martes, julio 25, 2006

La paz y la palabra

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Miguel Hernández

Llevo meses tratando de evitar –incluso entre los amigos- la polémica sobre el proceso de paz iniciado por el actual gobierno. Pero no se puede asistir a este hecho sin ponerse al lado de unos u otros. Mi generación ha convivido con el terrorismo. En los años sesenta, cuando los primeros atentados, nosotros éramos muy jóvenes. Durante más de cuarenta años hemos padecido unos hechos que, si bien a la mayoría no tocaron directamente, los sufríamos. Las imágenes nos acompañaban en todos los telediarios, en todos los periódicos, en las tertulias. Al principio, porqué no decirlo, veíamos en aquellos chicos del Norte la esperanza del fin del franquismo, y personas que después militaron en partidos centroderechistas, defendían, aunque fuera en petit comité, el arrojo de unos jóvenes que se jugaban, literalmente, la vida por unos ideales. Después el problema se fue haciendo insoportable, no veíamos la necesidad de que esa barbarie continuara. Hasta llegar a la visión chulesca, desalmada e insultante de los asesinos de Miguel Ángel Blanco ante el tribunal y, lo que es más desgarrador, ante los propios padres del concejal asesinado, han pasado demasiados años angustiosos.
¿Qué persona bien nacida no lloró con la crueldad que supuso el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco? ¿O ante la barbarie de Hipercor? ¿O ante el atentado contra la casa-cuartel de Zaragoza? Oíamos decir que eran acciones de guerra, como si en la guerra toda valiera también, en el caso de que la propia guerra fuera –que no lo es- lícita y decente. Después vino lo de Lasa y Zabala, y nos siguió pareciendo otra barbaridad, lo de los GAL fue inadmisible ¡que un Estado combatiera con armas de terror teniendo en sus manos la Justicia!
Esto que vivíamos, que hemos vivido todos, de una u otra forma, con años de tensión terrible, nos ha hecho pensar, decir y, sobre todo, desear, muchas veces que finalizara. Por eso, cada vez que un gobierno nos hacía tener esperanzas de una paz necesaria, esperábamos con el ánimo suspendido. Intentábamos enviar todas las fuerzas posibles a fin de lograr que saliera bien. Y esos empujes morales, esa fuerza que, como mentalistas al uso, intentábamos trasladar a los encargados de abrir conversaciones, de iniciar un proceso, de buscar la paz a través de la palabra, esa esperanza iba también acompañada de las fuerzas políticas en la oposición. Estoy segura porque existen hemerotecas que acostumbro a utilizar. Muchas personas, yo misma (abstencionista irredenta) me dije, como el PP logre acabar con el terrorismo le votaré de por vida.
Y ahora, cuando por fin parece que la esperanza tiende la mano, cuando los telediarios no se abren con imágenes de chatarra retorcida y humeante, el Partido Popular, fiel a la política que mantiene en los últimos veintiséis meses, fruto de una pataleta y un berrinche diré infantil, por ser amable, se opone por activa, pasiva y perifrástica, por derecho y al bies, a que se inicie un proceso de paz.
¿Qué locura es esta? ¿Para qué necesita el PP la existencia de ETA matando? Es terrible esta pregunta, pero se la hacen ya demasiadas personas. Y estas personas, al igual que yo me dije como el PP lo logre le votaré de por vida, también lo piensan, ahora del PSOE. Si Rodríguez Zapatero acaba con ETA, hay PSOE para años. ¿Y qué? ¿Tan difícil es ser generosos unos años más, si a cambio se consigue la paz? ¿Va a ser verdad que el poder para la derecha es algo consustancial a ella misma?
En una democracia seria, adulta, sana y consolidada (ya va siendo hora de que la española lo sea), la alternancia del poder es algo natural. Tampoco es tan grave, si tenemos en cuenta que aquello que los dos partidos mayoritarios en España defienden es, básicamente, lo mismo: la consolidación del poder económico y el que las clases sociales se encuentren cada año que transcurre más y mejor delimitadas.
Hasta en las guerras más terribles (si es que alguna lo fuera menos) los contendientes firman paces desde que el mundo es mundo. Particularmente, y al margen del valor semántico que cada cual quiera otorgarle al concepto, creo que, puesto que provocan terror, es igual guerra que terrorismo. Si, como tantos intelectuales afirman, el hombre sólo se diferencia de las demás bestias por el lenguaje o, directamente, el hombre es lenguaje ¿para qué sirve la palabra si no es, fundamentalmente para evitar muertes, para conseguir la paz?
Pau Casals (quien se negó a volver a España, incluso después de muerto, si antes no había desaparecido el dictador), dijo: “La paz ha sido siempre mi mayor preocupación. Ya en mi infancia aprendí a amarla. (…) Hace muchos años que no toco el violonchelo en público, pero creo que debo hacerlo en esta ocasión. Tocaré una melodía del folclore catalán: El Cant dels Ocells. Los pájaros, cuando están en el cielo, van cantando: Paz, paz, paz, y es una melodía que Bach, Beethoven y todos los grandes habrían admirado y querido…”.
¿Quién no quiere la paz, aunque fuera (que no lo será) a cualquier precio? ¿Por qué ni tan siquiera quieren que se inicien unas conversaciones? ¿Por qué la Iglesia Católica, cuyo lema es el perdón, financia un medio de comunicación que se opone tajantemente al proceso? Ya existen en este país demasiados mártires santificados.

