Recibo
correos de Alfonso Infantes y de Carmen, unos mensajes que me
transportan a mi tierra y que no referenciamos en la web por ser esta
sólo sobre Soria. Como son quienes organizan los Encuentros en Urex,
es entonces cuando podemos atender sus envíos. En marzo, cuando
estuve en Jaén, fui una tarde a la calle Hurtado donde Carmen tenía
una exposición de fotos que encontré cerrada, ya que se celebraba
el Día de la Mujer y, naturalmente, se hallaban en la manifestación.
Pero este es mi blog personal y en él me voy a referir al anuncio
de una veladas que están celebrando en Jaén, donde nací y pasé mi
infancia.
En
Castilla existen -existieron- también este tipo de reuniones que
llaman veladas, filandones o trasnochos, pero se daban en invierno,
en las comarcas de El Valle o Tierras Altas, cuando los hombres
bajaban a Extremadura, La Mancha o Andalucía en trashumancia. Esa
costumbre se ha perdido porque casi no quedan ni vecinos ni ovejas
merinas, y sólo los escritores los tenemos como referencia casi
poética.
En
Jaén, ciudad y provincia repleta de niños, hombres y mujeres de
todas las edades, estas veladas veraniegas que organiza Jaén En
Común me recuerda mi infancia, aunque poca relación tengan estas
reuniones con aquellas otras familiares en las puertas de las casas,
con las sillas de enea apoyadas en la pared, inclinadas, con las
patas delanteras levantadas, a veces balanceándolas, manejadas con
maestría para no acabar en el suelo. Se hablaba, como en los
trasnochos, de acontecimientos cercanos, y aún en plena noche, era
necesario seguir utilizando el abanico para soportar el calor. “No
corre un pelo de aire”, decían. Recuerdo a una de mis abuelas, con
un cestillo de jazmines en el suelo, armar moñas albas como luceros
que una vez hechas, muy apretadas, colocaba en mi pelo. Pero ya desde
pequeña me molestaba cualquier adorno y duraba poco en mi cabeza.
En
Jaén, como en Córdoba y en Sevilla, se vivía de noche. Durante el
día se vegetaba como se podía, cumpliendo con las obligaciones a
golpe de botijo, o en el interior de la casa cerrada a cal y canto,
oscura, para impedir la entrada del más mínimo rayo de sol o soplo
de aire ardiente. Cincuenta o sesenta años atrás el aire
acondicionado no se contemplaba. Otra manera de vivir la noche,
además de las veladas, era acudir al cine de verano. Especialmente
recuerdo el Rosales.
Jaén
En Común utiliza también el cine, los documentales, para animar las
reuniones. “La alegría que pasa” ha sido uno de los proyectados
en la zona peatonal. Precisamente el director es Lorenzo Soler,
valenciano de nacimiento, pero muy relacionado con Soria, donde pasa
muchas temporadas en su casa del precioso pueblo medieval de
Calatañazor. Ahora tenemos a Lorenzo entre nosotros y, con motivo de
la Feria del Libro que se está celebrando estos días en la ciudad
machadiana, ha presentado otro de sus documentales, “Max Aub”.
En
fin, envidia que me dais, paisanos, de no poder acudir a esas veladas
veraniegas que anunciáis con un montaje de playa y la hermosa
catedral jiennense al fondo.