Hace unos días vi en Canal 4 un reportaje sobre inmigrantes, se titulaba Callejeros. Lástima que empecé a verlo tarde. Pese a ello me quedé sobrecogida, era, literalmente, desgarrador. Más todavía porque lo que mis ojos estaban viendo –y espero que los de muchos más- sucede en uno de los municipios más caros de España, Pozuelo de Alarcón. Un pueblo donde, a pocos metros de donde se rodó el documental, vive la flor y nata del capitalismo, del poder, de la jet set y hasta de la izquierda divina.
Por delante de las lentes de las cámaras pasaban unas viviendas alquiladas a inmigrantes por una tal Natividad Toledano Pérez, dicen que familiar directo de un funcionario de Urbanismo, no recuerdo si de la Comunidad de Madrid o del Ayuntamiento de Pozuelo. He escrito viviendas por inercia, pero las caballerizas de cualquier jinete -¡por supuesto!- y las cochineras de cualquier otra familia del mundo rural, están mejor acondicionadas que esos habitáculos inmundos e infectos. Las paredes negras, no ya por la humedad, si no por el agua que baja por las paredes. La instalación de la luz dispuesta a electrocutar a cualquiera que se acerque sin precauciones. Una taza de water que sirve a la vez de ducha. En algunas habitaciones faltaban las baldosas. Grietas de varios centímetros de ancho por donde se ven las tripas podridas del entramado. ¿Las dimensiones?, treinta, cuarenta metros cuadrados, y el alquiler entre trescientos y trescientos treinta y seis euros al mes. La calefacción, el peligro de alguna estufa de butano entre ropas, trastos, agua… Algunas familias –repito, todos inmigrantes- llevan nueve años viviendo en esas condiciones, sin que la propiedad se haya hecho cargo, nunca, de reparación alguna. Las mujeres mostraban las habitaciones y, al final, ninguna podía evitar las lágrimas. Estos, al parecer, son inmigrantes legales.
Lejos de allí, en Badalona, las cámaras nos mostraron más de los mismo, con la diferencia de que, muchos de los que allí se hacinan, no son legales. O sea, que si los unos viven mal, los otros no sé ni cómo viven. En Badalona vimos pisos de unos sesenta metros cuadrados por los que pagaban, cada mes, novecientos euros. Como se comprenderá a este alquiler no puede acceder cualquiera, por lo tanto la solución es realquilar. En uno de los pisos dormían, naturalmente por turnos, treinta y dos personas, lo escribiré con números ¡32! En otros quince o dieciséis. La Policía Municipal pasa de vez en cuando para vigilar el estado sanitario, pidiéndoles que limpien, ventilen, recojan los colchones del suelo… Algo es algo, que diría Benedetti.
La tercera parte de lo que vi ya sucedía en la calle San Rafael, de Barcelona, en pleno Barrio Chino. Allí mostraron cómo malviven tres vecinos “nuestros”, o sea, españoles de toda la vida, pero al parecer no catalanes de siempre, sino de segunda generación. O sea, si lo comparamos con la teoría de la evolución de Darwin, aquellos que llegaron a Barcelona en los años cincuenta o sesenta, y no evolucionaron, se quedaron como muestra de lo que fue. Estos, de renta antigua, pagan poco, entre los noventa y seis euros de una señora y los ciento setenta –creo- de un artista de varietés jubilado. Unos escasísimos metros cuadrados destrozados, negros de humedad, con las tripas fuera y el “regalo” de toda la basura que el propietario mete en un patinejo que provoca que suban ratas y cucarachas. No voy a decir nada de un almacén convertido en apartamentos de diez o doce metros, porque rebasa lo imaginable.
A mí, y conmigo espero que a muchas más personas, me da igual, exactamente igual, que los inmigrantes sean legales o ilegales, porque parto del a priori indiscutible, como todos, más que todos, de que son personas, y los niños que viven con ellos, sus hijos, sienten, sufren y padecen igual que los nuestros, y serán los adultos de mañana, por cierto, la mayoría sin escolarizar. ¿Cómo serán estos adultos de mañana, ya muchos nacidos en esta península? ¿Qué esperamos de ellos cuando sean conscientes de lo que les han hecho?
