jueves, enero 20, 2011

Volver al huerto



Los políticos, casi todos marionetas del capital, están empeñados en que sus súbditos no pensemos. Por eso, colocan de cara al público a unos cuantos tontos útiles, que van creando debate artificial. Últimamente han sido dos los artificiosos debates, ambos promovidos por la inclasificable e incalificable Leire Pajín. El primero fue el estudio de cómo quitar la custodia de los hijos a los padres, sólo ante la denuncia de la madre, inventada o no. Como ese no armó mucho revuelo, debido al acojone de los varones, la ínclita nos ha dejado a todos los fumadores sin espacios más allá de nuestra propia casa. Yo no voy a decir nada de esto, porque lo que ellos quieren es precisamente entretenernos y evitar que pensemos cómo y de qué manera quitarles el chollo que tienen de por vida. Que por cierto, tenemos la solución al alcance de la mano.
Nací en una zona rural y vivo en otra de similares características, donde los hechos y el discurrir de la propia vida son muy asequibles al entendimiento. Lo que en la actualidad nos está pasando está causado, entre otros motivos, por el catetismo, palabra que no encuentro en ningún diccionario. Los catetos, en contra de lo que se cree, no son los aldeanos, que están en su digno lugar, y ya quisieran los urbanitas. Para mí, los catetos son los nuevos ricos, los pequeño-burgueses, y gente de similar catadura.
Esta gente ha sido pasto del capital. Los mensajes, vía publicidad, sobre todo a través de las cadenas de televisión, iban dirigidos a ellos, y han picado. Pisos, a poder ser varios, propiedades verticales colgadas en el aire. Coches, a poder ser varios y potentes. Viajes a lugares exóticos. Obras de arte sobre valoradas. En fin, las locuras más tontas, todas conseguidas a golpe de préstamo.
El resultado de esta crisis, artificialmente creada, es que los pobres serán más pobres, los ricos más ricos, y los medio ricos perderán algo, sólo algo, aquello que no hayan logrado colocar a nombre de testaferros, sea esposa legal, hijos, nietos, o quien sea, con tal de salvar lo que se pueda.
La solución la tenemos ante la vista, viven todavía muchas personas que nos pueden aleccionar, y son nuestros mayores. Ellos, hasta hace cincuenta años, han vivido en la mayor pobreza, y después, hasta ahora mismo, en la austeridad. Y no por eso les veo infelices, todo lo contrario. Volvamos al huerto y todo lo que ello conlleva. Demos una vuelta al piso y hagamos inventario de todo lo que hemos ido acumulando, innecesario, y que ahora sirve de soporte al polvo, que por cierto provoca alergias. Abramos los armarios y, si las polillas no han hecho de las suyas, la ropa acabará en cajas debajo de la cama, para poder reponer la de nueva temporada. Chorrada tras chorrada.
Comprar o alquilar una casa en un pueblo, pedir al alcalde que nos deje un huerto de esos que están, como muchas casas, arruinado, y volver a la vida de hace cincuenta años es la solución, no sólo a los problemas individuales, sino a los problemas en general. Se trata de hacer la puñeta a los que nos han manejado. Con ello, se repartiría la población, se volverían a abrir escuelas, se ahorraría energía y combustibles y, si siguiéramos al pie de la letra los consejos de los mayores, no harían falta ni los vertederos. En el mundo rural se aprovecha todo y no hacen falta ansiolíticos. Hay que recordar que en algunos pueblos de Soria facilitan mucho las cosas si se tienen niños en edad escolar y pueden evitar que se les cierre la escuela.
La industria pequeña, casi familiar, es en los pueblos lo suficientemente rentable como para conseguir un sueldo, nada más que un sueldo, que es de lo que se trata. Hacer unos quesos, hacer jabón, cuidar un pequeño atajo de ovejas, elaborar unas tartas, envasar tomates, ensartar collares, o aquello que la imaginación dé de sí. Si en los pueblos se fuera instalando la gente, la mediana industria se vería obligada a atomizarse. Y, en fin, en caso de que vengan mal dadas, se pueden colocar un par de colmenas, criar un cerdo, unas gallinas, unos conejos, y completar con ello el huerto.
Hay comodidades a las que nadie está dispuesto a renunciar, pero también se pueden tener en el mundo rural: la televisión, la lavadora, Internet… Las consolas y demás tonterías también funcionan en los pueblos, pero en ellos los niños las necesitarán menos, y las actividades extraescolares pagadas también, porque los juegos en la calle, con otros niños, están todos inventados.
De igual manera que nos condujeron a lo inútil e insustancial, podemos darle la vuelta a la tortilla, y fastidiarles el chiringuito. Es más fácil de lo que se cree, sobre todo para personas de mediana edad hartas de grandes ciudades, que pueden alquilar la propiedad que tienen en el aire y vender uno de los dos o tres coches de los que disfruta la familia.