sábado, agosto 25, 2007

Curiosa escala de valores

Por mucho que me esfuerce en comenzar diciendo lo que voy a decir a renglón seguido, sé que la continuación se considerará políticamente incorrecta. Soy incapaz de matar una liebre, aunque se meta dentro del coche (como de hecho sucedió en una ocasión), tengo un gato al que cuido como él se deja (es callejero), odio las corridas de toros. Me indigno cuando veo abrigos de pieles, odio las matanzas de focas bebes, la última barbaridad que he escuchado es el sacrificio de delfines para vender los ojos como amuletos, me reservo lo que opino sobre los propietarios de cabezas de animales disecadas, colgadas en los salones horteras, y un largo etcétera.
Pero estoy harta de una escala de valores bastante distorsionada, desde mi punto de vista. Mi amigo Gumersindo García Berlanga explica algunos casos con mucha gracia. A mí no me hizo demasiada toparme una mañana en la carretera N-111, cerca de Medinaceli, al salir de una curva, con un todoterreno de guardas forestales, en mitad de la carretera, con las puertas abiertas, intentando coger un águila herida. Esa mañana volvimos a nacer. Es un ejemplo de lo que es llevar las acciones al extremo.
Otro ejemplo sería el motivo por el cual, hace ya muchos años, no se pudo hacer una carretera de tan sólo tres o cuatro kilómetros, que hubiera unido la parte Sur de la provincia de Soria con Caracena. Impacto medioambiental para unos nidos de rapaces.
Y digo esto estando, como estoy, del lado de los ecologistas, y pensando, como pienso, que si no existieran este mundo ya se habría arruinado del todo. Pero vuelvo a los extremos. El último se ha producido, a mi entender, estos últimos días. El protagonista ha sido un tiburón hembra aparecido en las playas de Tarragona. Biólogos y personal técnico han estado pendientes del animal varios días. Finalmente y con gran esfuerzo, lograron capturarlo. Fue transportado en un vehículo especial, cuidado por más técnicos –o los mismos- con un aparato que le iba proporcionando el oxígeno necesario, o lo que necesitara. Una vez en Barcelona, lo trasladaron a la UVI de animales, lo acompañaron durante unas horas en piscinas especiales hasta que, finalmente, el animal pasó a mejor vida, momento en el cual le practicaron la necropsia para ver la causa de la muerte, entre ellas, el haberse tragado un anzuelo.
No sé el dinero que habrá costado todo esto. Supongo que todos los especialistas que han intervenido en el proceso están donde están precisamente para eso, para cuidar de ese pobre tiburón y, sobre todo, de todos los animales en peligro de extinción.
Creo que el animal que está más seriamente amenazado es el humano. Creo, también, que todos estos esfuerzos, todas estas actuaciones desmedidas, son producto de la confusión en la que navegamos los humanos, de querer abarcar –y tratar de dar solución- a todos los problemas que nosotros mismos hemos creado, de obviar lo fundamental para dedicarse a lo accesorio.
He escuchado demasiadas veces esa soberana tontería de muchos que prefieren los animales a los humanos, algo que me parece una carencia de empatía –como mínimo- de los que lo dicen, una dificultad, a veces patológica, para relacionarse. Mientras una sola cría de la especie humana sufra –y hay millones- creo que ese hecho es el fundamental y a ese hecho hay que dedicar todos, y digo todos, los esfuerzos, tanto oficiales como particulares.

