Me parece
que este ha sido el menos duro, o ha pasado rápido (ahora todo discurre con
demasiada rapidez). Me refiero al verano, la estación del año, para mí, más antipática,
si es que esa cualidad se puede aplicar al conjunto de tres meses del año. Los más
enterados dirán sí, sí, se puede, estás personificando. Bueno, pues eso.
He acudido
allí donde las obligaciones familiares me lo han permitido: Móndidas de
Matasejún, de Sarnago, visita a Valloria, a un foro social en Fuentes de
Magaña, presentación de mi última novela La Vara de la Libertad, y poco más.
Como
no me he movido de Soria y sus tierras, he seguido las noticias y he
comprobado, día a día, que los problemas tampoco se han ido de vacaciones. Siguen
todas las vergüenzas ahí, el barcegate, el urdangate, los parados, los
corruptos, todo y todos siguen pululando sobre nuestras vidas tratando de
amargarnos la existencia.
El último
día de agosto, carretera y manta, fui hasta Judes. Pasé siete, ocho o nueve
rotondas en catorce kilómetros, alrededor de Almazán y, ante el temor de tener
que enfrentarme a más, hui por el cruce que, pasando por Taroda y Utrilla,
conduce a Arcos de Jalón. Es el tipo de carretera que más me gusta. Su trazado
y el estado de conservación de algunos tramos obliga a circular a 70/80
kilómetros, cuando no a menos, y puede una recrearse en el paisaje casi
desértico por donde dice un amigo mío que cualquier día veremos aparecer un
camello, de los de cuatro patas, me refiero.
El día
era precioso, de otoño, límpido. Desde Arcos a Judes, la sierra del Solorio va
acompañando al viajero con la modestia de sus sabinas, primero jalonando
cultivos y, ya por Chaorna, enseñoreándose de todo. La única muestra de
progreso de toda la zona es un túnel sobre el cual discurre la vía del AVE. Todas
esas tierras fueron adquiridas muchos años atrás, por un prócer, antes de iniciarse
las obras para ese tren, a precio de saldo, y poco después expropiadas a precio
de información privilegiada.
Judes,
lo he dicho muchas veces, es un pueblo muy interesante. Algún día mi amigo
Santi tendrá que ocuparse en la investigación de él. Además entre los vecinos
hay una armonía envidiable, gente amable y educada donde las haya. Vi y sopesé
las arras de plata de los reinados de Carlos III y IV, visité la iglesia
restaurada, los edificios que albergaron cárcel y hospital, sin ser villa, tal
vez por discurrir por allí uno de los caminos hacia Aragón.
Allí
me esperaba Pilar que había cocinado para mi agasajo (cuando debería ser al
contrario, ella la agasajada por mí), una judías que hace como nadie, además de
otras viandas, y para postre un arroz con leche (receta tal vez heredada de su
marido asturiano), que había sido aromatizado con vainilla llegada desde
Indonesia. Pilar me ilustró sobre costumbres y ritos judeños y me regaló una
receta de cocido con panzote entre otros ingredientes. Del panzote ya diremos
en el web.
El paseo
por el barrio alto habría de depararme otra sorpresa que cada año que pasa
resulta menos sorprendente. Unos madrileños (aunque uno de ellos nació en
Tardelcuende casi por casualidad) han adquirido una casa en Judes y la están
restaurando. Son el matrimonio formado por Pedro y Susana, y Richi, un hermano.
El barrio de arriba es un espacio por donde no pueden circular vehículos, lo
cual es ya una garantía de tranquilidad. Está en alto, y desde cualquier
ventana puede verse el Moncayo, las tierras de Soria hasta la Ribera y ya, más
cercano, la mezcla de las tierras de labor y sabinas. Un pequeño paraíso. En él
también vive, una parte del año, Pilar.
Pedro
y Susana han decidido huir de Madrid, al menos un tiempo al año, de momento. Cada
mes, cada año, se percibe en este mundo rural un lento, pero imparable retorno
de personas que desean huir de las grandes urbe donde, a decir del mismo amigo,
millones de personas intentan engañarse los unos a los otros. Están restaurando
la casa, de piedra y madera de sabina que nunca pierde el aroma, con sus
propias manos.
Como
dije en el foro social de Fuentes de Magaña, el mundo rural es la solución. La población
bien repartida puede defenderse mejor de las agresiones corruptas, de los
acosos de especuladores que ven el caldo de cultivo en poblaciones millonarias.
Hay que
volver al pueblo, a la naturaleza, rebajar el listón que nos han puesto con la
zanahoria al final del palo, saber valorar lo esencial y no lo accesorio.
Desde
luego con todo el respeto a quienes quedaron en los pueblos custodiando la
tierra, los edificios, los ritos y las costumbres. Y sin pretender que nos lleven
la luz y el agua al alto del Cayo, por ejemplo.