domingo, julio 23, 2006

Fútbol, tenis y otras diversiones inofensivas

Por los años sesenta y setenta, entre la progresía estaba hasta mal visto ser aficionado al fútbol, y por lo visto, entonces todavía se le podía considerar deporte (pasatiempo, diversión, placer…) y no espectáculo y negocio. Eran otros tiempos. Los que luchaban contra el régimen franquista y los que sin luchar, resistían, y hasta aquellos que ahora afirman que estuvieron, en mayo del 68, levantando adoquines en las calles de París, aunque por esas fechas tomaran baños de sol en Alicante, por ejemplo, todos estos colectivos afirmaban, sin mucho error, que el régimen quería tener al pueblo entretenido y, a poder ser, anestesiado.
Ignoro si eran muchos los que acudían a los estadios de fútbol haciendo caso omiso de los progres, o veían los partidos en sus casas delante de una televisión todavía con una programación aceptable e incluso interesante a determinadas horas (recuérdese “La Clave” o “Estudio 1”, por ejemplo). Pero lo cierto es que, en muchos ambientes, lo del fútbol estaba mal visto.
Las noches del sábado se salía a cenar, o se invitaba a los amigos a casa. En el primer caso no existían los televisores en el comedor, en el segundo, permanecían apagados, aunque una panda de señores se dedicara a ir detrás de una pelota. Se hablaba mucho, se comentaban libros, se reía, se jugaba a adivinar películas con mímica, o se recitaba, o se ponía a parir al gobierno, o se escuchaba a Quilapayun y a Víctor Jara. Esto entre la gente de clase media normalita. Los obreros puros y duros corrían delante de los grises en el cinturón del Llobregat o en el del Besós, en Barcelona. La gauche divine de Bocaccio, era ya otra historia, y qué decir de la alta burguesía, que como decía el alcalde de Calafell en la presentación de un libro, está pidiendo a gritos un estudio a fondo, pero tampoco veían fútbol.
Han pasado los años, la televisión ha ido involucionando y los deportes, con el fútbol a la cabeza, también, y han dejado de ser eso para convertirse en un artículo de consumo salvaje, en especulación per se y por lo que conlleva (sólo es necesario interesarse por el currículo de los presidentes de los clubes de fútbol y demás directivos).
Treinta años después de la muerte de Franco, la televisión y el deporte han formado un contubernio que para sus arengas patrióticas quisiera el dictador. Horas y horas de deporte nada menos que en TV2, la que podría considerarse televisión de las minorías. De las privadas, ni hablemos. Pero ya no es el fútbol solamente. Se trata, por lo visto, de crear figuras en la diversión que sea: carreras de coches, de motos, tenis, natación, ciclismo, hípica, atletismo, vela… Y para eso, nada mejor que los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza. Y por supuesto, sin reparar en cómo se consigue, véase la última investigación sobre el dopaje en algunos ciclistas, que si este tipo de drogas no estuviera perseguido…
Una vez se ha enganchado a la gente y los deportistas de élite se han convertido en figuras (aunque a algunos haya que relacionarlos sentimentalmente con señoritas del honor distraído), se coloca el listón bien alto para los adolescentes (que viene de carecer, por ejemplo de criterio), quienes ven en ellos ejemplos a seguir, y no precisamente en el deporte, sino en aquello para lo cual el capital les contrata una vez convertidos en figuras: en anuncios que caminan.
Y estos pobres adolescentes vuelven locas a las familias, que no saben cómo contrarrestar el efecto obnubilador que el binomio deporte-figuras ejerce en ellos, queriendo a toda costa copiar las ropas que visten, los coches que anuncian o el yogur, o lo que sea.
Este comentario tan largo viene motivado por el disgusto que me llevo cada vez que TV2 deja de emitir el programa “Saber y ganar” para programar todo tipo de deportes. ¡Eso es respeto por la minoría!