No quiero esperar tanto. Ahora mismo esto está sucediendo, y si tanta gente lucha –y me parece bien- para que los pobres perritos y gatitos no vivan como viven esos seres humanos ¿quién levanta la voz por estas personas? Esto es una indignidad, esto es una vergüenza, esto es una auténtica cabronada, esto es una maldad propia solamente de seres humanos con la panza a rebosar, sin principios. ¿Se han paseado los obispos por estos barrios? ¿Se pasean los concejales? No son católicos, no votan. La ciudadanía la componen los votantes, esa es la cruda realidad. Estamos hablando de Europa, de España. Esto ya pasa de cuestión moral, esto va a estallar, esto no conviene. ¿Se extrañan de los robos en los chalets? ¿De las bandas organizadas? ¿De los menores dedicados a delinquir sistemáticamente? Eso es una tontería al lado de lo que va a suceder.
Señor presidente del Gobierno, haga usted el favor de no devolvernos cuatrocientos euros a los votantes. Si tiene dinero de sobra, solucione algún problema terrible de estas personas, aligéreles un poco de la mierda entre la que viven. Cuatrocientos euros, a muchos, les van a servir para comprarse una cámara digital porque la que tienen toma fotos con un ligero tinte amarillento. A otros, para pegarse una cena a base de cebra o canguro. A ellos, todo junto, les puede otorgar un gramo más de dignidad, en el supuesto de que ésta sea mensurable.
Por delante de las lentes de las cámaras pasaban unas viviendas alquiladas a inmigrantes por una tal Natividad Toledano Pérez, dicen que familiar directo de un funcionario de Urbanismo, no recuerdo si de la Comunidad de Madrid o del Ayuntamiento de Pozuelo. He escrito viviendas por inercia, pero las caballerizas de cualquier jinete -¡por supuesto!- y las cochineras de cualquier otra familia del mundo rural, están mejor acondicionadas que esos habitáculos inmundos e infectos. Las paredes negras, no ya por la humedad, si no por el agua que baja por las paredes. La instalación de la luz dispuesta a electrocutar a cualquiera que se acerque sin precauciones. Una taza de water que sirve a la vez de ducha. En algunas habitaciones faltaban las baldosas. Grietas de varios centímetros de ancho por donde se ven las tripas podridas del entramado. ¿Las dimensiones?, treinta, cuarenta metros cuadrados, y el alquiler entre trescientos y trescientos treinta y seis euros al mes. La calefacción, el peligro de alguna estufa de butano entre ropas, trastos, agua… Algunas familias –repito, todos inmigrantes- llevan nueve años viviendo en esas condiciones, sin que la propiedad se haya hecho cargo, nunca, de reparación alguna. Las mujeres mostraban las habitaciones y, al final, ninguna podía evitar las lágrimas. Estos, al parecer, son inmigrantes legales.
Lejos de allí, en Badalona, las cámaras nos mostraron más de los mismo, con la diferencia de que, muchos de los que allí se hacinan, no son legales. O sea, que si los unos viven mal, los otros no sé ni cómo viven. En Badalona vimos pisos de unos sesenta metros cuadrados por los que pagaban, cada mes, novecientos euros. Como se comprenderá a este alquiler no puede acceder cualquiera, por lo tanto la solución es realquilar. En uno de los pisos dormían, naturalmente por turnos, treinta y dos personas, lo escribiré con números ¡32! En otros quince o dieciséis. La Policía Municipal pasa de vez en cuando para vigilar el estado sanitario, pidiéndoles que limpien, ventilen, recojan los colchones del suelo… Algo es algo, que diría Benedetti.
La tercera parte de lo que vi ya sucedía en la calle San Rafael, de Barcelona, en pleno Barrio Chino. Allí mostraron cómo malviven tres vecinos “nuestros”, o sea, españoles de toda la vida, pero al parecer no catalanes de siempre, sino de segunda generación. O sea, si lo comparamos con la teoría de la evolución de Darwin, aquellos que llegaron a Barcelona en los años cincuenta o sesenta, y no evolucionaron, se quedaron como muestra de lo que fue. Estos, de renta antigua, pagan poco, entre los noventa y seis euros de una señora y los ciento setenta –creo- de un artista de varietés jubilado. Unos escasísimos metros cuadrados destrozados, negros de humedad, con las tripas fuera y el “regalo” de toda la basura que el propietario mete en un patinejo que provoca que suban ratas y cucarachas. No voy a decir nada de un almacén convertido en apartamentos de diez o doce metros, porque rebasa lo imaginable.
