A trozos he ido viendo un reportaje que la televisión pública de la señora Aguirre encargó a una productora independiente de El Mundo. Se trata de mostrar a los madrileños de qué forma y manera, en Catalunya, se trata a los castellanoparlantes.
En el fondo está la necesidad de que se mire con muy malos ojos a los catalanes, que para algunos políticos de derechas son la reencarnación misma del Diablo. Alguien me dijo una vez que todo lo malo que pasa en España es culpa de los periodistas que buscan carnaza para sus noticias y quieren enfrentar a unos con otros. Puede ser, aunque no creo que sea así de simple. Creo que los intereses de los políticos están haciendo lo suyo, también. Y no digamos la ignorancia.
Cuando veo este tipo de trabajo de investigación me apetece mucho insultar, pero en las Teresianas me dijeron que eso no está bien, y se me grabó a fuego, a pesar del tiempo transcurrido.
Pero no puedo evitar tildar a los que han llevado a cabo el reportaje y a los que se lo han encargado, de zafios, inelegantes, pocaclase y malauva. Porque es, sencillamente, mentira lo que cuentan, o lo que es igual, sacado de contexto. No existe nada peor en periodismo que la tendenciosidad y las mentiras a medias.
Como ejemplo de esa marginación a los castellanoparlantes, los periodistas –o lo que sean- colocan a Albert Boadella y a un señor que se empeña en que su hijo sea educado solo en castellano, viviendo, como vive, en Catalunya, y teniendo, como tiene, lengua propia ese país. Ambos tendrían problemas en cualquier lugar del mundo donde se dejaran caer, porque los provocan, quieren tenerlos, y tanto se empeñan, que hasta Job se saldría de sus casillas.
Soy castellanoparlante por culpa de la buena educación de los catalanes. Hasta pidiéndoles que me hablen en catalán, no lo hacen. Nunca, jamás, me he dirigido a un catalán en mi lengua y me ha contestado en la suya. Y no me refiero a los comercios, los vecinos, los compañeros. Que prueben esos veladores de la pureza de sangre y de lengua, a telefonear a un organismo público. Les hablarán en catalán, hasta que ellos lo hagan en castellano, a partir de ese momento, la conversación seguirá en castellano.
La hospitalidad catalana es auténtica, no proverbial como otras. La educación, también. Es, y ha sido, tierra de emigrantes y todos son muy bien acogidos. Los catalanes se dedican a trabajar de verdad, no a hacer ver que trabajan. Pagan hasta la hierba que pisan, incluidas las carísimas autopistas, podrán permitirse el lujo de hacer todo lo posible para que su lengua se mantenga en buenas condiciones, hablarla, escribirla, e intentar, desde el respeto más escrupuloso, que lo hagan los demás.
Hablar de oídas refleja la ignorancia, y la ignorancia tiene las patas muy cortas y la lengua muy larga. La ignorancia se cura leyendo, la Historia de un pueblo se conoce interesándose por ella.
¡Hasta Josep Piqué se rebotó con el reportaje! Vivir para ver.
En el fondo está la necesidad de que se mire con muy malos ojos a los catalanes, que para algunos políticos de derechas son la reencarnación misma del Diablo. Alguien me dijo una vez que todo lo malo que pasa en España es culpa de los periodistas que buscan carnaza para sus noticias y quieren enfrentar a unos con otros. Puede ser, aunque no creo que sea así de simple. Creo que los intereses de los políticos están haciendo lo suyo, también. Y no digamos la ignorancia.
Cuando veo este tipo de trabajo de investigación me apetece mucho insultar, pero en las Teresianas me dijeron que eso no está bien, y se me grabó a fuego, a pesar del tiempo transcurrido.
Pero no puedo evitar tildar a los que han llevado a cabo el reportaje y a los que se lo han encargado, de zafios, inelegantes, pocaclase y malauva. Porque es, sencillamente, mentira lo que cuentan, o lo que es igual, sacado de contexto. No existe nada peor en periodismo que la tendenciosidad y las mentiras a medias.
Como ejemplo de esa marginación a los castellanoparlantes, los periodistas –o lo que sean- colocan a Albert Boadella y a un señor que se empeña en que su hijo sea educado solo en castellano, viviendo, como vive, en Catalunya, y teniendo, como tiene, lengua propia ese país. Ambos tendrían problemas en cualquier lugar del mundo donde se dejaran caer, porque los provocan, quieren tenerlos, y tanto se empeñan, que hasta Job se saldría de sus casillas.
Soy castellanoparlante por culpa de la buena educación de los catalanes. Hasta pidiéndoles que me hablen en catalán, no lo hacen. Nunca, jamás, me he dirigido a un catalán en mi lengua y me ha contestado en la suya. Y no me refiero a los comercios, los vecinos, los compañeros. Que prueben esos veladores de la pureza de sangre y de lengua, a telefonear a un organismo público. Les hablarán en catalán, hasta que ellos lo hagan en castellano, a partir de ese momento, la conversación seguirá en castellano.
La hospitalidad catalana es auténtica, no proverbial como otras. La educación, también. Es, y ha sido, tierra de emigrantes y todos son muy bien acogidos. Los catalanes se dedican a trabajar de verdad, no a hacer ver que trabajan. Pagan hasta la hierba que pisan, incluidas las carísimas autopistas, podrán permitirse el lujo de hacer todo lo posible para que su lengua se mantenga en buenas condiciones, hablarla, escribirla, e intentar, desde el respeto más escrupuloso, que lo hagan los demás.
Hablar de oídas refleja la ignorancia, y la ignorancia tiene las patas muy cortas y la lengua muy larga. La ignorancia se cura leyendo, la Historia de un pueblo se conoce interesándose por ella.
¡Hasta Josep Piqué se rebotó con el reportaje! Vivir para ver.
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