domingo, enero 25, 2015

Buenos días, miedo



Me parece que hace meses que no cuelgo nada en mi blog, y debe ser así, ahora cuando cuelgue esta entrada me fijaré. Podría excusarme escribiendo sobre mi maravilloso ordenador perdido para siempre por un corte brusco del suministro eléctrico, y sería cierto. También lo es que ahora soy feliz propietaria de otro más maravilloso todavía, con el que no hay forma de entenderme y duerme sobre una mesa mientras utilizo uno viejo destinado para mis nietos hace ya años. O, también podría colar la excusa de que ando medio enloquecida corrigiendo la que será mi próxima publicación sobre costumbres. Pero todo lo anterior serían sólo excusas.
La realidad es que estoy preocupada, indignada (en fino), cabreada y acojonada (se ajusta mejor a mi forma de expresarme). No sé si será por lo de la globalidad o por el exceso de medios de información y por el hecho de que, por cualquiera de ellos entran noticias, se cuelan en cuanto nos descuidamos, unas noticias estremecedoras. Es que estamos en la tercera guerra, sin duda ninguna. Por cualquier rincón del mundo la gente mata con la misma naturalidad que se pela una mandarina. Y mucha culpa, sí culpa, de lo que está sucediendo en el mundo occidental (ese que a veces hemos denostado tanto, ¡la vieja Europa! ¡la puta Europa!) la tiene nuestra generación. Si la de mis padres fue la perdida, la nuestra, la de los que ahora caminamos por la sesentena, ha sido una generación que tendrá que responder ante la historia por haber inculcado un respeto desmedido hacia otras culturas y otras religiones que, como estamos viendo, no merecen ni respeto, ni consideración. Porque si en nombre de esas culturas y, sobre todo, de esas religiones, se mata, se quita la vida, todo lo que puedan tener de respetable se pierde irremisiblemente.
Nunca pensé que algún día estaría de acuerdo con lo que Oriana Fallaci escribió tras los atentados del once de septiembre de hace más de catorce años. Nunca pensé que algún día escribiría que muchos de nuestra generación no fuimos otra cosa que unos progres de mierda, que la gauche divine barcelonesa era eso nada más, una izquierda divina con sus miembros sentados en Bocaccio, combinado alcohólico en mano, dándose coba unos a los otros, pensando que estaban reescribiendo la historia, mientras ligaban entre ellos en una endogamia cultural irrespirable, o algún poeta impregnado de ego escapándose en algún momento para ir a buscar jovencitos por las calle húmedas del Barrio Chino barcelonés. Nunca pensé que llegaría a escribir que la puta Europa es, en realidad, nuestra casa común donde podemos escribir lo que nos dé la gana, casarnos o no con quien nos dé la gana, despelotarnos en las manifestaciones, tomar el sol en bolas, protestar por lo que no nos gusta, y reírnos de nuestra sombra.
Y eso, al menos eso, lo queremos seguir haciendo. Ya que otras consideraciones más profundas, la angustia que estamos viviendo por la codicia de unos pocos, es objeto de otros análisis. Pero al menos queremos seguir siendo libres en el día a día, sin el miedo de que cualquier hijo de puta nos pueda abrir la yugular.
“Hola pánico, adiós libertades”, titula la revista El Jueves una de sus portadas. No se puede decir más con menos.
Análisis profundos que se encargarán de hacer los herederos de nuestra generación, educados en la tolerancia más exquisita (para algunos temas), en lo políticamente correcto (¿qué es eso?), y que hallaran excusas y justificación para los actos más abominables y las conductas más cerriles.

Conste que pensaba escribir sobre Fátima Báñez (¿por qué no le hacen un análisis psiquiátrico a esa mujer?) y sus rojos y azules, a treinta y ocho años de la sacrosanta Constitución. ¡Vaya mundo! Como si la vida fuera un borrador.