lunes, octubre 04, 2010

Jaén y Miguel Hernández

En un reciente viaje a Jaén con mi hermana Concha, visité el Departamento de Cultura de la Diputación Provincial, situado en un ala del palacio de Villadompardo, en el barrio de la Magdalena, a la entrada del cual pueden visitarse los baños árabes. Tenía interés en conseguir el número 5 extra de la revista Paraíso, editada en el año 2009. En ella aparece el artículo de Eduardo A. Salas,” ¿De quién son estos olivos? Presencias y experiencias jiennenses de Miguel Hernández”. Y me lo regaló una funcionaria cuyo nombre lamento no recordar.


Después de leer el artículo fui a visitar, con emoción, aquellos por los que había estado el poeta en su estancia en Jaén, donde por cierto llegó recién casado con Josefina Manresa, y no es arriesgado decir, conociendo la biografía de Hernández, que la época jiennense fue la única feliz de su vida personal, al menos de la que compartió con su esposa, porque la relación sentimental con Maruja Mallo creo que debería ser inscrita en la pasión por el descubrimiento del sexo, y la no confirmada con María Zambrano, en el deslumbramiento intelectual.


Josefina Manresa, pese a las diferencias culturales e ideológicas, debió ser su amor más profundo y sincero. Ella era la mujer sencilla –“Te me mueres de casta y de sencilla”- que el poeta deseaba para madre de sus hijos, obsesión esta de perpetuarse siempre presente en la corta vida de Miguel Hernández.


Cuando el poeta llegó a Jaén estaba en el esplendor y pujanza de sus veintisiete años. Hacía pocos que había descubierto su ideología política, después de varios años de moverse en ámbitos derechistas, ultraderechistas podría decir, que habría que achacar al ambiente levítico de la Orihuela de la época, y a la influencia de Ramón Sijé y el canónigo Almarcha. Esa fuerza de la juventud apasionada de Hernández –todo en él fue apasionado- se va a ver reflejada en sus artículos periodísticos en “La Voz del Frente”, editado por El Altavoz del Frente, en Jaén, y que Eduardo A. Salas, en la Revista Paraíso, relaciona hasta quince títulos. Esplendor y pujanza en la vida del poeta que acabarían con el final de la contienda.


Fue en Jaén donde el poeta escribió “Aceituneros”. Si se conoce esa provincia andaluza, no extrañará que un escritor, impresionado por la alfombra de olivos centenarios de tronco retorcido y gris, dedique a ellos unas líneas, o un libro entero. Miguel Hernández le hizo un poema, no a los olivos ni a los olivareros, si no, y como no podía ser de otro modo, a los aceituneros, -“decidme en el alma, ¿quién, quién levantó los olivos?”- a los hombres y a las mujeres que esperaban y esperan “la recogida de aceituna”, como casi únicos ingresos en la, entonces sobre todo, paupérrima economía familiar. Si un niño tenía dedos, ya podía ir a recoger la aceituna.


En Jaén, el matrimonio Hernández-Manresa, junto con otros, como el formado por el alcarreño José Herrera Aguilera “Petere”, y Carmen Soler, habitarían en un palacio confiscado a unos nobles. Me interesé por este edificio en un viaje anterior con Leonor, mi hija, y pregunté al Ayuntamiento de Jaén por él, vía e-mail. La respuesta llegó de Mari Carmen Pérez, arqueóloga municipal del ayuntamiento, en 2007. En él se me decía que la casona estaba sita en la calle Francisco Coello, 19, y “cuenta con un nivel de protección estructural según el Plan Especial de Protección y Reforma Interior del Casco Histórico”. Me remitía a una publicación que no he podido conseguir hasta la fecha: “El viejo Jaén”, de Manuel López Pérez, editado en 2003 por la Obra Social de la Caja de Granada. Me copiaba textualmente el párrafo de ese libro dedicado a la casa donde vivió unos meses Miguel Hernández: "Tuvo aquí su casa el Marquesado de Villalta y luego de Blancohermoso. Una casa inmensa, con un primoroso patio acristalado, majestuosa escalera ennoblecida por la cruz procesional de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que allí se guardaba durante el año y un delicioso jardín aterrazado que volcaba sobre las calles linderas una catarata de rosas de pitiminí. Incautada en los agitados días de 1936, en ella vivió sus primeros días de recién casado -Marzo/Mayo de 1937- el poeta Miguel Hernández, que nos llegó en compañía de Josefina Manresa desde su Orihuela natal”.


Para mí, esta casa tiene otras connotaciones, por eso en el viaje de 2007 me gustó tanto encontrar la lápida en conmemoración de la estancia del poeta. Durante unos años residí en la de enfrente, concretamente en el número diez de la que por entonces denominábamos calle Llana, tal vez por ser la única de estas características en todo el barrio, perpendicular a todas las estrechas (esta también lo es) y empinadas que se dirigen desde la Catedral al barrio de la Alcantarilla.


En el número 10 se ubicaba por los años cincuenta y sesenta la Delegación de Trabajo, de la que mi abuelo materno era conserje, y en la parte alta vivían mis abuelos, y nosotros con mucha frecuencia. Esa casa, la del conserje, grande, con una terraza que daba a la torre de la Catedral, sigue siendo la casa de mi infancia, la de mis sueños frecuentes. Tenía un hermoso patio, después de unas anchas escaleras, donde mi abuela –pese a estar el patio rodeado de las oficinas de la Delegación- cuidaba macetas preciosas y con una de ellas, de cintas, gané un premio por el que me regalaron “Los cien mejores cuentos chinos”.