A mí, y conmigo espero que a muchas más personas, me da igual, exactamente igual, que los inmigrantes sean legales o ilegales, porque parto del a priori indiscutible, como todos, más que todos, de que son personas, y los niños que viven con ellos, sus hijos, sienten, sufren y padecen igual que los nuestros, y serán los adultos de mañana, por cierto, la mayoría sin escolarizar. ¿Cómo serán estos adultos de mañana, ya muchos nacidos en esta península? ¿Qué esperamos de ellos cuando sean conscientes de lo que les han hecho?
No quiero esperar tanto. Ahora mismo esto está sucediendo, y si tanta gente lucha –y me parece bien- para que los pobres perritos y gatitos no vivan como viven esos seres humanos ¿quién levanta la voz por estas personas? Esto es una indignidad, esto es una vergüenza, esto es una auténtica cabronada, esto es una maldad propia solamente de seres humanos con la panza a rebosar, sin principios. ¿Se han paseado los obispos por estos barrios? ¿Se pasean los concejales? No son católicos, no votan. La ciudadanía la componen los votantes, esa es la cruda realidad. Estamos hablando de Europa, de España. Esto ya pasa de cuestión moral, esto va a estallar, esto no conviene. ¿Se extrañan de los robos en los chalets? ¿De las bandas organizadas? ¿De los menores dedicados a delinquir sistemáticamente? Eso es una tontería al lado de lo que va a suceder.
Señor presidente del Gobierno, haga usted el favor de no devolvernos cuatrocientos euros a los votantes. Si tiene dinero de sobra, solucione algún problema terrible de estas personas, aligéreles un poco de la mierda entre la que viven. Cuatrocientos euros, a muchos, les van a servir para comprarse una cámara digital porque la que tienen toma fotos con un ligero tinte amarillento. A otros, para pegarse una cena a base de cebra o canguro. A ellos, todo junto, les puede otorgar un gramo más de dignidad, en el supuesto de que ésta sea mensurable.
4 comentarios:
Yo también vi el reportaje y, por poca sensibilidad que tengas, te conmueve la situación de estos seres humanos. Sí, humanos. No sé que clase de conciencia tendrán los propietarios de esas zahúrdas para alquilarlas a esos precios. De hacerlo, tendrían que dejarlas gratis, o a precios simbólicos. No creo, como dice la autora, que esas pobres gentes se encuentren entre los que asaltan chalés ni pertenezcan a bandas organizadas. Estos, además de peligrosos, seguro que no viven en estas condiciones. De todas formas, la inmigración es un tema espinoso. No se puede ni abrir ni cerrar la puerta a todo el que quiera venir. La capacidad de aborción de cualquier país es limitada. Luego está el interés de mucho hipócrita que echa pestes de los inmigrantes y no duda en explotarlos en el trabajo y en el ejemplo éste de los alquileres. Por otra parte, lo de las ofertas de los dos grandes partidos políticos, en la campaña electoral, es de vergüenza. Parece el sábado Agés, pero al revés: -Yo, 400 euros; y yo 450 y un jamón; -Pues yo 500 y un jamón con chorreras; -Pues nuestro partido, además, una chochona hinchable... Por cierto, ¿hay vida política más allá del PP y del P¿SOE?
Yo, demagogia aparte, metía una semana a Zipi Zape Zapatero y a Marianico el Corto sólo una semana en estas infraviviendas.
Pues mira a mi con sinceridad no me dan pena, ya saben a lo que se arriesgan. Es verdad lo que dice Rajoy y los sensatos del PP, los inmigrantes están colapsando las urgencias y se están quedando con las viviendas.
No sabía que este blog le interesara a personas que piensan como anónimo. A mi me dio vergüenza ver ese reportaje. Los veo siempre y todos me impresionan, pero este me avergonzó. Nadie debería vivir asi en el primer mundo.
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