jueves, diciembre 13, 2007

Zaplana y la desarticulación de “bandas”

Estoy leyendo un libro de Alfredo Grimaldos Feito que se titula “Zaplana, el brazo incorrupto del PP”, y conforme avanzo hojeando, me van subiendo calores de indignación. Lleva razón Iñaki Gabilondo cuando dice que la sociedad se está cretinizando, y lleva mucha razón también el documental que proyectaron en las pasadas jornadas sobre la Memoria Histórica, con el título de “La memoria es vaga”. En este caso se referían a los hechos –terribles- acaecidos, sobre todo, los primeros días del Glorioso Alzamiento Nacional, como le llamaban los fascistas. Con el agravante, en el caso de Zaplana, de que los hechos relativos a él sucedieron hace cuatro días, como quien dice, y el tipo sigue apareciendo en nuestras pantallas dando lecciones de todo, incluidas las de moralidad y ética, de donde él tan alejado está.

¿Qué tiene esto que ver –se me preguntará- con la desarticulación de bandas? Pues mucho. Me refiero a una operación que llevaron a cabo en Soria, hace unos meses, donde “pillaron” a unos chavales de la provincia, alguno de Logroño y no sé si de otros lugares. Cuando vi la foto en el periódico pensé, “vaya, parece que esta vez han cogido una banda en toda regla”. Pero una, que conoce ese mundo, habla con los chavales, hasta les comprende, indagó en el tema, resultando más exagerado –por no usar otra palabra- que una moneda de la época del homo habilis. Creo más en lo que me dicen los chavales que en lo que notifican, comunican e informan las autoridades. Y con el paso del tiempo compruebo que no me equivoco.

Por ejemplo, encontraron en un registro una granada de mano, y allí estaba, en la foto, sin aclarar que pertenecía a la época de la Guerra Civil, y que fue hallada en unas excavaciones. A uno de los chavales les encontraron dos gramos de spid (no sé si se escribe así), y a otro le pesaron las plantas de maría con el cepellón de tierra incluido.

Se volverán a preguntar qué tiene que ver esta “redada” con Zaplana. Pues mucho, y no me refiero a la obviedad de que, si se leen el libro, los “supuestos” delitos de este individuo que cobra de todos nosotros, y muy bien, se alzan por encima de los supuestamente cometidos por los chavales de la “banda”, varios miles de metros o como se evalúe para la Justicia. No. Me voy a referir a algo mucho más concreto. A esta peligrosísima banda, con granada de mano incluida, se les ha cazado mediante escuchas telefónicas. En la página 37 del libro referido, “Zaplana, el brazo incorrupto del PP”, y refiriéndose al Caso Naseiro, en el que Zaplana este tenía mucho que ver, las cintas de las escuchas se destruyeron, esas pruebas fueron anuladas. Veamos lo que se dice en la libro sobre el tema: “Antes de que se redactara ese auto [el que anulaba las pruebas] el juez decía a la policía: graba, y comenzaba la investigación. Pero en la comisaría sólo había dos cintas matrices, con un número de horas limitado, y eso había que pasarlo a casettes. La policía borraba las conversaciones intrascendentes y pasaba a las cintas lo que consideraba más notorio. A continuación, el secretario del juzgado transcribía los casettes. Este auto del Tribunal Supremo [el que anulaba las pruebas] tiraba por tierras lo que se había hecho hasta entonces: a partir de ese momento era el juez quien tenía que oír todas las grabaciones y decidir cuál era el material relevante. Además, debía controlar la trascripción. Para eso tendría que estar con los auriculares puestos toda la vida (…) así se cargaron también el procedimiento más eficaz para combatir el narcotráfico. Fueron las formas para impedir que se viera el fondo. Este sistema favorece al poderoso, al que tiene dinero, porque el Tribunal Superior continúa condenando, con pruebas obtenidas como en el caso Naseiro, a pequeños traficantes, sin invocar su propia doctrina. Condenan a los que no tienen abogados que lo impugnen”.

Está dicho todo. Como siempre, pagando el pobre. ¡Justicia Social!

domingo, noviembre 25, 2007

Las pateras asesinas

Cuánto trabajo cuesta escribir de esto. El ser humano se acostumbra a todo, como decía Camus en su Calígula, lo triste, lo desesperante, es constatar que el dolor tampoco permanece, o algo así. Pero ¿hemos llegado a interiorizar la carga que cada patera lleva dentro? Una carga humana, la suma de setenta, ochenta o cien vidas, cada una de las cuales con su propia carga de dolor, de lucha, de miedo, de esperanza.

Qué desesperaciones inducen y conducen a esos seres humanos de piel negra y corazón rojo a lanzarse en la fragilidad de un bote al océano, durante días y noches negras, sólo al amparo de la intemperie, sabiendo, como saben, que muchos quedarán para siempre en el fondo de él. Qué tipo de hambrunas, de humillaciones hacen que imaginen la luz, la leche y la miel al final del tenebroso mar-tumba.

Y por qué ese coraje no es gratificado en un mundo con fronteras mezquinas, los propios límites del alma del hombre occidental, que durante siglos se dedicó a dejar el continente africano esquilmado de caucho, metales y fuerza humana, y que ahora le sobra de todo y se come a las cebras y acude a matarles los animales salvajes para colgar los trofeos en los salones inquietantes de sus mansiones horteras.

Que salgan los políticos de los países de origen, en compañía de los occidentales, los presidentes de grandes instituciones que se reúnen una vez al año previo pago de millonarias dietas, a bombo y platillo, los de las grandes palabras y cortos hechos, que se reúnan una noche y salgan en cayuco hacia la nada, con un trozo de tasajo, una manta y una garrafa de agua dulce, por compañeros alguna mujer embarazada, algún niño, hijo de ellos a poder ser. Que vean transcurrir los días y las noches rodeados de agua salada y vayan dejando caer al fondo los cadáveres de los que no resisten el hambre, la sed, el frío y el agotamiento. Un viaje de esos valdrá por toda una vida. Una experiencia semejante solucionaría el problema.

Los graffiteros

Algún día, algunos graffiteros se estudiarán en los libros de Arte. No me refiero a los gamberros que ensucian las fachadas de edificios nuevos o venerables con pintadas absurdas. Como en cualquier actividad de este u otro tipo, existen en estos grupos los verdaderos artistas y los que, incíviles, tratan de imitarles, haciéndoles daño.

Me refiero a los artistas, porque lo son, y algunos muy buenos. Hace años no recuerdo qué Ayuntamiento, pero me suena que era del Alto Aragón, les contrató, pagándoles y cediéndoles tapias para que dejaran en ellas sus pinturas, que no pintadas.

Cuando se viaja en tren, desde Soria a Madrid, se agradecen los colores de las tapias viejas y antaño desconchadas, de las viejas fábricas, o de las ya inexistentes huertas del corredor del Henares.

No comprendo la inquina de algunas autoridades –Ana Botella dice que pinten en su casa- por estos jóvenes artistas, a los que deberían dejar espacios arruinados, tristes y feísimos para que con sus sprays nos alegraran la vista y dignificaran de paso el espacio. O los polígonos industriales, tan grises y destartalados. Les parecerá mejor las visiones que aportan los suburbios de las ciudades, o que los jóvenes estén practicando otras actividades.

domingo, noviembre 11, 2007

Aznar, mosca que no cesa

Mosca cojonera se llama a la persona pesada que hace discurrir su vida molestando a los demás con sus teorías –o tonterías- machaconas, haciendo perder los nervios más templados y provocando manotadas para quitársela de encima, o de al lado, o de los mismísimos cataplines.

José María Aznar, ese aguerrido adolescente de pelo caído, carismático y encantador, se ha convertido en ese tipo de mosca para los españoles. Un ejemplar humano único, con su cuidado bigote, sonrisa-mueca, bolsillo abultado -gracias al salario de los presupuestos del Estado, pensión vitalicia como expresidente-, y gracias también a los desorbitados honorarios pagados por las cultas, profundas y trascendentes personalidades que le contratan para disertar en el Primer País del Mundo. Con este bagaje y su verbo esclarecido que deja caer filosofías propias, el señor Aznar se sienta en cualquier mesa –por ejemplo en la de Sánchez Dragó- y con la excusa, o a fin de vender más ejemplares de sus cartas a los jóvenes –se debe creer un Rilke al uso-, suelta las barbaridades más abultadas sin que el bigote se le estremezca.

Que se quede en su FAES -¡cuánta añoranza de las FET y JONS!- y nos deje tranquilos, por favor. Ya perdió las elecciones, ya es multimillonario… Por favor, que nos evite el espectáculo.

lunes, octubre 29, 2007

La señora Marcelina

-O la tranquilidad de poder seguir confiando-
El pasado sábado, día 27, pasé a visitar a la señora Marcelina, de Ventosa de San Pedro. La conocí hace más de diez años, cuando Moisés, uno de mis hijos, me dijo “te gustaría conocer a la señora Marcelina, sabe muchas historias de esas que tanto te gustan”.
María Luisa y yo recorríamos la provincia por entonces en busca de los saberes de los mayores para escribirlos, o guardarlos, procurando que no se pierdan para siempre. Fue Marcelina para nosotras una de esas personas cuyo recuerdo conservamos envuelto en cariñoso agradecimiento, junto con tantos otros. Con ella hablamos de móndidas, de historias pequeñas, de trashumancia, en fin, de todo aquello en lo que ella es sabia. Nos vimos varias veces y siempre mantuvo la actitud generosa, sin regatear esfuerzos con la memoria.
El sábado, después de ocho años, fui de nuevo a verla acompañada de Leonor, mi hija y cartera rural accidental de Tierras Altas, con quien me envía recuerdos cariñosos con frecuencia. Estaba igual, pequeña, ágil, trabajadora a sus más de ochenta años, cuidando sus flores con mimo, almacenando leña para el duro invierno. Tomamos con ella un café con leche de verdad, con esa leche de la que se escapa la nata que tanto le gusta a María Luisa, leche de sus vacas, y unos bizcochos. Me tenía reservada una sorpresa, un juego de toallas adornadas con una preciosa puntilla hecha por ella misma a ganchillo.
Durante el camino de vuelta pensaba que estas personas son las que hacen que sigamos teniendo confianza en el ser humano. Y esto, que puede sonar a retórico, merece un momento de reflexión. Nos rodea un mundo –me refiero al primero- donde el egoísmo nos ha llevado a la soledad. No queremos ser molestados, podemos dar lo que nos sobra después de tener todos nuestros caprichos satisfechos, pero no ser molestados, por favor. Nos encerramos en casa, ajenos a otras soledades, ajenos a los problemas de tres cuartas partes del mundo, y pasamos las horas muertas delante de la televisión o de la pantalla del ordenador. Sobre todo que no se nos moleste.
Mientras, las personas en las que todavía podemos confiar, en las que todavía el ser humano puede apoyarse y tomar como referencia, vigilan la nave de ganado de los hijos, recolectan hierbas para los catarros, preparan café con leche para las visitas que son siempre bien recibidas, se sientan al sol rodeadas de flores y con sus propias manos hacen labores primorosas para regalar, acuden a la casa de la vecina también sola y se preocupa por ella, mantienen limpia la calle, el lavadero y la iglesia, se ocupan de los vestidos para la fiesta, y en los días previos a esa fiesta de sus manos salen rosquillos y tortas con las que obsequiar a la familia o a los amigos. Y siempre trabajando, “hacer y haciendo hacerse y no ser más que lo que se hace” (no recuerdo quién lo dijo). La mayoría tienen más de ochenta años. Todos viven con tanta confianza hacia el ser humano, que las puertas de su casa no se cierran nunca.
¿Se puede vivir de forma más acorde con la naturaleza? Gracias, señora Marcelina, por ser como es, y a todas las señoras Marcelinas del mundo rural.