martes, agosto 21, 2007

De qué nos evadimos

Hace ya demasiado tiempo que escucho, o leo, decir a personas de distintas edades y condición social, que viendo tal o cual programa de la televisión –ya sea telebasura, fútbol, o corridas de toros- lo que pretenden es evadirse.
He mirado las acepciones que para el término evadir da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Son cinco, a saber: Evitar un daño o peligro. Eludir con arte o astucia una dificultad prevista. Sacar ilegalmente de un país dinero o cualquier tipo de bienes. Escaparse. Desentenderse de cualquier preocupación o inquietud.
Supongo que la mayoría se refieren a la última, desentenderse de cualquier preocupación o inquietud. Podría ser que esto fuera aceptable cuando la evasión dura un tiempo prudencial al día, más una parte de los fines de semana, puentes, vacaciones de verano e invierno, y demás etapas de ocio. El resto, digo yo, habría que dedicarlo precisamente a lo contrario, o sea, a inmersionar en la profundidad de los problemas que vivimos, no ya las clases altas, medias, medias-altas y medias-bajas, sino, por ejemplo, los millones de españoles que todavía viven por debajo del umbral de la pobreza. O los que llegan a nuestras costas en pateras, o los que mueren a decenas en medio del océano. O lo que está sucediendo en el mundo, al lado nuestro, a cuatro pasos como quien dice, donde la gente se mata por centenas, se muere de hambre. Porque, no nos olvidemos, de lo que pasa en el mundo somos responsables todos, unos por acción y otros por omisión. Es como si uno entra en casa, ve a los hijos apaleándose, y en lugar de poner orden, se coloca los cascos y espera que el conflicto se solucione solo.
Por otro lado, este pasotismo, en una sociedad occidental (la que comprende a las clases con los problemas básicos mínimamente solventados) tan absurda, en la que casi nada tiene demasiado sentido, es un acto de negligencia, de desidia y, en muchas ocasiones, de idiotez, porque esa apatía que obliga a la gente a sentarse delante del televisor podría convertirse en un revulsivo contra la absurdez del parte del mundo occidental en el que nos dejamos caer.
He leído mucho sobre la CNT, sobre la República, sobre los obreros, y tal vez porque no tenían televisión (quiero creer que no), la gente se dedicaba a ilustrarse en los ateneos. En Soria había uno, los libros fueron tirados a la calle y quemados, creo que en mitad del Collado, por unos simpáticos señoritos que vestían de azul. Además de eso, asistían a conferencias (hasta Machado dio alguna para ellos), a manifestaciones, representaban obras teatrales, a simpatizar con los problemas de los demás, que consideraban como propios. ¿Alguien recuerda ahora que entonces, estos obreros trabajaban cincuenta o sesenta horas a la semana y sólo libraban los domingos? Pues aún tenían tiempo para educarse y ser solidarios.
Sólo con que cada cual, desde su campo de acción, robara a la evasión, léase jodida televisión, un par de horas al día, e hiciera algo por tratar de solucionar lo que pasa en el mundo, a veces a dos pasos de ellos, el mundo sería mucho más habitable.
Recuerdo el poema de César Vallejo “Un hombre pasa”. Búsquenlo. Está escrito antes de 1938, fecha de su muerte. Voy a recordar sólo un pequeño trozo.

Un albañil cae de de un techo, muere, y ya no almuerza.
¿Innovar luego el tropo, la metáfora?
Un paria duerme con el pie a la espalda.
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien limpia su fusil en la cocina.
¿Con qué valor hablar del más allá?

