Con motivo de tan triste efemérides, el hispania Ian Gibson, a quien sigo, ha sido entrevistado en variados y numerosos medios de comunicación. Con todos los respetos para el señor Gibson, para investigaciones biográficas prefiero a Antonina Rodrigo, granadina y barcelonesa de adopción “infatigable obrera de la investigación” como ha sido definida.
Y digo esto, porque en una de las entrevistas a Ian Gibson, él responde, a la pregunta de la amistad entre Lorca y Dalí, “que se quisieron mucho”. García Lorca quiso mucho y fue siempre amigo de Salvador Dalí, no así al revés.
En 1975, la colección Textos, de Planeta, publicó “García Lorca en Cataluña”, de Antonina Rodrigo. En esta obra, muy trabajada y documentada, puede leerse lo que todo el mundo sabía, de qué forma el gran poeta granadino fue traicionado, aún después de muerto, por Salvador Dalí y, de paso, por el cineasta aragonés Luis Buñuel.
Federico García Lorca se enamoró de Catalunya gracias a Dalí, con quien coincidió en la Residencia de Estudiantes, y gracias, también, a Ana María Dalí. Desde ese enamoramiento, Barcelona y Figueres fueron para Lorca lugares de referencia. En Barcelona leía sus obras, estrenó alguna de ellas con Margarida Xirgú (otro personaje biografiado por Antonina Rodrigo) formaba parte de tertulias pero, sobre todo, era invitado a los ateneos populares (entonces los obreros tenían intereses culturales y resultaban personas mucho más interesantes que los intelectuales de hoy), donde le seguían con verdadero interés.
Cuando en 1928 Salvador Dalí firmó el Manifiesto Antiartístico Catalá, pidiendo, entre otras cosas, que se derribara el Barrio Gótico de Barcelona, comenzó el alejamiento entre los dos amigos por parte de Dalí, pues Lorca, en cuanto a ideas, no tuvo nada que decir. Y es que Dalí había entrado de pleno en el surrealismo, en el más duro, en el que era necesario abjurar de su pasado y su familia, como hizo el pintor ampurdanés, escribiendo en uno de sus cuadros, el que representaba un Sagrado Corazón, la frase “Yo escupo sobre mi madre”, por cierto, fallecida muchos años atrás.
Junto con su pertenencia al surrealismo, Dalí comenzaría la traición a quien fuera su amigo. En su ayuda acudió Buñuel. El título de la película Un Chien andalou, según J. Francisco Aranda, estaba dedicado, entre otros, a Lorca, ya que los norteños de la Residencia de Estudiantes llamaban perros andaluces a los béticos que vivían en la institución.
El colmo de la traición llegó en 1971, cuando le preguntan a Dalí si se emocionó cuando se enteró de la muerte de Lorca, y él contestó “Me alegré mucho”.
Pero bueno, qué se puede esperar de un personaje que defendió a Hitler y fue forofo de Franco, que dijo “si yo pusiera una bomba, sería a las terceras clases, porque es más escandaloso matar a los pobres” (declaraciones de Louis Aragon en LUI, 1974), que se declaraba partidario de la Santa Inquisición y que encontró su alma gemela en la diabólica y materialista Gala.
Como artista carezco de criterio para comentarle. Creo que he visto poca obra del ampurdanés y su museo ni lo he visitado ni pienso hacerlo. Soy incapaz de separar el personaje de la persona, al menos en alguien tan cercano en el tiempo, en alguien de quien todavía recuerdo su aspecto vergonzoso, apareciendo en televisión diciendo sandeces, junto a una Gala octogenaria, lazo en cabeza, sonriendo con cara de mona a chavales que podían ser sus nietos por edad, y a quienes utilizaba sexualmente.
Han existido artistas perfectamente prescindibles. Por eso, cuando se manifieste que Lorca y Dalí fueron muy amigos “y se quisieron mucho”, hay que decir a continuación cómo finalizó la relación, pues Lorca no merece que se le relacione con el Dalí que emergió a partir de 1928.
Y digo esto, porque en una de las entrevistas a Ian Gibson, él responde, a la pregunta de la amistad entre Lorca y Dalí, “que se quisieron mucho”. García Lorca quiso mucho y fue siempre amigo de Salvador Dalí, no así al revés.
En 1975, la colección Textos, de Planeta, publicó “García Lorca en Cataluña”, de Antonina Rodrigo. En esta obra, muy trabajada y documentada, puede leerse lo que todo el mundo sabía, de qué forma el gran poeta granadino fue traicionado, aún después de muerto, por Salvador Dalí y, de paso, por el cineasta aragonés Luis Buñuel.
Federico García Lorca se enamoró de Catalunya gracias a Dalí, con quien coincidió en la Residencia de Estudiantes, y gracias, también, a Ana María Dalí. Desde ese enamoramiento, Barcelona y Figueres fueron para Lorca lugares de referencia. En Barcelona leía sus obras, estrenó alguna de ellas con Margarida Xirgú (otro personaje biografiado por Antonina Rodrigo) formaba parte de tertulias pero, sobre todo, era invitado a los ateneos populares (entonces los obreros tenían intereses culturales y resultaban personas mucho más interesantes que los intelectuales de hoy), donde le seguían con verdadero interés.
Cuando en 1928 Salvador Dalí firmó el Manifiesto Antiartístico Catalá, pidiendo, entre otras cosas, que se derribara el Barrio Gótico de Barcelona, comenzó el alejamiento entre los dos amigos por parte de Dalí, pues Lorca, en cuanto a ideas, no tuvo nada que decir. Y es que Dalí había entrado de pleno en el surrealismo, en el más duro, en el que era necesario abjurar de su pasado y su familia, como hizo el pintor ampurdanés, escribiendo en uno de sus cuadros, el que representaba un Sagrado Corazón, la frase “Yo escupo sobre mi madre”, por cierto, fallecida muchos años atrás.
Junto con su pertenencia al surrealismo, Dalí comenzaría la traición a quien fuera su amigo. En su ayuda acudió Buñuel. El título de la película Un Chien andalou, según J. Francisco Aranda, estaba dedicado, entre otros, a Lorca, ya que los norteños de la Residencia de Estudiantes llamaban perros andaluces a los béticos que vivían en la institución.
El colmo de la traición llegó en 1971, cuando le preguntan a Dalí si se emocionó cuando se enteró de la muerte de Lorca, y él contestó “Me alegré mucho”.
Pero bueno, qué se puede esperar de un personaje que defendió a Hitler y fue forofo de Franco, que dijo “si yo pusiera una bomba, sería a las terceras clases, porque es más escandaloso matar a los pobres” (declaraciones de Louis Aragon en LUI, 1974), que se declaraba partidario de la Santa Inquisición y que encontró su alma gemela en la diabólica y materialista Gala.
Como artista carezco de criterio para comentarle. Creo que he visto poca obra del ampurdanés y su museo ni lo he visitado ni pienso hacerlo. Soy incapaz de separar el personaje de la persona, al menos en alguien tan cercano en el tiempo, en alguien de quien todavía recuerdo su aspecto vergonzoso, apareciendo en televisión diciendo sandeces, junto a una Gala octogenaria, lazo en cabeza, sonriendo con cara de mona a chavales que podían ser sus nietos por edad, y a quienes utilizaba sexualmente.
Han existido artistas perfectamente prescindibles. Por eso, cuando se manifieste que Lorca y Dalí fueron muy amigos “y se quisieron mucho”, hay que decir a continuación cómo finalizó la relación, pues Lorca no merece que se le relacione con el Dalí que emergió a partir de 1928.