Hoy, día 14 de julio, escuchaba una entrevista que le hacían, desde la SER, a un componente de un grupo musical joven que va a actuar en Martialay. ¿Quizá “Petardo Infecto” o “Pangea”? Ese dato tiene poca importancia. El caso es que, entre otros temas, han tocado el de los ensayos. Parece ser que los muchachos tenían un local, insonorizado de forma artesanal, es decir, por ellos mismos, en un Barrio de la ciudad. Un buen –o mal día- se instaló a vivir en ese Barrio –no pared con pared- alguien con el oído delicado y muy sensible.
La cosa acabó con el obligado abandono del local por parte de los jóvenes, no por exceso de ruidos –que no los hubo tal y como debió constatar la Policía Municipal en sus requeridas visitas, aparato para medir decibelios en mano- si no por otros vericuetos legales recorridos por los denunciantes.
Soy la primera en desear, y buscar, silencio y tranquilidad, pero también soy muy consciente de que esto no puede conseguirse viviendo en comunidad. Para esa deseada paz es necesario construirse una cabaña en mitad del bosque. Donde resido he de aguantar las motos y su exceso de ruido, los coches y su exceso de velocidad, la televisión de los vecinos, las persianas de metal subiendo y bajando, el camión de la basura a horas intempestivas volcando los contenedores, en fin, todo el ruido que generan las actividades habituales de una comunidad. Todo ello es, en gran medida, inevitable.
Mis preguntas –retóricas, naturalmente- son
¿Los vecinos protestarían si en lugar de gente joven ensayando música rock, se escucharan rogativas?
¿Protestan cuando, durante meses, las cofradías ensayan con tambores y trompetas para afinar en Semana Santa?
¿Osan decir “esta boca es mía” cuando, durante cinco interminables días, las peñas y cuadrillas de las Fiestas de San Juan recorren, una y otra vez, todas y cada una de las calles de Soria y sus Barrios?
Ni estoy haciendo juicios de valor, ni trato de decir que estos ruidos, sonidos o como quiera llamárseles, me molestan o no. Estoy, sencillamente, constatando, una vez más, que sea en el ámbito que sea, lo que mucha gente de esta tierra no soporta es que se cambien los pasos y los jóvenes puedan vivir de manera distinta a como se los han marcado. Es más, creo directamente que a la mayoría de los habitantes de esta provincia les molesta, y mucho, la gente joven y hasta los chavalillos. No voy a enumerar los casos concretos que conozco, pero los conozco. Sólo con molestarnos en recorrer muchos patios de vecinos, podemos ver las prohibiciones: jugar a la pelota e ir en bicicleta, entre y sobre todos.
Llevo años repitiendo el comentario hecho por una señora de Villar del Ala: “Un pueblo sin niños, sin jóvenes, es una tristeza grande, es un lugar sin presente y sin futuro”.
La cosa acabó con el obligado abandono del local por parte de los jóvenes, no por exceso de ruidos –que no los hubo tal y como debió constatar la Policía Municipal en sus requeridas visitas, aparato para medir decibelios en mano- si no por otros vericuetos legales recorridos por los denunciantes.
Soy la primera en desear, y buscar, silencio y tranquilidad, pero también soy muy consciente de que esto no puede conseguirse viviendo en comunidad. Para esa deseada paz es necesario construirse una cabaña en mitad del bosque. Donde resido he de aguantar las motos y su exceso de ruido, los coches y su exceso de velocidad, la televisión de los vecinos, las persianas de metal subiendo y bajando, el camión de la basura a horas intempestivas volcando los contenedores, en fin, todo el ruido que generan las actividades habituales de una comunidad. Todo ello es, en gran medida, inevitable.
Mis preguntas –retóricas, naturalmente- son
¿Los vecinos protestarían si en lugar de gente joven ensayando música rock, se escucharan rogativas?
¿Protestan cuando, durante meses, las cofradías ensayan con tambores y trompetas para afinar en Semana Santa?
¿Osan decir “esta boca es mía” cuando, durante cinco interminables días, las peñas y cuadrillas de las Fiestas de San Juan recorren, una y otra vez, todas y cada una de las calles de Soria y sus Barrios?
Ni estoy haciendo juicios de valor, ni trato de decir que estos ruidos, sonidos o como quiera llamárseles, me molestan o no. Estoy, sencillamente, constatando, una vez más, que sea en el ámbito que sea, lo que mucha gente de esta tierra no soporta es que se cambien los pasos y los jóvenes puedan vivir de manera distinta a como se los han marcado. Es más, creo directamente que a la mayoría de los habitantes de esta provincia les molesta, y mucho, la gente joven y hasta los chavalillos. No voy a enumerar los casos concretos que conozco, pero los conozco. Sólo con molestarnos en recorrer muchos patios de vecinos, podemos ver las prohibiciones: jugar a la pelota e ir en bicicleta, entre y sobre todos.
Llevo años repitiendo el comentario hecho por una señora de Villar del Ala: “Un pueblo sin niños, sin jóvenes, es una tristeza grande, es un lugar sin presente y sin futuro”.
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