martes, mayo 22, 2007

Votar para echar a los especuladores

Si hace unos años alguien me hubiera dicho que me tomaría las molestias necesarias para votar por correo, me hubiera reído, quizá no se hubiera notado, pero estaría riendo por dentro, y a gusto. Hasta hace tres años fui abstencionista, excepto en una ocasión que voté en blanco. Y ahora me veo aquí, pidiendo el voto. La mayoría de la gente de la que me rodeo es también abstencionista, o lo era.
No se es abstencionista porque sí. Este hecho tiene su raíz en la profunda disconformidad que sentimos por la forma en que la sociedad está estructurada, por la manca de valores que han conseguido los de arriba, los de muy arriba, los que manejan el dinero, los que nunca tienen bastante.
La mayoría de los abstencionistas somos en realidad unos románticos que todavía esperamos la revolución pendiente, esa utopía que, como tal, no llegará nunca. No nos interesa esta sociedad que han fabricado los que hablan de democracia sin saber qué es eso. Los que se llenan la boca de libertades, mientras piensan sólo en la de ellos, en una libertad que sólo conciben acompañada del dinero y el poder, porque no tienen ningún otro valor en sus pobres vidas.
Me he preguntado muchas veces, durante estos últimos años, si es una incongruencia que personas con el ánimo libertario, descontentas del mundo en el que vivimos, horrorizados a veces de lo que en ese mundo sucede, deben votar y pedir que se vote. Y la respuesta, tras muchas dudas, ha sido que no es ninguna incongruencia, que en los años que nos está tocando vivir, es una necesidad y una obligación. He pensado mucho también en aquel gobierno de la II República en el que una anarquista de la talla de Federica Montseny fue ministra. Toda su vida, en el exilio naturalmente, tuvo que dar explicaciones por este hecho, pero yo la comprendo ahora más que nunca. Era necesario.
Desde que nos desengañamos de la chapuza que supuso la transición y de la sinrazón de una partitocracia disfrazada de democracia, los abstencionistas, sin quererlo, sin pretenderlo siquiera, casi sin darnos cuenta, hemos facilitado las cosas a todos aquellos que, tal vez sin programarlo, se han encontrado con un caldo de cultivo lleno de regalos para los corruptos. Automarginándonos de una sociedad que ni nos interesa, ni nos satisface, les hemos dejado las puertas abiertas para que campen a sus anchas.
Por eso estoy convencida que, puesto que nos dejan tan pocas opciones, puesto que nunca tendremos lo que deseamos, o sea, una sociedad realmente justa y solidaria, al menos debemos, por el tiempo que sea necesario, volver a participar en el único juego posible, el del voto. No ya para favorecer a unos u otros, sino más bien para perjudicar a los corruptos.
Por si ellos no se han dado cuenta, nosotros ahora podemos sacarles de la escena pública, jugar con sus mismas armas y hacer que se marchen, no darles más oportunidades, marginarles de todos los estamentos y, a poder ser, que acaben con fianza.
Por eso me he molestado en votar por correo y por eso, desde aquí, pido que se vote, reivindico el valor del voto como arma contra la reacción. Ya sabemos algo, tenemos la experiencia de muchos años de partitocracia, sabemos quien especula, quien se carga la Historia de las ciudades, villas y aldeas, quien cobra bajo manga, quien esquilma a los contribuyentes y se infla los bolsillos para crearse una vida de la que carecen, una seguridad que sólo les otorga el dinero. Vayamos a por ellos.
Analicemos el valor de nuestro voto, escojamos a los que no han especulado, a los que no son prepotentes, a los que escuchan, a los que prometen Cultura y más Cultura, a los tolerantes. Y probemos por un tiempo, démonos, votando, un voto de confianza para tratar de cambiar las cosas desde dentro, ya que desde fuera es imposible.

