Fotos: Leonor Lahoz Goig
Cascajosa (Soria)
Quienes
vivimos en zonas rurales nos hemos acostumbrado al monte, como lo hemos hecho
al sol y a la luna, no tanto los urbanitas, que lo vislumbran como algo exótico
a donde poder acudir de vez en cuando. Y sin embargo, tanto para unos como para
los otros, el monte es tan fundamental como el sol y el agua. En Soria, cuando
se han dado cuatro zancadas para salir de la capital en cualquier dirección,
nos encontramos con el monte, y los sorianos, desde siempre, y pese a haberse
acostumbrado a él como algo que forma parte de sus vidas y de sus haciendas,
saben muy bien el valor de esos espacios que ocupan casi trescientas cuarenta
mil hectáreas de su término.
Y
digo de sus haciendas, porque más allá de la agricultura y de la ganadería –que
también- ha sido en el monte, con técnicas de silvicultura o sin ellas, donde
han encontrado los recursos necesarios para el día a día, para vivir, en
definitiva.
Esos
espacios exóticos para los urbanitas –en algunas capitales han de coger número
como en las carnicerías para pasar unas horas entre los árboles- han producido,
en el mundo rural, casi todo en lo que se ha basado su economía. Para empezar
la leña, directamente cortada de las ramas de los árboles y llevada a la estufa
o a la lumbre baja, o bien en forma de cisco o de carbón, actividad esta del
cisco, que todavía, cada año, rememoran en Las Cuevas de Soria, y que siguen
llevándola a cabo cisqueros que fueron, lo cual indica que hasta hace unos
treinta años la gente se calentaba de esta forma.
Directamente
derivado de la madera, árboles enteros eran manufacturados en sierras de agua,
también sobre los ríos que descienden por los montes, para construir, troncos o
maderas que, a través de los ríos, los primeros, y transportados por las
carretas las segundas, recorrían primero las Castillas y después toda España.
Los carreteros pasaban una parte de su vida por los caminos y la otra en el
bosque, porque además de transportar, trabajaban la madera, ellos y sus
mujeres, y hacían gamellas, gamellones, y otros utensilios que vendían en
mercados de los grandes pueblos, sobre todo de Soria y Burgos. Y elaboraban la
pez con gran esfuerzo, que servía, especialmente, para calafatear las
embarcaciones.
El
monte, los montes, fueron hasta bien mediado el siglo XX, espacios donde
coincidían rebaños de trashumantes en ruta hacia las dehesas de invierno, o de
vuelta a los pastos sorianos. Rebaños de cabras que limpiaban el monte, de
ovejas semiestabuladas, y de reses vacunas para carne. Fueron los montes, y
siguen siéndolo, el hábitat de las abejas. En su subsuelo crece la trufa, de
sus laderas se conseguía la piedra y el barro para hacer los utensilios, tanto
para los trabajos como para la vida familiar. Se hacían hornos para extraer la
cal. Durante muchos años, los pinos se mostraban con macetas de barro donde,
gotas a gota, se dejaba caer la resina.
En
la actualidad, la caza y la pesca, que también se da en los montes, ha quedado
relegada a actividad deportiva, pero no olvidemos que sirvió de base a la
aportación proteínica en el mundo rural. De paso, se iban recolectando frutos
de la tierra, hongos, setas, espárragos, collejas, té de risco, manzanilla, o
las bellotas que dejaban los animales.
Directamente,
los habitantes de zonas boscosas de pinares, han recibido lo que se denomina
aprovechamientos forestales (no sé si en la actualidad esta cantidad será muy
significativa), pero en tiempos tuvo mucha importancia. Esto provocó a veces
enfrentamientos sobre cómo acometer la tala de pinos, si entresaca o matarrasa,
y aumentó la necesidad de cuidar el monte como algo propio, que lo era
realmente, aunque en honor a la verdad, y en general, los sorianos, hayan o no
recibido directamente dinero contante y sonante del bosque, lo han cuidado como
si de su propia casa se tratara. Recuerdo un reportaje a nivel nacional donde
se ponía como ejemplo la zona de Pinares de Soria-Burgos, en cuanto a su
gestión y a su cuidado, que daba como fruto la casi ausencia de incendios.
De
todas aquellas viejas y venerables actividades, todavía, en Soria, quedan
algunas. La manufactura de la madera, la recolección de la trufa, la importante
industria melera, la caza y la pesca, parece que se vuelve la vista a la
extracción de la resina, el pasto para animales. Otras están perdidas, o sólo
se las recuerda en programaciones de carácter etnográfico.
Pues
bien, este hábitat de todos, se ve ahora amenazado, en especial uno de los
recursos que les quedan a los sorianos, o sea, la recolección de setas y
hongos, especialmente el níscalo.
Y no
porque las autoridades competentes dejen de empeñarse en proteger los montes y
el fruto de ellos llegado el otoño, que lo hacen, en épocas pasadas incluso
demasiado, plantado pinos por las sierras del Norte y cargándose los pastos.
Hay que reconocer que se empeñan, aquí y ahora, en proteger el bosque. Y los
sorianos y residentes también, porque sabemos el valor que tiene, lo conocemos
y todo aquello que se conoce o se ama o se odia, y el monte se ama. Es difícil
que los sorianos desobedezcamos la orden de no encender fuego, difícil también
que ocupemos, sin previa autorización, los refugios, o que acampemos donde nos
plazca, aunque en este caso se haga el juego a la empresa privada. Si vamos con
comida y bebida, llevamos una bolsa donde depositar los restos para no dejar
los bosques empuercados. Si vamos a buscar hongos, o la seta que sea,
previamente hemos pagado los cuarenta euros por temporada, o los cinco por dos
días. Recolectamos la seta con mimo, por supuesto, no pasamos el rastrillo, y
vamos enseñando a nuestros niños, como antes nos enseñaron a nosotros, cómo se
hacen las cosas, y qué no debe hacerse. Todo en general y para la mayoría, que
cafres hay en todos los sitios.
La
amenaza a uno de los pocos recursos que van quedando en Soria, llega de la mano
y la poca conciencia y la poca educación de aquellos que no conocen, ni aman,
ni sienten el monte como suyo, y que además, como auténticos vándalos, entran
en casa ajena sin ningún tacto ni vergüenza, a destrozar todo lo que se ha
conservado durante siglos y siglos, a destruir el trabajo de generaciones. Y me
da igual que sean del Este que del Oeste, también me la bufa el color, la
religión y el sexo. La ley es la ley y su desconocimiento no implica que dejan
de cumplirla. No me refiero sólo a ley publicada en el BOE, sino a aquella más
fuerte que las otras, la de las costumbres de un pueblo y, cómo no, la del
sentido común.
Por
eso, porque no se puede destruir en diez años lo que ha costado mil y ya no
volvería a recomponerse nunca, hay que apoyar todas las acciones que se lleven
a cabo para acabar con esta barbarie, venga de donde venga, sin complejos. Ayer
me decía mi hija que algunos restaurantes pagan a grupos de vándalos (con
perdón de los vándalos, es una forma de hablar) para que les lleven todos los
hongos posibles. Pues a ellos habrá también que aplicarles la ley, que para eso
está.