Por los años sesenta y setenta, entre la progresía estaba hasta mal visto ser aficionado al fútbol, y por lo visto, entonces todavía se le podía considerar deporte (pasatiempo, diversión, placer…) y no espectáculo y negocio. Eran otros tiempos. Los que luchaban contra el régimen franquista y los que sin luchar, resistían, y hasta aquellos que ahora afirman que estuvieron, en mayo del 68, levantando adoquines en las calles de París, aunque por esas fechas tomaran baños de sol en Alicante, por ejemplo, todos estos colectivos afirmaban, sin mucho error, que el régimen quería tener al pueblo entretenido y, a poder ser, anestesiado.
Ignoro si eran muchos los que acudían a los estadios de fútbol haciendo caso omiso de los progres, o veían los partidos en sus casas delante de una televisión todavía con una programación aceptable e incluso interesante a determinadas horas (recuérdese “La Clave” o “Estudio 1”, por ejemplo). Pero lo cierto es que, en muchos ambientes, lo del fútbol estaba mal visto.
Las noches del sábado se salía a cenar, o se invitaba a los amigos a casa. En el primer caso no existían los televisores en el comedor, en el segundo, permanecían apagados, aunque una panda de señores se dedicara a ir detrás de una pelota. Se hablaba mucho, se comentaban libros, se reía, se jugaba a adivinar películas con mímica, o se recitaba, o se ponía a parir al gobierno, o se escuchaba a Quilapayun y a Víctor Jara. Esto entre la gente de clase media normalita. Los obreros puros y duros corrían delante de los grises en el cinturón del Llobregat o en el del Besós, en Barcelona. La gauche divine de Bocaccio, era ya otra historia, y qué decir de la alta burguesía, que como decía el alcalde de Calafell en la presentación de un libro, está pidiendo a gritos un estudio a fondo, pero tampoco veían fútbol.
Han pasado los años, la televisión ha ido involucionando y los deportes, con el fútbol a la cabeza, también, y han dejado de ser eso para convertirse en un artículo de consumo salvaje, en especulación per se y por lo que conlleva (sólo es necesario interesarse por el currículo de los presidentes de los clubes de fútbol y demás directivos).
Treinta años después de la muerte de Franco, la televisión y el deporte han formado un contubernio que para sus arengas patrióticas quisiera el dictador. Horas y horas de deporte nada menos que en TV2, la que podría considerarse televisión de las minorías. De las privadas, ni hablemos. Pero ya no es el fútbol solamente. Se trata, por lo visto, de crear figuras en la diversión que sea: carreras de coches, de motos, tenis, natación, ciclismo, hípica, atletismo, vela… Y para eso, nada mejor que los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza. Y por supuesto, sin reparar en cómo se consigue, véase la última investigación sobre el dopaje en algunos ciclistas, que si este tipo de drogas no estuviera perseguido…
Una vez se ha enganchado a la gente y los deportistas de élite se han convertido en figuras (aunque a algunos haya que relacionarlos sentimentalmente con señoritas del honor distraído), se coloca el listón bien alto para los adolescentes (que viene de carecer, por ejemplo de criterio), quienes ven en ellos ejemplos a seguir, y no precisamente en el deporte, sino en aquello para lo cual el capital les contrata una vez convertidos en figuras: en anuncios que caminan.
Y estos pobres adolescentes vuelven locas a las familias, que no saben cómo contrarrestar el efecto obnubilador que el binomio deporte-figuras ejerce en ellos, queriendo a toda costa copiar las ropas que visten, los coches que anuncian o el yogur, o lo que sea.
Este comentario tan largo viene motivado por el disgusto que me llevo cada vez que TV2 deja de emitir el programa “Saber y ganar” para programar todo tipo de deportes. ¡Eso es respeto por la minoría!
Ignoro si eran muchos los que acudían a los estadios de fútbol haciendo caso omiso de los progres, o veían los partidos en sus casas delante de una televisión todavía con una programación aceptable e incluso interesante a determinadas horas (recuérdese “La Clave” o “Estudio 1”, por ejemplo). Pero lo cierto es que, en muchos ambientes, lo del fútbol estaba mal visto.
Las noches del sábado se salía a cenar, o se invitaba a los amigos a casa. En el primer caso no existían los televisores en el comedor, en el segundo, permanecían apagados, aunque una panda de señores se dedicara a ir detrás de una pelota. Se hablaba mucho, se comentaban libros, se reía, se jugaba a adivinar películas con mímica, o se recitaba, o se ponía a parir al gobierno, o se escuchaba a Quilapayun y a Víctor Jara. Esto entre la gente de clase media normalita. Los obreros puros y duros corrían delante de los grises en el cinturón del Llobregat o en el del Besós, en Barcelona. La gauche divine de Bocaccio, era ya otra historia, y qué decir de la alta burguesía, que como decía el alcalde de Calafell en la presentación de un libro, está pidiendo a gritos un estudio a fondo, pero tampoco veían fútbol.
Han pasado los años, la televisión ha ido involucionando y los deportes, con el fútbol a la cabeza, también, y han dejado de ser eso para convertirse en un artículo de consumo salvaje, en especulación per se y por lo que conlleva (sólo es necesario interesarse por el currículo de los presidentes de los clubes de fútbol y demás directivos).
Treinta años después de la muerte de Franco, la televisión y el deporte han formado un contubernio que para sus arengas patrióticas quisiera el dictador. Horas y horas de deporte nada menos que en TV2, la que podría considerarse televisión de las minorías. De las privadas, ni hablemos. Pero ya no es el fútbol solamente. Se trata, por lo visto, de crear figuras en la diversión que sea: carreras de coches, de motos, tenis, natación, ciclismo, hípica, atletismo, vela… Y para eso, nada mejor que los medios de comunicación, con la televisión a la cabeza. Y por supuesto, sin reparar en cómo se consigue, véase la última investigación sobre el dopaje en algunos ciclistas, que si este tipo de drogas no estuviera perseguido…
Una vez se ha enganchado a la gente y los deportistas de élite se han convertido en figuras (aunque a algunos haya que relacionarlos sentimentalmente con señoritas del honor distraído), se coloca el listón bien alto para los adolescentes (que viene de carecer, por ejemplo de criterio), quienes ven en ellos ejemplos a seguir, y no precisamente en el deporte, sino en aquello para lo cual el capital les contrata una vez convertidos en figuras: en anuncios que caminan.
Y estos pobres adolescentes vuelven locas a las familias, que no saben cómo contrarrestar el efecto obnubilador que el binomio deporte-figuras ejerce en ellos, queriendo a toda costa copiar las ropas que visten, los coches que anuncian o el yogur, o lo que sea.
Este comentario tan largo viene motivado por el disgusto que me llevo cada vez que TV2 deja de emitir el programa “Saber y ganar” para programar todo tipo de deportes. ¡Eso es respeto por la minoría!
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