Causa
desazón -al menos a mí- ver sentados en el banquillo de los
acusados a cuatro sindicalistas en la que fuera galería del palacio
de los condes de Gómara, reconvertida en la sala de la Audiencia
Provincial. Y más si están allí, aguantando la congoja, por haber
tratado de ejercer, a final del año 2012, aquello que se considera
deben ejercer, el control de los poderes para evitar el abuso hacia
los trabajadores. Aún más sencillo, simple si se quiere, acceder a
un lugar público (la Diputación provincial en este caso), para
asistir a un pleno, público también.
A
lo largo de la larga historia el poder junto con el capital, que
viene a ser lo mismo, sigue queriendo olvidar la clave del sistema
capitalista en el que nos han metido. El capital no es nada sin el
productor, y al revés. El obrero, empleado, o como quiera llamársele
(lo políticamente correcto no me importa nada) lo tiene muy claro,
lo lleva en los genes desde el principio de los tiempos, pero el
capital, lo que lleva en los genes es ver en la otra parte personas,
masa a su servicio. Algo hemos ganado, apenas hace unos siglos veía
esclavos. Hasta las grandes fortunas que se esconden detrás de
sociedades anónimas y ven pasar sus números y capitales a través
del neón de las bolsas del mundo, necesitan a la otra parte para que
produzcan algo, lo que sea. Y los productores están ya hasta los
mismísimos de aguantar al poder, así que al poder le interesa, más
pronto que tarde, cambiar actitudes y también aptitudes.
El
inolvidable Périch ya lo ironizó hace muchos años en una impagable
publicación titulada “Diálogos entre el poder y el no poder”.
En una de las viñetas, el poder le dice al no poder que debe
respetar las reglas del juego; el no poder le pregunta cuáles son, y
el poder le responde que no está autorizado a jugar. En otra el
poder razona a su manera, o sea sin razonar, y el no poder le
pregunta si ellos lo razonan todo así.
Por
aquellos años, serían los setenta, lo máximo que se permitía era
ironizar, y poco. En los ochenta, noventa y entrado este siglo, la
parte productora tenía miedo por la hipoteca amenazante, pero a día
de hoy, aquella amenaza se ha cumplido, muchos no tienen ni hipoteca
porque han perdido la casa, ni trabajo ni, por lo tanto miedo. Así
que si tienen que ejercer sus derechos, y obligaciones, los ejercen.
Y eso fue lo que intentaron hacer los cuatro sindicalistas que se
sentaron esta semana en el banquillo de los acusados. Como diría el
ínclito ministro, ¡manda huevos!