No es tema baladí el de la Trashumancia. En realidad es una parte de la Historia que se remonta a la Biblia –entendida como tratado histórico- y llega hasta nuestros días. Trashumar animales en busca de pastos ha marcado la idiosincrasia de los pueblos, ha traspasado el sedentarismo, ha conseguido que reyes y gobiernos legislaran a su favor, ha llenado los archivos de legajos, muchos títulos de nobleza fueron otorgados a propietarios de rebaños, y otros nobles contaban por miles las cabezas de su propiedad. Ha marcado la fisonomía de los caseríos, montes y dehesas. La forma de la organización social y familiar se consolidó por y para el ir y venir de los animales. Además, las miles de cabezas recorriendo de norte a sur y de sur a norte los pastos, hacían una labor de limpia de montes que evitaban los incendios, sobre todo cuando lo que se trashumaba eran cabras.
El hecho de reunir a los animales dispersos por los pastos de verano, miles y miles; conducirlos por cañadas, cordeles y veredas, hacia los pastos de invierno; la perfecta organización de las personas encargadas de hacerlo; el conocer las enfermedades de los animales, distinguir las plantas que pueden curarlos o envenenarlos; saber hacer frente a los peligros, día tras día, noche tras noche; la comida especial para el largo viaje, los utensilios para transportarla, las canciones, las costumbres que bajan y suben, todo lo relacionado con la Trashumancia, en fin, forma parte de un mundo que nada tiene de cerrado, pero sí de casi perfecto.
La Trashumancia, a día de hoy, debería ser un monumento ambulante, protegido, subvencionado con todos los medios posibles por parte de los distintos gobiernos, desde la Comunidad Europea, a las autonomías.
En esta sociedad donde lo que prima es el consumismo, la cultura del ocio, el hipotecarse de por vida, el mundo virtual, lo accesorio por lo fundamental, se subvencionan cosas tan absurdas, tan irrelevantes, casi siempre para lucimiento personal, que omitiré por prudencia, pero que sólo con acudir a las hemerotecas produce escándalo. En cambio se pone todo tipo de trabas para que el venerable oficio de trashumar se pierda para siempre. Se han ocupado vías pecuarias y descansaderos, se contempla el paso de los rebaños, por los urbanitas incultos, como una molestia, como algo propio del mundo rural, entendido éste como caduco y trasnochado, en el mejor de los casos se ve como algo exótico e innecesario.
Sin hablar de la esencia misma de la Trashumancia, que es el ofrecer a los humanos el mejor producto para su alimentación. Cualquier ser medianamente educado, sabe que no es lo mismo comer unas chuletas de cordero, un frito de cabrito o un chuletón de ternera que se han elaborado a base de hierbas aromáticas, setas y demás frutos de los pastos, que ingerir proteínas que han llegado a ser a base de piensos.
El hecho de reunir a los animales dispersos por los pastos de verano, miles y miles; conducirlos por cañadas, cordeles y veredas, hacia los pastos de invierno; la perfecta organización de las personas encargadas de hacerlo; el conocer las enfermedades de los animales, distinguir las plantas que pueden curarlos o envenenarlos; saber hacer frente a los peligros, día tras día, noche tras noche; la comida especial para el largo viaje, los utensilios para transportarla, las canciones, las costumbres que bajan y suben, todo lo relacionado con la Trashumancia, en fin, forma parte de un mundo que nada tiene de cerrado, pero sí de casi perfecto.
La Trashumancia, a día de hoy, debería ser un monumento ambulante, protegido, subvencionado con todos los medios posibles por parte de los distintos gobiernos, desde la Comunidad Europea, a las autonomías.
En esta sociedad donde lo que prima es el consumismo, la cultura del ocio, el hipotecarse de por vida, el mundo virtual, lo accesorio por lo fundamental, se subvencionan cosas tan absurdas, tan irrelevantes, casi siempre para lucimiento personal, que omitiré por prudencia, pero que sólo con acudir a las hemerotecas produce escándalo. En cambio se pone todo tipo de trabas para que el venerable oficio de trashumar se pierda para siempre. Se han ocupado vías pecuarias y descansaderos, se contempla el paso de los rebaños, por los urbanitas incultos, como una molestia, como algo propio del mundo rural, entendido éste como caduco y trasnochado, en el mejor de los casos se ve como algo exótico e innecesario.
Sin hablar de la esencia misma de la Trashumancia, que es el ofrecer a los humanos el mejor producto para su alimentación. Cualquier ser medianamente educado, sabe que no es lo mismo comer unas chuletas de cordero, un frito de cabrito o un chuletón de ternera que se han elaborado a base de hierbas aromáticas, setas y demás frutos de los pastos, que ingerir proteínas que han llegado a ser a base de piensos.