domingo, octubre 28, 2007

La politización de la Justicia

La Justicia, el trato justo, la rectitud, la equidad, la ética…, ha supuesto siempre para el hombre una cierta seguridad en que los hombres, las altas jerarquías, iban a ser capaces de dar con una solución justa a los problemas que ellos no podían resolver. Hasta el más humilde de los vasallos, en la Edad Media, acudía a los señores o sus representantes, en la confianza de que su caso iba a ser visto sólo con los ojos de lo justo.
Todo es susceptible de perfeccionarse con el tiempo. Lo que en un principio fueron las Tablas de Moisés, con un articulado elemental, pero claro y comprensible, con el paso de los siglos se ha ido complicando de tal forma, que códigos, leyes y articulados han venido a hacer de la vida un ovillo difícil de desentrañar. Menos mal que los ciudadanos de a pie no conocemos todas estas leyes y caminamos por la vida más o menos tranquilamente, tal vez, de conocerlos a fondo, no nos atreveríamos ni a salir a la calle por miedo a delinquir a cada paso.
Al margen de ironías, creo que lo que todo ciudadano espera de la Justicia es que sea apolítica. Pero claro, como diría Platón, una cosa es la Justicia en sí y otra las personas que las imparten, hombres y mujeres al fin y al cabo, sombras que se ven pasar desde la caverna. No se le puede exigir a un juez o a un fiscal, que siendo uno se convierta en lo contrario por arte de la toga. Debe ser muy difícil, pero no imposible.
Este debe ser el quid de la cuestión, la dificultad para dejar de ser hombre y convertirse en juez puro. Debe ser este y no otro el motivo por el cual los dos grandes partidos españoles están dando la nota con el Tribunal Constitucional. Por si acaso la Sagrada Constitución no tuviera ya a algunos ciudadanos algo cansados, al no comprender que, por Sagrada, sea intocable, viene la composición del Tribunal, creado a fin de dilucidar si es o no constitucional lo que se legisla, a crear un malestar y una certidumbre de que la Justicia no es apolítica. Debiendo serlo por ley, ya que, junto con los poderes legislativo y ejecutivo, el judicial debe ser, y aparecer, libre de contaminación.
Desde el momento en que este tribunal es elegido por Congreso, Senado, Gobierno y Consejo General del Poder Judicial, se ve, de forma diáfana, la confianza que los políticos tienen en los magistrados. Por que si existe un C.G.P.J., cuya única función es velar por la independencia de todos los jueces y magistrados ¿cuál es la razón de que el gobierno de turno les nombre? ¿cuál es la razón de que, debiendo ser independientes, interpretan de forma distinta la Constitución unos u otros?
Son preguntas con respuesta obvia, por desgracia. Y así las cosas, tirándose a la cabeza los magistrados los dos grandes partidos, visto que la independencia en el tercer poder es inexistente, se llega a una segunda conclusión, España, de seguir esto así, será un Estado judicial, o como se llame, donde el valor del voto de los ciudadanos será nulo, toda vez que, si se vota teniendo en cuenta el programa de cada partido, se legisla –más o menos- según esa programa, pero al partido de la oposición –en este caso el Popular que como buena gente de derechas no se resigna a dejar el poder- recurre al Tribunal Constitucional, cada ley que se ejecuta puede ser devuelta a las cámaras.
Esto, paradógicamente, sólo pueden arreglarlo los jueces y magistrados no entrando al trapo, porque está visto que el seso de los políticos es más ineficaz que el de una gallina.

jueves, octubre 25, 2007

La placidez de Mayor Oreja

He escuchado con satisfacción los comentarios de Mayor Oreja sobre el franquismo, he leído sobre lo dicho, he comentado con amigos. Nadie debería escandalizarse por ellos, todo lo contrario, es de agradecer que cada cual se manifieste con sinceridad para saber a quiénes tenemos enfrente, al lado, o a la espalda, según el tipo de manifestación que salga de su aparato fonador.
En el caso del popular Mayor, he sentido lo mismo que siento cuando la Iglesia Católica se niega a dar alguno de sus sacramentos aduciendo motivos lógicos desde su perspectiva y según sus leyes. Es mejor, mucho mejor, que no se disfracen, que no se barnicen, y se muestren como son y piensan.
Hasta que Mayor Oreja hizo sus declaraciones sobre el franquismo, negándose a condenarlo y diciendo que en el País Vasco se vivió con placidez –el franquismo, ¡manda huevos!- sabíamos lo mismo que sabemos ahora, pero daba cierto pudor escribirlo. Ahora, con el añadido de que los prebostes del Partido Popular no han desautorizado los comentarios de Oreja, ya podemos escribir tranquilamente que algunos, o muchos, dirigentes peperos, alaban la placidez del franquismo.
Por cierto, no condenar la violencia del terrorismo de ETA les cuesta a los independentistas vascos la cárcel.
Pocos dudábamos que España está plagada –de plaga- de franquistas, en el sentido de ideología -¿es una ideología eso?- o de haber participado en el gobierno de Franco sin rechistar. Luego se compraron carnets de demócratas. No hay más que repasar los nombres de los fundadores de Alianza Popular, luego Partido Popular. Pero que lo reconozcan a boca grande puede cabrear, pero a la vez reconforta.

Nos vamos a comer las cebras

“Pájaro que vuela a la cazuela”, decían nuestros mayores. Animales que corren al abdomen, más o menos, o a la panza, o al bandullo. En algunos restaurantes, cansados ya de los animales que se crían y se engordan para que los humanos satisfagan sus necesidades, han dado un paso más, y proponen que, en lugar de saciar lo fisiológico con proteínas conocidas, lo hagamos con sabores exóticos.
Empezó con la avestruz y ahora se ofrece al animal humano bisonte, cocodrilo, cebra y canguro. No sé, pero pronto lo explicarán, si se van a criar en cautividad o, directamente, se cazarán, con lo que estos animales pueden ir preparándose para pasar a la lista de desaparecidos en batalla unilateral.
Todo es poco para la voracidad del ser humano del primer mundo, que se aburre, el pobre. Porque no es lo mismo que en la sabana se coman una cebra, los indios se comieran un bisonte o en la selva un cocodrilo, que lo hagan los europeos teniendo, como tienen ya, bastantes animales a su disposición. Tampoco habría nada que decir si estos animales hubieran sido devorados en épocas de hambre, pero este sibaritismo resulta duro de tragar.
Todo lo devora el hombre, “todo te lo tragaste”, que decía Neruda. Digo yo, ¿por qué no nos comemos los insectos tostados, que sobran, los mosquitos de la malaria, que tal vez fritos pierdan su malignidad, o la mosca tsé-tsé?
Por un lado todo es poco para los sentidos de los que componen la sociedad cómodamente establecida y sin problemas, por otro, se pone a disposición de un animal –léase el tiburón de Tarragona- unos equipos que para ellos quisieran cualquier habitante subsahariano.
Decididamente nos aburrimos.

sábado, octubre 13, 2007

Octavi Franch y su Darrer tauró

En el año 2003, Octavi Franch (Barcelona, 1970), publicó, en Edicions Maikalili, su novela El darrer tauró (El último tiburón). Era la cuarta novela que salía de su imaginación, de donde también salen poemarios, series de ficción, películas, y otros frutos de su particular modo de ver la vida y de imaginar los hechos.
Afincado en el Prat, pueblo del Baix Llobregat donde tiene la sede social Maikalili, perteneciente al Grup Senar, Octavi combina la creación con la administración de una editorial que ya ha dado varios éxitos a conocer, como los escritos de Dieguito “el Malo”.
Pero vayamos al Darrer tauró. La novela transcurre en el año 2011. El gobierno de la Generalitat se enfrenta “al maldecap més anguniós des del referèndum per a la sobirania del 2005: la recerca d’en Quirze Puigdesens, àlies Tauró, l’últim general franquista que queda en vida per tal de jutjar-lo per crims contra la humanitat”. La novela se mueve entre la ciencia-ficción europea y el thriller americano. En “el Tauró” se reconoce a Ramón Serrano Súñer, el nazi cuñado de Franco, ministro de la Gobernación en el primer gobierno de la dictadura, para quién el periódico La Vanguardia, de 6 de mayo de 1939, pedía fuera “aclamado presidente honorario de todas las asociaciones de la prensa de España”, al parecer en gratitud a una Ley.
En El darrer tauró, el personaje franquista está a punto de cumplir 111 años, sigue vivo, y se pone en marcha un dispositivo apoyado por la Generalitat y liderado por Bernat Sanahuja, catedrático de Historia Moderna, nieto de l’Heroi del Baix Llobregat, torturado por los franquistas, quien desea, más que nadie, capturar al Tauró y que sea juzgado.
Son casi doscientas treinta páginas de una historia trepidante, inteligente y dura, que se lee de un tirón, pues la agilidad y las vicisitudes imaginadas por el autor, no permiten demora. El lector entra en la novela, participa de ella, y está deseando que el saco de carne y huesos moribundo sea juzgado antes de desaparecer del todo. Pero no resulta fácil su captura. El gobierno de España de esos años está plagado, otra vez, de fascistas –fácilmente reconocibles- que ponen todo los medios a su alcance para que el nazi, el tiburón, no sea pescado.

¿Aznar presidente de la República?

Del sistema estadounidense sólo me gusta su federalismo, y para que no me guste ni eso, me fijo en el suizo. Cada cantón con su idioma y sus peculiaridades y ahora, por fin, representándolos, una mujer. O el modelo de la antigüedad griega, las ciudades-estado. Pero España sigue teniendo voluntad de Imperio. Aquí nos hemos quedado colgados en el espíritu de Felipe II, aunque sin colonias –a no ser Ceuta, Melilla y Las Canarias-, sin barcos a los que enviar contra las tempestades, aunque todavía reclamemos algún pecio perdido en las profundidades del Atlántico, por donde Platón filosofó su Atlántida. ¡El glorioso Imperio donde nunca se ponga el sol!
Ese podría ser el debate, ya que lo de la anarquía ni se vislumbra y quedará para siempre jamás, como los cuentos de hadas, en una hermosa utopía, como las puertas de las cárceles abiertas de par en par.
Parece ser que el debate que empieza a plantearse en España –a no ser que se trate de hechos aislados- es el de Monarquía o República. Si la sociedad estuviera perfectamente estructurada, si la riqueza estuviera repartida –más o menos- y lo único debatible fuera la forma y manera que debe tener la jefatura del Estado, con hacer un referéndum sería suficiente. Quizá los españoles querrían una República. Pero con todo por hacer –ocho millones de españoles viven por debajo del umbral de la pobreza, mientras que las grandes fortunas se las reparten unos cuantos- esto, con todos los respetos, es empezar la casa por el tejado.
Si cabe alguna duda, fijémosnos en quiénes jalean este debate, además de los grupos independentistas hacia los que dirijo todos mis respetos. Lo alienta la radio de los obispos, la Falange y la extrema derecha en general –entre ellos Ynestrillas-. No se debe entrar a ese trapo, es peligrosísimo.
Por otro lado, el jefe del Estado español, según la Intocable Constitución, por no poder, no puede ni opinar, o sea, que sólo puede leer lo que le ponen delante y representar a España fuera del país. Como Borbón que es, sabe perfectamente que la corona no está tan anclada como la de la soberana de Gran Bretaña, por ejemplo, quien ya nació con ella como un apéndice más de su real cabeza, lo que supone que el Rey ha de ganarse a pulso su propio trabajo y el de sus sucesores. ¿Resulta cara la Corona en España? Como en cualquier otro país, menos que más, y tanto como una Presidencia de la República.
Vayamos a otra reflexión que no debemos desdeñar. En España tenemos elecciones municipales, autonómicas y generales, a las que hay que añadir las europeas, y no coinciden que digamos. Prácticamente estamos siempre en campaña electoral, con el desgaste que ello supone y lo caro que resulta. ¿Queremos otra, más gastos, más coches con altavoces rompiendo los tímpanos por las calles, más políticos gritando en las pantallas de las televisiones y por las ondas de las radios? ¡Por favor!
Y para colmo ¿alguien se imagina la situación que podría crearse con Aznar, por ejemplo, como presidente de la República, y Zapatero como jefe de Gobierno, o al revés? Un presidente opina y decide, un rey parlamentario, no. Pensémoslo.

