Discurridos ya varios días desde los últimos comicios y visto cómo ha
quedado el mapa político en Soria y su provincia, se puede decir, sin temor a
errar, que los sorianos estamos -están- más que a gusto y satisfechos con las
políticas practicadas con estas tierras en los últimos treinta y tantos años.
La despoblación sufrida desde el final de la guerra hasta nuestros días parece
haber creado una situación de bienestar en la que la mayoría se siente
confortable.
Las causas que en Soria motivaron el éxodo, a día de hoy no se darían.
En primer lugar porque ya no queda población para marcharse. La falta de
servicios mínimos en los pueblos no es tan angustiosa como en los años
cincuenta o sesenta, cuando el transporte era a dos o cuatro patas. Otro tanto
puede decirse con el cierre de las escuelas, no hay niños en los pueblos y los
pocos que todavía resisten son transportados cómodamente. La regularidad de un
salario, otra de las causas, ya no la tienen tampoco en las grandes ciudades.
Aquellos que se marcharon e hicieron, al volver en verano, labor de
proselitismo, ya no son creíbles, porque la televisión les enseña a los que
todavía residen aquí cuál es la realidad. Y en cuanto a la presión social, o
sea, a las malas lenguas, nadie hace puñetero caso, ya ninguna mujer se
suicida, como me contaron en un pueblo, porque se diga que el niño es hijo del
zagal y no del marido.
Las encuestas dicen que el mundo rural, habitado por gente mayor, es
conservador y vota a la derecha o a lo que ha votado siempre. Pero esta gente
mayor del mundo rural, incluida Soria, antes fue joven y, siéndolo, sufrió el
grave problema de la despoblación. Y cabe preguntarse ¿y si la despoblación no
fuera un problema para ellos, sino más bien un alivio? Cuantos menos seamos a
más tocamos. ¿Y los hijos, y los nietos? Ya han sido educados para buscarse la
vida lejos del mundo rural y lo único que necesitan es una buena casa -la
familiar- con unas comodidades que los constructores de ellas, abuelos,
bisabuelos, ni soñaron que podrían llegar a tener. Una casa para pasar en ella
algunos días al año. Las tierras -asuradas por los abonos químicos- ya han sido
esquilmadas, y el futuro de esta provincia -si por casualidad hubiera alguno-
no está en las tierras, ni los nietos de aquellas gentes están muy interesados
en seguir cultivándolas. O sea, que el futuro no se vislumbra y eso es algo que
perciben los que quedaron y quienes se fueron, y cuando no se vislumbra futuro
se tira la toalla. Todo está ya hecho.
Muchos pueblos están vacíos, literalmente, aunque haya vecinos censados
por razones administrativas. El cincuenta, el sesenta o el porcentaje que sea,
elevado, reside en la capital, lo que otorga a la ciudad la impresión incluso
de bullicio en determinadas zonas y a determinadas horas. Las instituciones
provinciales -Diputación especialmente- tienen la sede también en la capital,
quedando la provincia envuelta en una nebulosa, como si se hubiera desgajado, como
en un limbo, porque lo que no se vive, aquello que no se ve, hasta pudiera ser
que no existiera. Otra cosa sería si la sede se ubicara en San Pedro Manrique,
o en Retortillo, o en Reznos. Si a esto añadimos los innumerables edificios que
existen esparcidos por toda la ciudad, dedicados a albergar centenares de
funcionarios de las distintas administraciones (tengo un amigo que opina que
todo lo relativo a Soria se podría gestionar con un ordenador desde un
despacho), los sorianos de la capital tienen la falsa creencia de que aquí no
pasa nada, de que incluso hay prosperidad. Si a esto le unimos que cuando los
capitalinos se desplazan -incluidos la mayoría de políticos- lo hacen en fechas
puntuales, cuando en algún pueblo vacío y desértico once meses al año se hace
alguna actividad interesante, o directamente no conocen la provincia, insisto,
lo que no se conoce no existe.
Y no pasa nada, realmente. Es la decadencia, que significa ir a menos.
Y la decadencia es hasta hermosa, carece de fuerza, pero también de pasiones.
El helenismo fue la decadencia de Grecia. Generalmente, cuando este ir a menos
parece que va a hundir a una civilización, se regenera y renace. Aunque no creo
que sea el caso que nos ocupa, pero nunca se sabe.
Hay que llegar a la conclusión de que los sorianos están a gusto con
sus dirigentes, con sus elefantes que tan bien ha descrito el profesor Carmelo
Romero en Fauna humana, y tan detalladamente ha dibujado César Ordóñez. Son
como sus animales de compañía, esos que les han acompañado a lo largo de toda
su vida, que no han movido un dedo para evitar la despoblación, pero se les
quiere y quién es capaz de abandonar una mascota. Me dicen, entre ellos mis
hijos, que es necesario que desaparezca parte de la población, la más anciana y
conservadora, para que esto cambie. Tengo mis dudas. Cuando esa parte
desaparezca, al ser la mayoritaria y no tener recambio, en lugar de noventa mil
habitantes (como todos sabemos son muchos menos), Soria y sus tierras se habrá
quedado en los huesos, y aún le faltará alguno. Además ¿alguien se ha percatado
de la cantidad de gente joven que tampoco está dispuesta a que esto cambie?
Soria es también para los políticos, una bicoca. Y el que venga atrás que
arree.
Disfrutemos del modelo de provincia que la mayoría de sorianos llevan
eligiendo décadas. Soñemos con ser los señores de la tierra, de los bosques y
de los ríos. Disfrutemos de soledad productiva y de silencio (salvo en la
ciudad, donde es imposible). Y, en todo caso, como diría un prócer soriano con
menos años de los que llevo viviendo en Soria ¿quién es la Goig para decirnos
lo que tenemos que hacer? Pues es verdad.