Vaya por delante que soy amiga de Lolo, como llamamos en la intimidad a Isidoro Sáenz. Y cuando digo amigo lo hago en todo su sentido, porque sigo la máxima de mi cuñado Vicenç, quien lleva años diciendo que “los amigos como los amantes, de uno en uno que cuesta mucho mantenerlos”, ampliándolo algo más, en cuanto a los amigos. Esa amistad no significa que me ciegue la pasión, pero no he visto ninguna escultura en hierro de Lolo que me haya dejado indiferente. Todas hablan.
Me ha fascinado siempre el trabajo de dominar el hierro, hacer de él, a golpe de martillo y fuego, lo que se desee. Sentirse Vulcano haciéndole las armas a Aquiles debe ser algo poderoso y magnífico. He comprobado, además, que los hombres que dominan el hierro son buena gente, como de una pieza, tan duros como el metal que moldean.
Isidoro es de esos. Riojano de nacimiento, selectivo con los amigos, acogedor en su casa de Oteruelos –donde también tiene el taller-, buen conversador y con un sentido del humor a prueba de impertinencias.
Decía que ninguna escultura me ha dejado indiferente. La propia envergadura de cualquiera de sus obras, ya impresiona, porque Isidoro no se dedica a modelar pequeñas cosas para llevarse a casa de recuerdo. “El caminante”, recuerda a don Quijote, y su silueta, colocada en un altozano, da la impresión de estar vigilando el valle, centinela, titánico. Las redondeces de sus barandas, o de la verja que rodea el olmo ante el Espino, de Soria, aporta una calidez chocante con el frío del material del que están hechos. U otras curvas, las de “Sujeto de sus encantos”, que recuerda a Marilyn en su época de esplendor. A veces aparecen espinas en sus árboles, la vida misma. Piezas que van saliendo de la fragua a fuerza de machacar el yunque, unas llenas de poesía, otras de fuerza, algunas de gracia, otras reivindicativas.
Son muchos los premios conseguidos, en Melilla, Rota, Quart de Poblet, Madrid, Castellón, Ciudad Real… y otros que irán llegando para regocijo de los amigos, quienes, de forma habitual, nos reunimos en Oteruelos, con él, Amparo, su mujer, y Mara, su preciosa hija preadolescente. Buen comedor, mejor bebedor –todos lo somos- damos cuenta de paellas cocinadas por su mujer valenciana y, sobre todo, de productos de su tierra, la vecina Rioja, a la que él se siente tan unido.
Mientras va fluyendo la conversación, siempre interesante, a veces nos vamos animando de tal manera que, como le sucede a Woody Allen cuando escucha a Wagner, nos dan ganas de invadir algo, de intentar cambiar el mundo. Y en esas reuniones, sobre el taller, a la vista de alguna de sus criaturas, se van afilando la conciencias y perfilando las amistades, ya muy consolidadas.
3 comentarios:
Coincido contigo totalmente en tu comentario sobre la obra de Isidoro Sáenz, autor que ha sabido sacar oficio de la metalurgía unas formas e intuiciones con un trabajo directo imposible de superar. Ahí está su obra reconocida a nivel ya internacional, por la consideración de otros artistas plásticos de reconocido prestigio.
Conozco la obra de Isidoro Sáenz desde que él participó en Segorbe, ganando el premio Ribalta de la Diputación de Castellón. La verdad es que la gente se quedó sorprendida de la creación por medio de un trabajo que todos pensábamos que estaba ya muy lejano. Es impresionante la expresión artistica de la obra de este hombre.
Abrazos
es mi tio.y es la hostia
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