sábado, agosto 11, 2007

Muerte de un amigo y un hombre íntegro

Don José Martínez Quesada falleció el pasado mes de julio. Alguien podría preguntar ¿quién fue este hombre? No tenía relevancia política, ni intelectual, lo cual, a mi entender, le honra más. Era, fundamentalmente, un hombre íntegro, y eso, por desgracia, vende poco. Y era el padre de un buen amigo mío, además de nacido en la provincia de Jaén, o sea, paisano, aunque, como yo, vivió buena parte de su vida en Soria.
Aquí, en Soria, formó parte durante muchos años de la Banda Municipal de Música, su nombre y alguna foto, aparecen en la reciente publicación sobre la agrupación musical, cuyo autor es un jovencísimo Norberto Francisco Moreno Martín. Trabajó, además, en el Colegio Oficial de Médicos, donde le recuerdan con gran afecto.
Pero lo que me interesa reseñar de don José es su honestidad, su integridad, su forma de vivir en contacto con la naturaleza. Era un caminante impenitente, y su lugar preferido fue siempre la Sierra de Santa Ana. Tanto, que con sus propias manos construyó un refugio de piedra donde, de cara al río Duero y a la vieja ciudad castellana, don José reflexionaba, descansaba y contemplaba. Ese refugio, que servía a él y a todos los caminantes de descanso y protección, hace poco que ha sido arrasado por el fuego, de forma premeditada, un acto de gamberrismo, por ser moderada en el adjetivo.
Su otra pasión –además de la familia- era la música. Me ha dicho Santiago Cabrerizo –compañero suyo en la banda- que nadie como él hacía los solos de clarinete. Conservo un libro regalado por don José sobre Pau Casals, y dedicado por él “A mi gran amiga”.
Don José Martínez Quesada era viudo de una mujer sencilla, muy guapa, a quien yo también apreciaba mucho, Josefa Ortega, la señora Pepa. Les recuerdo paseando cogidos del brazo.
Creo que don José nació ya de izquierdas y republicano, y murió de la misma forma. Su despedida fue exactamente como él quiso. Al morir le envolvieron en la bandera republicana. No hubo ningún acto religioso. Fue incinerado acompañado solamente por la familia y algunos amigos muy íntimos, entre los que me encuentro. Una de sus nietas, con voz rota, recitó un poema de Machado
"Mediaba el mes de julio.
Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal
subía, buscando los recodos
de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para
enjugar mi frente y dar
algún respiro al pecho jadeante; o
bien, ahincando el paso, el
cuerpo hacia delante y hacia
la mano diestra vencido y
apoyado en un bastón, a guisa
de pastoril cayado, trepaba
por los cerros que habitan
las rapaces aves de altura,
hollando las hierbas
montaraces de fuerte olor
-romero, tomillo, salvia, espliego-.
Sobre los agrios campos
caía un sol de fuego."
Antonio Machado. Soria. Cerro de Santa Ana, 6 de julio de 2007
Después de su lectura, la nieta, con voz quebrada, pero firme, miró el ataúd de su abuelo, instantes antes de convertirse en cenizas para después ser mezcladas con el romero, el tomillo y otras hierbas, y gritó ¡Viva la República!
Unos sinceros aplausos despidieron para siempre a un hombre bueno, a un republicano impecable, a un amigo sincero.
Hasta siempre, don José.

martes, agosto 07, 2007

Esa gentuza incendiaria

¿Qué pasa por la cabeza de un ser humano cuando, cerilla en ristre, prende fuego acá y allá? ¿Y cuándo ver arder el bosque, la vida, el oxígeno, el bien más preciado para la vida? ¿Cuándo observa a los bomberos jugarse la vida y la salud tratando de remediar la catástrofe, sin conseguirlo hasta que el fuego ha devorado miles y miles de hectáreas? ¿Y cuándo ve a las personas llorar porque han perdido su casa y con ella su vida, su historia?
No puedo comprenderlo. Me dicen que en los arcanos del ser humano hay agazapado un pirómano, puesto que al tratarse de un trastorno sobre el control de los impulsos, a veces, a lo largo de nuestra vida, se puede presentar. Esto puedo entenderlo.
Pero también me comentan que la mayoría de los incendios no son provocados por pirómanos, sino por incendiarios, o sea, por gentuza que lo único que buscan es hacer daño. Son “El hombre de estos campos que incendia los pinares/y su despojo aguarda como botín de guerra,/antaño hubo raído los negros encinares,/talado los robustos robledos de la sierra”. Así los definió Antonio Machado a principio del siglo XX, y todavía sirve, y servirá, al parecer, por los siglos de los siglos.
Hay que decir, no obstante, que por aquellas fechas la conciencia ecológica no existía, o no era voceada. Que los bosques eran más compactos, que el peligro de la desaparición de ellos no se veía como algo peligroso, muy peligroso.
El terrible incendio de Guadalajara, hace algunos años, que se llevó por delante a doce personas, no fue provocado directamente, pero la culpa de que se incendiara el bosque la tuvieron un grupo de señoritos ociosos madrileños quienes, a pesar de las observaciones del guarda forestal, encendieron una barbacoa para degustar sabrosos productos a la brasa. Una imprudencia como otra cualquiera si no hubiera sido porque les costó la vida a muchas personas. El gilipollas de turno, que se autoinculpó en un gesto que le honraba, gracias a su abogado, donde dijo digo, dice diego, y no se sabe que habrá sido de él y de su conciencia, si es que la tiene. Ya lo dijo un escritor barcelonés del que no recuerdo su nombre “la delincuencia no acabará hasta que no entre en la cárcel el delincuente y su abogado”.
Estos de Canarias, que han achicharrado parte de las islas, al parecer han sido provocados. Uno de ellos, el más voraz, por un individuo, por un criminal, a quien no le gustó que le rescindieran el contrato de trabajo.
No sé de cuántos años –espero que sean años- será la sentencia, pero este delito lo es contra todos, no sólo contra el bosque y sus árboles. Yo, desde Soria o desde Creixell, me siento víctima de este delincuente. Sé que las cárceles están llenas de jóvenes que se han llevado mil, dos mil o cincuenta mil euros de un banco, o de chavales que “traficaban” con hachis. Estoy en contra de las cárceles, pero ya que existen, espero y deseo que se vacíen de muchos de los que ahora las habitan y se vayan llenando con esta gentuza.

