sábado, septiembre 28, 2013

Cuentos para no dormir



Què volen aquesta gent
que truquen de matinada?

… cantaba María del Mar Bonet en los duros años del franquismo. Esos años inolvidables por mucho que se empeñen quienes pergeñaron la santísima transición, por mucha gasolina que Martín Villa rociara sobre la documentación secretísima mientras conjuraba para que todos olvidáramos, por mucha ancianidad que ahora se perciba en el rostro de Luis Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño”, a quien el arriba mentado concedió, el mismo año que destruyó las pruebas de los crímenes del franquismo, una medalla.
Los humanos, cogidos de uno en uno, puede ser, y de hecho lo es, que tengan capacidad para olvidar duros trances vividos, pero todos juntos, a la vez, por mucho que los políticos se empeñen, no.
Por eso, ahora, no es que González Pacheco surja de la neblina de la memoria, es que siempre ha estado presente en aquellos a quienes torturó y en las familias de quienes “se suicidaron”, tirándose por la ventana de una estancia donde estaba siendo “interrogado”.
Argentina, que ha padecido los rigores y asesinatos de una dictadura militar, que ha visto cómo desaparecían sus hijos y nietos, pide, a través de sus jueces, la extradición de unos cuantos torturadores españoles. Sin esperar a la justicia divina, último recurso de los creyentes asesinos y de quienes le apoyan, que van a dios rogando y con las armas matando.
Y este hecho, que debería hacer enrojecer de vergüenza a los políticos españoles desde 1975, les hará sonreír, e incluso reír. Porque ellos ríen siempre. No hay más que ver –si hay estómago- a esos imputados que tal vez nunca acabarán encarcelados, reír cuando aparecen por la televisión. Se ríen los corruptos, se ríen los torturadores, y lo hacen en las mismas barbas de los jueces y de los ciudadanos, con gesto estúpido y a la vez altanero, como quien sabe, unos –los políticos- que no van a acabar en la cárcel, y los otros, sus necesarios, que puede ser que acaben entre rejas, pero con el dinero a buen recaudo.

domingo, septiembre 08, 2013

Judes y el final del verano




Me parece que este ha sido el menos duro, o ha pasado rápido (ahora todo discurre con demasiada rapidez). Me refiero al verano, la estación del año, para mí, más antipática, si es que esa cualidad se puede aplicar al conjunto de tres meses del año. Los más enterados dirán sí, sí, se puede, estás personificando. Bueno, pues eso.
He acudido allí donde las obligaciones familiares me lo han permitido: Móndidas de Matasejún, de Sarnago, visita a Valloria, a un foro social en Fuentes de Magaña, presentación de mi última novela La Vara de la Libertad, y poco más.
Como no me he movido de Soria y sus tierras, he seguido las noticias y he comprobado, día a día, que los problemas tampoco se han ido de vacaciones. Siguen todas las vergüenzas ahí, el barcegate, el urdangate, los parados, los corruptos, todo y todos siguen pululando sobre nuestras vidas tratando de amargarnos la existencia.
El último día de agosto, carretera y manta, fui hasta Judes. Pasé siete, ocho o nueve rotondas en catorce kilómetros, alrededor de Almazán y, ante el temor de tener que enfrentarme a más, hui por el cruce que, pasando por Taroda y Utrilla, conduce a Arcos de Jalón. Es el tipo de carretera que más me gusta. Su trazado y el estado de conservación de algunos tramos obliga a circular a 70/80 kilómetros, cuando no a menos, y puede una recrearse en el paisaje casi desértico por donde dice un amigo mío que cualquier día veremos aparecer un camello, de los de cuatro patas, me refiero.

El día era precioso, de otoño, límpido. Desde Arcos a Judes, la sierra del Solorio va acompañando al viajero con la modestia de sus sabinas, primero jalonando cultivos y, ya por Chaorna, enseñoreándose de todo. La única muestra de progreso de toda la zona es un túnel sobre el cual discurre la vía del AVE. Todas esas tierras fueron adquiridas muchos años atrás, por un prócer, antes de iniciarse las obras para ese tren, a precio de saldo, y poco después expropiadas a precio de información privilegiada.
Judes, lo he dicho muchas veces, es un pueblo muy interesante. Algún día mi amigo Santi tendrá que ocuparse en la investigación de él. Además entre los vecinos hay una armonía envidiable, gente amable y educada donde las haya. Vi y sopesé las arras de plata de los reinados de Carlos III y IV, visité la iglesia restaurada, los edificios que albergaron cárcel y hospital, sin ser villa, tal vez por discurrir por allí uno de los caminos hacia Aragón.
Allí me esperaba Pilar que había cocinado para mi agasajo (cuando debería ser al contrario, ella la agasajada por mí), una judías que hace como nadie, además de otras viandas, y para postre un arroz con leche (receta tal vez heredada de su marido asturiano), que había sido aromatizado con vainilla llegada desde Indonesia. Pilar me ilustró sobre costumbres y ritos judeños y me regaló una receta de cocido con panzote entre otros ingredientes. Del panzote ya diremos en el web.


El paseo por el barrio alto habría de depararme otra sorpresa que cada año que pasa resulta menos sorprendente. Unos madrileños (aunque uno de ellos nació en Tardelcuende casi por casualidad) han adquirido una casa en Judes y la están restaurando. Son el matrimonio formado por Pedro y Susana, y Richi, un hermano. El barrio de arriba es un espacio por donde no pueden circular vehículos, lo cual es ya una garantía de tranquilidad. Está en alto, y desde cualquier ventana puede verse el Moncayo, las tierras de Soria hasta la Ribera y ya, más cercano, la mezcla de las tierras de labor y sabinas. Un pequeño paraíso. En él también vive, una parte del año, Pilar.
Pedro y Susana han decidido huir de Madrid, al menos un tiempo al año, de momento. Cada mes, cada año, se percibe en este mundo rural un lento, pero imparable retorno de personas que desean huir de las grandes urbe donde, a decir del mismo amigo, millones de personas intentan engañarse los unos a los otros. Están restaurando la casa, de piedra y madera de sabina que nunca pierde el aroma, con sus propias manos. 

Como dije en el foro social de Fuentes de Magaña, el mundo rural es la solución. La población bien repartida puede defenderse mejor de las agresiones corruptas, de los acosos de especuladores que ven el caldo de cultivo en poblaciones millonarias.
Hay que volver al pueblo, a la naturaleza, rebajar el listón que nos han puesto con la zanahoria al final del palo, saber valorar lo esencial y no lo accesorio.
Desde luego con todo el respeto a quienes quedaron en los pueblos custodiando la tierra, los edificios, los ritos y las costumbres. Y sin pretender que nos lleven la luz y el agua al alto del Cayo, por ejemplo.