Estoy
segura de que a ningún dirigente político le gusta lo que está pasando en
España, tampoco a los miembros del Partido Popular excepto, como ya dejó
patente, a Andrea Fabra, y alguno más, supongo, porque mala gente hay en todos
sitios. Tampoco quiero caer en demagogias, ni soy tan necia como para pensar
que otro partido lo haría todo perfectamente bien, porque las cosas están como
están y parece ser que la alegría, algo cateta, de pertenecer a Europa con
todas las consecuencias se está volviendo amargura. Que la culpa de lo que está sucediendo la
tiene ese capitalismo salvaje que casi nadie entiende, porque es intangible,
visible sólo en pantallitas y en salas donde la gente grita más que en la
subasta de pescado, con la diferencia de que en esta última, al acabar, se
lleva uno a casa una buena caja de sardinas o de lubinas, según el bolsillo de
cada cual, es un hecho indiscutible. Un capitalismo cabrón heredado de Well
Street y copiado, no a la Europa cañí, si no a la Europa del Norte, que para
esto tienen mucha vista.
Dicho
esto se entiende que la capacidad de maniobra de cada país en esta Europa que
padecemos como antes padecíamos a los yanquis –a quienes acabaremos añorando-
es poca. Pero dentro de esos límites empeñados en ser cada vez más
constreñidores gracias a frau Merkel y otros, hay una cierta capacidad de
maniobrar.
Cuando
el Partido Popular accedió al poder por la vía de las urnas, naturalmente,
sabía lo de la herencia recibida, que la recibió, pero el Partido Socialista, a
su vez, había recibido la suya, que no era precisamente una perita en dulce,
gracias a la insoportable ascensión durante años de un sector como el
inmobiliario aliado con la banca, que son, los dos juntos y en mancomunidad,
los que en realidad han llevado a este país a la bancarrota y a un
endeudamiento general y particular insoportable. Esto lo sabía, como lo
sabíamos casi todos, por lo tanto ¿cómo justificar las promesas electorales de
un Rajoy que era consciente de que no iba a poder cumplir ni una? Cuando hace
ya más de treinta años Tierno Galván dijo que las promesas electorales se
hacían para ser incumplidas, era otra época, era otro personaje, y era una
sociedad que estrenaba democracia y a la que le hacía gracia estas salidas de
tono del alcalde de Madrid. Ahora, en la tremenda situación que los españoles
estamos viviendo, el incumplimiento tajante del señor Rajoy sienta como una
patada en determinadas partes.
Dentro
de la capacidad de maniobra que este partido, o cualquier otro, tiene para
ejercer sus funciones con una espada de Damocles europea encima, y otra del
capitalismo salvaje en el mismísimo trasero, el gobierno del señor Rajoy ha
optado por maniobrar de una forma y manera que le está enterrando políticamente.
O somos tontos y no entendemos el mensaje, porque ese correo que me envió un
amigo diciendo “da gusto ver cómo se suicida el capital”, no acabo de entenderlo.
El capital no se suicida, o se le mata bien muerto, o nos jode a todos. O sea,
que no entiendo la política de Rajoy, que hace bueno aquello que se dice de los
gallegos cuando te los cruzas en una escalera, que no se sabe si suben o bajan.
No ha
dejado títere con cabeza. Ha incumplido, con holgura, todas y cada una de las
promesas electorales, y ha conseguido lo que nunca ningún político había
logrado, ponerse en contra a todos los sectores de la sociedad. Justicia en pleno
(la Justicia será sólo para quien pueda pagársela). Sanidad en pleno (la salud
para quien tenga pasta). Educación (las universidades para los ricos). Servicios
Sociales (los ancianos, minusválidos y demás, que se cuiden solos y se compren
las prótesis o se apañen, vamos). Pensionistas (esto ya sin comentarios). Todos
y cada uno de los funcionarios de todas y cada una de las administraciones. Y como
de pasada nombraré a Cultura, Paradores, Organizaciones varias, porque entiendo
que en épocas de crisis, algún sector ha de salir perjudicado.
He
dicho que no ha dejado títere con cabeza, y no es cierto. Hay sectores que han
hecho bueno el refrán popular de a río revuelto ganancia de pescadores, y son
los de siempre: defraudadores, banqueros, y ricos en general. Aún así, las
cuentas no salen. Como en toda sociedad capitalista, los ricos son pocos y los
pobres muchos, y por ahora, en democracia, vale igual un voto que otro. Para ellos,
y sólo para ellos, se está legislando. Son pocos, insisto. El sector más
numeroso es el de los promotores inmobiliarios que se han visto beneficiados durante
muchos años, que ahora están relativamente cabreados, cabreo que se les pasará
en cuanto vuelvan a ser mimados, y mientras eso llega están viviendo del dinero
negro acumulado en años de bonanza, bien haya sido blanqueado, o bien se
encuentre en armarios secretos. No descubro nada si digo que todos y cada uno
de los pisos, locales y demás productos vendidos durante muchos años se han cobrado
parte en negro, parte en blanco. Un hecho que nadie ha denunciado formalmente
nunca, pese a que los compradores han sido, en muchos casos, funcionarios. Cuando
he comentado esto con alguno de ellos, la respuesta ha sido que así estaba la
cosa, y si no se hacía así, no vendían. ¿Puede alguien entender esto?
Sumando
a estos con banqueros, bancarios que no hayan sido fulminados, y chorizos
varios, como los corruptos, que van a la cárcel pero no devuelven el dinero, la
cuenta de votos no sale. A lo que es necesario añadir los ricos que se
marcharán con sus dineros a otros países, véase si no el ejemplo de Santiago
Calatrava, por dar sólo el más reciente, que después de sembrar la costa Mediterránea,
y otros lugares, con sus esperpentos, se larga posiblemente a algún paraíso fiscal.
No sale,
señor Rajoy. Debería usted reflexionar un poco y, dejando aparte la obligación
de todo dirigente de gobernar, en especial, para los más necesitados, entre
ellos los currantes capaces de fabricar, por ejemplo, un carro, o un coche, y
no lucecitas en pantallas en la sede de la Bolsa, también por la propia visión
de futuro. Que son sus votantes, señor mío. O eso, o explíquenos qué hay detrás
de todo esto. ¿Ha leído usted El contrato social, de Rousseau? Pues eso.