viernes, diciembre 23, 2011

El muchachillo de Conquezuela



En Miño de Medinaceli hubo una tienda de coloniales, al lado de la vía del tren, donde se vendía de todo y a donde acudían los hombres y mujeres de la comarca a comprar lo necesario para ir viviendo. El propietario era el señor Arturo y su esposa, una guapa mujer que le ayudaba a vender y a escanciar un vino que muy bien hubiera servido para consagrar.

Entre los clientes de la tienda había un muchachillo de Conquezuela que iba de vez en cuando a comprar con sus padres. Desde que el chico, Zacarías, tuvo uso de razón, entraba en la tienda, subía las escaleras del fondo y se extasiaba delante de unos zapatos marrones, con adornos blancos y cordones. El señor Arturo siempre le decía lo mismo: “¿Te gustan?”. “Sí, pero son grandes”. “Los hay más pequeños”. “Ya”. Con el tiempo Zacarías finalizaba la conversación diciendo: “Pero mis padres no pueden comprármelos”. Bien lo sabía el señor Arturo por la libreta donde apuntaba las deudas de sus parroquianos.

Pasaron los años y Zacarías tendría doce, cuando los padres fueron a saldar cuentas con el señor Arturo. Habían arrendado las pocas tierras, habían vendido los animales y se marchaban a Madrid a buscarse la vida. Arturo no contaba con cobrar semejante cantidad de dinero, así de golpe, y se quedó mirando los billetes y al chico, quien, como siempre, había subido las escaleras y miraba los zapatos. Subió, calculó la talla y le dio una caja diciéndole: “Toma Zacarías, para ti, y que tengas suerte en Madrid”. El muchacho la abrió y, todavía incrédulo, dio las gracias y bajó corriendo a enseñarles a sus padres el preciadísimo regalo. El matrimonio dio las gracias, estrecharon la mano del dueño de la tienda y se marcharon deprisa casi sin poder contener las lágrimas.

Zacarías tardó algunos años en volver a Miño de Medinaceli. Cuando lo hizo entró a la tienda. El tren ya no pasaba por allí, la esposa del señor Arturo había muerto sólo meses atrás y él, triste y envejecido, charlaba con dos clientes que tomaban unos chatos de vino.
Se quedaron mirando al hombre que acababa de traspasar el umbral como queriendo reconocerle. El visitante se acercó al señor Arturo y le dio un fuerte abrazo. “¡Hombre, Zacarías, el chico del Melitón!”. “Vengo a pagarle el mejor regalo que nadie me ha hecho en la vida, aquél par de zapatos”. “Pero fue un regalo, hombre, y los regalos no se pagan”. “Este sí, porque lo que usted me regaló no fue un simple par de zapatos, sino una ilusión que duraba años. Ahora yo puedo y aquí tiene”. Sacó del bolsillo de la chaqueta un paquete pequeño, dentro había un libro que se titulaba “La tienda del señor Arturo”, donde el buen comerciante era su principal protagonista y Zacarías el autor.

1 comentario:

Manuel de Soria dijo...

...E Isabel, una vez más, nos ha hecho llegar un precioso regalo, esta vez navideño, a los que tenemos la suerte de conocer, abrir y leer su blog. Que en el 2012 nos sigas contando estas entrañables historias.