jueves, octubre 31, 2013

Corruptos y provocadores



Entre todos los despropósitos que se leen, escuchan y ven a lo largo del día, tal vez sean de los menos importantes aquellos que se refieren a los políticos y los corruptos. Están muy lejos de los dramas que se vive en la isla de Lampedusa; de las decenas de masacrados por cuestiones de religión; de los seis mineros que se han quedado para siempre en la mina; lejísimos de la tragedia de casi noventa inmigrantes muertos de sed en un desierto, la mayoría niños; o de la angustia que están padeciendo los millones de pobres con quienes nos cruzamos a diario. Si sólo, ¡sólo!, nos sintiéramos conmovidos por estos dramas, dejaríamos de percibir la insolencia de los corruptos, de quienes nos acosan desde la pantalla, desde el papel, y desde las ondas.
La desfachatez de los corruptos y la de los políticos que les han encubierto es, tal vez, uno de los hechos que más cabrea al personal. En primer lugar por la cuota de responsabilidad que les corresponde en la angustia y la pobreza en que viven sus conciudadanos.
¿Desde qué punto de vista se puede analizar esa desvengüenza y caradura de la que hacen gala, añadida al hecho de la corrupción? Que un ciudadano que hace cola en la oficina del paro un día sí y otro también sin resultados, que un asiduo de los comedores sociales, que unos todavía jóvenes de cuarenta o cincuenta años hayan visto su vida desmantelada, arruinada, por culpa de unos corruptos de diferentes escalas económicas, hayan de escuchar peticiones de criminales enchironados solicitando al juez dinero en efectivo para pagar los impuestos de sus numerosas propiedades, o el salario del personal de servicio, resulta más que sangrante. Porque, a estas alturas, no deberían tener ni propiedades, ni servicio, ni cremas hidratantes, ni tan siquiera agua embotellada.
O escuchar los lloros de empresarios –libres de cárcel de momento y lamentablemente sin visos de que la pisen en su asquerosa vida-, lamentarse por el recorte de viajes a causa de la crisis, por ejemplo, o porque han de apretarse el cinturón para llegar a final de mes -¡sabrán ellos lo que es apretarse el cinturón!- mientras residen en mansiones de lujo. Unas mansiones que, posiblemente, estén inscritas a nombre de hijos, nietos, primos o testaferros varios, conseguidas extraviando los dineros que, muy posiblemente, debían haber destinado a pagar a los empleados, o a los profesionales que han trabajado para ellos.
Todo esto, escuchado una y otra vez, viendo a veces sus caras de desalmados, adivinando una sonrisa, es insultante, una provocación insoportable
Pero el grupo de los corruptos, cada día más abultado, sigue tensando la cuerda, sigue cabreando al personal, sigue intentando engañar, sin darse cuenta de que no se puede engañar siempre a todos.