En mis tiempos –años setenta, ochenta e incluso algunos de los noventa- lo de objetar era algo serio, contundente, moral y ético. La objeción de conciencia comenzó hace muchos años, y era algo subversivo para el franquismo –tanto que llevaba a la cárcel- y ética y estéticamente perfecto. Se trataba de aducir problemas de conciencia para no acudir al Servicio Militar, toda vez que, ya se sabe, a lo que iban allí los muchachos era a aprender a manejar armas, y las armas matan. Marcó época.
Existen otros objetores, los del “No a la guerra”, por ejemplo, algo realmente moral, con enjundia, vamos, pues se trata, nada más y nada menos, que de tratar de evitar que muera gente.
Luego están los médicos que se niegan a practicar abortos, o el ejemplo del rey de los belgas, Balduino, quien dejó de ser rey por un día, justo lo que tardaron en sancionar la ley que permitía el aborto. Él, antiabortista convencido, no quiso firmarla.
En fin, siempre, la objeción ha sido algo ejemplar, contestatario, una postura que dignificaba a quien la ponía en práctica. Algo así como la postura opuesta a la muerte, a la vejación. No a la guerra, no a las armas, no a todas esas cosas que hacen que la gente viva entre el miedo, el terror y la humillación.
Pero hete aquí que ha salido una nueva figura en esto de la objeción, degenerándola y llevándola al estadio de la indignidad humana. Es la de la objeción de algunos procuradores de los Tribunales a enfrentarse con el poder. Justo lo contrario del espíritu de la contestación.
Una muchacha de veintisiete años, sola ante el peligro, pretende –y lo hace- enfrentarse a un alcalde (el de Cabrejas del Pinar en la provincia de Soria) quien, haciendo uso y abuso de su autoridad, la denuncia en falso, pierde esa demanda, y la chica vuelve a la carga, para que la cosa no quede sólo en eso, sino que diga públicamente que se ha equivocado, que no se puede humillar a alguien por el sólo hecho de ser joven, con mentiras, y quedarse tan fresco.
Pero sucede que han de desfilar hasta seis procuradores de los Tribunales, todas mujeres para más INRI, objetando… ¿qué? Pues sencillamente, en contra del espíritu de la protesta, de la objeción, no quieren oponerse al poder, porque el poder (por pequeño que sea como en este caso) tiene el dinero, la posibilidad de otros encargos, en fin. Vivir para ver.
Esto debe ser lo de la moral provisional de Descartes, esa que uno se forma mientras decide cuál es la buena. La buena, para algunas procuradoras de los Tribunales sorianos, es la de la pela. ¿O se habían pensado ustedes que sus papás se han gastado un pastón en que la niña haga la carrera para que defienda causas justas?
Existen otros objetores, los del “No a la guerra”, por ejemplo, algo realmente moral, con enjundia, vamos, pues se trata, nada más y nada menos, que de tratar de evitar que muera gente.
Luego están los médicos que se niegan a practicar abortos, o el ejemplo del rey de los belgas, Balduino, quien dejó de ser rey por un día, justo lo que tardaron en sancionar la ley que permitía el aborto. Él, antiabortista convencido, no quiso firmarla.
En fin, siempre, la objeción ha sido algo ejemplar, contestatario, una postura que dignificaba a quien la ponía en práctica. Algo así como la postura opuesta a la muerte, a la vejación. No a la guerra, no a las armas, no a todas esas cosas que hacen que la gente viva entre el miedo, el terror y la humillación.
Pero hete aquí que ha salido una nueva figura en esto de la objeción, degenerándola y llevándola al estadio de la indignidad humana. Es la de la objeción de algunos procuradores de los Tribunales a enfrentarse con el poder. Justo lo contrario del espíritu de la contestación.
Una muchacha de veintisiete años, sola ante el peligro, pretende –y lo hace- enfrentarse a un alcalde (el de Cabrejas del Pinar en la provincia de Soria) quien, haciendo uso y abuso de su autoridad, la denuncia en falso, pierde esa demanda, y la chica vuelve a la carga, para que la cosa no quede sólo en eso, sino que diga públicamente que se ha equivocado, que no se puede humillar a alguien por el sólo hecho de ser joven, con mentiras, y quedarse tan fresco.
Pero sucede que han de desfilar hasta seis procuradores de los Tribunales, todas mujeres para más INRI, objetando… ¿qué? Pues sencillamente, en contra del espíritu de la protesta, de la objeción, no quieren oponerse al poder, porque el poder (por pequeño que sea como en este caso) tiene el dinero, la posibilidad de otros encargos, en fin. Vivir para ver.
Esto debe ser lo de la moral provisional de Descartes, esa que uno se forma mientras decide cuál es la buena. La buena, para algunas procuradoras de los Tribunales sorianos, es la de la pela. ¿O se habían pensado ustedes que sus papás se han gastado un pastón en que la niña haga la carrera para que defienda causas justas?
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