La lanzadera a Calatayud

Tal vez el entusiasmo que algunas personas muestran por el ferrocarril (entre las que me encuentro), sea algo trasnochado y romántico. Una vez escuché decir que el tren es impropio de países adelantados y todavía me río. Los enclaves más desarrollados de España tienen una red ferroviaria de envidia y estoy convencida de que si existiera en toda la península, y dejaran de circular vehículos pesados por las mismas carreteras que los ligeros, las muertes se reducirían de manera drástica.
La historia del tren y Soria es tan lamentable como la del tren y Teruel, Zamora, o cualquier otra ciudad de las mismas características. Además de lamentable es reiterativa y tal vez de tan repetida pueda ocasionar el efecto contrario al que se pretende, como sucede con determinado periodista que está logrando que amemos profundamente a Montilla.
Por otro lado existe un profundo culto al vehículo privado con total desprecio por lo razonable y solidario que supone el utilizar el transporte público, por lo que, quizá, de existir una red de trenes medianamente aceptable en Soria, podría ser que fuera poco utilizada.
Pero, al margen de especulaciones, el caso es que a noventa kilómetros de Soria, concretamente en Calatayud, existe un núcleo ferroviario muy importante por donde en la actualidad discurre el AVE, con una estación modernizada y por lo tanto muy cómoda.
Hace ya algún año que venimos escuchando el tema de la lanzadera. Me parece recordar que en algún momento de estas conversaciones, proyectos o negociaciones, se habló del 2006 como año en el que estaría lista para prestar servicio. Sinceramente he de decir que no sé qué administración está interesada en el tema, ni si es una o son todas.
La última vez que viajé a Tarragona en tren, mientras en el andén de Calatayud esperaba la llegada, encontré dos personas más de Soria. La pareja había ido en su propio vehículo dejándolo aparcado hasta la vuelta, y a mí me había llevado mi hija.
Creo (con todos los respetos a los políticos que son los que deben ocuparse en pensar soluciones) que mientras llega la lanzadera tal vez sería suficiente un microbús, un monovolumen o algún vehículo parecido. Porque se da la casualidad que a Calatayud no se puede ir con ningún transporte público, no existe. Podría plantearse como prueba, resultaría asequible para la administración que sea, y posteriormente y si fuera necesario, invertir en la lanzadera. Podría ser que ni tan siquiera hiciera falta esa infraestructura y el servicio estaría perfectamente cumplido con un vehículo de cuatro ruedas.

