martes, mayo 17, 2016

Este año las ovejas no llegarán a Oncala


Cuando las familias se marcharon en busca de una vida mejor, se llevaron con ellos, además de los enseres materiales, los recuerdos de sus vidas y los de sus ancestros. Unos recuerdos que, como sucede con los objetos, se agrandan en la distancia, pero ni se agotan ni se pierden, especialmente si se van transmitiendo. Eso permite recrearlos en un momento determinado, recreación que, si bien pierde frescura, sirve para enseñar a todo aquel que quiera cómo era la vida cuando se marcharon. Para que esto surja el efecto deseado, se ha de estar muy orgulloso del pasado, considerarlo como lo que ha formado a las personas, tanto individual como colectivamente.
 
Desde mi punto de vista (¡lo he dicho y escrito ya tantas veces!), el mundo rural es y ha sido susceptible de provocar ese orgullo de pertenencia más que ningún otro. Y dentro de ese mundo, la particularidad de la Trashumancia ha significado el puntal sobre el que apoyar un mundo de conocimientos, de transmisión de otras culturas, a las que a la vez se colonizaba otras sin pretenderlo, por el efecto de la solidaridad, pero también de la necesidad. Fue también la necesidad, la de comunicarse con quienes se quedaban en sus lugares fijos de residencia, lo que hizo que no existiera el analfabetismo entre los trashumantes. Fue un trabajo duro, durísimo, pero tan enriquecedor, a la vez tan primitivo, tan telúrico, que procuró una sociedad, dentro del mundo rural, distinta y enriquecedora. Una actividad entroncada con los primeros grupos humanos que debían desplazarse en busca del alimento para sus animales, los que a la vez servían de sustento a ellos mismos. El hombre, el trashumante, miraba y reflexionaba, consciente o inconscientemente, empapándose de todo aquello que el ser humano es capaz de asumir y transmitir. Quizá tuvo tiempo de plantearse, mientras curaba las heridas de los animales, evitaba que los lobos mermaran sus rebaños, o vigilaban la rapiña, que ellos, los trashumantes, eran el grupo humano más primitivo que pisaba la tierra, antes de que el hombre dominara las semillas, de que la Agricultura se escribiera con mayúsculas, los trashumantes eran los señores de los montes.


  De unos años a esta parte, alternando Oncala con Los Campos, se ha venido mostrando a todo aquel que lo deseara la cara más amable de la Trashumancia. Este año de 2016 le tocaba a Oncala, pero no podremos verlo. No sé exactamente los motivos, ni tampoco me interesan demasiado, porque me temo que entre ellos estará la cuestión económica y la falta de interés, pero en realidad lo que subyace (como en casi todo en esta depauperada provincia) es la falta de almas para arrimar el hombro en esta y en cualquiera de las actividades que se pretendan hacer. Los viejos trashumantes ya se marcharon a otro espacio donde dicen los creyentes que se está mejor, pero donde ya no se vive. Las distintas administraciones (¡será por administraciones!) se mueven de elecciones en elecciones y en el interregno andan probando maridajes y preparando las fiestas de la capital donde ahí sí que hay diversión y fotógrafos y televisiones, y de todos los medios.
 
Esperemos que lo de este año sea sólo una suspensión puntual y volvamos a participar en la fiesta de la Trashumancia.