En el Colegio de las Teresianas, a cien metros de la calle Llana, estudié durante dos años, primero y segundo, el Bachillerato Elemental de la época, y en él también estudiaba la nieta de la entonces marquesa de Blancohermoso, mi vecina del número 19, la casa circunstancial del poeta. Yo, con matrícula gratuita por ser hija de la modista de las teresianas, ella con todos los honores, aunque en aquel colegio no había dos puertas, todas entrábamos por la misma. Era la época de las señoritas Stuick, Moreno, Esteban…


Concha y yo, con las primas Soler, Maricarmen y María Esperanza, fuimos a Jabalcuz, otro paraje de nuestra infancia, donde se acudía, en coche o caminando, a “tomar el fresco” las calurosas noches jiennenses. Allí, y pese a que en la infancia una se fija poco en lo que le rodea, y menos en los olores, se debía oler Andalucía entera, porque con el paso de los años, y al volver a aspirar lo que se aspiró en la infancia, se recuerda, curiosamente, pero se recuerda a la perfección aquel aroma de jazmines y dompedros que acompañó nuestros primeros años.


De aquel Jabalcuz de la infancia sólo quedan los jardines, bellísimos y muy cuidados, ahora propiedad del Ayuntamiento de Jaén, diseñados por el mismo que hizo una parte del parque del Retiro, en Madrid. Lo que fuera balneario está en ruinas. Alrededor de todo el conjunto se ha edificado una urbanización -¡cómo no!- Uno de los propietarios de este espacio –no recuerdo si el primero, o el que mandó construir el balneario- fue el jiennense José del Prado y Palacio, ministro primero, y alcalde de Madrid después, durante el reinado de Alfonso XIII, quien le concedería el marquesado de Rincón de San Ildefonso. Me gustaría creer que lo hiciera sobre el solar de los alrededores de la iglesia del mismo nombre.


Y allí estaba la alberca, a la entrada de los jardines, la misma alberca a la que mi madre nos impedía acercar, con el fondo de piedras y barro, la misma en la que se bañaba Miguel Hernández según el artículo de Eduardo A. Salas, porque quien conozca su biografía, sabe que el poeta siempre andaba buscando lugares donde bañarse.


La belleza de Jaén y de su entorno de sierras altas y afiladas, el camino hacia Jabalcuz, que discurre por la Fuente de la Peña, donde el poeta vería en los lavaderos protegidos por la peña que da nombre a la fuente, a las mujeres lavando esa ropa “donde las sábanas había de recobrar la blancura perdida en el transcurso de los sueños del hombre que trabaja, suda y lleva a la cama restos de barbecho, polvo de camino…” (recogido por Salas de “Compañera de nuestros días”, de Hernández), inspiraron al poeta Miguel Hernández poesías, artículos y obras de teatro, de gran compromiso social.











3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si Miguel Hernández, como tantos otros que dieron su vida por una causa noble en aquella guerra y la larga dictadura infames, levantara la cabeza, maldeciría a tanto oportunista que, socapa de salvarnos de la derechona, han secuestrado unas siglas -os recomiendo vivamente "Secuestro del socialismo" de Antón Saavedra (Edit. Libros Libres)- para aferrarse como lapas a las prebendas que conlleva pertenecer a la casta política. No sé como tienen el valor de levantar el puño, en ambientes populistas, en un alarde demagógico y oportunista. ¡Pobres aceituneros altivos! Hoy los señores y señoritos se han trasvestido de salvadores. Salvadores de qué, de sus privilegios. Si tuvieran dignidad...
Renegado caído del caballo.

Anónimo dijo...

Te estoy leyendo desde Berlín, donde resido, soy hija de emigrantes, concretamente de Agustín y Capilla, nacidos en Jaén, en la calle Espiga. Leo con gran emoción y con la misma te contesto dándote las gracias. Estuve en Jaén cuando tenía ocho años, ahora voy a cumplir 65, me acabo de jubilar, y quiero que sepas que tanto este escrito como otro que hiciste sobre el Otiñar me servirán de guía en el viaje que pienso hacer a la tierra de mis padres.

Gracias y un abrazo
Capilla Vargas

Manuel de Soria dijo...

Salvando las lógicas distancias y diferencias, Jaén y Soria comparten un cierto e injusto olvido institucional y además no son lo suficientemente conocidas quizás porque pillan un tanto a trasmano de las principales vías de comunicación. En Jaén, al menos, están unidos con varias provincias a través de autovías. Soria ni eso. Nuestro actual gobierno, en en sentido de las autovías, nos ha quitado hasta el chocolate del loro. Por cierto, ¿de qué nos ha servido tanta fidelidad a unas siglas -PP- y tener a Posada y Lucas como ministros? Los sorianos habrán de plantearse votar otras opciones -una tercera vía- o votar masivamente en blanco, visto lo visto. Aunque no caerá esa breva pues, como los burros, seguiremos, erre que erre, tropezando en las mismas piedras: PP y PSOE. ¡Qué pena!