viernes, marzo 21, 2014

Dejad vivir al mundo rural


Si en el mundo rural dejaran a las personas vivir en paz muy probablemente se largarían menos en busca de otros horizontes y otros se animarían a instalarse en él. Este mundo que sigue vaciándose estaba, hasta más o menos los años sesenta del pasado siglo, lleno de sentido. Era autosuficiente. En buena parte por razones de aislamiento. Aquello que a un pueblo le faltaba, poco, iban al de al lado a buscarlo, o al mercado de la villa un día a la semana, en ocasiones más por salir “a ver mundo” o a enterarse de las noticias que traían los vendedores ambulantes, que por verdadera necesidad. En algunas zonas de España este aislamiento provocó respingos reales, como el que debió sentir el monarca de turno cuando visitó las Hurdes en compañía del doctor Marañón, pero en general no sucedía así.
Si algún miembro de la comunidad, a quien habían mandado a estudiar fuera después de los años pasados en la escuela rural, muy probablemente al seminario más cercano, destacaba, no volvía al pueblo, se alejaba allende los mares o más allá de las montañas, y todo volvía a su ser. ¿Eran felices? Posiblemente más que ahora, si hacemos caso de los recuerdos que estas personas acumularon y ahora nos transmiten, aunque ya se sabe que la memoria es bastante traicionera y la distancia agranda las cosas, o elimina directamente acontecimientos negativos.
 Aquí y ahora, ese mundo tiene de rural el nombre y las tierras cultivadas, los demás significados que llevaban intrínsecos han desaparecido, entre todos los hemos hecho desaparecer. Los responsables de la administraciones, esos políticos más desprestigiados que la Chelito, llevan décadas poniendo todos los esfuerzos al servicio del desmantelamiento de un mundo que al presidente de la República francesa –no recuerdo cuál- de hace unos veinte años le hizo declarar que sí, que era caro mantener ese mundo rural como se mantenía en el país vecino, pero que gracias a ello, Francia se asemejaba a un jardín. La megalomanía cateta de algunos políticos ha desmantelado un mundo pleno de valores humanos. Y lo sigue haciendo, por si aún queda algún resquicio en el que apoyarse, a conciencia, interviniendo en todos y cada uno de los aspectos del mundo rural, como si en ello les fuera la recuperación del prestigio perdido.
En el año 2009 envié una carta al presidente de la Junta de Castilla y León que fue respondida de inmediato, porque responden, desde luego. En ella le manifestaba mi preocupación por la pérdida de decenas de pequeñas tiendas que atendían las necesidades básicas de los pocos habitantes que iban quedando por los pueblos de Soria, a lo que contribuyó, y mucho, el hecho de que esos mismos habitantes que el domingo por la mañana se percataban de que no tenían arroz para la paella, e iban a buscarlo, aunque para ello tuvieran que llamar al domicilio particular del tendero, no se acordaran el resto de la semana de la ubicación de esa tienda, y se desplazaran a cincuenta kilómetros para comprar en el supermercado de moda. A mi propuesta de que se les eximiera de impuestos, o al menos se les rebajara al mínimo, la respuesta fue tan política como esta: “En este sentido me parece oportuno recordarle que nuestra Constitución establece en su artículo 31 que todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo (¡?!), concretando en su artículo 133…”, y así, aunque en el párrafo siguiente añadían: “No obstante lo anterior, en la Junta de Castilla y León compartimos la preocupación que usted manifiesta en su carta por la pérdida de los pequeños comercios rurales y para ello estamos promoviendo programas de comercio rural que incentiven el mantenimiento de los comercios ya existentes”. Desde esa fecha se han perdido muchos más, ya es más difícil encontrar uno que expoliar un yacimiento arqueológico.
La Constitución Española sirve a los políticos como los niños pequeños a las familias, es bueno que existan porque se cargan con todos los despropósitos. Creo que la Constitución tiene muchos más artículos que ese y, o se cumplen al mínimo, o directamente se ignoran.
Uno de los problemas de esta provincia de Soria, como sé que sucede en otras con características similares, es el celo funcionarial. No quiero decir con esto que los funcionarios sean los culpables, ellos hacen su trabajo, nadie les ha dado instrucciones para que lo desarrollen en otro sentido, no se han hecho unas leyes específicas para este mundo rural que desaparece y, como se dice ahora, tienen que cubrir unos objetivos o, sencillamente, cumplir con su obligación. Existe, o se percibe, presión sanitaria, fiscal, social. Por otro lado, cada alcalde es un reyezuelo en su pueblo y ha de dejar claro quién manda, incluso por encima de otros poderes. Y por otro existe el dicho más antiguo que el comer de que a río revuelto, ganancia de pescadores.

