El 27 de diciembre repusieron, en TV2, apenas unas horas después de que fuera asesinada Benazir Buttho, una entrevista de José Luis Balbín a la líder pakistaní. Muy mala combinación: mujer-líder política-pakistaní, tan mala, que le ha costado la vida.
Pese a la previsibilidad del asesinato, no ha dejado de ser un impacto mundial. Dicen los entendidos que se trata de una grave crisis que coloca –otra vez- en vilo la estabilidad mundial. Dicen también que el presidente pakistaní tiende una mano a Bush y otra a Bin Laden, y le acusan de no haber protegido de manera suficiente a Benazir, máxime cuando hace poco tiempo sufrió un atentado que se llevó por delante a decenas de personas. Pero esto de sumar muertos no produce el mismo impacto en el mundo islámico radical que en el occidental. A pesar de haber sido ellos los inventores de nuestra actual numeración, parece que siguen sumando con ábaco, y no es igual ver cifras que bolas.
Como yo no entiendo a qué locura tremenda han llevado estos radicales a una religión, ni quiero ni debo entenderlo, sólo me gustaría interpretar la muerte de esta hermosa mujer de 54 años como la de una víctima más de la violencia machista, la más machista del mundo, la de los musulmanes radicales, para quienes todas las mujeres que dejamos ver la cara e intentamos sacar la cabeza somos putas y tenemos un único destino, la muerte.
Anoche, mientras las palabras salían de una boca hermosa y perfectamente maquillada, me fijaba en sus ojos, grandes y contenidos, y pensaba en ella, no como madre, que lo es, ni como esposa, sino como líder político de un país musulmán y, sobre todo, como hija del Ali Buttho. Balbín le preguntaba por las acusaciones de corrupción y nepotismo que ella, naturalmente, negaba. Pensé que todo eso podía ser cierto, que en su corazón humano albergaría el odio por la muerte de su padre y sus dos hermanos, que de alguna forma ella querría vengarse de todo el sufrimiento de su familia, y que en alguna ocasión, siendo primera ministra, se le pudo ir la mano.
Pero todo esto, que pertenece al mundo de lo humano en un mundo tan poco humano como el de los musulmanes radicales, tan diferente a como lo concebimos desde nuestra perspectiva europea, madura y democrática, no ha sido la causa de su asesinato. Habrá muchas causas para explicar lo inexplicable, pero por sobre todas ellas estará la de ser mujer, guapa, muy bien educada a la europea, y mostrar todo ello en un mundo del que, sin comprender nada, adivinamos el peligro que supone para el resto de los mortales.
Lo más demoledor de este asesinato es que nada se puede esperar tampoco de las mujeres pakistaníes, al contrario, muchas de ellas lo habrán considerado justo. Recuerdo todavía el asalto del pasado mes de julio a la Mezquita Roja, las fotografías de las madres de Pakistán, con fusiles en las manos, incitando a sus hijos –niños algunos- a la yihad. Si esa fuerza la utilizaran en evitar esa yihad precisamente, seguro que el problema del mundo radical musulmán estaría solucionado.
Pese a la previsibilidad del asesinato, no ha dejado de ser un impacto mundial. Dicen los entendidos que se trata de una grave crisis que coloca –otra vez- en vilo la estabilidad mundial. Dicen también que el presidente pakistaní tiende una mano a Bush y otra a Bin Laden, y le acusan de no haber protegido de manera suficiente a Benazir, máxime cuando hace poco tiempo sufrió un atentado que se llevó por delante a decenas de personas. Pero esto de sumar muertos no produce el mismo impacto en el mundo islámico radical que en el occidental. A pesar de haber sido ellos los inventores de nuestra actual numeración, parece que siguen sumando con ábaco, y no es igual ver cifras que bolas.
Como yo no entiendo a qué locura tremenda han llevado estos radicales a una religión, ni quiero ni debo entenderlo, sólo me gustaría interpretar la muerte de esta hermosa mujer de 54 años como la de una víctima más de la violencia machista, la más machista del mundo, la de los musulmanes radicales, para quienes todas las mujeres que dejamos ver la cara e intentamos sacar la cabeza somos putas y tenemos un único destino, la muerte.
Anoche, mientras las palabras salían de una boca hermosa y perfectamente maquillada, me fijaba en sus ojos, grandes y contenidos, y pensaba en ella, no como madre, que lo es, ni como esposa, sino como líder político de un país musulmán y, sobre todo, como hija del Ali Buttho. Balbín le preguntaba por las acusaciones de corrupción y nepotismo que ella, naturalmente, negaba. Pensé que todo eso podía ser cierto, que en su corazón humano albergaría el odio por la muerte de su padre y sus dos hermanos, que de alguna forma ella querría vengarse de todo el sufrimiento de su familia, y que en alguna ocasión, siendo primera ministra, se le pudo ir la mano.
