miércoles, diciembre 12, 2012

No han dejado títere con cabeza



Estoy segura de que a ningún dirigente político le gusta lo que está pasando en España, tampoco a los miembros del Partido Popular excepto, como ya dejó patente, a Andrea Fabra, y alguno más, supongo, porque mala gente hay en todos sitios. Tampoco quiero caer en demagogias, ni soy tan necia como para pensar que otro partido lo haría todo perfectamente bien, porque las cosas están como están y parece ser que la alegría, algo cateta, de pertenecer a Europa con todas las consecuencias se está volviendo amargura.  Que la culpa de lo que está sucediendo la tiene ese capitalismo salvaje que casi nadie entiende, porque es intangible, visible sólo en pantallitas y en salas donde la gente grita más que en la subasta de pescado, con la diferencia de que en esta última, al acabar, se lleva uno a casa una buena caja de sardinas o de lubinas, según el bolsillo de cada cual, es un hecho indiscutible. Un capitalismo cabrón heredado de Well Street y copiado, no a la Europa cañí, si no a la Europa del Norte, que para esto tienen mucha vista.
Dicho esto se entiende que la capacidad de maniobra de cada país en esta Europa que padecemos como antes padecíamos a los yanquis –a quienes acabaremos añorando- es poca. Pero dentro de esos límites empeñados en ser cada vez más constreñidores gracias a frau Merkel y otros, hay una cierta capacidad de maniobrar.
Cuando el Partido Popular accedió al poder por la vía de las urnas, naturalmente, sabía lo de la herencia recibida, que la recibió, pero el Partido Socialista, a su vez, había recibido la suya, que no era precisamente una perita en dulce, gracias a la insoportable ascensión durante años de un sector como el inmobiliario aliado con la banca, que son, los dos juntos y en mancomunidad, los que en realidad han llevado a este país a la bancarrota y a un endeudamiento general y particular insoportable. Esto lo sabía, como lo sabíamos casi todos, por lo tanto ¿cómo justificar las promesas electorales de un Rajoy que era consciente de que no iba a poder cumplir ni una? Cuando hace ya más de treinta años Tierno Galván dijo que las promesas electorales se hacían para ser incumplidas, era otra época, era otro personaje, y era una sociedad que estrenaba democracia y a la que le hacía gracia estas salidas de tono del alcalde de Madrid. Ahora, en la tremenda situación que los españoles estamos viviendo, el incumplimiento tajante del señor Rajoy sienta como una patada en determinadas partes.
Dentro de la capacidad de maniobra que este partido, o cualquier otro, tiene para ejercer sus funciones con una espada de Damocles europea encima, y otra del capitalismo salvaje en el mismísimo trasero, el gobierno del señor Rajoy ha optado por maniobrar de una forma y manera que le está enterrando políticamente. O somos tontos y no entendemos el mensaje, porque ese correo que me envió un amigo diciendo “da gusto ver cómo se suicida el capital”, no acabo de entenderlo. El capital no se suicida, o se le mata bien muerto, o nos jode a todos. O sea, que no entiendo la política de Rajoy, que hace bueno aquello que se dice de los gallegos cuando te los cruzas en una escalera, que no se sabe si suben o bajan.
No ha dejado títere con cabeza. Ha incumplido, con holgura, todas y cada una de las promesas electorales, y ha conseguido lo que nunca ningún político había logrado, ponerse en contra a todos los sectores de la sociedad. Justicia en pleno (la Justicia será sólo para quien pueda pagársela). Sanidad en pleno (la salud para quien tenga pasta). Educación (las universidades para los ricos). Servicios Sociales (los ancianos, minusválidos y demás, que se cuiden solos y se compren las prótesis o se apañen, vamos). Pensionistas (esto ya sin comentarios). Todos y cada uno de los funcionarios de todas y cada una de las administraciones. Y como de pasada nombraré a Cultura, Paradores, Organizaciones varias, porque entiendo que en épocas de crisis, algún sector ha de salir perjudicado.
He dicho que no ha dejado títere con cabeza, y no es cierto. Hay sectores que han hecho bueno el refrán popular de a río revuelto ganancia de pescadores, y son los de siempre: defraudadores, banqueros, y ricos en general. Aún así, las cuentas no salen. Como en toda sociedad capitalista, los ricos son pocos y los pobres muchos, y por ahora, en democracia, vale igual un voto que otro. Para ellos, y sólo para ellos, se está legislando. Son pocos, insisto. El sector más numeroso es el de los promotores inmobiliarios que se han visto beneficiados durante muchos años, que ahora están relativamente cabreados, cabreo que se les pasará en cuanto vuelvan a ser mimados, y mientras eso llega están viviendo del dinero negro acumulado en años de bonanza, bien haya sido blanqueado, o bien se encuentre en armarios secretos. No descubro nada si digo que todos y cada uno de los pisos, locales y demás productos vendidos durante muchos años se han cobrado parte en negro, parte en blanco. Un hecho que nadie ha denunciado formalmente nunca, pese a que los compradores han sido, en muchos casos, funcionarios. Cuando he comentado esto con alguno de ellos, la respuesta ha sido que así estaba la cosa, y si no se hacía así, no vendían. ¿Puede alguien entender esto?
Sumando a estos con banqueros, bancarios que no hayan sido fulminados, y chorizos varios, como los corruptos, que van a la cárcel pero no devuelven el dinero, la cuenta de votos no sale. A lo que es necesario añadir los ricos que se marcharán con sus dineros a otros países, véase si no el ejemplo de Santiago Calatrava, por dar sólo el más reciente, que después de sembrar la costa Mediterránea, y otros lugares, con sus esperpentos, se larga posiblemente a algún paraíso fiscal.
No sale, señor Rajoy. Debería usted reflexionar un poco y, dejando aparte la obligación de todo dirigente de gobernar, en especial, para los más necesitados, entre ellos los currantes capaces de fabricar, por ejemplo, un carro, o un coche, y no lucecitas en pantallas en la sede de la Bolsa, también por la propia visión de futuro. Que son sus votantes, señor mío. O eso, o explíquenos qué hay detrás de todo esto. ¿Ha leído usted El contrato social, de Rousseau? Pues eso.