A
mi amigo Juan Carlos Roldán que me contó esta historia paseando por
la Judería
Santiago
era un muchacho de Jaén, que vivía cerca de la plaza de los Caños,
en la Judería de la ciudad, por donde paseó el rabino Sabetay
D´jaen, sefardí internacional, aunque eso él no lo supiera. La
fuente de los Caños es uno más de los magníficos monumentos que se
pueden encontrar en la ciudad de Jaén por donde el agua mana sin
cesar gracias a su situación, rodeada de sierras como Jabalcuz y la
Pandera, de la cordillera Subbética. Un festival de agua que ya
ponderara Carlos III, “padre de sus pueblos”. Pero eso, por
aquellos años, no le interesaba al muchacho.
Al
chaval lo que verdaderamente le interesaba era completar la colección
de cromos de futbolistas que venían en el interior de los sobres de
azafrán “Carmencita”, unas carteritas de papel que se rellenaban
con el azafrán de Alicante y llegaban a toda España. Era difícil
conseguir los cromos porque el azafrán era caro y las madres lo
escatimaban. Todos los chicos estaban en la misma situación, así
que también era difícil el intercambio.
Santiago
ahorraba cada propinilla que le daban, poca, y a veces extraviaba
algo cuando iba a hacer los recados de la casa. Contaba las monedas
una y otra vez, miraba los cromos, Gonzalo II del Sabadell, Pérez
del Castellón, Riera del Atlético Aviacion (de ese tenía tres por
la tarde trataría de cambiarlos), Antón del Oviedo, Gorostiza del
Valencia (dos, lo cambiaría con Blas que le faltaba), pero Raich del
Barcelona no le salía a nadie, y le faltaban tantos... El magnífico
regalo que anunciaba la empresa y que exponían en algunos comercios
de la localidad, era un balón, un hermoso balón, que podría
sustituir las vejigas de los cerdos infladas y recosidas.
¿Qué
hacer? Tenía un TBO de Jaimito que no le hacía mucha gracia. Andrés
se lo había querido comprar muchas veces, pero no se llevaba con él
muy bien. En la Escuela le dijo que se lo vendía. Andrés le propuso
cambiárselo por cromos, pero Santiago le dijo que quería dinero.
Sólo consiguió, regateando mucho, una peseta. Llegó a casa, lo
juntó con lo suyo, le pidió a su madre unas perras gordas y subió
la cuesta hasta la tienda de María. ¿Cuántos sobres de azafrán me
da por este dinero? El chico sólo movía la cabeza a cada pregunta
de la mujer, cogió los sobres y salió corriendo. Se sentó en la
fuente de los Caños, los fue abriendo y...¡Raich, del Barcelona!
Alguno más que no tenía le salió también. Se miró las manos y
estaban amarillas. ¿Qué hacer con el azafrán? Sin pensárselo dos
veces lo lanzó al agua de la fuente y marchó corriendo.
No
habría pasado ni una hora cuando el agua de la fuente de los Caños
mostraba un color amarillo. La de los rebosaderos había descendido
hasta la fuente del Arrabalero y también estaba amarilla. Avisados
los técnicos del Ayuntamiento se presentaron en ambas, cogieron
muestras, se formó un gran revuelo, pensaban en amenazas de
epidemias, hasta que una vecina de Santiago pasó por allí y les
dijo, qué epidemias, ni qué leches, ha sido el Santiago, el
muchacho de ahí en frente. La madre sólo le dijo: podías haberme
traído el azafrán, que cuesta caro.