jueves, septiembre 27, 2007

Los norteamericanos dan lecciones

El pasado lunes, 24 de septiembre, viendo las noticias de la tarde –las de Iñaki Gabilondo, por supuesto- me quedé perpleja por el recibimiento que en la Universidad de Columbia le dieron a Mahmud Ahmadineyad (he tenido que bajar a comprarme un periódico para escribir bien el nombre, en Creixell no tengo Internet).
Ese recibimiento me parece muy bien, cada uno se manifiesta como quiere, y el elemento este iraní, con sus jueguecitos nucleares, su negación del Holocausto (que es delito en algunos países) y su necesidad de hacer desaparecer a Israel, se lo merece. Para mí los países musulmanes, todas las religiones integristas, y su mundo de velos, rezos, santos, crucificados y demás, carece de interés. Este desinterés no es despectivo, sencillamente los míos van por otros derroteros muy alejados de dictaduras, salmos, obispos propietarios de medios de comunicación y rosarios.
Pero digo yo que al dirigente este le habrán invitado, no habrá impuesto su presencia, y la presentación que de él hizo el rector fue digna de un cafre. El presidente de la Universidad de Columbia, Lee Bollinger, le llamó dictador cruel, mezquino y ridículo, entre otras lindezas, mientras el otro aguantaba el tipo sonriendo. Naturalmente, esto no se lo hubiera dicho en Irán, ahí sí que hubiera tenido mérito.
Quiero creer que Bollinger está también en contra de la política de su país, porque si no fuera sí, el cinismo de este presidente de la Universidad de Columbia sería de los que hacen época.
Quiero creer que Bollinger está en contra de la pena de muerte en algunos de los estados de EE.UU, en demasiados. Que lucha contra en racismo cuasi institucionalizado. Que va a ir a colaborar, con sus propias manos, en la destrucción del muro entre su país y Méjico. Que va a propiciar una plataforma –como ya que se está llevando a cabo en España para juzgar a Aznar- para que Bush acabe con sus huesos en la cárcel. Que se va a cargar a algún hideputa del Ku-Kus-Klan. Que va a coger al bobo peligroso este de Bush por los huevos para que se vayan de Irak. En fin, le supongo un auténtico luchador por las libertades humanas.
¿Tendrán la cara tan dura de dar lecciones? Pues sí, la tienen.

¿Derecha necesaria?

El pasado martes, día 25, Miguel Ángel Aguilar firmaba en El País la columna “El PP necesario”. Sigo a este magnífico periodista y me doy cuenta de que en este caso no utiliza la finísima ironía que le caracteriza.
Aguilar, como buen moderado de izquierdas, correcto ciudadano y analista político, está convencido, en compañía de muchos más, que la derecha es necesaria. Yo creo que no, y tampoco la izquierda, ni el centro, ni los partidos políticos. Aunque bien es cierto que de todos, el que me sobra por completo es precisamente la derecha. Pero comprendo que la sociedad está montada así (y gracias, porque hasta hace poco sólo era posible contar con la derecha y la derecha) y lo otro es una quimera.
Ya que parece ser que la existencia de la derecha es inevitable, particularmente preferiría que no cambiara, porque el cambio sería un barniz para engañar, un revestirse con piel de cordero para cazarlos. En esto opino como con la Iglesia, nada de modernizarse, nada de que los curas se casen, nada de dar entrada a las mujeres, que siga como está a ver si de una vez los fieles –o católicos de boquilla- se dan cuenta de que no se puede seguir apoyando estas actitudes.
Dice Miguel Ángel Aguilar que deberían quitarse de encima a Acebes, Zaplana y la COPE. Estupendo, no verles más la cara a unos ni escuchar la voz a los otros ya sería una buena terapia, una limpieza necesaria, para empezar.
Y esos perfiles que debería copiar el PP de la derecha “que rehusó el confesionalismo religioso, que aprobó la Ley del Divorcio…”. ¡Claro! Eran los primeros años de la Gloriosa Transición, era necesario contentar a los españoles que se habían pasado años luchando por las libertades, por si acaso a algún juez -¡esto sí que es ironía! la Justicia de aquellos años- se proponía enjuiciarles y hacerles pasar unos años entre rejas.
Esta derecha de ahora, treinta y dos años después, es la derecha, la que ha sido siempre. No hay más que pensar un poco, sólo un poco. Pero si resulta más fácil hay que echar un vistazo, de vez en cuando, al periódico DIAGONAL –los pobres se las ven y se las desean para seguir adelante- eso por no escribir de otros más incorrectos políticamente hablando.
Ahí se enterarán, por ejemplo, que la mujer de Alcaraz Martos –el de la Asociación Víctimas del Terrorismo- se presentó en Jaén por el PP. Que en la última asamblea de la asociación, se cambiaron los estatutos para que los miembros de la asociación puedan militar en partidos políticos y ostentar cargos públicos. En una portada de este periódico, aparecía la foto de Alcaraz estrechando la mano de Ynestrillas.
Entre DIAGONAL e Internet, puedo uno saber quienes forman una parte de la derecha. Internet: foto de Gonzalo Peña Gumuzio, secretario de la organización de Falange Vasca y tercer cabeza de lista del PP en Gorliz (Bizcaia). En la foto con camisa azul.
Internet: Santiago Fontenla, director de minutodigital.com compañero o casado con Yolanda Couceiro Morin, coordinadora de la platadorma España y Libertad, contraria a dar voto a los inmigrantes. Fontenla dejó la militancia activa en Falange por enfrentamiento con el actual jefe José Fernando Cantalapiedra. Minutodigital organizó una conferencia a la que asistieron Santiago Fontenla, José Alcaraz y Gotzone Mora.
Más fotos en DIAGONAL. Esperanza Aguirre con Yolanda Couceiro. Francisco José Alcaraz Martos con Yolanda Couceiro. Yolanga Couceiro con Aznar.
¡Esta es nuestra derecha! Yo creo que la derecha que le gustaría a Miguel Ángel Aguilar sería buena –o menos mala- para todos. Pero hay lo que hay, aunque también haya demócratas de verdad. Esos han de arrinconar hasta empujarles a la mar a los otros, pero que se barnicen no, por favor.

lunes, septiembre 17, 2007

La Ciudad del Medio Ambiente de Soria, otra vez

El PSOE de Soria está dispuesto a gastar el dinero que sea necesario para que el recurso ante el Tribunal Constitucional contra la Ley de la Ciudad del Medio Ambiente continúe su curso, según he podido leer en Heraldo de Soria digital. De momento, este alto tribunal ha admitido el recurso. No sé si esto es lo habitual, o ya, en sí mismo, es una buena noticia.
Para mí lo mejor de esto es que las acciones legales que se vayan a llevar a cabo, desde el Partido Socialista, será con dinero de ellos, y no del contribuyente, algo poco frecuente, por no decir inédito, en el mundo de la política de este país. Claro que la Junta lo hará con el nuestro. Caballerosamente, deberían hacerlo con los fondos del Partido Popular. Cuestión de estilo y equilibrio de fuerzas.
No sé si servirá de algo, si evitará que esa ciudad medioambiental –término eufemístico para nombrar una urbanización de lujo- se construya a la orilla del Duero, creo que no y que, finalmente, la derecha, como casi siempre en la Historia, se saldrá con la suya.
El problema de todas las partitocracias es que los políticos están firmemente convencidos de que las personas que les votan les otorgan el poder para que hagan lo que les dé la gana, y eso no es –no debería- ser así. Determinadas decisiones deben ser consensuadas por los que les votan, por los que lo hacen a otro partido, por los que se abstienen y por los que no quieren saber nada del tinglado que se han montado y que tanto les cuesta soltar.
Todavía no se han enterado que están –en el nivel que sea- para administrar, fundamentalmente, y para propiciar la convivencia evitando las injusticias. En el caso del poder municipal, como aquel que dice, mantener la casa limpia y habitable. Desde luego, lo que la mayoría política en un ayuntamiento no puede hacer es mantener pulsos con el resto de las fuerzas políticas que representan, también, a los ciudadanos. ¿Que la cosa se pone difícil desde la administración local porque pueden ganar las siguientes elecciones otro partido? Pues nada, se hace una Ley desde instancias superiores, y arreglado.
¿Cuestión de soberbia, de dinero, de otros intereses…? No se sabe, tal vez de todo junto o solamente de cojones.

miércoles, septiembre 05, 2007

En la muerte de Umbral

Es la hora de las alabanzas. Umbral ha muerto y sus colegas, aunque en vida –y en la intimidad- le hayan puesto a parir, cuando ya su pluma no es competencia, le dedican obituarios resaltando sus virtudes literarias. Las otras, las personales, si no las hay, se las inventan, y los defectillos los tratan con la benevolencia propia que otorga el adiós para siempre.
A mí Umbral no me gustaba. Supongo que es cierto eso de que escribía muy bien, pero me sucedía con él como con Cela, me es imposible separar la persona del escritor. Eso no debería ocurrir, pero tanto uno como el otro crearon el personaje para que se tuviera en cuenta, para que acompañara por siempre a su literatura, y lo consiguieron.
Supongo –se le notaba- que detrás de Umbral había un Francisco Pérez solitario y sólo, marcado por la infancia y todo eso que sucede a tantas personas. Él disfrazó la marca de esa infancia y en lugar de hacerlo de seriedad –no digo ya solemnidad- lo hizo de mala leche, frivolidad y soberbia, no puedo precisar en qué proporción porque no le conocía, ni tampoco me interesa demasiado.
Como mujer no puedo entender que se utilicen embozos dolorosos para las mujeres que han acompañado su vida y les han dado todo, renunciando a sus propios intereses, aficiones e ilusiones. Lo grave es que no se han quedado en embozos, ha sido –tanto en Umbral como en Cela- una forma de vivir, llegando, en el caso del último, a abandonar a su mujer de toda la vida, a la que le debía buena parte de lo que era, por una exlolita hortera. Umbral no lo hizo nunca, pero contaba con pelos y señales sus ligues, fueran reales o soñados.
Y es que eso vende, no calibro bien a quién, pero vende. La honestidad y seriedad de la vida privada de Delibes, por ejemplo, o de Juan Marsé, se considera sosa, no llega ni a lolitas que se desbragarían ante cualquier saco de grasa, ni a señoras insatisfechas que harían lo propio sólo por darse el gustazo de comentar con sus amigas que se han tirado a cualquier esperpento que escribe en el periódico y es muy famoso.
Después dejan detrás a sus viudas, algunas secuestradas por el síndrome de Estocolmo y otras respirando hondo. Recuerdo a Ivonne Hortet, la viuda de Carlos Barral, una señora como la copa de un pino, a quien sus hijos adoran porque la habían visto sufrir el ego del cónyuge.
Mis respetos a ella, a María España, al recuerdo de Rosario Conde, y tantas otras que han soportado lo indecible en aras de sus geniales consortes.

