sábado, junio 20, 2015

Sindicalistas en el banquillo


Causa desazón -al menos a mí- ver sentados en el banquillo de los acusados a cuatro sindicalistas en la que fuera galería del palacio de los condes de Gómara, reconvertida en la sala de la Audiencia Provincial. Y más si están allí, aguantando la congoja, por haber tratado de ejercer, a final del año 2012, aquello que se considera deben ejercer, el control de los poderes para evitar el abuso hacia los trabajadores. Aún más sencillo, simple si se quiere, acceder a un lugar público (la Diputación provincial en este caso), para asistir a un pleno, público también.

A lo largo de la larga historia el poder junto con el capital, que viene a ser lo mismo, sigue queriendo olvidar la clave del sistema capitalista en el que nos han metido. El capital no es nada sin el productor, y al revés. El obrero, empleado, o como quiera llamársele (lo políticamente correcto no me importa nada) lo tiene muy claro, lo lleva en los genes desde el principio de los tiempos, pero el capital, lo que lleva en los genes es ver en la otra parte personas, masa a su servicio. Algo hemos ganado, apenas hace unos siglos veía esclavos. Hasta las grandes fortunas que se esconden detrás de sociedades anónimas y ven pasar sus números y capitales a través del neón de las bolsas del mundo, necesitan a la otra parte para que produzcan algo, lo que sea. Y los productores están ya hasta los mismísimos de aguantar al poder, así que al poder le interesa, más pronto que tarde, cambiar actitudes y también aptitudes.

El inolvidable Périch ya lo ironizó hace muchos años en una impagable publicación titulada “Diálogos entre el poder y el no poder”. En una de las viñetas, el poder le dice al no poder que debe respetar las reglas del juego; el no poder le pregunta cuáles son, y el poder le responde que no está autorizado a jugar. En otra el poder razona a su manera, o sea sin razonar, y el no poder le pregunta si ellos lo razonan todo así.


Por aquellos años, serían los setenta, lo máximo que se permitía era ironizar, y poco. En los ochenta, noventa y entrado este siglo, la parte productora tenía miedo por la hipoteca amenazante, pero a día de hoy, aquella amenaza se ha cumplido, muchos no tienen ni hipoteca porque han perdido la casa, ni trabajo ni, por lo tanto miedo. Así que si tienen que ejercer sus derechos, y obligaciones, los ejercen. Y eso fue lo que intentaron hacer los cuatro sindicalistas que se sentaron esta semana en el banquillo de los acusados. Como diría el ínclito ministro, ¡manda huevos!