viernes, noviembre 21, 2008

Los montes sostenibles, o de cómo quedarnos sin recursos micológicos

Recursos turísticos tenemos en Soria. Nuestro web trata de retratarlos y comentarlos todos, hasta los que no lo son, pero que a nosotras nos lo parecen o, sencillamente, nos gustan. El propio acontecer diario, sin prisas ni tensiones. El poder desplazarse sin vehículo, aunque eso no se consiga, porque ¿si se tiene coche por qué no lucirlo, sobre todo si es un todoterreno, y molestar al contrario? Y los montes, sobre todo los montes.
Hoy, mi hermana Concha y yo, como hacemos habitualmente en otoño, hemos ido al monte, a buscar unas setas, una cestita pequeña, para hacer un revuelto o guisarlas, poca cosa, dos o tres horas. Es martes, evitamos el fin de semana, cuando más gente acude, y el lunes, para “dejar descansar en bosque”. El destino, Alconaba. Los pinares están –estaban- limpios, llanos, y no está acotado, aunque nosotras, en octubre, ya pagamos nuestra licencia. Hay en Alconaba varios grupos de pinares, entre tierras de labor, y hemos recorrido tres, para, finalmente, llegar a casa con algo más de un kilo de níscalos y pie azul. Hemos llegado contentas, en cuanto a lo recolectado, pero francamente “cabreadas” por el estado del monte.
El pinar había sido rastrillado tal como si por él hubiera pasado una manada de jabalíes machos en celo persiguiendo a una hembra. Se supone que buscaban níscalos, por lo que lepiotas y rúsulas, muy abundantes, estaban arrancadas y destrozadas. De paso, si cerca de ellas, estaba naciendo algún níscalo, había sido partido en su nacimiento, y había crecido verde y agusanado, o sea, inservible. En uno de los pinares, contamos hasta nueve latas vacías, que recogimos en bolsas para depositar en el sitio adecuado. Alguien había vaciado la basura de su vehículo, un gran plástico rígido troceado, dos envases de plástico, en fin, un etcétera largo.
Como decía mi hermana, destrozar el pinar para conseguir veinte kilos de níscalos este año, e inhabilitarlo para los dos siguientes. Este vandalismo, estoy segura, no lo practican los habitantes de Alconaba ni los de Soria. Y por supuesto, ningún setero.
Si sigue adelante el proyecto de hacer de Soria un enclave micológico, algo que me parece muy bien, tendrán que invertir mucho dinero en vigilantes, o nos quedamos sin ningún recurso en cinco años, por decir algo.
Lo de “sostenible”, aplicado como adjetivo a cualquier sustantivo, sobre todo si se trata de la naturaleza, no puede quedarse en un concepto como los de la Edad Media, sobre el que algunos filósofos analicen y diserten, sin llegar a encontrarle aplicación práctica.
Está visto que la mayoría de los humanos necesitan detrás alguien, como aquellos patricios romanos victoriosos, que les vaya recordando lo que ha de hacer, o no hacer, o, como a los superhombres, que son, simplemente, humanos.