sábado, agosto 25, 2007

Curiosa escala de valores

Por mucho que me esfuerce en comenzar diciendo lo que voy a decir a renglón seguido, sé que la continuación se considerará políticamente incorrecta. Soy incapaz de matar una liebre, aunque se meta dentro del coche (como de hecho sucedió en una ocasión), tengo un gato al que cuido como él se deja (es callejero), odio las corridas de toros. Me indigno cuando veo abrigos de pieles, odio las matanzas de focas bebes, la última barbaridad que he escuchado es el sacrificio de delfines para vender los ojos como amuletos, me reservo lo que opino sobre los propietarios de cabezas de animales disecadas, colgadas en los salones horteras, y un largo etcétera.
Pero estoy harta de una escala de valores bastante distorsionada, desde mi punto de vista. Mi amigo Gumersindo García Berlanga explica algunos casos con mucha gracia. A mí no me hizo demasiada toparme una mañana en la carretera N-111, cerca de Medinaceli, al salir de una curva, con un todoterreno de guardas forestales, en mitad de la carretera, con las puertas abiertas, intentando coger un águila herida. Esa mañana volvimos a nacer. Es un ejemplo de lo que es llevar las acciones al extremo.
Otro ejemplo sería el motivo por el cual, hace ya muchos años, no se pudo hacer una carretera de tan sólo tres o cuatro kilómetros, que hubiera unido la parte Sur de la provincia de Soria con Caracena. Impacto medioambiental para unos nidos de rapaces.
Y digo esto estando, como estoy, del lado de los ecologistas, y pensando, como pienso, que si no existieran este mundo ya se habría arruinado del todo. Pero vuelvo a los extremos. El último se ha producido, a mi entender, estos últimos días. El protagonista ha sido un tiburón hembra aparecido en las playas de Tarragona. Biólogos y personal técnico han estado pendientes del animal varios días. Finalmente y con gran esfuerzo, lograron capturarlo. Fue transportado en un vehículo especial, cuidado por más técnicos –o los mismos- con un aparato que le iba proporcionando el oxígeno necesario, o lo que necesitara. Una vez en Barcelona, lo trasladaron a la UVI de animales, lo acompañaron durante unas horas en piscinas especiales hasta que, finalmente, el animal pasó a mejor vida, momento en el cual le practicaron la necropsia para ver la causa de la muerte, entre ellas, el haberse tragado un anzuelo.
No sé el dinero que habrá costado todo esto. Supongo que todos los especialistas que han intervenido en el proceso están donde están precisamente para eso, para cuidar de ese pobre tiburón y, sobre todo, de todos los animales en peligro de extinción.
Creo que el animal que está más seriamente amenazado es el humano. Creo, también, que todos estos esfuerzos, todas estas actuaciones desmedidas, son producto de la confusión en la que navegamos los humanos, de querer abarcar –y tratar de dar solución- a todos los problemas que nosotros mismos hemos creado, de obviar lo fundamental para dedicarse a lo accesorio.
He escuchado demasiadas veces esa soberana tontería de muchos que prefieren los animales a los humanos, algo que me parece una carencia de empatía –como mínimo- de los que lo dicen, una dificultad, a veces patológica, para relacionarse. Mientras una sola cría de la especie humana sufra –y hay millones- creo que ese hecho es el fundamental y a ese hecho hay que dedicar todos, y digo todos, los esfuerzos, tanto oficiales como particulares.

martes, agosto 21, 2007

De qué nos evadimos

Hace ya demasiado tiempo que escucho, o leo, decir a personas de distintas edades y condición social, que viendo tal o cual programa de la televisión –ya sea telebasura, fútbol, o corridas de toros- lo que pretenden es evadirse.
He mirado las acepciones que para el término evadir da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Son cinco, a saber: Evitar un daño o peligro. Eludir con arte o astucia una dificultad prevista. Sacar ilegalmente de un país dinero o cualquier tipo de bienes. Escaparse. Desentenderse de cualquier preocupación o inquietud.
Supongo que la mayoría se refieren a la última, desentenderse de cualquier preocupación o inquietud. Podría ser que esto fuera aceptable cuando la evasión dura un tiempo prudencial al día, más una parte de los fines de semana, puentes, vacaciones de verano e invierno, y demás etapas de ocio. El resto, digo yo, habría que dedicarlo precisamente a lo contrario, o sea, a inmersionar en la profundidad de los problemas que vivimos, no ya las clases altas, medias, medias-altas y medias-bajas, sino, por ejemplo, los millones de españoles que todavía viven por debajo del umbral de la pobreza. O los que llegan a nuestras costas en pateras, o los que mueren a decenas en medio del océano. O lo que está sucediendo en el mundo, al lado nuestro, a cuatro pasos como quien dice, donde la gente se mata por centenas, se muere de hambre. Porque, no nos olvidemos, de lo que pasa en el mundo somos responsables todos, unos por acción y otros por omisión. Es como si uno entra en casa, ve a los hijos apaleándose, y en lugar de poner orden, se coloca los cascos y espera que el conflicto se solucione solo.
Por otro lado, este pasotismo, en una sociedad occidental (la que comprende a las clases con los problemas básicos mínimamente solventados) tan absurda, en la que casi nada tiene demasiado sentido, es un acto de negligencia, de desidia y, en muchas ocasiones, de idiotez, porque esa apatía que obliga a la gente a sentarse delante del televisor podría convertirse en un revulsivo contra la absurdez del parte del mundo occidental en el que nos dejamos caer.
He leído mucho sobre la CNT, sobre la República, sobre los obreros, y tal vez porque no tenían televisión (quiero creer que no), la gente se dedicaba a ilustrarse en los ateneos. En Soria había uno, los libros fueron tirados a la calle y quemados, creo que en mitad del Collado, por unos simpáticos señoritos que vestían de azul. Además de eso, asistían a conferencias (hasta Machado dio alguna para ellos), a manifestaciones, representaban obras teatrales, a simpatizar con los problemas de los demás, que consideraban como propios. ¿Alguien recuerda ahora que entonces, estos obreros trabajaban cincuenta o sesenta horas a la semana y sólo libraban los domingos? Pues aún tenían tiempo para educarse y ser solidarios.
Sólo con que cada cual, desde su campo de acción, robara a la evasión, léase jodida televisión, un par de horas al día, e hiciera algo por tratar de solucionar lo que pasa en el mundo, a veces a dos pasos de ellos, el mundo sería mucho más habitable.
Recuerdo el poema de César Vallejo “Un hombre pasa”. Búsquenlo. Está escrito antes de 1938, fecha de su muerte. Voy a recordar sólo un pequeño trozo.

Un albañil cae de de un techo, muere, y ya no almuerza.
¿Innovar luego el tropo, la metáfora?
Un paria duerme con el pie a la espalda.
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien limpia su fusil en la cocina.
¿Con qué valor hablar del más allá?

sábado, agosto 11, 2007

Muerte de un amigo y un hombre íntegro

Don José Martínez Quesada falleció el pasado mes de julio. Alguien podría preguntar ¿quién fue este hombre? No tenía relevancia política, ni intelectual, lo cual, a mi entender, le honra más. Era, fundamentalmente, un hombre íntegro, y eso, por desgracia, vende poco. Y era el padre de un buen amigo mío, además de nacido en la provincia de Jaén, o sea, paisano, aunque, como yo, vivió buena parte de su vida en Soria.
Aquí, en Soria, formó parte durante muchos años de la Banda Municipal de Música, su nombre y alguna foto, aparecen en la reciente publicación sobre la agrupación musical, cuyo autor es un jovencísimo Norberto Francisco Moreno Martín. Trabajó, además, en el Colegio Oficial de Médicos, donde le recuerdan con gran afecto.
Pero lo que me interesa reseñar de don José es su honestidad, su integridad, su forma de vivir en contacto con la naturaleza. Era un caminante impenitente, y su lugar preferido fue siempre la Sierra de Santa Ana. Tanto, que con sus propias manos construyó un refugio de piedra donde, de cara al río Duero y a la vieja ciudad castellana, don José reflexionaba, descansaba y contemplaba. Ese refugio, que servía a él y a todos los caminantes de descanso y protección, hace poco que ha sido arrasado por el fuego, de forma premeditada, un acto de gamberrismo, por ser moderada en el adjetivo.
Su otra pasión –además de la familia- era la música. Me ha dicho Santiago Cabrerizo –compañero suyo en la banda- que nadie como él hacía los solos de clarinete. Conservo un libro regalado por don José sobre Pau Casals, y dedicado por él “A mi gran amiga”.
Don José Martínez Quesada era viudo de una mujer sencilla, muy guapa, a quien yo también apreciaba mucho, Josefa Ortega, la señora Pepa. Les recuerdo paseando cogidos del brazo.
Creo que don José nació ya de izquierdas y republicano, y murió de la misma forma. Su despedida fue exactamente como él quiso. Al morir le envolvieron en la bandera republicana. No hubo ningún acto religioso. Fue incinerado acompañado solamente por la familia y algunos amigos muy íntimos, entre los que me encuentro. Una de sus nietas, con voz rota, recitó un poema de Machado
"Mediaba el mes de julio.
Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal
subía, buscando los recodos
de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para
enjugar mi frente y dar
algún respiro al pecho jadeante; o
bien, ahincando el paso, el
cuerpo hacia delante y hacia
la mano diestra vencido y
apoyado en un bastón, a guisa
de pastoril cayado, trepaba
por los cerros que habitan
las rapaces aves de altura,
hollando las hierbas
montaraces de fuerte olor
-romero, tomillo, salvia, espliego-.
Sobre los agrios campos
caía un sol de fuego."
Antonio Machado. Soria. Cerro de Santa Ana, 6 de julio de 2007
Después de su lectura, la nieta, con voz quebrada, pero firme, miró el ataúd de su abuelo, instantes antes de convertirse en cenizas para después ser mezcladas con el romero, el tomillo y otras hierbas, y gritó ¡Viva la República!
Unos sinceros aplausos despidieron para siempre a un hombre bueno, a un republicano impecable, a un amigo sincero.
Hasta siempre, don José.

martes, agosto 07, 2007

Esa gentuza incendiaria

¿Qué pasa por la cabeza de un ser humano cuando, cerilla en ristre, prende fuego acá y allá? ¿Y cuándo ver arder el bosque, la vida, el oxígeno, el bien más preciado para la vida? ¿Cuándo observa a los bomberos jugarse la vida y la salud tratando de remediar la catástrofe, sin conseguirlo hasta que el fuego ha devorado miles y miles de hectáreas? ¿Y cuándo ve a las personas llorar porque han perdido su casa y con ella su vida, su historia?
No puedo comprenderlo. Me dicen que en los arcanos del ser humano hay agazapado un pirómano, puesto que al tratarse de un trastorno sobre el control de los impulsos, a veces, a lo largo de nuestra vida, se puede presentar. Esto puedo entenderlo.
Pero también me comentan que la mayoría de los incendios no son provocados por pirómanos, sino por incendiarios, o sea, por gentuza que lo único que buscan es hacer daño. Son “El hombre de estos campos que incendia los pinares/y su despojo aguarda como botín de guerra,/antaño hubo raído los negros encinares,/talado los robustos robledos de la sierra”. Así los definió Antonio Machado a principio del siglo XX, y todavía sirve, y servirá, al parecer, por los siglos de los siglos.
Hay que decir, no obstante, que por aquellas fechas la conciencia ecológica no existía, o no era voceada. Que los bosques eran más compactos, que el peligro de la desaparición de ellos no se veía como algo peligroso, muy peligroso.
El terrible incendio de Guadalajara, hace algunos años, que se llevó por delante a doce personas, no fue provocado directamente, pero la culpa de que se incendiara el bosque la tuvieron un grupo de señoritos ociosos madrileños quienes, a pesar de las observaciones del guarda forestal, encendieron una barbacoa para degustar sabrosos productos a la brasa. Una imprudencia como otra cualquiera si no hubiera sido porque les costó la vida a muchas personas. El gilipollas de turno, que se autoinculpó en un gesto que le honraba, gracias a su abogado, donde dijo digo, dice diego, y no se sabe que habrá sido de él y de su conciencia, si es que la tiene. Ya lo dijo un escritor barcelonés del que no recuerdo su nombre “la delincuencia no acabará hasta que no entre en la cárcel el delincuente y su abogado”.
Estos de Canarias, que han achicharrado parte de las islas, al parecer han sido provocados. Uno de ellos, el más voraz, por un individuo, por un criminal, a quien no le gustó que le rescindieran el contrato de trabajo.
No sé de cuántos años –espero que sean años- será la sentencia, pero este delito lo es contra todos, no sólo contra el bosque y sus árboles. Yo, desde Soria o desde Creixell, me siento víctima de este delincuente. Sé que las cárceles están llenas de jóvenes que se han llevado mil, dos mil o cincuenta mil euros de un banco, o de chavales que “traficaban” con hachis. Estoy en contra de las cárceles, pero ya que existen, espero y deseo que se vacíen de muchos de los que ahora las habitan y se vayan llenando con esta gentuza.

¿Qué hacemos con el turismo?