lunes, mayo 14, 2007

El discreto encanto de la objeción

En mis tiempos –años setenta, ochenta e incluso algunos de los noventa- lo de objetar era algo serio, contundente, moral y ético. La objeción de conciencia comenzó hace muchos años, y era algo subversivo para el franquismo –tanto que llevaba a la cárcel- y ética y estéticamente perfecto. Se trataba de aducir problemas de conciencia para no acudir al Servicio Militar, toda vez que, ya se sabe, a lo que iban allí los muchachos era a aprender a manejar armas, y las armas matan. Marcó época.
Existen otros objetores, los del “No a la guerra”, por ejemplo, algo realmente moral, con enjundia, vamos, pues se trata, nada más y nada menos, que de tratar de evitar que muera gente.
Luego están los médicos que se niegan a practicar abortos, o el ejemplo del rey de los belgas, Balduino, quien dejó de ser rey por un día, justo lo que tardaron en sancionar la ley que permitía el aborto. Él, antiabortista convencido, no quiso firmarla.
En fin, siempre, la objeción ha sido algo ejemplar, contestatario, una postura que dignificaba a quien la ponía en práctica. Algo así como la postura opuesta a la muerte, a la vejación. No a la guerra, no a las armas, no a todas esas cosas que hacen que la gente viva entre el miedo, el terror y la humillación.
Pero hete aquí que ha salido una nueva figura en esto de la objeción, degenerándola y llevándola al estadio de la indignidad humana. Es la de la objeción de algunos procuradores de los Tribunales a enfrentarse con el poder. Justo lo contrario del espíritu de la contestación.
Una muchacha de veintisiete años, sola ante el peligro, pretende –y lo hace- enfrentarse a un alcalde (el de Cabrejas del Pinar en la provincia de Soria) quien, haciendo uso y abuso de su autoridad, la denuncia en falso, pierde esa demanda, y la chica vuelve a la carga, para que la cosa no quede sólo en eso, sino que diga públicamente que se ha equivocado, que no se puede humillar a alguien por el sólo hecho de ser joven, con mentiras, y quedarse tan fresco.
Pero sucede que han de desfilar hasta seis procuradores de los Tribunales, todas mujeres para más INRI, objetando… ¿qué? Pues sencillamente, en contra del espíritu de la protesta, de la objeción, no quieren oponerse al poder, porque el poder (por pequeño que sea como en este caso) tiene el dinero, la posibilidad de otros encargos, en fin. Vivir para ver.
Esto debe ser lo de la moral provisional de Descartes, esa que uno se forma mientras decide cuál es la buena. La buena, para algunas procuradoras de los Tribunales sorianos, es la de la pela. ¿O se habían pensado ustedes que sus papás se han gastado un pastón en que la niña haga la carrera para que defienda causas justas?

