El matrimonio Castelló, Mary y Manuel
Con
motivo del estreno de la obra de Manuel Castelló, Macorina (La
Virgen de la Sierra), me desplacé a Agost (Alicante), a casa del
matrimonio Castelló, para poder asistir al evento el sábado, 23 de
octubre, en Alicante, comentado en la web www.soria-goig.com
En
mi blog personal quiero escribir aquello que no parece muy ortodoxo
hacer en una crónica más o menos encorsetada. Y lo primero es dar
las gracias a todos los alicantinos que han hecho posible que un
modesto, pequeño e intimista relato mío haya llegado a sus oídos
convertido en una suite sinfónica, y ha llegado porque más de mil
personas acudieron a escucharlo. Me viene a la memoria aquel poema de
Lope de Vega que comenzaba “¿Qué tengo yo que mi amistad
procuras?”
Las cúpulas de la Iglesia de Agosto y abajo el altar de la Virgen de la Paz
En
primer lugar dar las gracias al maestro Castelló, compositor y
querido amigo, por haber trabajado en ese texto durante tantas horas
hasta llegar a convertirlo en algo suyo, que ya lo es. Desde luego a
esa joven y espléndida soprano, Teresa Albero, y a la Voz, Ángel
Luis Prieto de Paula, que leyó Macorina como si él mismo la hubiera
parido. Por supuesto, al director de todo esto, José Manuel Castelló
Sánchez. Y a Mary, “la condesa”, como la llama José del Campo,
por su apellido, que es Gómara, soriana de Salduero, mujer de Manuel
Castelló, que me ofreció, y yo acepté, su casa.
Manuel Castelló en el Canalís
Alicante
era una de las cuatro capitales de provincia que no conocía. La
magnífica luz del Mediterráneo me cautivó, como sucede en otros
lugares donde la misma luz, el mismo brillo, el mismo mar hace lo
propio con ellas: embellecerlas. Bajo esa luz, bajo ese calor, se
estrenó Macorina. La pobre, que nunca había visto el mar y soñaba
con el de Finisterre, se hubiera sentido allí, no sé, tal vez
poderosa, o tal vez, fuera de su Sierra, pequeña. Me inclino por lo
segundo.
Desde el Canalís
El
viaje a Alicante, más concretamente a Agost, fue mucho más que el
estreno de Macorina, con ser éste el motivo. Por ejemplo, la comida
comunitaria por invitación de Manuel y José Castelló, donde (hay
que darle el toque gastronómico) degustamos exquisiteces como un
contundente arroz agostense con conejo, por ejemplo. Se prolongó
hasta las siete de la tarde, y en ella estábamos todos los
protagonistas de esa Macorina ya más alicantina que serrana. Hay que
decir que los Castelló son, casi todos, músicos. En Agost todo el
mundo está loco por la música.
Manuel Castelló y sus uvas del Canalís
Visité
la zona antigua, morisca, el carrer Cantereríes, donde en muchas
casas, hoy muy deterioradas, se ubicaban alfarerías. En la fachada
de ellas se lee quienes fueron los alfareros que dieron vida a este
pueblo mediterráneo. Desde la parte alta del pueblo, donde la ermita
recién restaurada tal vez fuera mezquita, se ven las cúpulas de la
iglesia, que da cobijo a la venerada Virgen de la Paz. De la
tradición principal de Agost queda el alfar de Emili Boix y su
mujer, Empar. El alfarero antropólogo trabaja la arcilla cual dios
mitológico y graba los platos como los sumerios las tablillas
cuneiformes.
Emili Boix en su alfar de Agost
Faltaba
el Canalís, “el campo” de Manuel. Un mas entre la rambla de la
Zarza y la del Fontanar, rodeado de sierras: Maigmó, del Caballo,
del Cid, de la Venta, Grossa, els Castellans, de los Moros, Ventós
y, al fondo, el Mediterráneo. Un maravilloso espacio sembrado y
trabajado por las mismas manos que trabajan y organizan los acordes.
De allí salen membrillos, manzanas, granadas, uvas, aceitunas,
hierbas de toda clase y aroma, hortalizas, en fin, un pequeño
paraíso.
Todo
Agost, todo Alicante, bulle de gente, de mar, de cálida temperatura,
de calidez humana, de palmeras, de olor a especias. Han sido pocos
días pero intensos, y volveré.