viernes, enero 06, 2017

Los signos del tiempo. El Abrigo del Toril


Una siempre ha pensado en la aldea de sus antepasados como ese espacio donde, de abuelos para atrás, los hombres cultivaban la tierra, las mujeres lavaban en la fuente del Covarrón y mantenían los huertos, y los muchachos dirigían los rebaños (grandes o pequeños) hacia los pastos. Nos habían contado, también, que los otiñeros llevaban a los amos las primicias que el buen valle producía tras largos meses de duro trabajo. Los diezmos, es de suponer, serían recibidos por la Iglesia, en este caso por el Sagrario, a donde pertenecía Otíñar. Esto me trae a la memoria un trabajo sobre el condado de Fernán Núñez y su vinculación con Soria. Eran señores, o tenían propiedades, en el hoy despoblado de Azapiedra, en la comarca de El Valle, famoso por su mantequilla, porque abundaba el ganado bovino. Pues hasta bien entrado el siglo XIX, las mujeres se desplazaban hasta la residencia de los condes, en Madrid, para llevarles “las natas” de la leche y, supongo, que también mantequilla. Cosas de la nobleza y la Edad Media que, en algunas comunidades, se ha alargado en el tiempo más de la cuenta.

Foto: Emilio Arroyo
 

Conforme me fui haciendo mayor, la nostalgia de la patria, que desde mi punto de vista no es otro lugar que la infancia, me hizo adentrarme algo más en la Otiña de los relatos de mi madre y llegué a soñar (literalmente) durante mucho tiempo con ese lugar y la visión que de él tenía, sólo desde el Vítor. Hasta que fui, como ya relaté hace años, salté el cordón higiénico en forma de alambre, paseé la vista, la detuve, y comprendí que todo aquello era mucho más de lo que mi madre me contaba. Ella se quedaba en la tienda-bar del tío Juan el Cojo, en la panadería de otras tías abuelas, en los albérchigos (como los que un buen día recibí del huerto de Juan Carlos Roldán), y poco más. En los años que existió la aldea del siglo XIX, los otiñeros estaban ocupados en sus propias vidas y, aquello que hoy despierta la atención, era visto por ellos como las sierras escarpadas, los manantiales, los bosques y las cuevas que les servían para tener agua, leña, pasto y cobijo para los animales.

Gracias a la Plataforma por Otíñar y su Entorno y, de nuevo, a Juan Carlos Roldán, me he ido adentrando en ese espacio, hoy Zona Patrimonial de Andalucía. Me ha remitido un enlace sobre una mesa redonda titulada “Los signos del tiempo”, interpretación y observación de los petroglifos de la Cueva del Toril y su relación con el solsticio de invierno. Fue moderada por Marina Heredia, presidenta de Iniciativa para las Ideas. Está dentro de la Convocatoria de Proyectos Culturales, a petición, de nuevo, de Juan Carlos Roldán, y tuvo lugar en el vicerrectorado de la Universidad de Jaén, apoyado por la Diputación. Narciso Zafra de la Torre, arqueólogo y licenciado en Prehistoria, y Francisco Gómez Cabeza, doctor en Arqueología, fueron los ponentes. Días después, el descubridor de los petroglifos, Manuel Serrano Araqui, arqueólogo y licenciado en Humanidades, sería quien dirigiría la excursión a la Cueva del Toril. Aunque, como apuntaría Francisco Gómez, ya en la década de los ochenta, el escritor jiennense de Arjona, Juan Eslava Galán, hizo unos primeros dibujos sobre los petroglifos del Toril.

Foto: Miguel Merino Laguna


El caso es que, la cueva o abrigo del Toril, situada en un cauce seco, podría ser un calendario solar único en el mundo, o único conocido hasta la fecha, con más de cuatro mil años de antigüedad. Se hace necesario, como apuntó Francisco Gómez, un estudio arqueológico.

Habitación desde el Neolítico, dolmen, poblado del cobre, villa romana, castillo, población medieval, aldea del siglo XIX..., y ahora calendario solar único. Como se ha comprobado en los últimos años, todas las instituciones, la Plataforma por Otíñar y su entorno, y particulares, reman en la misma dirección, algo poco frecuente. Y me parece que, si se lo proponen, van a conseguir, si quieren, que Otíñar y todo lo que lo rodea sea declarado Patrimonio de la Humanidad. Pocas zonas tienen tantos méritos.