martes, enero 24, 2012

Despoblación, otra vez



Voy a intercalar entre los trasnochos un artículo de opinión, porque no me juré no hacerlo nunca más, bueno, y porque me apetece, que el blog es mío. He vuelto a leer en la prensa de hoy que se sigue buscando a 151.651 sorianos ¿dónde están? Es la misma pregunta que nos venimos haciendo desde años lejanos y es, más o menos, el mismo número de habitantes, o sea, real como las estadísticas: los que han ido muriendo se ha repuesto con los que se siguen marchando. La pregunta es fácil de responder, lo que ya resulta algo más complicado es aquella que inquiere ¿por qué se siguen marchando?
Cuando comenzó el éxodo las razones fueron unas, y ahora son otras. Yo escribí un librito, agotado hace mucho tiempo y que me siguen pidiendo pero que no me atrevo a reeditar porque ya sé cómo funciona esto de la edición, en el cual no tuve en cuenta una causa, que ahora, después de investigar sobre el tema durante años, la tendría que añadir: fue la posguerra como presión social, causa ésta, la presión social, que sí desarrollé más o menos, pero sin hacer hincapié en todos aquellos que debieron cerrar las puertas de sus casas porque se les hizo insoportable convivir con quienes habían sido causantes de la muerte en las cunetas de algún familiar, pero, y sobre todo, porque a los causantes de esas muertes, se les hizo todavía más insoportable el tenerles cerca, máxime cuando, además de haber contribuido a su desaparición para siempre, después declararon para que se les aplicara, no al muerto, pero sí a la familia, las responsabilidades políticas que les acabarían arruinando. Ya se sabe, se va directamente a por quien se ha ofendido, para seguir machacándole.
Dicho esto, el resto de causas y motivos que dieron lugar a que la provincia se deshabitara, a día de hoy, siguen siendo los mismos para aquellos años, los más sangrantes, la veintena que va desde los años cincuenta a los setenta. A día de hoy todo es distinto.

No voy a decir, porque lo desconozco (esas cosas no quedan reflejadas en los documentos) que todo lo que motivó esa despoblación estuvo planificado, pero se puede deducir por lo sucedido después, que algunas cosas sí. Por ejemplo en la zona Norte, lo que ahora damos en llamar Tierras Altas, con disgusto del economista Emilio Ruiz, que prefiere que se le llame La Sierra o Tierras de San Pedro, se planificó la repoblación forestal, para lo cual era imprescindible que desapareciera la población, y así sucedió, de mejor o peor grado, que de todo hubo. Con estas cosas pasa como con los programas basura, han de coincidir varios factores para que el hecho se lleve a cabo: propietarios y responsables de las cadenas sin escrúpulos, los que participan en ellos con todavía menos, y la gente que los sintoniza. En cuanto falla uno, el tenderete se desmonta. Con la repoblación sucedió otro tanto. Si todo el pueblo a una se hubiera negado a vender, o a ser expropiado, parte, sólo parte, de la población se hubiera sostenido. Pero se daba el hecho de que en esta zona la principal actividad era la Trashumancia, durísima, por lo que la Administración encontró terreno abonado y mató dos pájaros de un tiro (no sé si era su propósito), acabó con los pueblos y con la actividad principal. Hoy es un desierto humano.