Guste o no el turismo, parece ser que Soria apostó por él en un momento determinado, y se pasó a la puesta en marcha de casas rurales, a la ampliación de plazas hoteleras, a la oferta culinaria propia, a la escenificación de mercados medievales y tradicionales, y demás atractivos que hicieran posible el llenar esas ofertas.
A nosotras nos llegan peticiones de rutas, lugares para visitar y establecimientos donde dormir y comer. Atendemos escrupulosamente las peticiones, a excepción de los establecimientos hoteleros, por razones obvias: vivimos en nuestra casa, no pernoctamos en ninguno y, francamente, comemos pocas veces fuera.
Pese a eso, luego nos cuentan cómo ha ido el viaje y todos han quedado encantados con el románico, el paisaje, los ríos, y demás patrimonio. Con el ruego de que no lo publiquemos, también nos escriben sobre dónde han dormido, comido y el trato recibido. Con demasiada frecuencia para nuestro gusto, hay quejas. Y las hay sobre muchos aspectos, el precio en los restaurantes entre ellos, las dificultades para visitar iglesias notables, pese a las subvenciones con dinero público para su restauración. Las dos últimas han sido sobre un camping y su suciedad –referente al año pasado- y la otra sobre los ruidos y estrecheces de una casa rural, visitada hace quince días.
Cualquier casa no sirve para turismo rural, como su nombre indica. Una de las virtudes que ha de tener es el contacto con la naturaleza y el silencio, no se puede habilitar una casa en mitad del pueblo rodeada de establecimientos ruidosos.
Comprendo los lamentos del sector, ya que la mayoría lo hace bien y no ve suficiente respuesta. Pero creo que sería necesario que ellos mismos reflexionaran y, en lugar de culpar del relativo fracaso –o no tan relativo dada la ocupación anual confesada- a las instituciones, dieran toques de atención a aquellos de su gremio que no cumplen con las mínimas condiciones comerciales y éticas exigibles para con sus clientes.
Nosotras, que llevamos diez años apostando por Soria y sus recursos culturales y artísticos, sin anuncios en nuestro web, sin apoyo alguno, valiéndonos exclusivamente de nuestro tiempo y esfuerzo, sin que todavía organismo alguno se haya dignado enviar un mensaje de reconocimiento, nos sabemos con todo el derecho para hacer una llamada de atención al gremio de hostelería y turismo. Y lo hacemos por gratitud a nuestros seguidores, a los amigos que nos visitan, nos consultan y nos agradecen, esos que, con su ánimo, han hecho que nos mantengamos diez años en la red. Hace pocos días recibimos el mensaje de una soriana residente en Bilbao, en el que nos decía que pidiéramos a determinada institución que nos diera el dinero a nosotras y cerraran su web.
De nada valen nuestros esfuerzos y los de otros compañeros en la red, ni los del Patronato y otros organismos, mientras los que tratan directamente con el público no se esmeren lo suficiente.

martes, julio 24, 2007

Las madres de Pakistán

Del asalto a la Mezquita Roja, en Pakistán, días pasados, a decir verdad me interesan pocos aspectos. Sé la importancia –incluso trascendencia- que para el mundo Occidental tiene todo lo que sucede en el musulmán integrista, pero analistas tienen san Internet y otros medios de comunicación, con más conocimientos que yo en este y en tantos otros temas.
Me interesa, y mucho, el vídeo y las fotografías de las madres pakistaníes –mujeres que llevan la shariah a rajatabla- incitando a sus hijos, jóvenes, niños algunos, fusiles y otras armas en las manos, a la yihad.
Por un lado se puede deducir de esta actitud que estas mujeres –o la mayoría de ellas- se encuentra a gusto con su situación, con el estado de cosas terribles que viven, por lo que, muy al contrario de lo que opinaba mi querida Carmen Sancho de Francisco en sus clases de Geografía Humana, no es necesario luchar por ellas. Carmen –magnífica docente, recuerdo muy bien ese día en la UNED- se empeñaba en que era necesario abrir las puertas de algunos países musulmanes –recuerdo perfectamente que se refería a Arabia Saudita- y hacer ver a las mujeres su condición de inferioridad en la que vivían. Pues parece que a muchas de ellas eso no les interesa.
Por otro lado, como madre y abuela, me ha impresionado hasta lo indecible esa actitud de las madres pakistaníes incitando a sus hijos, hasta la muerte si fuera preciso, en nombre de una religión en la que, casi seguro, no se les pide tanto, o no se les pedía tanto en sus orígenes. Sacrificar a un hijo en nombre ¿de qué o de quién?
Es terrible. Siempre he creído que si las mujeres quisiéramos no habría guerras. Que si las madres nos tumbáramos, arropándolos, encima de los cuerpos de los hijos, ningún ejército se los podría llevar hacia la muerte de ellos, o de otros, hijos también o, en el mejor de los casos, hacia la destrucción de todo lo que encuentran a su paso.
Tal vez, desde mi postura de mujer occidental no puedo entenderlo. Quizá, si lograra hablar con ellas y que me explicaran. Pero, por ahora, esas actitudes no me interesan, ni quiero comprenderlo todo.

El ruido de las ciudades y la educación para la ciudadanía

Un estudio de la OCU dice que un veinte por ciento de los ciudadanos europeos están sometidos a contaminación acústica y que veinte millones sufren graves alteraciones del sueño y pueden acabar –de hecho acaban- sufriendo enfermedades tales como pérdida de capacidad auditiva, reacciones por estrés, alteraciones del sueño, funciones mentales afectadas.
Por pequeñas que las ciudades sean, por ejemplo Soria, el ruido, sobre todo en verano, resulta insoportable, sobre todo si se vive en el primer piso de un edificio viejo, en una calle que es de doble dirección, y que se dirige hacia la zona que se ha convertido en la más habitada de la capital, alrededor del Hospital viejo, o de la carretera de Logroño.
No sólo la calle Clemente Sáenz –a la que me estoy refiriendo- sufre el acoso del estrépito y el ruido. Parece que la ciudad termina en la plaza del Rosario y Tejera, y de ahí para arriba la Policía Municipal ni se conoce las calles. Tanto es así, que un día, hará más de un año, vi a un agente y le di las gracias, pero resulta que estaba controlando el derribo de una casa vieja.
Por la zona Norte de la ciudad circulan las motos a escape libre en busca del barranco que hay Mirón abajo, detrás de la colegiata. El ruido a veces es tan ensordecedor que tiemblan los cristales, y es cierto. Los vehículos de cuatro ruedas –ahora se han sumado los quads- al no encontrar ningún paso de peatones desde el inicio de la calle de Las Casas hasta la carretera de Logroño, ni bandas sonoras, ni semáforo intermitente, alcanzan –sobre todo en la madrugada- velocidades que, como conductora experta (treinta y cinco años de permiso de conducir y muchos miles de kilómetros a la espalda), puedo calcular, a ojo, que superan los ciento veinte kilómetros.
La noche-madrugada sigue con el camión de la basura que pasa, según sea verano o invierno, entre la una y las dos de la madrugada. Se me dirá que esto es inevitable, pero recuerdo que hace ya muchos años, Segovia encontró la forma y manera de que se recogiera la basura a horas menos intempestivas y con unos vehículos silenciosos. Y se completa –la noche-madrugada- con las personas ociosas que recorren las calles a grito pelado o tocan los timbres de los porteros automáticos –yo hace tiempo que desconecté el mío- o con los portazos en los vehículos, cuyos propietarios mantienen el contacto mientras se despiden de la novia o esperan que bajen los que ha venido a recoger. Da igual la hora que sea. Por no hablar de las televisiones a todo volumen, cada vecino con una cadena distinta.
Podríamos seguir con los ruidos innecesarios durante el día, como si esos no molestaran. Y aquí nos encontramos con los jubilados gozosos que se entretienen arreglando cosas innecesarias a golpe de taladro eléctrico. O abriendo, una y otra vez, zanjas. Todo está en construcción. Este país está en construcción desde hace cuarenta años y no acabaremos nunca.
De todo esto se deduce, en primer lugar, la falta de educación ciudadana, pues todos y cada uno de nosotros somos responsables de nuestra ciudad. En realidad no debería hacer falta que policía alguna estuviera por las calles, con que cada cual se supiera comportar con educación sería suficiente.
Por eso creo necesario, imprescindible, esa asignatura que debe ser obligatoria, para la educación de la ciudadanía. La cuestión religiosa, y por tanto espiritual, debe ser cosa de cada familia primero, y de cada uno después. El ser un ciudadano educado nos atañe a todos.

viernes, julio 06, 2007

Las Fiestas de San Juan y su pureza

Vaya por delante que cada año entramos en fiestas tres personas de mi casa, a saber, mi madre, mi hijo y yo. Antes entrábamos dos, pero desde el año que ganó el cartel más bonito –desde mi punto de vista- de toda la historia de las fiestas, mi hijo se agregó a eso de pagar. Por aquello de compensar, ya que muchos buenos sanjuaneros se molestaron y amenazaron con no entrar en fiestas, porque un personaje del cartel llevaba una camiseta donde ponía “No a la guerra”. Vivir para ver.
Este hecho de entrar en fiestas no quiere decir que me gusten ni que me dejen de gustar, sencillamente lo consideramos en casa como una muestra de buena ciudadanía. Ni voy a los toros, ni subasto, ni participo en nada, pero respetuosamente aguanto las molestias y comprendo que los sorianos vivan, quieran y disfruten sus fiestas, y colaboro.
Pero llega un momento que no se puede estar callada, sobre todo cuando algunos se empeñan en que las fiestas sean como ellos quieran y los añadidos y pegotes sean aquellos que les parezcan oportunos a unos pocos.
Acabo de leer el libro de mi buen amigo Joaquín Alcalde “De la Saca a las Bailas. Ni usos ni costumbres”. En él se hace un buen repaso de lo que eran y son las Fiestas de San Juan. Como es natural, con el paso de los años se han perdido unos usos y se han incorporado otros.
El Lavalenguas no existía, el desencajonamiento tampoco, el pregón nada de nada, el sábado no había corrida de toros. En cambio, los caballistas abrían, el Jueves la Saca, la comitiva por el Collado. El toro enmaromado se ha perdido, la costumbre de las bengalas también. El Domingo de Calderas hace mucho que dejó de ser Domingo de Caridad. Esto sólo por dar unos apuntes. Y qué decir del papel de la Iglesia, si son fiestas paganas nadie entiende las interminables procesiones del Lunes de Bailas.
Pero, insisto, mi respeto a las costumbres, y que cada cual celebre las fiestas como quiera. Y aquí viene el quid. Si de unos años aquí se han añadido homenajes, celebraciones y añadidos para mayor lucimiento ¿por qué no se deja que los jóvenes hagan los suyos?
Creo que a los puristas les debería preocupar que la parte de las fiestas comprendidas en los usos y costumbres –Saca, Agés, Calderas- lo poco que van quedando, se mantenga lo más pura posible. Si en medio, los jóvenes se pasean o no disfrazados, es algo accidental, algo que va con los tiempos y que no tiene la menor importancia. Tendrían que comprender que a los muchachos, los que se dejan la paga en bares, tiendas y discobares, les guste celebrar las fiestas de otra forma. Podría ser que se aburrieran con interminables desfiles, viendo cada año a las autoridades probando calderas, besando y entregando ramos de flores. Resulta que los jóvenes que se disfrazan, o se lanzan agua con pistolas de plástico, no interfieren con los puristas, que llevan camino de convertirse en fundamentalistas.
Ya les quitaron los tastarros, ya impidieron que desfilaran con las motos, ya les prohibieron los polvos de talco, todo ello, ciertamente, era molesto, excepto los tastarros, que todavía no acabo de entenderlo, pero es que demonizar también los disfraces me parece pasarse de rosca.