lunes, julio 17, 2006

La sensibilidad de algunos oídos

Hoy, día 14 de julio, escuchaba una entrevista que le hacían, desde la SER, a un componente de un grupo musical joven que va a actuar en Martialay. ¿Quizá “Petardo Infecto” o “Pangea”? Ese dato tiene poca importancia. El caso es que, entre otros temas, han tocado el de los ensayos. Parece ser que los muchachos tenían un local, insonorizado de forma artesanal, es decir, por ellos mismos, en un Barrio de la ciudad. Un buen –o mal día- se instaló a vivir en ese Barrio –no pared con pared- alguien con el oído delicado y muy sensible.
La cosa acabó con el obligado abandono del local por parte de los jóvenes, no por exceso de ruidos –que no los hubo tal y como debió constatar la Policía Municipal en sus requeridas visitas, aparato para medir decibelios en mano- si no por otros vericuetos legales recorridos por los denunciantes.
Soy la primera en desear, y buscar, silencio y tranquilidad, pero también soy muy consciente de que esto no puede conseguirse viviendo en comunidad. Para esa deseada paz es necesario construirse una cabaña en mitad del bosque. Donde resido he de aguantar las motos y su exceso de ruido, los coches y su exceso de velocidad, la televisión de los vecinos, las persianas de metal subiendo y bajando, el camión de la basura a horas intempestivas volcando los contenedores, en fin, todo el ruido que generan las actividades habituales de una comunidad. Todo ello es, en gran medida, inevitable.
Mis preguntas –retóricas, naturalmente- son
¿Los vecinos protestarían si en lugar de gente joven ensayando música rock, se escucharan rogativas?
¿Protestan cuando, durante meses, las cofradías ensayan con tambores y trompetas para afinar en Semana Santa?
¿Osan decir “esta boca es mía” cuando, durante cinco interminables días, las peñas y cuadrillas de las Fiestas de San Juan recorren, una y otra vez, todas y cada una de las calles de Soria y sus Barrios?
Ni estoy haciendo juicios de valor, ni trato de decir que estos ruidos, sonidos o como quiera llamárseles, me molestan o no. Estoy, sencillamente, constatando, una vez más, que sea en el ámbito que sea, lo que mucha gente de esta tierra no soporta es que se cambien los pasos y los jóvenes puedan vivir de manera distinta a como se los han marcado. Es más, creo directamente que a la mayoría de los habitantes de esta provincia les molesta, y mucho, la gente joven y hasta los chavalillos. No voy a enumerar los casos concretos que conozco, pero los conozco. Sólo con molestarnos en recorrer muchos patios de vecinos, podemos ver las prohibiciones: jugar a la pelota e ir en bicicleta, entre y sobre todos.
Llevo años repitiendo el comentario hecho por una señora de Villar del Ala: “Un pueblo sin niños, sin jóvenes, es una tristeza grande, es un lugar sin presente y sin futuro”.