La otra actividad principal, la agricultura, estaba en una situación lamentable, con fincas que más se asemejaban a macetas. Si el latifundio supone la pobreza de los braceros, en beneficio de los propietarios, el minifundio en provincias como Soria supone la miseria, incluso para el propietario, y eso, en unas familias de cinco, seis, siete y más miembros por unidad es insostenible. Se vieron, literalmente, obligados a marcharse, sin más.
A raíz de aquel hecho prolongado en el tiempo, la provincia se reestructuró. Administrativamente, fusionando ayuntamientos; técnicamente, reagrupando las tierras. Fue este el momento en que actuaron los caciquillos, porque estoy convencida que caciques, caciques, en Soria ha habido pocos, si no contamos a los caciques políticos. Por ejemplo, hubo uno que, poseyendo información privilegiada y sabiendo que por el Sur de la provincia iba a discurrir el AVE, compró, muchos años antes, las tierras a precio de saldo. Pero, ojo, se las vendieron, y ya volvemos otra vez a los valores de la ecuación. Otros, y no se les puede tachar de aprovechados, vieron la posibilidad de seguir viviendo en Soria, ya en mejores condiciones, con bastantes hectáreas de tierra a su disposición, con la concentración parcelaria hecha, ya fueran en propiedad ya en renta.
En esta provincia de Soria, como habrá sucedido con la de Teruel, Huesca y Zamora, por nombrar a las más significativas en cuanto a despoblación, se desmontó y rehízo, con mayor o menor ventura, todo, por unas u otras causas: la Trashumancia, la tierra en su estructura primitiva, los ayuntamientos, la extracción de resina, las pequeñas fábricas derivadas de ella, y de la grasa. Pero también es necesario contar con el sino de los tiempos, ya no son viables aquellas fábricas que producían productos demandados entonces.
Y ahí está el quid de la cuestión. No es posible volver a una provincia como la del siglo pasado, porque nadie de los que se marcharon volvería para vivir de la agricultura y la ganadería, y mucho menos de la silvicultura. A día de hoy, nos podríamos plantear una pregunta muy sencilla y muy a la orden del día ¿cuándo una pareja de divorcia, después de haberse hecho mil y una putadas, es posible que vuelva a convivir? Yo creo que no, y eso, aplicado al problema de Soria, vale también como pregunta y como respuesta.
Ahora, y aquí, Soria y sus tierras deben plantearse, con el fondo y sustrato de su propia idiosincrasia, otra forma de provincia, y en eso debemos implicarnos todos. En primer lugar los políticos, que para eso precisamente cobran y tienen a su disposición legión de funcionarios para que les solucionen los problemas técnico administrativos y ellos a pensar y diseñar. Después los ciudadanos. Se deberían haber dado cuenta ya los primeros, de que industria grande no va a venir a Soria, si eso no ha sucedido hasta ahora, en las actuales circunstancias mucho menos. O sea, que todos esos millones que llevan años gastándose en polígonos industriales que asoman, como fantasmas, por las márgenes de las carreteras, habiendo asolado primero parajes y montes, es, cuanto menos, dinero muy mal empleado.
Y qué decir de los ciudadanos. Sigo recorriendo las tierras de Soria, he hecho de ello mi forma de vida, no económica, porque me cuesta dinero, y cuándo me preguntan por qué lo hago, siempre respondo que además de porque me da la gana, porque me gusta más que pintar, o hacer macramé, que también cuesta dinero. Hablo con la gente, pregunto sin cesar, y sé que en los pueblos viven muy bien casi sin gente, a la que no echan de menos, porque los ven en verano y otras veces al año, pero casi todos viven con la sensación de que “esto se nos va de las manos y habría que hacer algo, industria pequeña”.
Ahí está la cuestión, y la solución, en la industria pequeña y artesanal, y en vender Soria para el turismo y la Cultura. Cuando digo turismo me refiero a todos, no sólo a los de corbata, como les gusta a algunos intelectuales a quienes también les agradaría que la provincia estuviera aún más deshabitada para ellos poder escuchar el silencio.

Pero la industria pequeña y artesanal, choca en esta tierra con otra presión, la fiscal. Muchos funcionarios para tan poca población. Y esto lo han visto muy bien las tiendas pequeñas de coloniales y esas entrañables casas de comidas que, de ser apoyadas, serían uno de los mayores atractivos turísticos y culturales, por ejemplo. En el 2009 me dirigí al presidente de la Junta de Castilla y León, solicitando exención de impuestos para el pequeño comercio, algo que me impulsó al hacer una visita a casa de la señora Teresa, en Montuenga, después de escuchar la presión fiscal que tenían encima para poder servir unas sopas de ajos, o un pollo de corral, o unos huevos fritos. La respuesta, del director general de Comercio, pronta y educada, todo hay que decirlo, fue recordarme los artículos 31 y 133 de la Constitución. Ya sabemos que los políticos son muy puntillosos a la hora de aplicar la Constitución en casos menores, como este, con lo que se ha conseguido que cierre el setenta por ciento del pequeño comercio en Soria.
Pese a ello, sigo creyendo que son esas pequeñas industrias artesanales, junto con el turismo y la Cultura, los que sacarían a Soria del sopor: queserías, embutidos, repostería, torreznos, picadillo, cardo, miel y derivados, jabón, cerámica y, por supuesto, apoyados por unos políticos que sepan venderlos y dedicar buena parte del dinero que emplean en polígonos industriales, en subvenciones para ellos, siendo como soy reacia a las subvenciones, pero una vez caminando, se quitan, y punto. Sucede que estas pequeñas industrias no dan relumbre a los alcaldes y concejales, y prefieren intentar colgarse unas hipotéticas medallas que no van a llegar nunca.
El otro futuro de la provincia son los parques eólicos, con los que estoy, por edad y educación, completamente de acuerdo. Pero todo tiene su cara y su envés. Como los ayuntamientos se fusionaron y pasaron de unos cuatrocientos a menos de la mitad, es la cabecera la que se hace con todos los ingresos, que no redundan en beneficio de los más pequeños, o agregados, dándose la circunstancia de que un pueblo del Sur ha querido caminar por él mismo, sin haberlo conseguido.
Sé que se está haciendo un gran esfuerzo por potenciar el turismo, y aquí entra en juego, de nuevo, la ciudadanía, más concretamente algunos propietarios de establecimientos hoteleros varios, que tienen muchísimo que aprender, no ya para no cargarse su propio negocio, eso sería lo de menos, y sí para que dejen de estropear la labor conjunta.
Es difícil todo esto, pero no imposible de solucionar. En mi caminar por estas tierras he escuchado quejas, algunas demenciales, como ese hombre que pretende que las tierras que le fueron concentradas a su padre, se vuelvan ahora a dividir en cuatro por cuestiones de herencias. O ese colegio con quince niños, con maestros muy quejosos porque el último curso el alumnado ha aumentado –en tres- y eso les produce mucho trabajo, pero eso forma parte de la solución. Son pequeños salpullidos que no es necesario tener en cuenta.
Dejemos de buscar a los sorianos ausentes, están en Madrid, Barcelona, Bilbao, Navarra, País Vasco…, y si vuelven, es para hacerlo jubilados y pasar los últimos años en la tierra que les vio nacer, que la nostalgia es la nostalgia. Y pongamos las pilas a los políticos, que dejen de perderse en mezquindades y discusiones bizantinas (no está el asunto para reinos de taifas) y busquen muchas soluciones pequeñas para un problema grande. Por cierto, y hablando de ellos, cuando tienen valía, también quieren irse de estos lares. Por ahí tenemos cuneros que, de haber permanecido viviendo la realidad de la tierra, tal vez hubieran conseguido colaborar para conseguir una provincia mejor. Y ahora tenemos en Soria el ejemplo del alcalde, un hombre válido donde los haya y, que por serlo, en cualquier momento dará el salto a la política nacional.
Es el sino de Soria.