jueves, junio 14, 2007

La oscuridad de los anónimos

Vaya por delante que este blog es identificable. La persona que en él escribe tiene nombre y apellidos. Todo lo que en él se publica está suscrito por Isabel Goig Soler. O sea, en él se da la cara, que es la actitud que siempre he tenido ante la vida. Aunque ello ya me llevara a sentarme en el banquillo para responder por lo que escribía. Es una forma de ser. En la arena y no en la barrera. Esto, queda claro, no es un chat.
De todas las barreras de la vida, la más repugnante es la del anonimato, entendiendo por tal la actitud de determinados seres siniestros quienes, amparándose en él, aprovechan las puertas abiertas, de par en par, para inocular su particular veneno, casi siempre el veneno de la injuria, de la calumnia, respondiendo con ataques personales a razonamientos, incluso jurídicos.
El ser humano inventa cosas maravillosas, ingenios que hasta hace pocos años, ni siquiera se llegaban a soñar. Y parte de ese conjunto de seres humanos utilizan esos mismos inventos para sus particulares tejemanejes, llevándolos, a los inventos y a ellos mismos, a la categoría de basura.
El mundo virtual es una buena prueba de ello. Se ha convertido en el escondrijo de los pederastas, de los terroristas, de los traficantes y de los seres anónimos sin agallas, que se vuelven locos delante de un teclado, que se esconden como las ratas hasta de ellos mismos, para lanzar sus frustraciones, sus envidias, su mala leche y sus calumnias a los cuatro vientos. Son los Cepunto, Elepunto, Emepunto de la vida, la escoria.
Gente sin luz, gentuza que como las codornices, enturbian el agua para evitar que beban las que llegan detrás. Enfermos a los que, si se les estrujara, producirían un muestrario completo de sustancias. Hasta aquellos personajes metafísicos que los autores franceses sacaban en las comedias, llamados “malasbocas”, tenían cara y ojos. La gente de los anónimos venenosos son aquellos que queman los pinares con alevosía, son sucesores directos de los que, en plena contienda civil, sacaban por las noches a las personas de sus casas para darles un tiro anónimo. No nos quepa duda que de repetirse aquella guerra, estos solventarían sus cuestiones personales de la misma forma.
Siempre que pienso en estos ruines recuerdo a María, una mujer de un pueblo de Tierras Altas que vivió a principio del siglo pasado y murió siendo todavía joven, de depresión, porque los antecesores de la gente que ahora deposita el veneno virtual, los malasbocas, dieron en calumniarla con amores ilícitos mientras el marido conducía el ganado a extremo. Todavía su hija enseña la foto con sus padres, reclamando la confirmación de paternidad con un ¿nos parecemos, verdad? La tengo por bandera y siempre que puedo le rindo un pequeño homenaje.
También recuerdo una época (sería a final de la década de los ochenta), en la que miembros de un partido político soriano enviaban anónimos a diestro y siniestro. Siempre he dicho que en el mundo rural, endogámico, se sabe hasta lo que no es, y finalmente se supo, se murmuró quienes fueron, tratando de evitar que un miembro de ese partido, ajeno al cogollo, se presentara para un puesto de relevancia, si es que la política provincial soriana tiene alguna.
Y aún me tocó vivir, directamente, otros episodios de anónimos. Fueron dirigidos al propietario de un periódico –por aquel entonces mi marido- quien jamás negó la publicación a nadie, dijera lo que dijera, aunque fuera en contra de él, siempre y cuando estuviera firmado con el nombre y los dos apellidos, como hacía él. Pero no, usaron los anónimos.
Una no puede dejar de romper una lanza aquí a favor de todos los periodistas, sean del color que sean, defiendan lo que defiendan. Personas que cada día, desde los periódicos, desde las radios, desde las televisiones, suscriben todo lo que dicen. Eso es verdaderamente grande y además rico e interesante, pues con las mismas armas, el nombre y los apellidos, se puede llegar a producir intercambios de opiniones e ideas, acercamientos o alejamientos, pero siempre a cara descubierta.
Este blog pretende parecerse a eso. Aquí tienen cabida todos los comentarios, pero, cuando sean venenosos han de ir firmados, suscritos, pues en caso contrario desaparecerán de la visión. La puerta está abierta, se puede entrar sin llamar, pero una vez dentro hay que guardar la cortesía y la buena educación.
Y una última cosa, dicen los antiguos que la lengua de camaleón, arrancada en vivo, servía para que el que la poseyera ganara un pleito.

La decoración de las ciudades, villas y aldeas

Ignoro si en algún momento de nuestra historia se pondrán en valor, para dedicar al turismo cultural, algunos de nuestros pueblos, pero me temo que va a ser muy difícil. Salvo los que ya se han convertido en tradicionales, o están fuertemente protegidos por las leyes, algunos de l’Ampurdà en Catalunya, o monumentos concretos, como los Arcos de San Juan de Duero y la iglesia de Santo Domingo en Soria, por poner unos ejemplos, el resto del suelo patrio está dejado de la mano de los políticos.
A los alcaldes y regidores de urbanismo paletos y desaprensivos, al dinero sin ética ni estética, que parece sobrar por doquier, se les une, o lideran, las compañías eléctricas, que llevan años decorando bosques, calles y fachadas.
Como compañías capitalistas que son, su gestión debe presentar resultados positivos para los accionistas, dividendos creo que se llama eso. Lo demás importa poco. Si acaso, con dedicar unos pocos euros, una limosna, para apoyar tal o cual causa, sin demasiado fondo pero con forma colorista, les parece más que suficiente.
Los cables eléctricos acompañan al viajero. Nosotras los hemos sufrido ahora en nuestro recorrido por l’Alt Camp, están, como Dios para los creyentes, en todas partes y lugares. Los hemos visto y escuchado silbar, por mitad del monte, en forma de cableado de alta tensión, acompañando al castillo de Saburella o cualquier otro, no recuerdo bien. Se sabe que pueden provocar, y de hecho sucede, incendios forestales en pleno verano.
Pero donde lucen más hermosos es en el centro de los pueblos y ciudades. Sus postes, de madera u hormigón, se comen las aceras. El cableado cruza las calles en filigrana curva, caída y lineal y se apoya en las fachadas. Si un ciudadano pide aumento de potencia, sin ningún problema, se instala un cable más gordo, se coloca otro parche en la asaeteada fachada, y listos.
Si han de llevar electricidad a una finca rústica, se tira de nuevo de cable, se pasa por encima de cerezos, almendros, avellanos y lo que haga falta, se adorna el aire, y para adelante. Y se cobra ¡ojo!, se cobra todo, en plan capitalista, aunque la instalación sea una chapuza.
Hace muchos años que se reclama, sobre todo en algunos pueblos, que el cableado se soterre. Sugerir que se aproveche una de las múltiples veces en las que se destripan las calles para… ¿para qué? No sé, para arreglar los desagües, o la instalación del aagua, o del gas, es pedir demasiado. Eso significaría ahorrar dinero público, y el dinero, cuando es público, no se ahorra, se derrocha. Sea aprovechando el destripe, sea haciéndolo de nuevo, sería muy de agradecer que directivos y accionistas de las compañías eléctricas dejaran de ganar un poco y se fijaran en algo más que en sus Mercedes cuando van por la vida, o sea, que subieran la cabeza y vieran en qué han convertido los pueblos de este país, sus monumentos, sus calles, sus montes.
Sólo se les pide que mantengan lo público como hacen con sus casas. No creo yo que los jardines, piscinas y fachadas de sus chaletes estén decoradas como lo están los pueblos. Pero si ellos no lo hacen, que les obliguen. Parece que vivamos en una anarquía, pero capitalista y tolerada sólo para ellos. Esto es un sinsentido alucinante. Si a un señor le da por ganarse la vida montando un puesto de churros en mitad de la calle, segurísimo que no lo consigue, le fríen como a la masa. Ahora si a un grupo de mangantes de la categoría que sea, pero cotizando en bolsa, se le ocurre defecarse encima de cualquier monumento, incluso de nuestras cabezas, aquí no ha pasado nada.

Las lindezas de algún intelectual sobre los obreros

Esto es lo que opina Fernando Sánchez Dragó sobre los obreros. Está copiado literalmente.

¡Qué cruz! Los obreros, esos señoritos de mierda que no dan golpe y cuya jornada laboral consiste en deglutir bocadillos pringosos, tirar de litrona y tabacazo, beber cañas o tanques de vino savín en el mugriento bar de la esquina, escuchar con abnegada fruición programas de radio para señoras climatéricas, organizar tertulias y debates sobre los partidos de fútbol televisados en las últimas jornadas, pellizcar el trasero de las viandantes jamonas, sorprender a las jovencitas minifalderas con inteligentes opiniones sobre la humedad y densidad de sus bragas, destruir antigüedades, presentar facturas de zorras de lujo, contemplar atentamente el vuelo de las musarañas, obstruir tuberías, chamuscar alfombras, descuajeringar motores, provocar cortocircuitos y tararear en do mayor, de madrugada y a grito pelado el porompompero.

Cuando lo leí pensé rebatirle, uno a uno, sus argumentos, pero luego pensé que le encanta que se hable de él, y le da igual que sea mal o peor, y lo dejé. Creo que el párrafo se comenta solo. Lo copio, primero porque me da la gana, y luego para que los lectores del web sepan qué piensa sobre la mayoría de los españoles quien dirige y presenta un informativo de la televisión pública de Madrid, donde, al parecer, no viven obreros.
Sólo un breve comentario. Para mí, el colectivo obrero, desde siempre, ha sido y es el más digno de todos los colectivos que pisan la tierra. En el otro extremo estarían los chorizos literarios (como llama mi admirado Marsé a cierto grupúsculo de literatos), equiparables a los especuladores urbanísticos y los políticos corruptos.

martes, mayo 22, 2007

Votar para echar a los especuladores

Si hace unos años alguien me hubiera dicho que me tomaría las molestias necesarias para votar por correo, me hubiera reído, quizá no se hubiera notado, pero estaría riendo por dentro, y a gusto. Hasta hace tres años fui abstencionista, excepto en una ocasión que voté en blanco. Y ahora me veo aquí, pidiendo el voto. La mayoría de la gente de la que me rodeo es también abstencionista, o lo era.
No se es abstencionista porque sí. Este hecho tiene su raíz en la profunda disconformidad que sentimos por la forma en que la sociedad está estructurada, por la manca de valores que han conseguido los de arriba, los de muy arriba, los que manejan el dinero, los que nunca tienen bastante.
La mayoría de los abstencionistas somos en realidad unos románticos que todavía esperamos la revolución pendiente, esa utopía que, como tal, no llegará nunca. No nos interesa esta sociedad que han fabricado los que hablan de democracia sin saber qué es eso. Los que se llenan la boca de libertades, mientras piensan sólo en la de ellos, en una libertad que sólo conciben acompañada del dinero y el poder, porque no tienen ningún otro valor en sus pobres vidas.
Me he preguntado muchas veces, durante estos últimos años, si es una incongruencia que personas con el ánimo libertario, descontentas del mundo en el que vivimos, horrorizados a veces de lo que en ese mundo sucede, deben votar y pedir que se vote. Y la respuesta, tras muchas dudas, ha sido que no es ninguna incongruencia, que en los años que nos está tocando vivir, es una necesidad y una obligación. He pensado mucho también en aquel gobierno de la II República en el que una anarquista de la talla de Federica Montseny fue ministra. Toda su vida, en el exilio naturalmente, tuvo que dar explicaciones por este hecho, pero yo la comprendo ahora más que nunca. Era necesario.
Desde que nos desengañamos de la chapuza que supuso la transición y de la sinrazón de una partitocracia disfrazada de democracia, los abstencionistas, sin quererlo, sin pretenderlo siquiera, casi sin darnos cuenta, hemos facilitado las cosas a todos aquellos que, tal vez sin programarlo, se han encontrado con un caldo de cultivo lleno de regalos para los corruptos. Automarginándonos de una sociedad que ni nos interesa, ni nos satisface, les hemos dejado las puertas abiertas para que campen a sus anchas.
Por eso estoy convencida que, puesto que nos dejan tan pocas opciones, puesto que nunca tendremos lo que deseamos, o sea, una sociedad realmente justa y solidaria, al menos debemos, por el tiempo que sea necesario, volver a participar en el único juego posible, el del voto. No ya para favorecer a unos u otros, sino más bien para perjudicar a los corruptos.
Por si ellos no se han dado cuenta, nosotros ahora podemos sacarles de la escena pública, jugar con sus mismas armas y hacer que se marchen, no darles más oportunidades, marginarles de todos los estamentos y, a poder ser, que acaben con fianza.
Por eso me he molestado en votar por correo y por eso, desde aquí, pido que se vote, reivindico el valor del voto como arma contra la reacción. Ya sabemos algo, tenemos la experiencia de muchos años de partitocracia, sabemos quien especula, quien se carga la Historia de las ciudades, villas y aldeas, quien cobra bajo manga, quien esquilma a los contribuyentes y se infla los bolsillos para crearse una vida de la que carecen, una seguridad que sólo les otorga el dinero. Vayamos a por ellos.
Analicemos el valor de nuestro voto, escojamos a los que no han especulado, a los que no son prepotentes, a los que escuchan, a los que prometen Cultura y más Cultura, a los tolerantes. Y probemos por un tiempo, démonos, votando, un voto de confianza para tratar de cambiar las cosas desde dentro, ya que desde fuera es imposible.