Pero todo esto, que pertenece al mundo de lo humano en un mundo tan poco humano como el de los musulmanes radicales, tan diferente a como lo concebimos desde nuestra perspectiva europea, madura y democrática, no ha sido la causa de su asesinato. Habrá muchas causas para explicar lo inexplicable, pero por sobre todas ellas estará la de ser mujer, guapa, muy bien educada a la europea, y mostrar todo ello en un mundo del que, sin comprender nada, adivinamos el peligro que supone para el resto de los mortales.
Lo más demoledor de este asesinato es que nada se puede esperar tampoco de las mujeres pakistaníes, al contrario, muchas de ellas lo habrán considerado justo. Recuerdo todavía el asalto del pasado mes de julio a la Mezquita Roja, las fotografías de las madres de Pakistán, con fusiles en las manos, incitando a sus hijos –niños algunos- a la yihad. Si esa fuerza la utilizaran en evitar esa yihad precisamente, seguro que el problema del mundo radical musulmán estaría solucionado.
3 comentarios:
Una vez más, nos obsequia Isabel con un artículo lúcido y excelente, en el fondo y en la forma. Creo, y no es fruto de nuestra vieja amistad y admiración, que su pluma merece un hueco como articulista en cualquier medio de prestigo, además de en esta estupenda web. En fin, ellos -y sus lectores- se lo pierden. Ciñéndome ya a la muerte de Benazir Buttho, vuelvo a traer a colación lo que más de uno pensamos: que todos los problemas que arrastran los países de mayoría musulmana -atraso cultural, falta de democracia, ninguneo y marginación, cuando no persecución, de la mujer- no provienen del mundo occidental -excusa, entre otras cosas, para sus fanatismos diversos- sino de ellos mismos. Necesitan como el comer una revolución a la francesa, o algo parecido. ¿Y qué dice Occidente de todo esto? Pues, en palabras castizas, "cogérnosla con papel de fumar", y perdonen la grosería. En nombre de una tan espuria como demagógica progresía -no confundir con la izquierda seria que, por cierto, no sé por dónde anda o si existe- y rindiendo culto exagerado a esa hipocresía de lo políticamente correcto, no queremos herir la sensibilidad de nuestros aliados de la civilización musulmana, no vaya a ser que nos tilden de xenófobos, fachas o racistas. Y así, se pretende etiquetar y despreciar a personas lúcidas que hace tiempo levantaron la voz en defensa de nuestros valores occidentales. Sí, valores occidentales: pluralismo, democracia, aconfesionalidad del estado, derechos cívicos de la mujer (y lo que nos queda por mejorar), un cristianismo bastante moderado y respetuoso ( a pesar de algunos obispos), y un largo etcétera. Así, se menospreció e insultó a Oriana Fallaci, o, desde ciertos círculos, supuestamente culturales, se arremete contra ese arabista culto y bien documentado que es Serafín Fanjul por su desmitificación de Al-Ándalus y sus artículos sobre el mundo musulmán, al que tan bien conoce. Y usando sus propias palabras, "incapaces de desmontar los argumentos de fondo, como no se puede demostrar la falsedad de los datos ofrecidos o lo errado de las valoraciones, se acude al ataque "ad hominem", al juicio de intenciones y a una adscripción ideológica ajena a la biografía del autor".Y estos mismos que se rasgan las vestiduras ante cualquier crítica al islam, tan comprensivos ellos y ellas, no dijeron ni pío cuando el impresentable imán de Fuengirola difundió aquel escrito de cómo maltratar a la mujer sin dejar huella. (El mismo silencio que mantuvo el sátrapa de Andalucía y su cohorte de feministas progres tan reivindicativas de un Al-Ándalus de cartón piedra, con fiestas de la luna mora y demás). Los mismos, y las mismas, claro, que quitan belenes de institutos o suprimen los villancicos de las megafonías no vaya a ser que se hiera la sensibilidad... Los mismos que, desconocedores de la historia y el contexto de los acontecimientos, claman por la supresión de los actos conmemorativos de la toma de Granada no vaya a ser que se hiera la sensibilidad... En fin, quizá todo sea fruto de nuestra propia cultura judeocristiana tan proclive al sentimiento de culpa y expiación. Para qué seguir.
No menos excelente es tu comentario Miguel. Sabrás lo complicado de solucionar esta situación. Occidente debería no decir ni hacer, pero hace, se mete en donde no le llaman y eso hará que estalle en las manos el problema más todavía. Sobre todo los EEUU deberían hacer un muro no de obra de silencio y que se arreglen ellos solos.
Por cierto, qué dicen los musulmanes moderados. Porque, vamos a ver, en la vieja Europa hubo manifestaciones multitudinarias de los que estábamos en contra de la guerra de Irak. Podíamos habernos callado y, cínicamente, mirar para otro lado y decir: allá ellos, o sea el pueblo iraquí. Otro tanto sucede con la defensa de Palestina, pretexto para muchas barrabasadas de unos y otros. Pues eso, que los llamados musulmanes moderados que se mojen. Pobre mujer la musulmana, por su doble condición de mujer y musulmana. Apostasía, ¡ya!
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