lunes, noviembre 10, 2008

Las opiniones de la reina

No he leído ni el último libro que la Urbano ha escrito sobre la reina, ni el anterior, ni pienso leerlos. No sólo porque no me interesa el personaje, sino porque se comprende que todo lo que Sofía de Grecia haya contado a la periodista sobre su vida privada –la pública la conocemos- estará, como es natural, sesgado. Ella nunca confesará –aunque lo sepamos todos- que su matrimonio con Harald de Noruega se frustró tanto porque él estaba enamorado de verdad de otra persona, como por lo menguado de la dote de la entonces princesa. Todavía se llevaba eso de las dotes, reminiscencia de la Edad Media entre la realeza, la nobleza y el clero regular femenino. Tampoco dirá nunca, la hoy consorte del Jefe de Estado español, que su madre, Federica de Hannover, perteneció a las juventudes hitlerianas y apareció, hace unos años, en unas fotos antiguas con el brazalete nazi, y además creo que acompañada de su propia hija, adornada como ella con la cruz gamada. Alguien más, desde luego, mostraba la foto.
El tema es otro, se trata del revuelo que han causado ciertas declaraciones de la consorte real, que es lo que conozco de la publicación. Como para no conocerlo. Tal vez sea lo único que la señora haya dicho con sinceridad y sin cortarse nada. Habría que saber las intenciones de tanta sinceridad, o las de la autora de la “biografía” para incluirlas, o las de la Casa Real para permitirlas.
Creo que las declaraciones de Sofía de Grecia no deberían escandalizar a nadie. Por un lado no me parece mal que todos los ciudadanos, incluida ella, digan lo que les parezca. Por otro alborotarse por su personal forma de ver temas como el matrimonio homosexual, la religión –ella practicaba la ortodoxa y mudó sin inmutarse a la católica- la eutanasia, y en general todos los temas sociales que salgan un centímetro de la norma, me parece, como poco, una tontería. Si ella votara, lo haría a la derecha, derecha. No va a votar una reina que lleva en los genes toda la sangre real posible, a partidos revolucionarios, ni va a practicar la acracia. A más de un antecesor de la dama, el pueblo le cortó la cabeza. Aunque sólo sea por instinto de protección y conservación, un rey, una reina, las princesas, los nobles, se acercan –o se acercaban, ahora ya no es el caso, hay democracia y no pasamos hambre- a quienes podían protegerles con el poder y las armas. Y ese instinto de conservación queda grabado para la posteridad en todos los descendientes reales.
La opinión de la reina, que tácitamente se barruntaba, ahora se sabe con certeza. Es mejor conocer a fondo a la gente importante, a las instituciones –como la santa madre iglesia- y a los que nos mandan, manejan, conducen, o como se quiera llamar. Cada uno en su sitio. Así luego, si por fin se vota un referéndum para saber si los españoles quieren Monarquía o República, estaremos mejor informados y sabremos qué votar. El que dude.

La noche de difuntos


“Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales”
El Monte de las Ánimas. Gustavo Adolfo Bécquer

Faltaban unos minutos para las doce de la noche de la noche cuando, en procesión oscura y respetuosa, grupos de personas se dirigían, desde la plaza de Cuevas de Soria, hasta un paraje del monte. Seguían –seguíamos- una senda flanqueada por roquedales, que miran al Izana. Este río vertebra una comarca, una mancomunidad de gentes amables, que acudían esa noche de difuntos a participar en un rito. La luna –creciente o menguante, apenas un gajo- no conseguía hacerse hueco entre las nubes. La oscuridad era total, sólo aliviada por pequeñas linternas de los caminantes y las señales, colgadas de las risqueras, en forma de calavera apenas iluminada en color calabaza.


De pronto vimos la hoguera que veníamos oliendo. En el centro de un círculo como un nemeton, una pira de leña ardía. Había costado vencerla, nos dijeron, a causa de las lluvias recientes, pero al fin cumplía una de sus misiones. Las personas, de todas las edades, buscaban el calor del fuego, el frío era intenso.


Ese momento ya era mágico, a oscuras, en mitad de la noche y del monte, viendo crepitar la carrasca, cuando peticiones de más silencio alertaron sobre cuatro figuras que se abrían paso en el círculo, vestidas con toscos sayales y tocados con capuchas. Tres de ellos portaban antorchas y el cuarto un viejo libro, de cuyas páginas iba saliendo la leyenda del Monte de las Ánimas, de Bécquer.


Después la hoguera se fue desmenuzando en ascuas, dos hombres sabios convertían las ascuas en alfombra, algunos hombres valientes se remangaban los pantalones y descalzaban sus pies. Iban a pasar el fuego, iban a pisar sobre el carbón reluciente, solos o con alguna persona sobre la espalda. Iba a tener lugar, a oscuras, en silencio, en perfecta comunión, pasantes y espectadores, un rito sobrecogedor, el hombre en contacto directo con el fuego. Nadie se quemó. Tampoco nadie se volvió atrás cuando, delante de la alfombra terrible, se enfrentara con el fuego y los temores, tal vez vencidos en un instante, con los ojos cerrados y el espíritu encogido, para llegar, al final, a una explosión de alegría convertida en fuertes abrazos.