Jaén,
levántate brava
sobre
tus piedras lunares,
no
vayas a ser esclava
con
todos tus olivares.
El
poeta Miguel Hernández había nacido en Orihuela y apenas pasó tres
meses en Jaén, en 1937, destinado al frente como comisario de
Cultura para dirigir el periódico Altavoz. Se hospedó en una calle
de la capital, junto a Josefina, conocida como Llana, en una casa del
marqués de Villalta y luego de Blancohermoso. “Una casa inmensa
con un primoroso patio acristalado, majestuosa escalera ennoblecida
por la cruz procesional de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que allí
se guardaba durante el año, y un delicioso jardín aterrazado que
volcaba sobre las calles linderas una catarata de rosas de pitiminí”.
Así la describe, en “El viejo Jaén”, Manuel López Pérez.
Precisamente justo enfrente de otra donde unos quince años después
irían mis abuelos a vivir.
Por
su parte, Josefina Manresa, la mujer, nació en Quesada, donde
permaneció hasta los once años y sólo volvió a visitar su pueblo
en 1964, gracias al alcalde y otros señores que procuraron el viaje.
Josefina, en sus memorias, se lamentaba de no haber visitado Quesada
cuando Miguel y ella estuvieron en Jaén, por la lejanía del pueblo
de la capital.
Quesada
en un hermoso pueblo. Parte de su término forma parte del Parque
Natural de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas, y en él tiene
su nacimiento el río Guadalquivir. Cuevas con arte rupestre, restos
de la edad del bronce y de la época romana, y su rica gastronomía,
hacen de este lugar un pequeño paraíso natural donde se enseñorean
los olivos, como en toda la provincia.
Pese
al corto espacio de tiempo que el matrimonio Hernández-Manresa
permaneció en Jaén, a él, grandísimo poeta, le dio tiempo para
componer “Aceituneros”, convertido en himno de la provincia desde
2012. Debió quedar profundamente impresionado cuando vio los campos
plenos de olivos. Le dio tiempo también para acudir por las tardes
hasta Jabalcuz y bañarse en las termas.
A
partir del año 1942, cuando muere Miguel sin haber cumplido los 32
años, en el hospital penitenciario de Alicante, la vida de Josefina
Manresa no iba a ser un camino de rosas, como se ha recogido en todas
las publicaciones sobre ellos. A su padre, guardia civil, le habían
matado unos milicianos cuando salía del cuartel. Su madre murió a
edad temprana y ella se hizo cargo de los hermanos pequeños. Trabajó
como modista durante toda su vida y creo recordar haber leído hace
ya años, que el Ayuntamiento de Alicante, o Elche, le había
concedido un puesto en el mercado municipal para la venta de fruta y
verdura.
Además
de ver morir, con un año, a su primer hijo mientras su marido estaba
en las cárceles franquistas y después a su marido, hubo de pasar
por el trance de ver fallecer a su único hijo tres años antes de su
propia muerte. Como escribiera Miguel Hernández sobre él mismo,
también Josefina había nacido para el luto y el dolor. Pese a ello,
y al menos hasta el fallecimiento en 1984 de su hijo, Josefina reía
recordando su vida, como puede verse en una corta entrevista
publicada en las redes. En ella se puede apreciar que, como dejaría
escrito Hernández, “te me mueres de casta y de sencilla”.
En
1986, Josefina Manresa cedió el legado de su marido, que guardaba en
un baúl heredado de su madre, al Ayuntamiento de Elche a cambio de
que éste se hiciera cargo de los estudios de sus nietos y una
pensión de 50.000 pts. mensuales para ella que disfrutaría poco
tiempo ya que, unos meses después, fallecería a causa de un cáncer.
+
Cuando
la familia de Miguel Hernández, nuera y dos nietos, cedieron el
legado a la Diputación Provincial de Jaén, para su posterior
ubicación en Quesada, al no llegar a acuerdos con algunos pueblos de
Alicante, muchos pusieron el grito en el cielo por los tres millones
de euros (de los cuales buen bocado se llevaría Hacienda) pagados a
la familia. Todavía no era el momento, para ellos, de que la familia
de Miguel y Josefina accediera a un bienestar ganado con la vida y el
sufrimiento por el poeta, y con el sufrimiento por su mujer.
Hoy
me siento orgullosa y emocionada de que ese legado esté en mi
tierra. De que la Diputación de Jaén haya construido, en un anexo
al museo del pintor Rafael Zabaleta, un hermoso espacio donde pueden
contemplarse manuscritos, cartas, dibujos, fotografías y hasta la
maleta con la que el poeta hizo el primer viaje a Madrid, la máquina
de escribir donde enseñó a Josefina, el carrito de juguete que hizo
en la cárcel para su hijo, y hasta la lechera en la que le llevaban
alimentos a la prisión. Un espacio donde puede escucharse el himno
de Jaén, “Aceituneros”, cantando por distintos intérpretes.
Además de la digitalización de su legado, llevado a cabo por la
Diputación de Jaén, cinco mil seiscientos registros.