Si hace unos años alguien me hubiera dicho que me tomaría las molestias necesarias para votar por correo, me hubiera reído, quizá no se hubiera notado, pero estaría riendo por dentro, y a gusto. Hasta hace tres años fui abstencionista, excepto en una ocasión que voté en blanco. Y ahora me veo aquí, pidiendo el voto. La mayoría de la gente de la que me rodeo es también abstencionista, o lo era.
No se es abstencionista porque sí. Este hecho tiene su raíz en la profunda disconformidad que sentimos por la forma en que la sociedad está estructurada, por la manca de valores que han conseguido los de arriba, los de muy arriba, los que manejan el dinero, los que nunca tienen bastante.
La mayoría de los abstencionistas somos en realidad unos románticos que todavía esperamos la revolución pendiente, esa utopía que, como tal, no llegará nunca. No nos interesa esta sociedad que han fabricado los que hablan de democracia sin saber qué es eso. Los que se llenan la boca de libertades, mientras piensan sólo en la de ellos, en una libertad que sólo conciben acompañada del dinero y el poder, porque no tienen ningún otro valor en sus pobres vidas.
Me he preguntado muchas veces, durante estos últimos años, si es una incongruencia que personas con el ánimo libertario, descontentas del mundo en el que vivimos, horrorizados a veces de lo que en ese mundo sucede, deben votar y pedir que se vote. Y la respuesta, tras muchas dudas, ha sido que no es ninguna incongruencia, que en los años que nos está tocando vivir, es una necesidad y una obligación. He pensado mucho también en aquel gobierno de la II República en el que una anarquista de la talla de Federica Montseny fue ministra. Toda su vida, en el exilio naturalmente, tuvo que dar explicaciones por este hecho, pero yo la comprendo ahora más que nunca. Era necesario.
Desde que nos desengañamos de la chapuza que supuso la transición y de la sinrazón de una partitocracia disfrazada de democracia, los abstencionistas, sin quererlo, sin pretenderlo siquiera, casi sin darnos cuenta, hemos facilitado las cosas a todos aquellos que, tal vez sin programarlo, se han encontrado con un caldo de cultivo lleno de regalos para los corruptos. Automarginándonos de una sociedad que ni nos interesa, ni nos satisface, les hemos dejado las puertas abiertas para que campen a sus anchas.
Por eso estoy convencida que, puesto que nos dejan tan pocas opciones, puesto que nunca tendremos lo que deseamos, o sea, una sociedad realmente justa y solidaria, al menos debemos, por el tiempo que sea necesario, volver a participar en el único juego posible, el del voto. No ya para favorecer a unos u otros, sino más bien para perjudicar a los corruptos.
Por si ellos no se han dado cuenta, nosotros ahora podemos sacarles de la escena pública, jugar con sus mismas armas y hacer que se marchen, no darles más oportunidades, marginarles de todos los estamentos y, a poder ser, que acaben con fianza.
Por eso me he molestado en votar por correo y por eso, desde aquí, pido que se vote, reivindico el valor del voto como arma contra la reacción. Ya sabemos algo, tenemos la experiencia de muchos años de partitocracia, sabemos quien especula, quien se carga la Historia de las ciudades, villas y aldeas, quien cobra bajo manga, quien esquilma a los contribuyentes y se infla los bolsillos para crearse una vida de la que carecen, una seguridad que sólo les otorga el dinero. Vayamos a por ellos.
Analicemos el valor de nuestro voto, escojamos a los que no han especulado, a los que no son prepotentes, a los que escuchan, a los que prometen Cultura y más Cultura, a los tolerantes. Y probemos por un tiempo, démonos, votando, un voto de confianza para tratar de cambiar las cosas desde dentro, ya que desde fuera es imposible.
No se es abstencionista porque sí. Este hecho tiene su raíz en la profunda disconformidad que sentimos por la forma en que la sociedad está estructurada, por la manca de valores que han conseguido los de arriba, los de muy arriba, los que manejan el dinero, los que nunca tienen bastante.
La mayoría de los abstencionistas somos en realidad unos románticos que todavía esperamos la revolución pendiente, esa utopía que, como tal, no llegará nunca. No nos interesa esta sociedad que han fabricado los que hablan de democracia sin saber qué es eso. Los que se llenan la boca de libertades, mientras piensan sólo en la de ellos, en una libertad que sólo conciben acompañada del dinero y el poder, porque no tienen ningún otro valor en sus pobres vidas.
Me he preguntado muchas veces, durante estos últimos años, si es una incongruencia que personas con el ánimo libertario, descontentas del mundo en el que vivimos, horrorizados a veces de lo que en ese mundo sucede, deben votar y pedir que se vote. Y la respuesta, tras muchas dudas, ha sido que no es ninguna incongruencia, que en los años que nos está tocando vivir, es una necesidad y una obligación. He pensado mucho también en aquel gobierno de la II República en el que una anarquista de la talla de Federica Montseny fue ministra. Toda su vida, en el exilio naturalmente, tuvo que dar explicaciones por este hecho, pero yo la comprendo ahora más que nunca. Era necesario.
Desde que nos desengañamos de la chapuza que supuso la transición y de la sinrazón de una partitocracia disfrazada de democracia, los abstencionistas, sin quererlo, sin pretenderlo siquiera, casi sin darnos cuenta, hemos facilitado las cosas a todos aquellos que, tal vez sin programarlo, se han encontrado con un caldo de cultivo lleno de regalos para los corruptos. Automarginándonos de una sociedad que ni nos interesa, ni nos satisface, les hemos dejado las puertas abiertas para que campen a sus anchas.
Por eso estoy convencida que, puesto que nos dejan tan pocas opciones, puesto que nunca tendremos lo que deseamos, o sea, una sociedad realmente justa y solidaria, al menos debemos, por el tiempo que sea necesario, volver a participar en el único juego posible, el del voto. No ya para favorecer a unos u otros, sino más bien para perjudicar a los corruptos.
Por si ellos no se han dado cuenta, nosotros ahora podemos sacarles de la escena pública, jugar con sus mismas armas y hacer que se marchen, no darles más oportunidades, marginarles de todos los estamentos y, a poder ser, que acaben con fianza.
Por eso me he molestado en votar por correo y por eso, desde aquí, pido que se vote, reivindico el valor del voto como arma contra la reacción. Ya sabemos algo, tenemos la experiencia de muchos años de partitocracia, sabemos quien especula, quien se carga la Historia de las ciudades, villas y aldeas, quien cobra bajo manga, quien esquilma a los contribuyentes y se infla los bolsillos para crearse una vida de la que carecen, una seguridad que sólo les otorga el dinero. Vayamos a por ellos.
Analicemos el valor de nuestro voto, escojamos a los que no han especulado, a los que no son prepotentes, a los que escuchan, a los que prometen Cultura y más Cultura, a los tolerantes. Y probemos por un tiempo, démonos, votando, un voto de confianza para tratar de cambiar las cosas desde dentro, ya que desde fuera es imposible.