Esto del agua alguien lo tendría que explicar de forma y manera que se entienda, porque en caso contrario va a quedar para siempre como un asunto más entre derechas e izquierdas, y el agua, los ríos, es mucho más que eso.
El río Ebro, por ejemplo, el más “español” de todos, discurre por seis comunidades autónomas, sin que eso signifique que pertenece a ninguna de ellas. De toda la cuenca se va alimentando (hasta convertirse en el impresionante Ebro del Delta), tanto de afluentes como de fuentes y manantiales que alcanzan el nivel freático en la cuenca y, formando arroyos, van a alimentar el caudal principal. Es cuestión de la composición de los terrenos, de la mayor o menor dureza, que la corriente de agua discurra por un terreno o por otro. El agua ha ido, durante siglos y siglos, haciendo su surco, salvando dificultades, como si de un ser humano del Paleolítico se tratara, hasta conseguir las corrientes fluviales que conocemos. Todo esto, ya lo sé, se aprendía antes en tercero de Bachiller, ahora no sé cuándo, si es que lo aprenden.
Desde que el hombre se volvió sedentario, se asentaba cerca de los ríos preferentemente, o de manantiales que, al fin y a la postre, eran también parte de ese río. Después la industria relacionada con el agua, se instalaba también cerca del río: lavaderos de lana, batanes, aceñas, centrales hidroeléctricas, huertos…, todavía no existían ni los embalses, ni los trasvases, a no ser que consideremos así a los desvíos hechos para alimentar el caz del molino.
Todo esto tan elemental, se fue complicando con la estupidez del hombre individual y de las administraciones generales, quienes en lugar de organizarse en un a modo de ciudad-estado, fueron trasladándose a sobre ocupar y aglomerarse en espacios irracionales e irrisorios, convirtiendo villorrios o secarrales en ciudades de varios millones de habitantes. Como los rebaños de ovejas, bien agrupaditos, dándose calor por un lado, y mordiéndose por otro para que le dejen sitio.
Y ya todo vino a complicarlo la sociedad del bienestar, dándole a este concepto un contenido, a mi juicio, equivocado, pues no se puede considerar bueno tener una segunda o tercera residencia en urbanizaciones a varios cientos de kilómetros del hogar principal, a donde se accede o se vuelve de ellas en interminables caravanas, con la angustia de que durante esa semana, les van a descerrajar la casa y llevarse lo que en ella hay de valor. Estas segundas o terceras residencias han de ser abastecidas de agua, algunas tienen piscinas particulares, porque las comunes no son cómodas o suficientes, y en la playa, a cinco minutos, se ensucian los pies de arena.
A todo esto, muy resumido, hay que añadir el sector turismo. Tal y como están organizadas las sociedades europeas, esto del turismo no es ninguna broma. En algún sitio he leído que el sector Terciario de la economía española, dedicado al turismo en buena parte, ocupa casi el sesenta por ciento, mientras que el inmobiliario se queda en el seis por ciento, por ejemplo. Al turista hay que cuidarlo, aunque estoy convencida que vendrían igualmente buscando el sol y la playa, sin que por eso haya que construir miles de campos de golf. Recordaré una vez más que este es un juego de pastores –la gurria- y que ellos lo jugaban en mitad del monte, mucho más divertido y estimulante.
Pero así las cosas, supongo que por años y años, volvamos al río de nadie y de todos. Desde mi punto de vista, y espero que desde el de muchos más, el agua que forma los ríos de la Península Ibérica es de todos, considerando a esta península como una unidad geográfica y hasta geológica. Yendo más lejos, el agua de todo el continente europeo, es de todos los que lo habitan. Como un bien escaso y tan necesario como que sin él dejaríamos de existir, el agua no es de nadie y es de todos.
En algunos aspectos, el hombre moderno ha seguido instalando sus industrias junto al agua, cerca de los ríos, y eso, naturalmente, hay que respetarlo, porque ellos lo han hecho bien. Pero una vez cubiertas esas necesidades, no comprendo como alguien puede seguir considerando el río suyo negándose a los trasvases, siempre que sean racionales, primando las necesidades, lo que llaman “agua de boca”, sobre todo.