrazamos los andaluces.

Por orden de aparición:
Luis Garrido, profesor de la Universidad de Jaén. José Luis Anta, antropólogo social. María Sutil, colona. José Sutil, colono. Juan Roldán, colono. Rosario Buitrago, colona. Dolores Buitrago, colona. Cándido Zafra, colono. Isabel Goig, descendiente. Baltasar Garzón, juez, nacido en La Torre (Jaén). Salvador Cruz, historiador de la Universidad de Jaén. José Parras, colono. Angelines Soler, colona. José Chica, colono. Ramón Sutil, el último colono. Francisco Roldán, colono. Teresa Quesada, descendiente.
Mención aparte para Juan Carlos Roldán, alma de este proyecto y de todos cuantos se llevan a cabo para y por Otíñar.

Dirección: José Tudela. Producción: Cuatromedia. Soluciones Audiovisuales. Guion: Juan Luis Sotés, Juan Armenteros. Redacción: Juan Luis Sotés, Concha Araujo, Juan Armenteros. Locución: Jordi Boixaderas. Fotografía y edición: José Tudela. Grafismos: Juanjo Morón. Postproducción y animación: Pedro A. Tudela. Ayudante de producción: Laura Gavilán. Sonorización: José Pérez-Sonoarte. Foto fija: Laura Gavilán. Operador de dron: Fernando Bueno. Arqueólogo y localización: Manuel Serrano Araque. Ayudantes de dirección: Pedro A. Tudela, Laura Gavilán. Archivo: Archivo.org.

Agradecimientos: Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica en Jaén. Junta de Andalucía. Diputación Provincial de Jaén. Instituto de Estudios Giennenses. Archivo Histórico Provincial. Asociación Iniciativas Andamios para Ideas. Universidad de Jaén. Juan Carlos Roldán. Miguel Ángel Valdivia. Manuel Serrano Araque. Narciso Zafra. Félix Sutil. Gabriel Gámez. Baltasar Garzón. Marcos Gutiérrez. Manuel Fernández Palomino. Rafa Rus. Francisco Roldán. Ana María Cánovas. Y yo añado el de Concha Choclán, directora del Museo Íbero, por poner todo el empeño en que el segundo día se pudieran hacer dos pases seguidos.

Una producción de Cuatromedia Soluciones Audiovisuales.