No
son sólo los escritores (leer “La España vacía”, de Sergio del
Molino), quienes escriben sobre la despoblación del mundo rural
desde una perspectiva distinta a la manejada hasta hace pocos años.
Desde luego que las causas son variadas y con mucha similitud entre
unas zonas y otras, ya se trate de Soria, Teruel, Zamora, Huesca, o
cualquier otro lugar de Europa. Y que el problema viene de lejos es
bien cierto, comenzaría por la segunda mitad del siglo XVIII, se
agudizaría en el XIX y agonizó a mediados del XX.
Aquí
y ahora no es necesario ser un lince para comprender que la solución
es muy difícil. Remontar en una o dos generaciones lo que durante
siglos se ha logrado con empeño, no escribiré que es imposible, ya
que al ser un problema creado (como todos) por el ser humano, quién
sabe si los descendientes humanos van a ser capaces de encontrar
alguna solución.
Sorianos
que todavía emprenden, hace tiempo que se han percatado de algunos
de los obstáculos con los que tropiezan cuando se ponen en el trance
de crear algo, de producir. Hace dos días, en la SER, pudimos
escuchar a Chema Díez, Carlos Castro y Paco Vallejo. Paco es de
Ventosa de San Pedro, Barrio del municipio de San Pedro Manrique. Es
hijo de la señora Marcelina, a quien conocí y de quien todavía
conservo unas toallas con encaje bordado por ella. En la cocina de su
casa probé la magnífica leche de vaca que sirve para elaborar la
afamada mantequilla de Soria. De eso hace ya años, también hace
mucho que la señora Marcelina falleció. Recuerdo que fue un día de
mayo, subí con mi hermana María Luisa, y a la vuelta cayó una
nevada importante que la hizo exclamar: “¡Primavera en Tierras
Altas!”.
A
día de hoy, Paco Vallejo (y sus socios si los hubiere), cuenta con
tres explotaciones, 110 cabezas de ordeño, 120 de recrío, cultivos
para forrajes y tres empleados. No es poco para un Barrio de trece
habitantes censados. En un momento de la conversación, Chema Díez
le pregunta qué ha pasado en Soria, y Paco responde aquello de
“entre todos la mataron y ella sola se murió”. A continuación
se dirige a Carlos Castro y le pregunta si conoce a alguien que haya
querido instalarse, construir, y el vecino le ha contestado: “no
tienes dinero para comprarme el terreno que te linda”.
Parece
una tontería, algo dicho así como en broma, como al buen tuntún.
Pero no, es una de las claves. Multipliquemos esta frase lapidaria
por el número que cada cual crea oportuno y nos encontraremos con un
cordón bloqueante, al que habría que añadir la creencia de que
cada casa medio en ruinas es un palacete y se puede pedir por ella
veinte o treinta mil euros, a los que habrá que añadir otros tantos
para hacerla habitable. Únase ahora el problema de la caza deportiva
(ya no existe la necesaria), que tumba a alcaldes en numerosos
pueblos, y tendremos un fresco interesante. Podríamos extendernos,
pero creo que se ha entendido el espíritu.
Por
todo ello repetiré que me parecen inútiles los viajes a Europa, las
asociaciones para atrapar fondos, las reuniones de políticos, las de
empresarios, las de ambos en conjunto, y las novenas a los santos
milagreros, si no se soluciona el problema de fondo, es decir, la
propia idiosincrasia de quien se ha quedado a vivir y se atrinchera
en sus dominios sin abrir puertas. Y eso es harto difícil.
Decía
Albert Camus que la ropa blanca fina (reuniones y viajes), con
demasiada frecuencia esconde la eczema.