Fotos: Félix Hidalgo
Son,
a qué negarlo, mis dos lugares vitales, aunque no resida ni en
ellos, ni demasiado cerca, especialmente de Otíñar. Es Otíñar, lo
he dicho ya muchas veces, la aldea de mis antepasados. Llegaron como
colonos a mediados del siglo XIX desde Almería. Tiempos difíciles
-como casi todos para quienes sólo tienen donde caerse muertos- en
los que era necesario buscar un trozo de tierra y un lugar cubierto.
Fue de señorío cuando los señoríos ya habían desaparecido o
estaban a punto de hacerlo.
Sarnago
es otra historia. Fue de señorío, pero sólo le pagaban los
impuestos y cuando desaparecieron pagaban a la Hacienda Pública. Ese
era el único vínculo. Cuando voy a Sarnago, con frecuencia, subo el
camino empinado pensando en Otíñar y lamentando lo alejada que
aquella aldea está de mí. Quizá por eso me siento tan ligada a
este pueblo de Soria, donde tan bien acogida soy entre los habitantes
que se reúnen para hacerlo todo en común.
Otíñar
y Sarnago están unidos por el esfuerzo, el trabajo y el entusiasmo.
No hace muchos días leí una entrevista que le hacían a Sánchez
Ferlosio en la que se lamentaba de que lo que primara fuera el ocio.
Todo se programa para el ocio. Desde las instituciones y desde
ámbitos privados. Y claro, lo que se publicita, aquello con lo que
nos bombardean, es ocio y más ocio, a veces revestido de Cultura,
sólo revestido. Un amigo mío muy querido, que está pero ya no
está, también se lamentaba del poco esfuerzo exigido a niños y
jóvenes, de los premios que les dan a cambio de nada. En Otíñar y
Sarnago prima el esfuerzo. En el primero para recuperar una aldea, su
entorno, sus caminos. En el segundo..., también, entre todos, con
las manos juntas, como los castellers catalanes. La sustancial
diferencia es que en Sarnago las casas, aunque algunas en ruinas, se
conservan, en Otíñar cada cual sitúa el humilde hogar de sus
antepasados tal y como la imaginación lo recuerda. Hasta eso les
quitaron.
El
sábado, 24 de septiembre, festividad de la Merced, la Plataforma por
la recuperación de Otíñar celebró por segundo año consecutivo su
verbena reivindicativa en el Puente de la Sierra, otro mítico lugar
de Jaén, a medio camino entre la capital y la aldea. Allí se dieron
cita los descendientes de las tres o cuatro ramas que llegaron desde
Almería, Sur de Jaén y Granada a repoblar Otíñar, un lugar que
combina huertas -como la de Juan Carlos Roldán y sus patatas
azules-, olivares, agua, cuevas, pinturas rupestres, petroglifos...,
todo ello amparado por el viejo castillo de Otíñar, que vigilaba el
paso de la carretera vieja a Granada en época de las guerras entre
la cruz y la media luna.
Pero,
en contra de lo que pueda parecer en la convivencia de la Merced,
todavía está casi todo por hacer. Toca seguir luchando casi con lo
imposible: el abuso de quienes todavía se creen dueños y señores,
si no ya de vidas, al menos de haciendas. Toca reponer, una y otra
vez, las señales indicativas. Toca evitar que los caminos públicos
se hoyen para plantar olivos y lo que siga viniendo. Sirven, pues,
esas entrañables convivencias para, además de saludarse y
reconocerse, tomar fuerzas para seguir luchando.
Felicidades
otiñeros.