No pasa un día sin que nos conmuevan noticias sobre la muerte de algún obrero. A mí me duelen más, mucho más, que las de intelectuales, artistas, poetas, con todo y que estas me afecten también, dependiendo del extinto. Siempre pienso que los mimados por la sociedad han vivido una vida más plena –aunque tal vez no sea a sí, pero yo lo pienso- reconocida en su obra, más fácil en lo económico, y además, les ofrecerán homenajes una vez muerto. Un obrero muere, y como decía César Vallejo: “Un albañil cae de un techo, muere, y ya no almuerza. ¿Innovar luego el tropo, la metáfora?”.
Del dolor paso a la indignación, porque la mayoría de los accidentes suceden por la falta de seguridad en el trabajo. Eso lleva a la asquerosa deducción de que al capital –que tiene nombres, apellidos y caras, muy duras casi siempre- le importa la vida de un hombre lo mismo que al radical musulmán capaz de inmolarse, o sea, absolutamente nada, si lo que está en juego son sus beneficios.
Además están los salarios de muerte que cobran, para acabar en el fondo del mar, en el de la mina, o cayendo al vacío. Pescadores, mineros, obreros de la construcción, poceros –no el de Seseña-, no llegan, en su mayoría, a los mil euros mensuales, y se juegan la vida. Funcionarios de grupos privilegiados, políticos, ejecutivos y demás ralea, que lo único que se juegan es el prestigio del que muy posiblemente carezcan, hacen temblar las nóminas.
Esta sociedad no avanza ni un milímetro. Han ampliado la clase media-baja, anestesiada por las hipotecas, pero lo demás sigue igual. Millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza, cada año que discurre más millonarios, y los obreros, esos que verdaderamente hacen que la economía avance, aunque se les consideren peones sin la menor relevancia, matándose con las manos llenas de callos y la columna destrozada.
Son los antiguos esclavos. Todo sigue igual. La Iglesia en la cumbre del poder, los nobles reemplazados –o mezclados- por el capitalismo, y en la amplia base de la pirámide, los obreros, a quienes se les da estatus de clase media baja, será por lo de la propiedad de un nicho de ochenta metros cuadrados que pasarán toda la vida pagando. A los que viven por debajo del umbral de la pobreza ni se les tiene en cuenta. Son los otrora pobres de solemnidad, que acudían a los conventos a comer la sopaboba, y ahora les dan pensiones de mierda. Tanto caminar, tanto recambio generacional, para esto.
Del dolor paso a la indignación, porque la mayoría de los accidentes suceden por la falta de seguridad en el trabajo. Eso lleva a la asquerosa deducción de que al capital –que tiene nombres, apellidos y caras, muy duras casi siempre- le importa la vida de un hombre lo mismo que al radical musulmán capaz de inmolarse, o sea, absolutamente nada, si lo que está en juego son sus beneficios.
Además están los salarios de muerte que cobran, para acabar en el fondo del mar, en el de la mina, o cayendo al vacío. Pescadores, mineros, obreros de la construcción, poceros –no el de Seseña-, no llegan, en su mayoría, a los mil euros mensuales, y se juegan la vida. Funcionarios de grupos privilegiados, políticos, ejecutivos y demás ralea, que lo único que se juegan es el prestigio del que muy posiblemente carezcan, hacen temblar las nóminas.
Esta sociedad no avanza ni un milímetro. Han ampliado la clase media-baja, anestesiada por las hipotecas, pero lo demás sigue igual. Millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza, cada año que discurre más millonarios, y los obreros, esos que verdaderamente hacen que la economía avance, aunque se les consideren peones sin la menor relevancia, matándose con las manos llenas de callos y la columna destrozada.
Son los antiguos esclavos. Todo sigue igual. La Iglesia en la cumbre del poder, los nobles reemplazados –o mezclados- por el capitalismo, y en la amplia base de la pirámide, los obreros, a quienes se les da estatus de clase media baja, será por lo de la propiedad de un nicho de ochenta metros cuadrados que pasarán toda la vida pagando. A los que viven por debajo del umbral de la pobreza ni se les tiene en cuenta. Son los otrora pobres de solemnidad, que acudían a los conventos a comer la sopaboba, y ahora les dan pensiones de mierda. Tanto caminar, tanto recambio generacional, para esto.