jueves, enero 12, 2012

La cadena de Zayas de Torre



Andaban a pasos los de Zayas de Torre arreglando, como cada año, los destrozos de la dehesa, afanados en terminar cuanto antes y sentarse a merendar. Mayores, jóvenes y chavales colaboraban en la hacendera, haciendo cada cual lo más apropiado para su edad y conocimientos. Corría el año 1961. Todo iba quedando en buen estado de utilización, los portillos, la acequia y las alambradas, para que el ganado boyal pudiera descansar después de las duras jornadas, bien provisto de agua fresca y hierba, sin posibilidad de escapar.
 Cuando la faena estuvo hecha, el alguacil llegó con buenas cántaras de vino de parte del Ayuntamiento y los hombres se colocaron formando grupos o corros, según familiaridades, amistades o afinidades. Herminio lo hizo junto a su abuelo Mario, ambos a la orilla del arroyo que iba a desaguar al río Perales. El chaval tenía doce años y le encantaba escuchar las historias del abuelo, y Mario quería mucho a ese nieto que no le tachaba de pesado o de antiguo, aunque los otros nietos sólo lo hicieran con la mirada o la actitud, en aquellos tiempos a los abuelos se les trataba de usted y no se les llamaba pesados.
 Cada cual sacó de la taleguilla lo que las mujeres tuvieron a bien colocarles para merendar y acompañar al vino. Casi todo se componía de productos de la matanza y un buen trozo de pan, sobre el cual se cortaba, con la navajilla, el tocino, el pedazo de lomo, la parte magra de la costilla o, en el mejor de los casos, el trozo de jamón.
 Herminio le pidió a Mario que le explicara de nuevo lo de la cadena de oro que dejaron los moros, y el hombre trasegó un trago de vino de Langa, se pasó la mano sarmentosa, de buen agricultor antiguo, por la boca recia, se apoyó en el chaparro y le contó a Herminio la historia de la cadena.
 Por los tiempos de los moros, le decía, Zayas estaba rodeada de murallas. No se sabe si las levantaron unos u otros, el caso es que estaban y tanto servían para defenderse de unos como de los otros. Cerca de nuestra casa, donde le dicen “Cuesta de la puerta”, había, en efecto, una gran puerta. En una de las ocasiones en que Zayas estaba en poder de los moros, éstos, para que nadie pudiera entrar ni salir por su cuenta, fabricaron una gran cadena de oro y con ella cerraban todas las noches el portón, abriéndolo al día siguiente.  Cuando las fuerzas de los cristianos se adivinaban a lo lejos, más allá del río, y los que en ese momento ocupaban Zayas se dieron cuenta de que no podrían hacerles frente, cogieron la cadena, huyeron al monte, y la enterraron, de forma tal, que nunca nadie ha logrado dar con ella.
 En el paraje que se conoce como “boca de los moros”, donde han aparecido trocitos de tinajas, puntas de lanza y esas cosas pequeñas que parecen tan importantes para los entendidos, buscaron bien a fondo, y nada, nunca apareció. Hasta llegaban a ese lugar gentes de la capital con unos aparatos para detectar los metales, y durante años estuvimos siempre atentos, por si aparecía algo y se lo llevaban. Pero nada, de la maldita cadena nunca más se supo.
 Pues sí que es raro abuelo, dijo Herminio, porque la abuela dice que lo que se pierde siempre acaba apareciendo, mire si han aparecido todas las vírgenes que se enterraron cuando los moros. Ya, ya, pero las vírgenes son de madera y tienen menos valor que el oro, tal vez por eso unas cosas aparecen y otras no.
           

           

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues pudiera ser que el yerno de algún rey hubiese tenido acceso a la información y con un buen detector sacase la cadena de oro y luego se comprase un "chalete" de esos. Pudiera ser.

Anónimo dijo...

Como un meteoro, se ha hecho de oro (presuntamente) y su suegro, dador de títulos nobiliarios, lo va a nombrar Marqués de Cantimpalos. Parece una adivinanza, pero es real, como la vida misma.