El año Machado en Soria, y su conmemoración

Como ya es bien sabido, este año de 2007 se conmemora la llegada de don Antonio Machado a Soria. El gran poeta y filósofo acudía a ocupar, en el Instituto de Enseñanza Media que lleva su nombre, la cátedra de Francés. En Soria viviría cinco años -1907-1912- y casaría, por primera y única vez, con una soriana, Leonor Izquierdo, lo que supondría el vínculo eterno con la ciudad del Alto Duero.
Sé bien que don Antonio era un hombre (además de “en el buen sentido de la palabra, bueno”), sobrio y austero en el vivir, sencillo en sus maneras, despistado y, como no podía ser de otra forma dada su condición de filósofo, pendiente del fondo y no de la forma.
Y todo esto lo sé de primera mano, gracias a las largas e impagables conversaciones con doña Inés Tudela Herrero, hija del intelectual soriano don José Tudela de la Orden. Doña Inés le conoció personalmente, no digamos ya su padre, introductor de Machado en Segovia, quien hizo que el poeta escribiera para el periódico “La Voz de Soria” (del cual Tudela era por la época director) y amigo incondicional del poeta.
Este año, repito, se homenajea al poeta, y se hace a lo grande (como a él no le hubiera gustado) y no a lo esencial (algo que tal vez hubiera admitido). Curiosamente, la conmemoración de la llegada de Antonio Machado a Soria se inicia, o se inaugura, en Segovia.
Digerida la primera incongruencia, ha llegado otra. En el Palacio de la Audiencia de Soria, y organizada por la Junta de Castilla y León, tiene lugar una exposición sobre don Antonio. Como no he podido verla aún por hallarme en la provincia de Tarragona, telefoneé a mi hermana para que me contara cosas sobre lo que podía verse en ella. Le pregunté si las cartas entre don Antonio y don José estaban en lugar bien visible, cómo las habían expuesto, en fin. No estaban, aseguró mi hermana. Le pedí por favor que volviera, tal vez no se había fijado bien. Y volvió. No, las cartas no estaban en lugar alguno. Perpleja, hablé con una autoridad en la figura del poeta-filósofo, y me lo confirmo, añadiendo que tal vez la falta de espacio hubiera impedido a los organizadores su inclusión. Tampoco aparece ningún periódico de “La Voz de Soria”.
Me estoy refiriendo a varias cartas manuscritas que se cruzaron, a lo largo de los años de amistad, don José Tudela y don Antonio Machado. Unas cartas que conozco perfectamente y que pueden leerse en nuestro Web.
http://www.soria-goig.org/senderos/autores/machado10.htm
No trato de decir que esas misivas fueran fundamentales para conocer la vida, el pensamiento o la obra el poeta, pero es que lo que se está conmemorando es la relación de Antonio Machado con Soria y, después de su esposa, Leonor, la persona que más y mejor le conoció, con quien más relación tuvo, fue, precisamente, don José Tudela de la Orden.
Estos despropósitos una no sabe cómo escribirlos ni cómo tratarlos. No se pretende que Luis Miguel Enciso, uno de los responsables del evento, conozca todo sobre Machado y Soria, pese a que en su día fuera coordinador de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones, pero para eso están los que sí saben, para obtener sus opiniones y, por supuesto, tenerlas en cuenta. Tal y como hicieron la Cadena SER y la TVE en su programa “Informe Semanal”, acudiendo a la hija de don José, doña Inés Tudela, para que les hablara de aquello que conocía de primera mano, la relación de Antonio Machado con Soria.

El Casal de Cunit

A veces, en mitad de una vorágine aparece un enclave y una no sabe cómo ni porqué. En este caso no es justamente en mitad, sino al principio de la Costa Dorada, en el pequeño pueblo de Cunit. En el centro del pueblo, a escasos metros de la playa, una gran plaza se abre a los visitantes. Una plaza cuadrada, con uno de sus lados ocupado por el ábside, triple, de la primitiva iglesia de San Cristòfol, de estilo románico y perfecta restauración.
Frente a él, se sitúa el Casal y delante de él una gran terraza amueblada con numerosas mesas y sillas, casi todas ocupadas como no podía ser de otra manera.
Atienden el bar del Casal un grupo de muchachos, jóvenes e inmigrantes. Todos muestran un gesto alegre, pese al trabajo incesante, una sonrisa y una afabilidad simpática y agradable. Por cierto, recuerdo que uno de ellos hablaba con los compañeros de su novia, Carmencita, a la que echaba mucho de menos. Esperemos que la pueda traer pronto.
Recomendamos, vivamente, una visita a este centro, porque le atenderán de inmediato, le cobrarán el precio más que justo, tirando a bajo, y lo que es más raro en una tierra donde no abundan las tapas gratis, le van a sorprender con una sinfonía de sabores y variedades como no se ha visto ni en Andalucía. En una sola ronda, para cuatro personas, nos regalaron con una cazuelita de caracoles guisados con apreciables tacos de jamón, un platillo de patatas bravas en su punto de picor, y otro con dos langostinos por cabeza. Por si era poco, y como pedimos otro vino, sólo uno, nos trajeron un platillo con careta de cerdo frita y bien crujiente.
Es un placer y una sorpresa encontrarse, en plena Costa Dorada, a cincuenta metros de la playa, semejante lugar.
Esperemos que en Cunit cuiden a esta pequeña colonia de inmigrantes (ya hubo otra de buena gente de les Illes Balears hace unos tres siglos, con motivo de la restauración de la Iglesia), y les anime la clientela, que a buen seguro, más que parroquianos serán amigos.