sábado, julio 08, 2006

Vivir Barcelona a través de La Catedral del Mar

Antes, cuando viajaba de Tarragona a Barcelona, descendía del tren en el Passeig de Gràcia y bajaba las Ramblas hasta las Drassanes, para volver, de nuevo Ramblas arriba, y callejear por el Barrio Gótico. Desde que leí La Catedral del Mar, de Ildefonso Falcones de Sierra, dejo el tren en la decimonónica estación de Francia –donde llegué por primera vez un lejano 1963-, cruzo y me adentro, por el Born, en el Barrio de La Ribera.
Nunca ese arrabal había llamado especialmente mi atención, a pesar de las muchas noches de sábado finalizadas allí, viendo amanecer y comiendo chocolate con churros, en compañía de gente que ya por la década de los sesenta tenía el pensamiento libre e independiente. Se trataba de personas llegadas de distintos puntos del Estado, anhelantes de una libertad que en sus lugares de origen les habían negado. Otras, en cambio, añorantes, se agrupaban para recordar el paraíso perdido. Es bien cierto que la distancia agranda las cosas, y cuanto más importantes son para el espíritu de cada cual, más la agranda.
Me fijo en Montjuich e imagino sin edificación alguna el largo trecho de la montaña hacia la Iglesia del Mar, sin haberle ganado todavía terreno al Mediterráneo, y veo a los bastaixos, cargados con grandes piedras de la cantera real, llegar y dejar caer la carga, para que la iglesia siguiera elevándose. O a Arnau, cargado por vez primera, iniciándose en el oficio y ofreciendo a la memoria de su padre el tremendo esfuerzo.
No localicé la plaza del Blat, tal vez no la busqué bien, o alguna de las remodelaciones de la gran ciudad se la llevó por delante. Me hubiera gustado saber dónde fue ajusticiado Bernat, el padre de Arnau, tan piadosamente quemado por su propio hijo a fin de evitar que su cadáver se pudriera a la vista de todos.
La calle Moncada la recorrí pensando cuál sería el palacio (si es que todavía se conserva) de la arrogante baronesa, el que más tarde adquiere el protagonista. Este es uno de los hechos que el lector espera con mayor desasosiego ¿llegará el momento en que el niño Arnau y su padre puedan ser vengados por el Arnau hombre? Hasta entré en uno que alberga en la actualidad el Museo del Vestido y lo recorrí imaginando a la odiosa mujer arrojada de su antigua propiedad. Trataba también de localizar la casona donde la última esposa de Pere el Cerimoniòs, la reina Sibil.la de Fortià, pasó los últimos años de su vida, en compañía de su sobrino, archidiácono de la Catedral del Mar.
En el Passeig del Born, ancho y arbolado, es posible imaginar los caballeros reunidos en torneos, unos ganando y otros acudiendo a los prestamistas, que también tenían la sede, como los cambistas, en el Barrio de la Ribera. El sonido de los cascos, de la pesada armadura, el choque de las lanzas…
El Barrio se conserva bien, para lo que podría haber sucedido con él de hallarse en otra ciudad menos civilizada. Por eso es posible recorrer casi todas las calles que aparecen en la novela. Banys Vells, Canvis Vells, Fossar de las Moreres, y la hermosa iglesia del Mar, de estilo gótico limpio, austero si no fuera por las vidrieras y el rosetón, estrecha y elevada, elegante.
Algo más alejado del barrio, el Call tiene mucho protagonismo en La Catedral del Mar. Esta es, en la actualidad, una de las calles más deterioradas de las que aparecen en la novela, desde que se abrió la calle Ferran. El asalto a la judería está muy bien contado, aunque la novela no llega hasta el año 1391, cuando tiene lugar la más terrible.
Otros lugares de Catalunya aparecen en la novela, como Creixell del que haremos un comentario en nuestro web de Tarragona.
La novela, que sigue la crónica del rey Pere de Aragón-Catalunya, es dura, a veces mucho, como debía ser la Catalunya del siglo XIV, pero también rica, próspera ya, con oportunidades, dedicada al comercio allende el Mediterráneo, con una clase artesana potente y una Justicia digamos variante, según la interpretaran los agentes del rey, en Barcelona y la Catalunya Nova, o los nobles, señores de la Catalunya Vella. El autor cuenta una historia tan dura como la época, pero también tan esperanzadora.

martes, julio 04, 2006

A vueltas con las viviendas

¿Ha llevado algún partido político a los tribunales el asunto de la vivienda en España?
A ver este artículo de la Constitución:

Titulo I. Capítulo 3º
Artículo 47
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

¿Cómo es posible que al Partido Popular le interese más quien ocupa el lado de la cama de cada cual, recurra al Tribunal Constitucional por la Ley de Matrimonios Homosexuales, y no lo haga por lo que está sucediendo en España con las viviendas?
No conozco a nadie que, habiéndose hecho rico con la especulación urbanística, o cualquier otra, vote a partidos de izquierdas. ¿Será acaso por eso que el Partido Popular prefiere recurrir temas íntimos y privados como la tendencia sexual de cada cual, en lugar de meterse a fondo con lo que interesa a todos, excepción hecha de los especuladores?