Y ahora vayamos a casos particulares que ilustran lo que llevo escrito, sin dar nombres porque la gente tiene miedo a esa presión que va acompañada de unas sanciones a las que les resulta difícil hacerles frente. Ahora, en esta provincia de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, es imposible algo tan sencillo antes, como comprar leche cruda para hacer un queso. Una y otro han de estar pasteurizados, etiquetados, y con todas las bendiciones, como si se tratara de la empresa de García Baquero. No sé si habrá estadísticas ocultas donde se pueda comprobar la gente que ha muerto después de comer un queso hecho en casa, pero ahí está la norma.
La miel, que hasta hace cuatro días, se almacenaba en bidones, usada por los egipcios para embalsamar, con buen criterio, ya que tres o cuatro mil años después, las momias están bien conservadas y hasta apareció un cuenco con ese producto todavía comestible hace pocos años (una fracción de segundo en la historia) pues esa miel a granel fue la causa del cierre de una tienda por la multa que le pusieron a la propietaria.
Las setas, recurso que en esta tierra ha servido para que los recolectores sacaran un dinero extra y así pagar la calefacción, por ejemplo –que no está subvencionada, sino todo lo contrario- no se pueden vender directamente a los establecimientos de hostelería y en cambio sí a los intermediarios que pueden llegar a pagar el kilo de níscalos a 60 céntimos haciendo un recorrido hasta la cesta de la compra de las grandes ciudades, pasando entonces a costar dieciocho, veinte, o treinta euros el kilo.

El caso de los terrenos en pueblos con muy pocos habitantes, cuando no deshabitados, daría para una película de García Berlanga. Decenas de años atrás,  habían sido viviendas, después se fueron convirtiendo en trozos de algo invadidos por la maleza, pero si a alguien se le ocurre la romántica idea de construirse una casita, se convierte en calle, plaza, derecho de paso, o cualquier cosa que deja perplejo al futuro habitante, en cuya resolución deben intervenir varios funcionarios, técnicos y hasta políticos.
La acampada libre, sea donde sea, está prohibida. Ya en tiempos, señores del ladrillo que veían difícil seguir construyendo hacia arriba, construyeron en horizontal, para después hacerlo hacia el subsuelo, y se ocuparon de hacer campings enormes donde albergar a los díscolos que les gusta el monte y no la plaza del Sol de Madrid.
Y si hablamos de Hacienda, es para llorar. Hasta los propios funcionarios, porque se les nota, se sienten incómodos ante situaciones injustas que rozan el esperpento sabiendo, como saben, de lo que sucede en el mundo “de la contribución para el sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con la capacidad económica…”. Hasta los chiringuitos de Valonsadero en las fiestas de San Juan, esos que organizan las peñas, fueron visitados el año pasado. Si alguien cobra una pensión indigna por los años trabajados, pero relativamente buena en comparación con las no contributivas, y quiere buscarse una actividad que la complemente, que sepa que el límite para declarar baja de diecisiete mil a diez mil doscientos euros cobrados al año, y deberá hacer la declaración y pagar, si por desgracia no tiene hipoteca, pagar más de lo que ha cobrado por esa segunda actividad, o sea que mejor se quede en casa viendo algún programa en la televisión de los que anestesian.
Caso curioso es el de los hornos de las panaderías. Recuerdo que en una ocasión quise hacer unas fotos de mujeres que habían acudido, como hacían siempre, a cocer unos bollos y roscos a la panadería del pueblo. Las fotos las hice y las tengo, pero me pidieron que no las publicara porque estaba terminantemente prohibido que ellas se ocuparan, por unas horas, en ese menester.
Podríamos seguir hasta el infinito. A los pocos jóvenes que se instalan en estas tierras, creyendo que van a poder vivir con un poco de libertad, ya les han hecho saber que ni en el más perdido rincón de los montes lo van a conseguir. Nadie les va a proporcionar las mínimas condiciones para su vivir diario, pero sí les van a poner todas las zancadillas posibles, hasta hacerles caer. El ojo del gran hermano es alargado, profundo y extenso. Todo lo ve.
En las cocinas que prepararon los antiguos vecinos de Armejún, para poder asar allí unas chuletillas, no se puede ya hacer fuego, pese a estar protegidas. A la orilla del río Linares, o Cidacos, o Caracena, no se puede acampar ni una noche, os van a ver. También si cazáis un conejo. O si tenéis unas gallinas y ponen huevos, os los tendréis que comer a escondidas. Y os tendréis que dar de alta en Hacienda y de autónomos para cultivar una berza y poder venderla, y así todo.
Pero junto a esta situación, nos encontramos con la paradoja de que Soria se va convirtiendo en un gran museo de actividades que se muestran como perdidas cuando las tenemos vivas, o sea, que parecer ser existe la férrea voluntad de matarlas bien muertas, rematarlas vamos, y enterrarlas, para poder darlas a conocer como algo que pasó hace siglos. ¿Hay en esto intereses ocultos que se escapan a la vista y la inteligencia de los ciudadanos?

Conste que no he exagerado nada, todo lo contrario, he relatado un porcentaje bajísimo de lo que está sucediendo en estas tierras. Mi sobrina-nieta Andrea, si leyera esto diría lo que le espeta a su madre cada vez que la obliga a hacer deberes, por ejemplo, ¡Déjame vivir!

1 comentario:

Isabel Goig dijo...

Pido disculpas a mis lectores. No sé cómo explicar el hecho de que se hayan borrado todos los comentarios de las dos últimas entradas, Se ve que todavía no sé controlar a los duendes de Internet. Procuraré que no vuelva a ocurrir y espero seguir contando con vuestros comentarios.
Un saludo. Isabel