lunes, mayo 14, 2007

El discreto encanto de la objeción

En mis tiempos –años setenta, ochenta e incluso algunos de los noventa- lo de objetar era algo serio, contundente, moral y ético. La objeción de conciencia comenzó hace muchos años, y era algo subversivo para el franquismo –tanto que llevaba a la cárcel- y ética y estéticamente perfecto. Se trataba de aducir problemas de conciencia para no acudir al Servicio Militar, toda vez que, ya se sabe, a lo que iban allí los muchachos era a aprender a manejar armas, y las armas matan. Marcó época.
Existen otros objetores, los del “No a la guerra”, por ejemplo, algo realmente moral, con enjundia, vamos, pues se trata, nada más y nada menos, que de tratar de evitar que muera gente.
Luego están los médicos que se niegan a practicar abortos, o el ejemplo del rey de los belgas, Balduino, quien dejó de ser rey por un día, justo lo que tardaron en sancionar la ley que permitía el aborto. Él, antiabortista convencido, no quiso firmarla.
En fin, siempre, la objeción ha sido algo ejemplar, contestatario, una postura que dignificaba a quien la ponía en práctica. Algo así como la postura opuesta a la muerte, a la vejación. No a la guerra, no a las armas, no a todas esas cosas que hacen que la gente viva entre el miedo, el terror y la humillación.
Pero hete aquí que ha salido una nueva figura en esto de la objeción, degenerándola y llevándola al estadio de la indignidad humana. Es la de la objeción de algunos procuradores de los Tribunales a enfrentarse con el poder. Justo lo contrario del espíritu de la contestación.
Una muchacha de veintisiete años, sola ante el peligro, pretende –y lo hace- enfrentarse a un alcalde (el de Cabrejas del Pinar en la provincia de Soria) quien, haciendo uso y abuso de su autoridad, la denuncia en falso, pierde esa demanda, y la chica vuelve a la carga, para que la cosa no quede sólo en eso, sino que diga públicamente que se ha equivocado, que no se puede humillar a alguien por el sólo hecho de ser joven, con mentiras, y quedarse tan fresco.
Pero sucede que han de desfilar hasta seis procuradores de los Tribunales, todas mujeres para más INRI, objetando… ¿qué? Pues sencillamente, en contra del espíritu de la protesta, de la objeción, no quieren oponerse al poder, porque el poder (por pequeño que sea como en este caso) tiene el dinero, la posibilidad de otros encargos, en fin. Vivir para ver.
Esto debe ser lo de la moral provisional de Descartes, esa que uno se forma mientras decide cuál es la buena. La buena, para algunas procuradoras de los Tribunales sorianos, es la de la pela. ¿O se habían pensado ustedes que sus papás se han gastado un pastón en que la niña haga la carrera para que defienda causas justas?

El año Machado en Soria, y su conmemoración

Como ya es bien sabido, este año de 2007 se conmemora la llegada de don Antonio Machado a Soria. El gran poeta y filósofo acudía a ocupar, en el Instituto de Enseñanza Media que lleva su nombre, la cátedra de Francés. En Soria viviría cinco años -1907-1912- y casaría, por primera y única vez, con una soriana, Leonor Izquierdo, lo que supondría el vínculo eterno con la ciudad del Alto Duero.
Sé bien que don Antonio era un hombre (además de “en el buen sentido de la palabra, bueno”), sobrio y austero en el vivir, sencillo en sus maneras, despistado y, como no podía ser de otra forma dada su condición de filósofo, pendiente del fondo y no de la forma.
Y todo esto lo sé de primera mano, gracias a las largas e impagables conversaciones con doña Inés Tudela Herrero, hija del intelectual soriano don José Tudela de la Orden. Doña Inés le conoció personalmente, no digamos ya su padre, introductor de Machado en Segovia, quien hizo que el poeta escribiera para el periódico “La Voz de Soria” (del cual Tudela era por la época director) y amigo incondicional del poeta.
Este año, repito, se homenajea al poeta, y se hace a lo grande (como a él no le hubiera gustado) y no a lo esencial (algo que tal vez hubiera admitido). Curiosamente, la conmemoración de la llegada de Antonio Machado a Soria se inicia, o se inaugura, en Segovia.
Digerida la primera incongruencia, ha llegado otra. En el Palacio de la Audiencia de Soria, y organizada por la Junta de Castilla y León, tiene lugar una exposición sobre don Antonio. Como no he podido verla aún por hallarme en la provincia de Tarragona, telefoneé a mi hermana para que me contara cosas sobre lo que podía verse en ella. Le pregunté si las cartas entre don Antonio y don José estaban en lugar bien visible, cómo las habían expuesto, en fin. No estaban, aseguró mi hermana. Le pedí por favor que volviera, tal vez no se había fijado bien. Y volvió. No, las cartas no estaban en lugar alguno. Perpleja, hablé con una autoridad en la figura del poeta-filósofo, y me lo confirmo, añadiendo que tal vez la falta de espacio hubiera impedido a los organizadores su inclusión. Tampoco aparece ningún periódico de “La Voz de Soria”.
Me estoy refiriendo a varias cartas manuscritas que se cruzaron, a lo largo de los años de amistad, don José Tudela y don Antonio Machado. Unas cartas que conozco perfectamente y que pueden leerse en nuestro Web.
http://www.soria-goig.org/senderos/autores/machado10.htm
No trato de decir que esas misivas fueran fundamentales para conocer la vida, el pensamiento o la obra el poeta, pero es que lo que se está conmemorando es la relación de Antonio Machado con Soria y, después de su esposa, Leonor, la persona que más y mejor le conoció, con quien más relación tuvo, fue, precisamente, don José Tudela de la Orden.
Estos despropósitos una no sabe cómo escribirlos ni cómo tratarlos. No se pretende que Luis Miguel Enciso, uno de los responsables del evento, conozca todo sobre Machado y Soria, pese a que en su día fuera coordinador de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones, pero para eso están los que sí saben, para obtener sus opiniones y, por supuesto, tenerlas en cuenta. Tal y como hicieron la Cadena SER y la TVE en su programa “Informe Semanal”, acudiendo a la hija de don José, doña Inés Tudela, para que les hablara de aquello que conocía de primera mano, la relación de Antonio Machado con Soria.

El Casal de Cunit

A veces, en mitad de una vorágine aparece un enclave y una no sabe cómo ni porqué. En este caso no es justamente en mitad, sino al principio de la Costa Dorada, en el pequeño pueblo de Cunit. En el centro del pueblo, a escasos metros de la playa, una gran plaza se abre a los visitantes. Una plaza cuadrada, con uno de sus lados ocupado por el ábside, triple, de la primitiva iglesia de San Cristòfol, de estilo románico y perfecta restauración.
Frente a él, se sitúa el Casal y delante de él una gran terraza amueblada con numerosas mesas y sillas, casi todas ocupadas como no podía ser de otra manera.
Atienden el bar del Casal un grupo de muchachos, jóvenes e inmigrantes. Todos muestran un gesto alegre, pese al trabajo incesante, una sonrisa y una afabilidad simpática y agradable. Por cierto, recuerdo que uno de ellos hablaba con los compañeros de su novia, Carmencita, a la que echaba mucho de menos. Esperemos que la pueda traer pronto.
Recomendamos, vivamente, una visita a este centro, porque le atenderán de inmediato, le cobrarán el precio más que justo, tirando a bajo, y lo que es más raro en una tierra donde no abundan las tapas gratis, le van a sorprender con una sinfonía de sabores y variedades como no se ha visto ni en Andalucía. En una sola ronda, para cuatro personas, nos regalaron con una cazuelita de caracoles guisados con apreciables tacos de jamón, un platillo de patatas bravas en su punto de picor, y otro con dos langostinos por cabeza. Por si era poco, y como pedimos otro vino, sólo uno, nos trajeron un platillo con careta de cerdo frita y bien crujiente.
Es un placer y una sorpresa encontrarse, en plena Costa Dorada, a cincuenta metros de la playa, semejante lugar.
Esperemos que en Cunit cuiden a esta pequeña colonia de inmigrantes (ya hubo otra de buena gente de les Illes Balears hace unos tres siglos, con motivo de la restauración de la Iglesia), y les anime la clientela, que a buen seguro, más que parroquianos serán amigos.

jueves, abril 26, 2007

Goreé, La isla de los esclavos (Senegal)

Patio de Gorée

Mi amigo, el pintor Jaime del Huerto, andariego como yo, me cuenta detalladamente sus viajes, de tal manera que me hago la ilusión de haber estado allí yo también. Ante la dificultad de poder hacerlo, resulta un agradable sucedáneo. Jaime cuenta muy bien.
Su última visita fue a Senegal. Desde allí me telefoneó tres veces, de tan emocionado como estaba, sobre todo cuando recaló en Gorée, La Isla de los Esclavos.
Los europeos primero, y sus alumnos respondones norteamericanos después, se han creído siempre el ombligo y los amos del mundo. Desde el llamado por algunos descubrimiento del nuevo mundo, por parte de los europeos, la mano de obra se hizo imprescindible, y les pareció muy bien buscarla en el África Negra. Así, de golpe, destrozaban dos continentes. La buscaron pactando acuerdos, monetarios, con algunas tribus para que secuestraran, a lazo como los animales, a negros más o menos fornidos, a sus propios compañeros de raza y penurias. Debe ser la condición humana.
El negocio, durante siglos, fue de los más lucrativos, como ahora el de la especulación urbanística. Los traficantes sentaron sus reales, las plazas fuertes, a lo largo de la costa africana, antes de embarcarlos para América. Los franceses, en 1683, dieron forma legal a este comercio, y fundaron la “Compañía de Senegal”, a fin de organizar el tráfico de esclavos.
Por la isla de Gorée pasaron portugueses, holandeses, ingleses y franceses. Todos querían hacerse con el control de tan suculento negocio, hasta que, en el XVIII, lo consiguió Francia. Nunca podrá Europa pagar el daño, moral y físico, infligido al continente africano. Tampoco deben tener sus dirigentes muchas ganas de hacerlo. Ellos no han sido, fueron sus antepasados, aunque algunos descendientes se sienten ahora en los tronos de sus países, como el rey de los belgas.
Algo han hecho para enjuagar sus conciencias. Por ejemplo, el rally París-Dakar. Por ejemplo, declarar la Isla de los Esclavos, en 1978, Patrimonio de la Humanidad. Y por fin, también, abrir las puertas del antiguo almacén de esclavos haciendo de ese horror terrible un museo.
En la actualidad, me contaba Jaime, la Isla de los Esclavos, o Gorée, es una pequeña ínsula a pocos kilómetros de Dakar, por donde no circulan coches, sus calles son de tierra, las puertas de las casas permanecen abiertas y delante de ellas, los artesanos ofrecen las piezas salidas de sus manos, ahora ya confiadas. Se habla francés (como en todo Senegal), se practica en general la religión musulmana, gozan de un suave clima oceánico, se come mucho pescado con arroz, y las mujeres, bellísimas como los hombres, visten trajes coloristas, preciosos, unos colores vivísimos, como si quisieran exorcizar el pasado terrible de sus bisabuelos.
Personas con conciencia, gentes que conocen ese pasado, apoyan con su presencia, o quieren compartir aquel dolor lejano con ellos, ser uno de ellos, maldecir con ellos a los blancos europeos que diezmaron el hermoso continente. Una de esas personas es Bob Dylan.
En Gorée todos saben cuánto lloró mientras cantaba, el de Minnesota, al conocer la muerte de su amiga, la princesa Diana de Gales. La solidaridad hace extraños compañeros de viaje. Salvo eso, que es muchísimo, nada más unía a dos seres tan distintos como Bob y Diana. Serían encuentros en actos solidarios, donde ambos se rascaban el bolsillo y el prestigio por los niños de Teresa de Calcuta, o por las minas personales, lo que trabó una profunda amistad entre los dos.
Cuando Dylan supo de la muerte de su amiga, se fue a la Isla de los Esclavos, a llorar, y no me extraña, no creo que exista en el mundo mejor sitio para llorar que ese. Se sabe en Gorée que, mientras enterraban a Diana, Bob Dylan, en la casa de la foto, tocaba su guitarra y su armónica, y cantaba buscando la respuesta en el viento. Pidiendo que le dijera que eso no es cierto, tell me that is isn’t true. Dime, debo saber, dime antes de que me vaya… Mientras, miraba el océano, donde irían a confundirse sus lágrimas y sus suspiros, como queriendo que con ellos el alma de su amiga comprendiera que, allí donde estuviera, él la acompañaba. Prometiéndole que la solidaridad a medias sería, desde ese momento, solidaridad en su memoria, en solitario, pero en su memoria.
Gorée Dylan

