sábado, agosto 11, 2007

Muerte de un amigo y un hombre íntegro

Don José Martínez Quesada falleció el pasado mes de julio. Alguien podría preguntar ¿quién fue este hombre? No tenía relevancia política, ni intelectual, lo cual, a mi entender, le honra más. Era, fundamentalmente, un hombre íntegro, y eso, por desgracia, vende poco. Y era el padre de un buen amigo mío, además de nacido en la provincia de Jaén, o sea, paisano, aunque, como yo, vivió buena parte de su vida en Soria.
Aquí, en Soria, formó parte durante muchos años de la Banda Municipal de Música, su nombre y alguna foto, aparecen en la reciente publicación sobre la agrupación musical, cuyo autor es un jovencísimo Norberto Francisco Moreno Martín. Trabajó, además, en el Colegio Oficial de Médicos, donde le recuerdan con gran afecto.
Pero lo que me interesa reseñar de don José es su honestidad, su integridad, su forma de vivir en contacto con la naturaleza. Era un caminante impenitente, y su lugar preferido fue siempre la Sierra de Santa Ana. Tanto, que con sus propias manos construyó un refugio de piedra donde, de cara al río Duero y a la vieja ciudad castellana, don José reflexionaba, descansaba y contemplaba. Ese refugio, que servía a él y a todos los caminantes de descanso y protección, hace poco que ha sido arrasado por el fuego, de forma premeditada, un acto de gamberrismo, por ser moderada en el adjetivo.
Su otra pasión –además de la familia- era la música. Me ha dicho Santiago Cabrerizo –compañero suyo en la banda- que nadie como él hacía los solos de clarinete. Conservo un libro regalado por don José sobre Pau Casals, y dedicado por él “A mi gran amiga”.
Don José Martínez Quesada era viudo de una mujer sencilla, muy guapa, a quien yo también apreciaba mucho, Josefa Ortega, la señora Pepa. Les recuerdo paseando cogidos del brazo.
Creo que don José nació ya de izquierdas y republicano, y murió de la misma forma. Su despedida fue exactamente como él quiso. Al morir le envolvieron en la bandera republicana. No hubo ningún acto religioso. Fue incinerado acompañado solamente por la familia y algunos amigos muy íntimos, entre los que me encuentro. Una de sus nietas, con voz rota, recitó un poema de Machado
"Mediaba el mes de julio.
Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal
subía, buscando los recodos
de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para
enjugar mi frente y dar
algún respiro al pecho jadeante; o
bien, ahincando el paso, el
cuerpo hacia delante y hacia
la mano diestra vencido y
apoyado en un bastón, a guisa
de pastoril cayado, trepaba
por los cerros que habitan
las rapaces aves de altura,
hollando las hierbas
montaraces de fuerte olor
-romero, tomillo, salvia, espliego-.
Sobre los agrios campos
caía un sol de fuego."
Antonio Machado. Soria. Cerro de Santa Ana, 6 de julio de 2007
Después de su lectura, la nieta, con voz quebrada, pero firme, miró el ataúd de su abuelo, instantes antes de convertirse en cenizas para después ser mezcladas con el romero, el tomillo y otras hierbas, y gritó ¡Viva la República!
Unos sinceros aplausos despidieron para siempre a un hombre bueno, a un republicano impecable, a un amigo sincero.
Hasta siempre, don José.

4 comentarios:

Manuel de Soria dijo...

No tengo palabras. Quién iba a esperar este homenaje que le dedicas a mi padre. Es el mejor regalo que me han hecho -y creo que a quienes le queríamos- en mi vida. Siempre estaré en deuda contigo, Isabel. Un fuerte abrazo. Manuel Martínez Ortega.

Anónimo dijo...

Hemos leido el escrito y nos ha gustado mucho, has sabido reflejar la forma de pensar de mi padre y lo que era, por lo cual te estoy muy agradecida. Nunca olvidare el homenaje que le has hecho.
Un abrazo.
-Juani-

Anónimo dijo...

Si, así era mi abuelo, un hombre bueno y muy especial.
Gracias Isabel.
-Beatriz-

Un amigo dijo...

Conocí al Sr. José hace mucho tiempo. Un hombre bueno. Una gran peresona. Sencillo, alegre, sincero, positivo, afectuoso... No soportaba las injusticias ni los abusos de los poderosos. Jamás se calló si veía algo que no le gustaba. Su buen corazón lo acercaba a los débiles y oprimidos. Hizo el bien. Lector impenitente y caminante infatigable, su pasión era la música. Hasta siempre señor José. Un amigo (monárquico).