Hace
unos días, Javier Muñoz me sugirió que escribiese sobre repoblación después de
haber escrito tanto sobre despoblación. Y tiene mucha razón el amigo Javier,
tanta, que intentaré, a partir de ahora, seguir su consejo.
Me
encuentro, como la mayoría de los sorianos de a pie, en desventaja porque, ni
me dedico a la política, ni manejo fondos públicos, ni tengo ningún poder para
tomar decisiones. Necesariamente, mi opinión es sólo eso, opinión, justo lo
necesario para que los tontos útiles de siempre puedan decir que han de venir
de fuera para decirles qué hacer y cómo. Pero bueno, eso son servidumbres de la
opinión.
Soria
y su provincia, no nos engañemos, jamás volverá a tener el estatus poblacional
que tuvo en la primera mitad del siglo XX, cuando la población estaba
repartida, bien repartida, por todos los pueblos, y la capital, ahora con casi
la mitad de los sorianos entre sus límites, no alcanzaba entonces más allá de
los siete, nueve u once mil habitantes, según los años. Y aquella situación no
puede repetirse porque no se practica ya la trashumancia, ni la industria de la
resina volverá a ser tan importante, aunque se intente recuperar, y la
situación de los cultivos nada tiene que ver con la de entonces. Por otro lado,
en Tierras Altas se ha repoblado con pinos que se resisten a crecer y la
población que sí resiste es mayor.
Aquí
y ahora, la única forma de conseguir repoblar (o mantener la que ahora queda)
es, tendremos que darnos cuenta de ello de una vez, desde la generosidad de
todos y, en especial, de aquellos que ostentan el poder y la propiedad de edificios,
tierras y montes. O sea, como escuché decir al amigo Nica, primero dar y
después pedir. Y esto ha de llegar desde
los propios particulares y los ayuntamientos.
La
administración y su voracidad recaudatoria no ayuda en absoluto a la
repoblación. Una de dos, o quieren que Soria se acabe (lo cual, pensándolo bien
no debería interesarles ya que no tendrían dónde colocar a la familia y a los
amigos), o entre la caterva de consejeros no suman un cerebro con la suficiente
lucidez como para saber que la única forma de sacar a esta tierra del hoyo es
utilizar una discriminación positiva, expresión que se pudo de moda en su día,
y por tanto no me gusta, pero que define a la perfección qué es lo que necesita
esta provincia.
Empecemos
por las propiedades comunes, del común se les llamaba antaño. Montes y pastos
sin utilidad alguna, porque la madera ya no se usa para hacer carbón, o cisco,
o en forma de palos para la estufa de leña, lo que además provoca que no se
pueda entrar en muchos de estos montes por la carencia de ganado cabrío,
encargado tradicionalmente de la limpia de ellos, otro tipo de voracidad, esta
positiva. Si acaso, alguna parte de estos montes sirven para la caza deportiva,
no como antes, cuando la caza era la principal fuente de proteínas, si no para llevarse
los pingajos de trofeos a casa. ¿No estarían mucho mejor estas tierras hoyadas
por rebaños pastando libremente, y gratis o casi gratis? Tenemos en Soria el
ejemplo de la comarca de Pinares, la que mejor ha mantenido la población,
gracias a que la propiedad de los montes es comunal y los beneficios se
reparten entre los vecinos. Es un privilegio real añejo, pero en algún momento
de la Historia fue nuevo.
La
propiedad privada, con todo y ser más generosa que la pública, no acaba de
entender que es preferible vender, casi regalar, unas paredes en estado de
incierta verticalidad, que conservarlas. Los ayuntamientos no se han atrevido al
escarmiento, obligando a los vecinos a tirarlas o arreglarlas. Y eso, si por un
lado es una dejación de funciones, por otro, y en determinadas comarcas, ha
surtido un efecto de reclamo. No hay nada más evocador que las ruinas. Pero
mejor, creo, que estarían consolidadas y ocupadas, sin necesidad de regalarlas,
sencillamente no cobrando nada durante años con la condición de que se
restauren y habiten.
Y
aunque sólo fuera por ayudar algo, no estaría de más que las distintas
administraciones supieran que es difícil poder comunicarse desde el Sur
provincial a través de teléfono móvil, algo que nunca fue necesario, pero que
en la actualidad, sin ese servicio, los jóvenes no se instalan. Que se dieran
cuenta, asimismo, que si se hace bandera del turismo, en pocos años el
magnífico castillo de Caracena será un enorme majano. Y tampoco estaría de más
que las autoridades civiles dieran un toque a las eclesiásticas, con mucho
poder todavía, para que dejaran de poner cantos en las ruedas, por ejemplo, se
comenta que no dejan celebrar bodas en Valdelavilla porque la iglesia no está
consagrada, o se desconsagró. Todavía existe gente que se casa por la Iglesia.
Seguiré,
no sin acabar repitiendo que, entre unos y otros, dejen vivir en paz al mundo
rural.