jueves, enero 12, 2012

La cadena de Zayas de Torre



Andaban a pasos los de Zayas de Torre arreglando, como cada año, los destrozos de la dehesa, afanados en terminar cuanto antes y sentarse a merendar. Mayores, jóvenes y chavales colaboraban en la hacendera, haciendo cada cual lo más apropiado para su edad y conocimientos. Corría el año 1961. Todo iba quedando en buen estado de utilización, los portillos, la acequia y las alambradas, para que el ganado boyal pudiera descansar después de las duras jornadas, bien provisto de agua fresca y hierba, sin posibilidad de escapar.
 Cuando la faena estuvo hecha, el alguacil llegó con buenas cántaras de vino de parte del Ayuntamiento y los hombres se colocaron formando grupos o corros, según familiaridades, amistades o afinidades. Herminio lo hizo junto a su abuelo Mario, ambos a la orilla del arroyo que iba a desaguar al río Perales. El chaval tenía doce años y le encantaba escuchar las historias del abuelo, y Mario quería mucho a ese nieto que no le tachaba de pesado o de antiguo, aunque los otros nietos sólo lo hicieran con la mirada o la actitud, en aquellos tiempos a los abuelos se les trataba de usted y no se les llamaba pesados.
 Cada cual sacó de la taleguilla lo que las mujeres tuvieron a bien colocarles para merendar y acompañar al vino. Casi todo se componía de productos de la matanza y un buen trozo de pan, sobre el cual se cortaba, con la navajilla, el tocino, el pedazo de lomo, la parte magra de la costilla o, en el mejor de los casos, el trozo de jamón.
 Herminio le pidió a Mario que le explicara de nuevo lo de la cadena de oro que dejaron los moros, y el hombre trasegó un trago de vino de Langa, se pasó la mano sarmentosa, de buen agricultor antiguo, por la boca recia, se apoyó en el chaparro y le contó a Herminio la historia de la cadena.
 Por los tiempos de los moros, le decía, Zayas estaba rodeada de murallas. No se sabe si las levantaron unos u otros, el caso es que estaban y tanto servían para defenderse de unos como de los otros. Cerca de nuestra casa, donde le dicen “Cuesta de la puerta”, había, en efecto, una gran puerta. En una de las ocasiones en que Zayas estaba en poder de los moros, éstos, para que nadie pudiera entrar ni salir por su cuenta, fabricaron una gran cadena de oro y con ella cerraban todas las noches el portón, abriéndolo al día siguiente.  Cuando las fuerzas de los cristianos se adivinaban a lo lejos, más allá del río, y los que en ese momento ocupaban Zayas se dieron cuenta de que no podrían hacerles frente, cogieron la cadena, huyeron al monte, y la enterraron, de forma tal, que nunca nadie ha logrado dar con ella.
 En el paraje que se conoce como “boca de los moros”, donde han aparecido trocitos de tinajas, puntas de lanza y esas cosas pequeñas que parecen tan importantes para los entendidos, buscaron bien a fondo, y nada, nunca apareció. Hasta llegaban a ese lugar gentes de la capital con unos aparatos para detectar los metales, y durante años estuvimos siempre atentos, por si aparecía algo y se lo llevaban. Pero nada, de la maldita cadena nunca más se supo.
 Pues sí que es raro abuelo, dijo Herminio, porque la abuela dice que lo que se pierde siempre acaba apareciendo, mire si han aparecido todas las vírgenes que se enterraron cuando los moros. Ya, ya, pero las vírgenes son de madera y tienen menos valor que el oro, tal vez por eso unas cosas aparecen y otras no.