Los ciudadanos de segunda

A trozos he ido viendo un reportaje que la televisión pública de la señora Aguirre encargó a una productora independiente de El Mundo. Se trata de mostrar a los madrileños de qué forma y manera, en Catalunya, se trata a los castellanoparlantes.
En el fondo está la necesidad de que se mire con muy malos ojos a los catalanes, que para algunos políticos de derechas son la reencarnación misma del Diablo. Alguien me dijo una vez que todo lo malo que pasa en España es culpa de los periodistas que buscan carnaza para sus noticias y quieren enfrentar a unos con otros. Puede ser, aunque no creo que sea así de simple. Creo que los intereses de los políticos están haciendo lo suyo, también. Y no digamos la ignorancia.
Cuando veo este tipo de trabajo de investigación me apetece mucho insultar, pero en las Teresianas me dijeron que eso no está bien, y se me grabó a fuego, a pesar del tiempo transcurrido.
Pero no puedo evitar tildar a los que han llevado a cabo el reportaje y a los que se lo han encargado, de zafios, inelegantes, pocaclase y malauva. Porque es, sencillamente, mentira lo que cuentan, o lo que es igual, sacado de contexto. No existe nada peor en periodismo que la tendenciosidad y las mentiras a medias.
Como ejemplo de esa marginación a los castellanoparlantes, los periodistas –o lo que sean- colocan a Albert Boadella y a un señor que se empeña en que su hijo sea educado solo en castellano, viviendo, como vive, en Catalunya, y teniendo, como tiene, lengua propia ese país. Ambos tendrían problemas en cualquier lugar del mundo donde se dejaran caer, porque los provocan, quieren tenerlos, y tanto se empeñan, que hasta Job se saldría de sus casillas.
Soy castellanoparlante por culpa de la buena educación de los catalanes. Hasta pidiéndoles que me hablen en catalán, no lo hacen. Nunca, jamás, me he dirigido a un catalán en mi lengua y me ha contestado en la suya. Y no me refiero a los comercios, los vecinos, los compañeros. Que prueben esos veladores de la pureza de sangre y de lengua, a telefonear a un organismo público. Les hablarán en catalán, hasta que ellos lo hagan en castellano, a partir de ese momento, la conversación seguirá en castellano.
La hospitalidad catalana es auténtica, no proverbial como otras. La educación, también. Es, y ha sido, tierra de emigrantes y todos son muy bien acogidos. Los catalanes se dedican a trabajar de verdad, no a hacer ver que trabajan. Pagan hasta la hierba que pisan, incluidas las carísimas autopistas, podrán permitirse el lujo de hacer todo lo posible para que su lengua se mantenga en buenas condiciones, hablarla, escribirla, e intentar, desde el respeto más escrupuloso, que lo hagan los demás.
Hablar de oídas refleja la ignorancia, y la ignorancia tiene las patas muy cortas y la lengua muy larga. La ignorancia se cura leyendo, la Historia de un pueblo se conoce interesándose por ella.
¡Hasta Josep Piqué se rebotó con el reportaje! Vivir para ver.

Educación para la ciudadanía es lo que hace falta

En el entorno de los núcleos de población no cabe más suciedad. En cuanto llega la primavera y la gente sale a pasear se encuentra, junto a las flores más hermosas, los tallos más verdes y tiernos y los insectos de bellísimos colores, un cúmulo de mierda (vamos a llamarlo como es), que hace que se dude seriamente del estado mental de muchos ciudadanos.
El uso y abuso de los vehículos por un lado, las nuevas construcciones por otro, los remiendos permanentes a las ya edificadas, el arreglo de carreteras, puentes, cañadas, veredas y viaductos y, sobre todo, por encima de todo, la malísima educación de algunas personas, convierten los alrededores de los núcleos habitados en repugnantes vertederos.
Y aquí no hay nada que decir de los ayuntamientos, ni de otras administraciones. No existe servicio de limpieza que pueda competir con la gente a la que sólo cabe darle un calificativo, el de sucia.
Desde los vehículos hemos visto durante toda la vida arrojar cualquier cosa a la carretera: pañales sucios, cigarros encendidos, botes de refrescos, lo que sea. Hasta el punto de que recientemente aparecen unos carteles rogando y agradeciendo que no se tire la basura por las ventanillas. Una vergüenza este ruego que debería hacer enrojecer a todo aquel que practique ese deporte. Toda esta basura hace de las cunetas vertederos continuos por entre los cuales la naturaleza intenta abrirse paso y las personas también.
Los entornos de las nuevas edificaciones y los de los remiendos permanentes de las antiguas, aparecen con paquetes vacíos de cigarrillos, latas de refrescos, botellas de plástico que tardarán en desaparecer años y años, restos de cemento, pegotes de alquitrán seco, maderas viejas, trapos asquerosos. Una sinfonía de desidia. Otro tanto puede decirse de las carreteras y caminos que se arreglan o desarreglan, según se interprete.
Esta mañana he llegado a ver, al pie mismo de un contenedor, una bolsa de basura destripada. Lo he abierto, por si estuviera a rebosar, pero no, estaba casi vacío. Cerca de la playa, entre una hermosa naturaleza distinta a la de montaña, y más interesante si cabe, entre los matorrales, algunos ciudadanos (por llamarles de alguna forma) forman pequeños basureros. Unos tiran una bolsa de basura, y otros siguen el ejemplo.
No hace falta interrogarse sobre cómo nos verán los extranjeros (pregunta frecuente), valdría más pararse un momento, antes de tirar el paquete de cigarrillos vacío al suelo en lugar de en la papelera de cinco metros, antes de escupir al suelo el medio kilo de pipas, antes de lanzar por la ventanilla del coche la basura, o después de haber construido un maravilloso conjunto de chaletes acosados, y pensar cómo nos vemos nosotros, cómo somos realmente, capaces de guarrear la propiedad común y rompernos las manos limpiando la propia.
Mucha educación para la ciudadanía es lo que hace falta, en contra de lo que digan los obispos.

domingo, abril 22, 2007

El Sacromonte (Granada)

Leonor miraba absorta, con los ojos brillantes, el pequeño escenario de la cueva del Sacromonte. Percibíamos que era auténtico lo que veíamos y escuchábamos, aunque no fuera espontáneo, sino contratado como espectáculo. Pero cuando los gitanos del Sacromonte salen al tablao para representar una zambra, sienten la zambra, se sabe y se nota. Son los ritos de la boda gitana, el tango gitano, la Zambra del Sacromonte, donde la fiebre va subiendo grados en el cuerpo del gitano o la gitana, transmitiendo a los espectadores una sensación puramente física que sólo desaparecerá a la vista de la Alhambra iluminada, con solo poner un pie fuera de las cuevas.

Será porque, al contrario que en los grandes auditorios, ningún sonido, ninguna sensación, se diluye. Todo permanece en el recinto, mezclándose el sentimiento del que interpreta con las sensaciones de los que ven y escuchan. Será porque aquello que es de verdad vence cualquier resistencia y acaba formando una gran corriente en busca de otras que se le unan, como los ríos. Quizá eso es lo que han hecho siempre los desheredados de esta tierra, no solo de la granadina, quitarse de encima las penas, juntarlas, y quedarse desnudos, sólo con ellos mismos, con lo fundamental, llegando a convertirse en lo mejor que el cielo alberga.
Cuando descendíamos por el Paseo de los Tristes le conté lo de los Plomos del Sacromonte. ¿Por qué se desmontó una historia tan hermosa y se llevaron los plomos a Roma? Dicen que esas docenas de pequeñas piezas de plomo, políglotas (un a modo de piedras de Roseta, pero en espiritual) sería obra de moriscos después del levantamiento de las Alpujarras, y sólo pretendían ¡sólo! conciliar el Cristianismo con el Islam. Estas cosas sólo son posibles en Granada.
Acordamos pasar nuestra corta estancia en el Albayzín, Sacromonte y la Alhambra, y dejar para otro viaje la ruta de mi admirado García Lorca. Y no nos arrepentimos. El recuerdo de la Granada de los veranos de mi infancia no se había agrandado, como acostumbra a pasar con los recuerdos. Será porque desde entonces he leído sobre ella todo lo que ha caído en mis manos, será por Lorca, será por aquella foto que Ian Gibson hace aparecer en una de sus obras de investigación, donde se ven a los trabajadores del Albayzín, con los brazos en alto y los monos azules, esperando ser recibidos por los camisas del mismo color, junto a un puente sobre el Darro. Será también porque desde que vi esa foto, he imaginado a la fuente del Avellano lanzando sangre, en lugar de agua, sobre el río. El caso fue que Granada me pareció mucho más hermosa que los recuerdos conservados durante años y años. Y eso que los jazmines aún no habían florecido.
En el Albayzín no se nota la angustia y la tragedia, el cansancio umbroso y soleado que describiera Lorca. Tampoco el turismo ha hecho demasiados estragos. Será porque el turista se acerca al Albayzín con el respeto propio del que acude a un templo, para ver a la gente tomar el sol en las puertas, a las mujeres hacer moñas de jazmines, o a escuchar los sonidos de las cacerolas, como en cualquier barrio del mundo. Será porque en ese barrio se encalan las casas y siempre aparecen blancas, por estrechas que sean las callejuelas, por dificultad que el sol encuentre para iluminarlas. Será por las flores, pero nosotras no notamos ni angustia ni tragedia. ¿Acaso el poeta, con su sensibilidad, escuchó todavía lamentos de los musulmanes cuando fueron obligados a convertirse en moriscos por los Reyes Católicos?
La megalomanía del nieto, Carlos V, hizo que se construyera en el recinto de la Alhambra el único elemento disonante de la fascinante ciudad, el palacio que lleva su nombre, una mole construida, como después harían los fascistas, para impresionar. Un edificio que parece querer aniquilar la delicadeza, la sensibilidad, el encaje de bolillos, que son los palacios nazaríes.
Sólo eché de menos a una señora que, hace más de cuarenta años, sentada en una silla con la canasta plana sobre sus rodillas, tapada con un delicado trapo blanco, vendía ochíos recién hechos.
Cuando mi hijo mayor, Israel, tenía dos años, le enseñé a decir “Dale limosna mujer, que no hay en el mundo nada, como la pena de ser ciego en Granada”. Nada más cierto.