jueves, julio 05, 2012
Diálogo entre el poder y el no poder
Desde que el homo erectus, allá por el Pleistoceno, se hizo tal, ha sido siempre lo mismo, y han transcurrido como un millón de años, cien mil arriba, cien mil abajo, que con esto de los años, en cuanto van más allá del imperio de los de la escritura cuneiforme, pasa como con los euros en cuanto empiezan a añadirle ceros a los millones.
Quiero decir que de siempre, hasta hoy mismo, el poderoso es el rico, el amo, y el resto es plebe, vulgo, morralla, siervos de la gleba, cuando no gentuza. El sistema a emplear para someter ha cambiado, naturalmente. Antes se usaba el látigo para levantar pirámides, o canales, o lo que hiciera falta. Lo de abrir las aguas con una varita es cosa de Moisés, el resto, o sea todo, era a fuerza bruta, es decir, fuerza de esclavo, de niños yunteros. Eso del látigo duró hasta hace cuatro días. Concretamente, y para España, hasta el siglo XIX, gracias a los Güell, que llegaron a emparentar con los Comillas, esos –unos y otros- a quienes el Borbón Alfonso XIII concedió títulos, claro que no porque hubieran sido negreros, pecadillos al fin y al cabo, sino por otros ejercicios más saludables como ser mecenas de Gaudí, o regalarle el palacete de Pedralbes, al Borbón.
Desde que el mundo es mundo, cuando el esclavo, o el pobre, o el siervo, han intentado levantar un poco la cabeza, allí han estado desde el Papa hasta el noble del escalón más inferior, pasando naturalmente por los reyes, para darles con el látigo en la espalda o con la pala en la testa. Los romanos, dado el elevado número de esclavos y sometidos, ya inventaron lo del pan y el circo, por si las moscas, y debió ser un invento tan bueno, que ha llegado hasta nuestros días, con diferentes nombres, Autos de Fe, comedias (hasta eso prohibió Mariana de Austria), corridas de toros, guerras por doquier, fútbol… En España, la última guerra fue, también, una demostración de poder. No podían consentir que los siervos llegaran tan lejos como querían, por mucho que Pablo Iglesias hubiera creado un partido de rojos.
Antes se sabía muy bien quiénes eran los putos amos, estaban en frente, con la cara descubierta, aunque nadie se atreviera a rompérsela. Ahora la cosa es mucho más complicada. El poder es un trozo de papel, unos paneles en edificios de la Bolsa, o una página web desde la que entrar al oscuro y poderoso mundo del poder, ellos están detrás, pero no se dejan ver. No hay trueque posible. Antes, el pueblo, el no poder, sabía lo que le esperaba, obedecer o latigazo físico, mazmorras y demás. Sabía hasta dónde podía llegar, a ningún sitio. Ahora la cosa es muy distinta. Ya no hay pan y circo, ni Autos de Fe, sí fútbol, mucho fútbol, fútbol a todas horas. Además de con el fútbol, se hacía necesario darle a la gentuza que quiere vivir un poco mejor algo más, pero algo que, además de anestesiarles, creara pingües beneficios para el poder. Esas chucherías fueron pisos, chaletes acosados, coches, motos, viajes a muy módico precio. Y el pueblo tan contento, porque al fin ellos podían rozar un poco de la gloria y el glamur de los ricos. Ahora se sabe cómo ha acabado todo. Lo que poseían vuelve al poder, con lo cual serán doblemente poderosos.
Esto en cuanto al mundo occidental, me refiero a lo de las fruslerías para contentarnos. Otros mundos ni tan siquiera probaron esas mieles. Pero si habláramos de África, por ejemplo, ya no tendríamos derecho a quejarnos de nada. En ese continente, de cuyos habitantes espero que algún día sepan corresponder como se merecen a tantos negreros, a tantos botazas, a tantos blancos, y a un rey enano y felón, Leopoldo de Bélgica, que les robaron, saquearon, mataron e inocularon enfermedades hasta diezmarlos. Ahí el poder echó los restos.
¿Qué hacer en el mundo occidental? Vuelta a lo tradicional. Las conquistas de los últimos años –la punta de iceberg- deben ser, si no eliminadas, sí limitadas. Las huelgas se solventan a porrazos –el látigo moderno- y con detenciones, igual que las manifestaciones, pacíficas o no. No tocan, por ejemplo, el día del orgullo gay y similares, para que veamos los tolerantes que ellos son. Y lo curioso es que esos que utilizan el látigo moderno están en similar situación de aquellos contra quienes lo levantan. Pero la vida está dura.
Todo esto me recuerda un librito impagable de el Perich, extraviado por algún rincón, cuyo título era “Conversación entre el poder y el no poder”, y que no he podido conseguir en ninguna librería de las que se anuncian por Internet, muy al contrario, animan a quien lo tenga a venderlo. El Perich, con mucha retranca, dibujaba al poder grande, barrigudo, apabullante, con sombrero y puro, y al no poder, mermado. El no poder trataba de obtener respuestas y el poder respondía, como debe ser, con soberbia, guasa y condescendencia. A veces, el no poder se atrevía a preguntarle “¿Y todo lo razonan ustedes así?”.
Es exactamente lo que vivimos en esta democracia, o lo que sea esto. Ojos fijos, sonrisa de medio lado, frialdad y hasta sarcasmo, ante preguntas tan vitales para el pueblo como el dinero que se le da a la banca, los desahucios, los mineros, el paro, el copago o lo que sea. No se les mueve una pestaña.
El poder tiene en la actualidad un problema serio en forma de Internet y de redes sociales. Parece que en adelante las cosas no les van a ser tan fáciles, porque lo que realmente tienen enfrente es otro poder, y falta calibrar cuál es más fuerte. Yo no canto victoria, ellos, el poder, encontrarán alguna fórmula para seguir fornicando al no poder.
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1 comentario:
Antes, no hace tanto, teníamos el triste consuelo(1) de decir aquello de: "jodidos, pero contentos"; ahora, seguimos contentos, pero cabreados. ¿Cabreados? No sé, no sé, porque el personal parece que lo pasa muy bien viendo que somos punteros... en fútbol. (Lo dice uno al que le gusta este deporte).
(1) Lo decía por las conquistas sociales que estamos perdiendo a marchas forzadas.
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