Una
siempre ha pensado en la aldea de sus antepasados como ese espacio
donde, de abuelos para atrás, los hombres cultivaban la tierra, las
mujeres lavaban en la fuente del Covarrón y mantenían los huertos,
y los muchachos dirigían los rebaños (grandes o pequeños) hacia
los pastos. Nos habían contado, también, que los otiñeros llevaban
a los amos las primicias que el buen valle producía tras largos
meses de duro trabajo. Los diezmos, es de suponer, serían recibidos
por la Iglesia, en este caso por el Sagrario, a donde pertenecía
Otíñar. Esto me trae a la memoria un trabajo sobre el condado de
Fernán Núñez y su vinculación con Soria. Eran señores, o tenían
propiedades, en el hoy despoblado de Azapiedra, en la comarca de El
Valle, famoso por su mantequilla, porque abundaba el ganado bovino.
Pues hasta bien entrado el siglo XIX, las mujeres se desplazaban
hasta la residencia de los condes, en Madrid, para llevarles “las
natas” de la leche y, supongo, que también mantequilla. Cosas de
la nobleza y la Edad Media que, en algunas comunidades, se ha
alargado en el tiempo más de la cuenta.
Foto: Emilio Arroyo
Conforme
me fui haciendo mayor, la nostalgia de la patria, que desde mi punto
de vista no es otro lugar que la infancia, me hizo adentrarme algo
más en la Otiña de los relatos de mi madre y llegué a soñar
(literalmente) durante mucho tiempo con ese lugar y la visión que de
él tenía, sólo desde el Vítor. Hasta que fui, como ya relaté
hace años, salté el cordón
higiénico en forma de
alambre, paseé la vista, la detuve, y comprendí que todo aquello
era mucho más de lo que mi madre me contaba. Ella se quedaba en la
tienda-bar del tío Juan el Cojo, en la panadería de otras tías
abuelas, en los albérchigos (como los que un buen día recibí del
huerto de Juan Carlos Roldán), y poco más. En los años que existió
la aldea del siglo XIX, los otiñeros estaban ocupados en sus propias
vidas y, aquello que hoy despierta la atención, era visto por ellos
como las sierras escarpadas, los manantiales, los bosques y las
cuevas que les servían para tener agua, leña, pasto y cobijo para
los animales.
Gracias
a la Plataforma por Otíñar y su Entorno y, de nuevo, a Juan Carlos
Roldán, me he ido adentrando en ese espacio, hoy Zona Patrimonial de
Andalucía. Me ha remitido un enlace sobre una mesa redonda titulada
“Los signos del tiempo”, interpretación y observación de los
petroglifos de la Cueva del Toril y su relación con el solsticio de
invierno. Fue moderada por Marina Heredia, presidenta de Iniciativa
para las Ideas. Está dentro de la Convocatoria de Proyectos
Culturales, a petición, de nuevo, de Juan Carlos Roldán, y tuvo
lugar en el vicerrectorado de la Universidad de Jaén, apoyado por la
Diputación. Narciso Zafra de la Torre, arqueólogo y licenciado en
Prehistoria, y Francisco Gómez Cabeza, doctor en Arqueología,
fueron los ponentes. Días después, el descubridor de los
petroglifos, Manuel Serrano Araqui, arqueólogo y licenciado en
Humanidades, sería quien dirigiría la excursión a la Cueva del
Toril. Aunque, como apuntaría Francisco Gómez, ya en la década de
los ochenta, el escritor jiennense de Arjona, Juan Eslava Galán,
hizo unos primeros dibujos sobre los petroglifos del Toril.
Foto: Miguel Merino Laguna
El
caso es que, la cueva o abrigo del Toril, situada en un cauce seco,
podría ser un calendario solar único en el mundo, o único conocido
hasta la fecha, con más de cuatro mil años de antigüedad. Se hace
necesario, como apuntó Francisco Gómez, un estudio arqueológico.
Habitación
desde el Neolítico, dolmen, poblado del cobre, villa romana,
castillo, población medieval, aldea del siglo XIX..., y ahora
calendario solar único. Como se ha comprobado en los últimos años,
todas las instituciones, la Plataforma por Otíñar y su entorno, y
particulares, reman en la misma dirección, algo poco frecuente. Y me
parece que, si se lo proponen, van a conseguir, si quieren, que
Otíñar y todo lo que lo rodea sea declarado Patrimonio de la
Humanidad. Pocas zonas tienen tantos méritos.