A veces, en mitad de una vorágine aparece un enclave y una no sabe cómo ni porqué. En este caso no es justamente en mitad, sino al principio de la Costa Dorada, en el pequeño pueblo de Cunit. En el centro del pueblo, a escasos metros de la playa, una gran plaza se abre a los visitantes. Una plaza cuadrada, con uno de sus lados ocupado por el ábside, triple, de la primitiva iglesia de San Cristòfol, de estilo románico y perfecta restauración.
Frente a él, se sitúa el Casal y delante de él una gran terraza amueblada con numerosas mesas y sillas, casi todas ocupadas como no podía ser de otra manera.
Atienden el bar del Casal un grupo de muchachos, jóvenes e inmigrantes. Todos muestran un gesto alegre, pese al trabajo incesante, una sonrisa y una afabilidad simpática y agradable. Por cierto, recuerdo que uno de ellos hablaba con los compañeros de su novia, Carmencita, a la que echaba mucho de menos. Esperemos que la pueda traer pronto.
Recomendamos, vivamente, una visita a este centro, porque le atenderán de inmediato, le cobrarán el precio más que justo, tirando a bajo, y lo que es más raro en una tierra donde no abundan las tapas gratis, le van a sorprender con una sinfonía de sabores y variedades como no se ha visto ni en Andalucía. En una sola ronda, para cuatro personas, nos regalaron con una cazuelita de caracoles guisados con apreciables tacos de jamón, un platillo de patatas bravas en su punto de picor, y otro con dos langostinos por cabeza. Por si era poco, y como pedimos otro vino, sólo uno, nos trajeron un platillo con careta de cerdo frita y bien crujiente.
Es un placer y una sorpresa encontrarse, en plena Costa Dorada, a cincuenta metros de la playa, semejante lugar.
Esperemos que en Cunit cuiden a esta pequeña colonia de inmigrantes (ya hubo otra de buena gente de les Illes Balears hace unos tres siglos, con motivo de la restauración de la Iglesia), y les anime la clientela, que a buen seguro, más que parroquianos serán amigos.
Frente a él, se sitúa el Casal y delante de él una gran terraza amueblada con numerosas mesas y sillas, casi todas ocupadas como no podía ser de otra manera.
Atienden el bar del Casal un grupo de muchachos, jóvenes e inmigrantes. Todos muestran un gesto alegre, pese al trabajo incesante, una sonrisa y una afabilidad simpática y agradable. Por cierto, recuerdo que uno de ellos hablaba con los compañeros de su novia, Carmencita, a la que echaba mucho de menos. Esperemos que la pueda traer pronto.
Recomendamos, vivamente, una visita a este centro, porque le atenderán de inmediato, le cobrarán el precio más que justo, tirando a bajo, y lo que es más raro en una tierra donde no abundan las tapas gratis, le van a sorprender con una sinfonía de sabores y variedades como no se ha visto ni en Andalucía. En una sola ronda, para cuatro personas, nos regalaron con una cazuelita de caracoles guisados con apreciables tacos de jamón, un platillo de patatas bravas en su punto de picor, y otro con dos langostinos por cabeza. Por si era poco, y como pedimos otro vino, sólo uno, nos trajeron un platillo con careta de cerdo frita y bien crujiente.
Es un placer y una sorpresa encontrarse, en plena Costa Dorada, a cincuenta metros de la playa, semejante lugar.
Esperemos que en Cunit cuiden a esta pequeña colonia de inmigrantes (ya hubo otra de buena gente de les Illes Balears hace unos tres siglos, con motivo de la restauración de la Iglesia), y les anime la clientela, que a buen seguro, más que parroquianos serán amigos.
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