Del asalto a la Mezquita Roja, en Pakistán, días pasados, a decir verdad me interesan pocos aspectos. Sé la importancia –incluso trascendencia- que para el mundo Occidental tiene todo lo que sucede en el musulmán integrista, pero analistas tienen san Internet y otros medios de comunicación, con más conocimientos que yo en este y en tantos otros temas.
Me interesa, y mucho, el vídeo y las fotografías de las madres pakistaníes –mujeres que llevan la shariah a rajatabla- incitando a sus hijos, jóvenes, niños algunos, fusiles y otras armas en las manos, a la yihad.
Por un lado se puede deducir de esta actitud que estas mujeres –o la mayoría de ellas- se encuentra a gusto con su situación, con el estado de cosas terribles que viven, por lo que, muy al contrario de lo que opinaba mi querida Carmen Sancho de Francisco en sus clases de Geografía Humana, no es necesario luchar por ellas. Carmen –magnífica docente, recuerdo muy bien ese día en la UNED- se empeñaba en que era necesario abrir las puertas de algunos países musulmanes –recuerdo perfectamente que se refería a Arabia Saudita- y hacer ver a las mujeres su condición de inferioridad en la que vivían. Pues parece que a muchas de ellas eso no les interesa.
Por otro lado, como madre y abuela, me ha impresionado hasta lo indecible esa actitud de las madres pakistaníes incitando a sus hijos, hasta la muerte si fuera preciso, en nombre de una religión en la que, casi seguro, no se les pide tanto, o no se les pedía tanto en sus orígenes. Sacrificar a un hijo en nombre ¿de qué o de quién?
Es terrible. Siempre he creído que si las mujeres quisiéramos no habría guerras. Que si las madres nos tumbáramos, arropándolos, encima de los cuerpos de los hijos, ningún ejército se los podría llevar hacia la muerte de ellos, o de otros, hijos también o, en el mejor de los casos, hacia la destrucción de todo lo que encuentran a su paso.
Tal vez, desde mi postura de mujer occidental no puedo entenderlo. Quizá, si lograra hablar con ellas y que me explicaran. Pero, por ahora, esas actitudes no me interesan, ni quiero comprenderlo todo.
Me interesa, y mucho, el vídeo y las fotografías de las madres pakistaníes –mujeres que llevan la shariah a rajatabla- incitando a sus hijos, jóvenes, niños algunos, fusiles y otras armas en las manos, a la yihad.
Por un lado se puede deducir de esta actitud que estas mujeres –o la mayoría de ellas- se encuentra a gusto con su situación, con el estado de cosas terribles que viven, por lo que, muy al contrario de lo que opinaba mi querida Carmen Sancho de Francisco en sus clases de Geografía Humana, no es necesario luchar por ellas. Carmen –magnífica docente, recuerdo muy bien ese día en la UNED- se empeñaba en que era necesario abrir las puertas de algunos países musulmanes –recuerdo perfectamente que se refería a Arabia Saudita- y hacer ver a las mujeres su condición de inferioridad en la que vivían. Pues parece que a muchas de ellas eso no les interesa.
Por otro lado, como madre y abuela, me ha impresionado hasta lo indecible esa actitud de las madres pakistaníes incitando a sus hijos, hasta la muerte si fuera preciso, en nombre de una religión en la que, casi seguro, no se les pide tanto, o no se les pedía tanto en sus orígenes. Sacrificar a un hijo en nombre ¿de qué o de quién?
Es terrible. Siempre he creído que si las mujeres quisiéramos no habría guerras. Que si las madres nos tumbáramos, arropándolos, encima de los cuerpos de los hijos, ningún ejército se los podría llevar hacia la muerte de ellos, o de otros, hijos también o, en el mejor de los casos, hacia la destrucción de todo lo que encuentran a su paso.
Tal vez, desde mi postura de mujer occidental no puedo entenderlo. Quizá, si lograra hablar con ellas y que me explicaran. Pero, por ahora, esas actitudes no me interesan, ni quiero comprenderlo todo.