Un estudio de la OCU dice que un veinte por ciento de los ciudadanos europeos están sometidos a contaminación acústica y que veinte millones sufren graves alteraciones del sueño y pueden acabar –de hecho acaban- sufriendo enfermedades tales como pérdida de capacidad auditiva, reacciones por estrés, alteraciones del sueño, funciones mentales afectadas.
Por pequeñas que las ciudades sean, por ejemplo Soria, el ruido, sobre todo en verano, resulta insoportable, sobre todo si se vive en el primer piso de un edificio viejo, en una calle que es de doble dirección, y que se dirige hacia la zona que se ha convertido en la más habitada de la capital, alrededor del Hospital viejo, o de la carretera de Logroño.
No sólo la calle Clemente Sáenz –a la que me estoy refiriendo- sufre el acoso del estrépito y el ruido. Parece que la ciudad termina en la plaza del Rosario y Tejera, y de ahí para arriba la Policía Municipal ni se conoce las calles. Tanto es así, que un día, hará más de un año, vi a un agente y le di las gracias, pero resulta que estaba controlando el derribo de una casa vieja.
Por la zona Norte de la ciudad circulan las motos a escape libre en busca del barranco que hay Mirón abajo, detrás de la colegiata. El ruido a veces es tan ensordecedor que tiemblan los cristales, y es cierto. Los vehículos de cuatro ruedas –ahora se han sumado los quads- al no encontrar ningún paso de peatones desde el inicio de la calle de Las Casas hasta la carretera de Logroño, ni bandas sonoras, ni semáforo intermitente, alcanzan –sobre todo en la madrugada- velocidades que, como conductora experta (treinta y cinco años de permiso de conducir y muchos miles de kilómetros a la espalda), puedo calcular, a ojo, que superan los ciento veinte kilómetros.
La noche-madrugada sigue con el camión de la basura que pasa, según sea verano o invierno, entre la una y las dos de la madrugada. Se me dirá que esto es inevitable, pero recuerdo que hace ya muchos años, Segovia encontró la forma y manera de que se recogiera la basura a horas menos intempestivas y con unos vehículos silenciosos. Y se completa –la noche-madrugada- con las personas ociosas que recorren las calles a grito pelado o tocan los timbres de los porteros automáticos –yo hace tiempo que desconecté el mío- o con los portazos en los vehículos, cuyos propietarios mantienen el contacto mientras se despiden de la novia o esperan que bajen los que ha venido a recoger. Da igual la hora que sea. Por no hablar de las televisiones a todo volumen, cada vecino con una cadena distinta.
Podríamos seguir con los ruidos innecesarios durante el día, como si esos no molestaran. Y aquí nos encontramos con los jubilados gozosos que se entretienen arreglando cosas innecesarias a golpe de taladro eléctrico. O abriendo, una y otra vez, zanjas. Todo está en construcción. Este país está en construcción desde hace cuarenta años y no acabaremos nunca.
De todo esto se deduce, en primer lugar, la falta de educación ciudadana, pues todos y cada uno de nosotros somos responsables de nuestra ciudad. En realidad no debería hacer falta que policía alguna estuviera por las calles, con que cada cual se supiera comportar con educación sería suficiente.
Por eso creo necesario, imprescindible, esa asignatura que debe ser obligatoria, para la educación de la ciudadanía. La cuestión religiosa, y por tanto espiritual, debe ser cosa de cada familia primero, y de cada uno después. El ser un ciudadano educado nos atañe a todos.
Por pequeñas que las ciudades sean, por ejemplo Soria, el ruido, sobre todo en verano, resulta insoportable, sobre todo si se vive en el primer piso de un edificio viejo, en una calle que es de doble dirección, y que se dirige hacia la zona que se ha convertido en la más habitada de la capital, alrededor del Hospital viejo, o de la carretera de Logroño.
No sólo la calle Clemente Sáenz –a la que me estoy refiriendo- sufre el acoso del estrépito y el ruido. Parece que la ciudad termina en la plaza del Rosario y Tejera, y de ahí para arriba la Policía Municipal ni se conoce las calles. Tanto es así, que un día, hará más de un año, vi a un agente y le di las gracias, pero resulta que estaba controlando el derribo de una casa vieja.
Por la zona Norte de la ciudad circulan las motos a escape libre en busca del barranco que hay Mirón abajo, detrás de la colegiata. El ruido a veces es tan ensordecedor que tiemblan los cristales, y es cierto. Los vehículos de cuatro ruedas –ahora se han sumado los quads- al no encontrar ningún paso de peatones desde el inicio de la calle de Las Casas hasta la carretera de Logroño, ni bandas sonoras, ni semáforo intermitente, alcanzan –sobre todo en la madrugada- velocidades que, como conductora experta (treinta y cinco años de permiso de conducir y muchos miles de kilómetros a la espalda), puedo calcular, a ojo, que superan los ciento veinte kilómetros.
La noche-madrugada sigue con el camión de la basura que pasa, según sea verano o invierno, entre la una y las dos de la madrugada. Se me dirá que esto es inevitable, pero recuerdo que hace ya muchos años, Segovia encontró la forma y manera de que se recogiera la basura a horas menos intempestivas y con unos vehículos silenciosos. Y se completa –la noche-madrugada- con las personas ociosas que recorren las calles a grito pelado o tocan los timbres de los porteros automáticos –yo hace tiempo que desconecté el mío- o con los portazos en los vehículos, cuyos propietarios mantienen el contacto mientras se despiden de la novia o esperan que bajen los que ha venido a recoger. Da igual la hora que sea. Por no hablar de las televisiones a todo volumen, cada vecino con una cadena distinta.
Podríamos seguir con los ruidos innecesarios durante el día, como si esos no molestaran. Y aquí nos encontramos con los jubilados gozosos que se entretienen arreglando cosas innecesarias a golpe de taladro eléctrico. O abriendo, una y otra vez, zanjas. Todo está en construcción. Este país está en construcción desde hace cuarenta años y no acabaremos nunca.
De todo esto se deduce, en primer lugar, la falta de educación ciudadana, pues todos y cada uno de nosotros somos responsables de nuestra ciudad. En realidad no debería hacer falta que policía alguna estuviera por las calles, con que cada cual se supiera comportar con educación sería suficiente.
Por eso creo necesario, imprescindible, esa asignatura que debe ser obligatoria, para la educación de la ciudadanía. La cuestión religiosa, y por tanto espiritual, debe ser cosa de cada familia primero, y de cada uno después. El ser un ciudadano educado nos atañe a todos.
3 comentarios:
Hola Isabel, soy Silvia Gil, se te ha olvidado los cohes tuneados, mi hijo tiene uno con la musica ensordecedora y no hay forma.
Felicidades por tu blog
En agosto no se puede vivir en Soria con las ventanas abiertas en ninguna calle
Y cuando eso pasa en la instruida Soria... Lo que dices, Isabel, me reafirma en mi convicción de que vivimos en un país grosero, ruidoso, soez.Y sálvese quien pueda.
Publicar un comentario