¡Hay que ver la de creyentes que habitan este país nuestro! No se nos olvide que, según la religión católica, lo que se celebra estos días es el nacimiento de Cristo en un establo. Ya se ha dicho y escrito, hasta la saciedad, el negocio que suponen las fiestas navideñas. Como, por otro lado, todo aquello que la Iglesia toca con su varita mágica, aunque al fin y a la postre ellos obtengan poca parte de la tarta. Por ejemplo, las primeras comuniones, las bodas y los bautizos.
Para la Navidad la gente se lanza a gastarse lo que tiene y lo que no. La manoseada, y nunca bien ponderada, sociedad de consumo, lanza sus tentáculos un año tras otro a fin de que las pagas extraordinarias que salen por una puerta vuelvan a casa por la otra. Todo queda entre los mismos.
Esta es una sociedad enferma y, como tal, se harta de comer y beber hasta renovar la enfermedad, todo para celebrar que el hijo de Dios nació al calor de un buey y una mula. Compran a los niños, futuros consumidores, juguetes que acaban, al tercer día, en la basura. Debe ser una ofrenda que quiere recordar a aquella otra simbólica de oro, incienso y mirra.
Pero el negocio es el negocio –la negación del ocio, del que surgieron los mayores pensadores- y algunos, hartos de regalos inútiles, los venden, se ve que hace años que se practica esto que acabará, como el comer angulas y ostras –aunque no nos gusten- en rito. Comprar y vender, todo con tal de no estarnos quietos, que es como mejor se piensa.
Acaba de hacerse uno más de los estudios que esta sociedad bastante ociosa jalea. Resulta que en estas hermosas fiestas navideñas –que Dios nos las bendiga- se dispara el número de divorcios, después de pasarlas en amor y compaña de las familias.
Será la condición humana, pero no hay forma de entender nada. Además de celebrar estos días al revés de como la religión católica dicta para los creyentes, o sea, con alegría y humildad, rememorando un nacimiento pobre, pero gozoso para los cristianos. En lugar de hacer lo que haría un buen creyente, compartir y repartir, ya que con lo que se tira a la basura y se vomita en España estos días comería un pueblo entero de Somalia, por ejemplo, durante muchos días. Además de todo eso, se llega a la conclusión que ni el mejor turrón, ni el más exquisito de los corderos, ni la más fresca de las cigalas, sirve para que la paz reine entre las familias, y los miembros de muchas de ellas aprovechan estas fiestas cristianísimas para dirimir sus problemas de herencias, lindes de tierras, y otras lindezas, para llegar hasta el divorcio.
Una buena dosis de austeridad es lo que está pidiendo a gritos esta sociedad absurda.
Para la Navidad la gente se lanza a gastarse lo que tiene y lo que no. La manoseada, y nunca bien ponderada, sociedad de consumo, lanza sus tentáculos un año tras otro a fin de que las pagas extraordinarias que salen por una puerta vuelvan a casa por la otra. Todo queda entre los mismos.
Esta es una sociedad enferma y, como tal, se harta de comer y beber hasta renovar la enfermedad, todo para celebrar que el hijo de Dios nació al calor de un buey y una mula. Compran a los niños, futuros consumidores, juguetes que acaban, al tercer día, en la basura. Debe ser una ofrenda que quiere recordar a aquella otra simbólica de oro, incienso y mirra.
Pero el negocio es el negocio –la negación del ocio, del que surgieron los mayores pensadores- y algunos, hartos de regalos inútiles, los venden, se ve que hace años que se practica esto que acabará, como el comer angulas y ostras –aunque no nos gusten- en rito. Comprar y vender, todo con tal de no estarnos quietos, que es como mejor se piensa.
Acaba de hacerse uno más de los estudios que esta sociedad bastante ociosa jalea. Resulta que en estas hermosas fiestas navideñas –que Dios nos las bendiga- se dispara el número de divorcios, después de pasarlas en amor y compaña de las familias.
Será la condición humana, pero no hay forma de entender nada. Además de celebrar estos días al revés de como la religión católica dicta para los creyentes, o sea, con alegría y humildad, rememorando un nacimiento pobre, pero gozoso para los cristianos. En lugar de hacer lo que haría un buen creyente, compartir y repartir, ya que con lo que se tira a la basura y se vomita en España estos días comería un pueblo entero de Somalia, por ejemplo, durante muchos días. Además de todo eso, se llega a la conclusión que ni el mejor turrón, ni el más exquisito de los corderos, ni la más fresca de las cigalas, sirve para que la paz reine entre las familias, y los miembros de muchas de ellas aprovechan estas fiestas cristianísimas para dirimir sus problemas de herencias, lindes de tierras, y otras lindezas, para llegar hasta el divorcio.
Una buena dosis de austeridad es lo que está pidiendo a gritos esta sociedad absurda.
3 comentarios:
Sí, somos un país de creyentes y adoradores... del becerro de oro. Por eso, los domingos del mes de diciembre se abren al culto las catedrales y basílicas del consumo (cortesingleses y centros comerciales diversos) para que cumplamos con el precepto sacrosanto de hartarnos de consumir también los domingos y fiestas de guardar, la visa, (después de haberla exhibido). Ah, y como culto al exotismo, una propuesta: el año que viene, además de todo lo demás, carne de cebra. Quedaría muy moderno, sí. Ta alabamos, oh señor.
Estos días recibí una buena noticia; y es que en una clase de 25 niños y niñas, solo iban hacer la comunión 5, espero que algún día acabe ya esta farsa; y que Dios no nos bendiga la navidad,...
Tan subidos están los miembros de la iglesia cat´olica, con razón. Hacemos estas manifestaciones y ellos ven catolicos por todas partes aunque sepan que no. Nosotros en nochebuena tuvimos trifulca en casa por los turnos para quedarnos con el abuelo, como todos los años.
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