¿Qué hacemos con el turismo?

Guste o no el turismo, parece ser que Soria apostó por él en un momento determinado, y se pasó a la puesta en marcha de casas rurales, a la ampliación de plazas hoteleras, a la oferta culinaria propia, a la escenificación de mercados medievales y tradicionales, y demás atractivos que hicieran posible el llenar esas ofertas.
A nosotras nos llegan peticiones de rutas, lugares para visitar y establecimientos donde dormir y comer. Atendemos escrupulosamente las peticiones, a excepción de los establecimientos hoteleros, por razones obvias: vivimos en nuestra casa, no pernoctamos en ninguno y, francamente, comemos pocas veces fuera.
Pese a eso, luego nos cuentan cómo ha ido el viaje y todos han quedado encantados con el románico, el paisaje, los ríos, y demás patrimonio. Con el ruego de que no lo publiquemos, también nos escriben sobre dónde han dormido, comido y el trato recibido. Con demasiada frecuencia para nuestro gusto, hay quejas. Y las hay sobre muchos aspectos, el precio en los restaurantes entre ellos, las dificultades para visitar iglesias notables, pese a las subvenciones con dinero público para su restauración. Las dos últimas han sido sobre un camping y su suciedad –referente al año pasado- y la otra sobre los ruidos y estrecheces de una casa rural, visitada hace quince días.
Cualquier casa no sirve para turismo rural, como su nombre indica. Una de las virtudes que ha de tener es el contacto con la naturaleza y el silencio, no se puede habilitar una casa en mitad del pueblo rodeada de establecimientos ruidosos.
Comprendo los lamentos del sector, ya que la mayoría lo hace bien y no ve suficiente respuesta. Pero creo que sería necesario que ellos mismos reflexionaran y, en lugar de culpar del relativo fracaso –o no tan relativo dada la ocupación anual confesada- a las instituciones, dieran toques de atención a aquellos de su gremio que no cumplen con las mínimas condiciones comerciales y éticas exigibles para con sus clientes.
Nosotras, que llevamos diez años apostando por Soria y sus recursos culturales y artísticos, sin anuncios en nuestro web, sin apoyo alguno, valiéndonos exclusivamente de nuestro tiempo y esfuerzo, sin que todavía organismo alguno se haya dignado enviar un mensaje de reconocimiento, nos sabemos con todo el derecho para hacer una llamada de atención al gremio de hostelería y turismo. Y lo hacemos por gratitud a nuestros seguidores, a los amigos que nos visitan, nos consultan y nos agradecen, esos que, con su ánimo, han hecho que nos mantengamos diez años en la red. Hace pocos días recibimos el mensaje de una soriana residente en Bilbao, en el que nos decía que pidiéramos a determinada institución que nos diera el dinero a nosotras y cerraran su web.
De nada valen nuestros esfuerzos y los de otros compañeros en la red, ni los del Patronato y otros organismos, mientras los que tratan directamente con el público no se esmeren lo suficiente.