Creyentes y no creyentes

Muchas personas de este país no son creyentes, o no practican ninguna religión, que son dos temas distintos, por mucho que a veces se intente hacerlos aparecer como iguales. Porque muchas personas creen en la evolución, en la versión científica de la formación del Cosmos, en la naturaleza como sustentadora y generadora de toda la vida, y en cien teorías más, y no por ello practican religión alguna.
Otran creen en Dios, íntimamente, para adentro, y tampoco practican religión alguna ni pertenecen a ninguna iglesia.
Muchos sí pertenecen a iglesias distintas, y entre esos, bastantes a la Iglesia Católica. No he consultado ninguna estadística, pero a buen seguro que el porcentaje es muy elevado. No descubro nada si digo que la Iglesia Católica –como cualquier otra- necesita la clientela, pues en base a ella tendra más o menos fuerza para conseguir lo que se propone. A este fin –la clientela- estuvieron dedicados los representantes de esta iglesia a partir de 1939, después de haberse percatado del riesgo que hubiera supuesto para ellos la continuación de la República con sus programas. Los siguientes cuarenta años fueron de un denodado esfuerzo para hacer ver, sobre todo en el ámbito rural, la necesidad –la obligación, mejor dicho- de casarse por la iglesia y bautizar a los neófitos, para aumentar la clientela. Baste recordar quienes eran los encargados de firmar los certificados de buena conducta, que por supuesto jamás se hubieran dado a personas sin haber pasado antes por la pila bautismal. La fe de bautismo, como se llamaba al certificado, era indispensable hasta para matricular a los niños en las escuelas, públicas, por supuesto.
Llegaron unos años, más o menos desde la Gloriosa Constitución hasta principio de los noventa, en los que las bodas civiles se impusieron, los niños no se bautizaban, y algunas personas que habían sido bautizadas por el qué dirán, colaborador íntimo del clientelismo religioso, decidieron apostatar (que pruebe alguno, a ver si lo consigue). Entonces, de alguna forma que no alcanzo a ver, se formó un contubernio –quizá implícito y casual a la vez- entre el comercio y la iglesia, y se notó un cierto volver al conservadurismo, las bodas por la iglesia, los bautizos, las listas de boda, los viajes exóticos, fotos sinfin, películas, los vestidos imposibles y los banquetes insoportables, con señores encorbatados y señoras serias cuando no llorosas. Todo mezclado, todo a la vez, y el dinero ganado a fuerza de horas extras, perdiéndose por la corriente de los comercios especializados.
Hasta estaría de acuerdo con esta lucha de la Iglesia por la clientela. Muchas personas aceptamos –sin creer e incluso teniendo que sostener la tecla para no decir todo lo que sentimos y pensamos sobre el tema- los repiques de campanas (que son bonitos), las procesiones por todas las calles, las romerías (que tienen su encanto y a las que acuden creyentes o no). Hasta nos aguantamos cuando vamos a visitar un edificio religioso notable restaurado a medias por la Iglesia (a su vez subvencionada por todos) y el departamento de Cultura civil que corresponda (con nuestros impuestos) y lo encontramos cerrado a cal y canto. Incluso cambiamos el canal sin protestar demasiado cuando la televisión pública ofrece oficios religiosos católicos todos los domingos, o dedica –ahora va a suceder otra vez- horas y horas a las visitas papales. Como dice mi hermana Maruska, los agnósticos somos las personas más respetuosas que existen con las creencias de todos los demás. ¡Con las creencias! Que nada tienen que ver con la Iglesia.
Si lo analizamos bien, la Iglesia Católica no tiene toda la culpa de que la televisión pública le dedique tantas horas en detrimento de las minorías que preferiríamos ver más teatro, cine de arte y ensayo sin cortes publicitarios, programas de literatura, y cosas parecidas, si se lo dan, pues miel sobre hojuelas. Pero muchos creemos que es hora ya de que esto cambie. El título primero de la Constitución, en su artículo 16, apartado 3, dice:

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.

¿Qué quiere decir lo de cooperación? ¿Hay que seguir pagando? ¿Por qué una religión, una creencia íntima, ha de ser financiada por todos los españoles, creyentes o no? Lo de la casilla en la declaración de la renta no llega, y como no llega, el dinero sale de todos. ¿Se va a seguir financiando mucho tiempo más las creencias y la religiosidad de un sola confesión en detrimento, por ejemplo, de la investigación científica? ¿Se les ha olvidado a los católicos que el quinto mandamiento de la Iglesia Católica señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia, ellos, los creyentes?
Y los gobiernos socialistas que fueron y han sido están permitiendo que suceda con la Iglesia Católica lo que no se conoce de ninguna iglesia de otros países, y es que, gracias al poder que todavía tienen por mor de la financiación con el dinero de todos, intervenga de la manera que lo hace en la vida política y social. No se limitan a participar con el voto, si no que tenemos que soportar a sus miembros, en calidad de tal, manifestar y opinar sobre educación, sexualidad, legislación... tratando de torcer y manipular, con potentes medios de comunicación a su servicio que predican todo, menos la doctrina que sustenta a la Iglesia.
¿No va a cambiar esto nunca? Han pasado más de veinte siglos de poder de la Iglesia, por encima de todos los poderes. ¿No es ya suficiente?